Para reconectar con el corazón de la naturaleza

Antiguos escritores y poetas realizaron inmersiones en el mundo silvestre y crearon sus obras a partir de la percepción directa de los conocimientos que allí se develaron. Con la intención de hacer a un lado el conocimiento avalado por la sociedad de sus épocas y ver qué pasaba, se disponían a aprender de la maestría de la naturaleza. Nombres como el de Henry David Thoreau, Robert Frost y Goethe pueden resonar aquí. Así, utilizaron el papel y la tinta como una herramienta para conectar con los misterios de la vida.
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©Sergio (@zakin_mountain)

Aquella realidad que nos muestra la Tierra en sus diversas expresiones es diferente del pensamiento lineal al que estamos acostumbrados, en el que se basa nuestra cultura occidental y por ende, nuestra forma de ser. Como explica el herborista Harrod Buhner (2012): “toda nuestra cultura se basa en la ilusión que Euclides creó con sus matemáticas. Esa ilusión, que consideramos tan verosímil, en realidad tiene muy poco que ver con el mundo real y absolutamente nada que ver con entornos naturales como las montañas, los océanos”. Con la fusión entre la geometría –cuya etimología del griego quiere decir “medir la tierra”– y las matemáticas euclidianas se llegó a un sistema de medición que se basa en el redondeo o la aproximación (subjetividad) de los valores que podemos encontrar en una naturaleza que es dinámica. En sus palabras: “en esencia, toman un valor aproximado de la irregularidad de la línea costera para que la complejidad de un litoral vivo encaje en el espacio euclidiano de forma que su modelo, su manera de pensar, lo pueda medir […] Nunca es real” (2012). Sin embargo, la naturaleza no es lineal.

Cuando hablamos de naturaleza nos referimos a todo organismo vivo –y a la Tierra en sí (Ver la Teoría de Gaia de James Lovelock y Lynn Margulis)– como sistemas autoorganizados que están en constante comunicación con su interior y con el exterior, velando por el equilibrio del sistema y que funciona como una totalidad, una red dinámica cooperativa donde todas las partes se encuentran en interacción y cada una de ellas cumple un rol fundamental e igual de necesario para su existencia. Esta vitalidad o funcionamiento es donde residen sus misterios, los que pueden ser revelados por medio de nuestro corazón, entendido en tres ámbitos. Primero, en un sentido físico como un órgano del cuerpo que monitorea constantemente el movimiento de la sangre y los campos electromagnéticos (entre muchas otras funciones); segundo, en un sentido emocional que nos permite percibir el mundo y comunicarnos por medio de los sentimientos; y por último, en un sentido espiritual como un lugar donde se ubica el alma. Creo que cada uno de estos sentidos es imposible de separar del otro, llegando a conformar una unidad.

Cuando hablamos de naturaleza nos referimos a todo organismo vivo como sistemas autoorganizados que están en constante comunicación con su interior y con el exterior. ©Karla Tucker

La no-linealidad se refiere a la inexistencia de líneas rectas en la expresión de los organismos vivos. Por ejemplo, si tomamos un microscopio para examinar alguna parte de la hoja de un árbol siempre vamos a encontrar irregularidades, recovecos y curvas, o, si vamos más allá, fractales, donde la unidad de la hoja en este caso está conformada por pequeñas subpartes que expresan en una forma micro la totalidad de la misma. El ritmo del mismo corazón, por ejemplo, va variando de forma irregular, pero nos han hecho creer que si este se encuentra sano sus latidos se comportarán de forma regular y lineal, sin embargo, la expresión de su salud se basa en un ritmo que resulta impredecible, o sea, natural. Harrod Buhner llama a este modelo no-lineal “holístico/intuitivo/profundo” y es uno que se encuentra en coherencia con la red viva de la que somos parte, en lugar de separarnos de ella.

Los sistemas autoorganizados que conforman la naturaleza son sensibles a todos los tipos de interacciones con el corazón del mundo y es por esto que su ritmo es irregular, porque va buscando constantemente restablecer un equilibrio dinámico y no estático, es un principio evolutivo que denota inteligencia. 

Comunicación y reconexión con la naturaleza

Aistesis es un término griego que se refiere a la capacidad de percepción que tiene el centro cardíaco como cerebro del pensamiento no-lineal: “La aistesis se refiere al momento en que una corriente de fuerza vital, imbuida de comunicaciones, pasa de un organismo vivo a otro. El término significa literalmente ‘aspirar’. Es una forma de aspirar el mundo, las comunicaciones con alma que van surgiendo de los fenómenos vivos de ese mundo” (Harrod Buhner, 2012). 

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Los pueblos originarios alrededor del planeta practicaban esta forma de acceder al conocimiento y de comunicarse a través del corazón. Aquí podemos introducir el origen de la palabra sabiduría que proviene del término latino sapio, que quiere decir saborear o degustar. La sabiduría y el conocimiento de algunos de estos pueblos se obtenía por medio de la data sensible, de los sentidos y del con-tacto con el mundo. Si bien el conocimiento científico ha descartado este tipo de pensamiento, la cantidad de pueblos antiguos que afirma su existencia se extiende alrededor del planeta desde hace cientos de años. Incluso, algunos de los antiguos escritores que mencionamos arriba también utilizaron esta forma de empaparse de la naturaleza por medio de la percepción directa, también conocido como biognosis. Así, por ejemplo, Goethe en el siglo XIX descubrió la metamorfosis de las plantas y Luther Burbank creó plantas alimenticias a partir de este principio (Harrod Buhner, 2012).

El modelo de cognición no-lineal ocurre a través de los campos electromagnéticos que todos los organismos vivos son capaces de emitir y percibir como señales que contienen y envían información, así como ocurre con una estación de radio o un canal de televisión. Esta forma de comunicación ha sido utilizada desde 4.000 millones de años y podemos ver su expresión, por ejemplo, en el intercambio de información entre las flores y los polinizadores, en las rutas por líneas magnéticas que utilizan las aves para migrar, y también en los latidos del corazón. De este mismo modo el corazón posee su propio campo electromagnético que se cuenta como el más grande de todo nuestro organismo, alcanzando 5.000 veces más potencia que el del cerebro del pensamiento lineal. El corazón es el lugar a donde llegan los conductos de todos los órganos sensoriales ubicados en nuestro sistema, o sea, sabe todo lo que nuestro cuerpo siente, sabe del origen de la palabra sabiduría. Es así como a través de nuestro centro cardíaco podemos comunicarnos con el mundo, por medio de ondas electromagnéticas que contienen información particular y nos recuerdan nuestra unión en una gran red.

“El corazón es el lugar a donde llegan los conductos de todos los órganos sensoriales ubicados en nuestro sistema, o sea, sabe todo lo que nuestro cuerpo siente, sabe del origen de la palabra sabiduría”.

Nos comunicamos y nos relacionamos con todo de manera consciente o inconsciente, todo el tiempo. Podemos escoger ingresar voluntariamente a esta dimensionalidad de la comunicación intuitiva/holística/profunda. “El mundo también nos está asimilando a través de su respiración. Cuando experimentamos esta forma de compartir la esencia del alma, se trata de una experiencia directa de que no estamos solos” (Harrod Buhner, 2012). El mismo autor propone una actualización para la propuesta de “descolonizar el pensamiento”, ahora, “descolonizar el alma”. En sus palabras: “los científicos han practicado una forma particular del imperialismo. Nos han robado a todos el reconocimiento histórico del corazón como un órgano de percepción”, y nuestra capacidad de relacionarnos con el mundo a través de él, a través de sus ojos. La propuesta aquí es salir a recorrer la naturaleza o el ecosistema de nuestro corazón; tomar nota, escribir sobre lo que siento desde este órgano y ejercitar nuestra aistesis.

Compartimos un lenguaje con todo el planeta con todo lo que está vivo y que consta de signos. ©Oguzhan Edman

A ese sentimiento de reconexión, el antropólogo Eduardo Kohn lo describe como un re-anclaje con el mundo viviente, donde conectamos nuevamente con el lenguaje de la vida, con lo original, en un campo semiótico donde todos estamos conectados, como si algo nos hiciera “click” y pudiéramos sentir a nuestra especie humana ser parte de la red de la vida. Ese lenguaje es uno que compartimos con todo el planeta, con todo lo que está vivo y que consta de signos. Podemos verlo expresado en las plantas, por ejemplo, donde los colores de sus hojas, la dirección de su crecimiento o el aroma que expelen son signos que dan indicios sobre algo; nos comunican sobre quiénes son, su personalidad, las propiedades que tienen y sus dones; así mismo pasa con las personas.

El lenguaje humano hoy es simbólico y el mismo autor plantea que este tipo de pensamiento tiende a “despegarse de un salto del campo semiótico más amplio del que emerge, separándonos en el proceso del mundo que nos rodea” (Kohn, 2021). Este puede ser uno de los motivos por los cuales nuestra sociedad se encuentra viviendo estados depresivos, de ansiedad y de pánico, generando un sentimiento de “duda-radical” y alienamiento que se deben a la desconexión de nuestro lenguaje y comunicación originales que funcionan a través de signos y del flujo con y por los campos electromagnéticos de la Tierra y sus seres, por ende, la desconexión de aquel lenguaje deriva en la desconexión de nuestra propia naturaleza como especie y con el mundo que nos rodea. Una de las formas de volver a conectar es rendirse a la sabiduría de nuestros sentidos, contrario a lo que nuestra cultura nos ha enseñado, a la data sensible que nos lleva de vuelta hacia los flujos de sentido del planeta.

“Los colores de las hojas, la dirección del crecimiento de las plantas o el aroma que expelen son signos que dan indicios sobre algo; nos comunican sobre quiénes son, su personalidad, las propiedades que tienen y sus dones; así mismo pasa con las personas”.

Cuando pasamos tiempo en compañía de la naturaleza, en cualquiera de sus diferentes expresiones, nuestra experiencia vuelve a tener sentido, nos re-anclamos a la red de la que somos parte, aunque no podamos ponerlo detalladamente en palabras porque su descripción escapa (aún) a ellas. Es una experiencia de la que muchas personas pueden dar cuenta, sobre todo quienes han experimentado viajes con enteógenos, que son de acceso más rápido a estas vivencias que el contemplar un bosque en estado de sobriedad, pero no menos efectivo, y que finalmente, dan cuenta de lo que deseamos proponer acá: la conexión con el todo. “Existimos, inmersos en campos de comunicación vivos, todos imbuidos de significado, que son generados por formas de vida inteligente y fluyen desde nosotros y hacia nosotros desde el momento en que nuestras células se autoorganizan en las identidades singulares que denominamos seres humanos” (Harrod Buhner, 2012).

 “Aquí también hay corazón” nos susurran las plantas y los ríos. La naturaleza nos recuerda que todo está dentro de nosotros, así como en los paisajes que contemplamos afuera. Es por esto que también somos llamados, a ir a diferentes partes del mapa del globo y a explorar sus paisajes. Así vamos descubriendo nuestra conexión con el mundo que compartimos y su lenguaje antiguo.

“Aquí también hay corazón” nos susurran las plantas y los ríos. ©Tim Foster

Referencias:

Harrod Buhner, S. (2012). Las enseñanzas secretas de las plantas. Editorial Inner Traditions en Español. Toronto, Canadá. 

Kohn, E. (2021). Cómo piensan los bosques. Editorial Abya-Yala. Buenos Aires, Argentina.

Imagen de Portada: ©Cris Trung