La interseccionalidad del ecofeminismo: sobre animales más-que-humanos

En un momento, décadas después de que apareciera Liberación Animal de Peter Singer (1975), parecía que el no consumir y explotar animales iba a ser un acuerdo social amplio. Pero no ha sido completamente así. Para dar un ejemplo sobre prácticas en pos de la consideración y protección de animales, –entendiendo que esta elección no es sólo por aquella razón– se estima que entre el 1% y el 2% de la población mundial es vegetariana o vegana. Aunque estudios muestran que se mantiene el crecimiento de estos grupos en el mundo, el porcentaje de estos sigue siendo mínimo para lo que un verdadero cambio sistémico requeriría. Estos rodean el 1 o 2% en varios países de latinoamérica y el 4% en Chile. El 5% de la población de un país como Estados Unidos y, cuando más, del 10% al 15% en Alemania, Taiwán o Suiza.

Poco se ha avanzado, además, en la protección de este grupo ecosocial en términos legislativos y tampoco en términos culturales. Frente a esto, y yendo más allá de la alimentación, vale la pena preguntarse qué hacer y cómo plantearse este problema. En términos de organización ecosocial, ¿aún consideramos a los animales seres autómatas, como lo hacía Descartes? O, aunque reconozcamos su capacidad de sentir dolor y placer, hemos hecho los cambios requeridos frente a esta realidad? ¿Cuál es nuestra responsabilidad ética en cuanto a la protección de animales más-que-humanos? ¿Por qué deberíamos no consumirlos ni cosificarlos? Pareciera que aún no existen acuerdos amplios ni prácticas generalizadas en torno a estas preguntas. Aunque no tengo una respuesta, porque no existe algo así como una sola y verdadera, la idea de este texto es dar algunas claves desde el ecofeminismo para plantear y cuestionar algunas de tales interrogantes. 

Existen diversas maneras de acercarse a esta cuestión animal desde la ética y la filosofía política. A mí me interesa exponer qué tiene para decir el ecofeminismo sobre esto. ¿Es el ecofeminismo “animalista”? Bajo el paraguas del ecofeminismo interseccional, voy a dar pinceladas de algunas posiciones de autoras de tal corriente sobre este tema. 

Primavera. ©Michalina Janoszanka, 1926

En primer lugar, el ecofeminismo es una corriente de pensamiento que es inherentemente una posición ética-política. El ecofeminismo puede entenderse como una ética feminista y ambiental, lo que implica algunos puntos tales como: (1) debe ser antisexista, antirracista, anticlasista y antiespecista y oponerse a cualquier ismo que presuponga o impulse una lógica de la dominación; (2) es una ética contextualista, es decir, considera que el discurso y la práctica ética emergen de las voces de personas ubicadas en diferentes circunstancias históricas; (3) no intenta proporcionar un punto de vista “objetivo”, pues asume que en la cultura contemporánea no hay tal punto de vista; (4) supone repensar en qué consiste ser humano y en qué consiste que los humanos participen en tomas de decisión éticas, rechazando el individualismo abstracto o el esencialismo, entendiéndonos en términos de redes o entramados de relaciones históricas concretas; (5) otorga un lugar central a valores que se suelen pasar por alto, desdeñar o representar incorrectamente en la ética tradicional, por ejemplo, los valores del cuidado, el amor, la amistad o la confianza apropiada (Warren, 1990).

“La interseccionalidad es un concepto acuñado por la jurista afro-estadounidense Kimberlé  Crenshaw (1993), quien lo define como la  expresión  de  un  sistema complejo  de estructuras  de  opresión  que  son  múltiples  y  simultáneas, para dar cuenta la simultaneidad de la opresión”.

La interseccionalidad es un concepto acuñado por la jurista afro-estadounidense Kimberlé  Crenshaw (1993), quien lo define como la  expresión  de  un  sistema complejo  de estructuras  de  opresión  que  son  múltiples  y  simultáneas, para dar cuenta la “simultaneidad de la opresión”, el “solapamiento de opresiones” o el “entrelazamiento de opresiones”. Esto es relevante porque, bajo la lógica de dominación capitalista y patriarcal, estas opresiones múltiples a “lo inferior” generan capas y nos da a entender de una mejor manera a quiénes debemos defender. De acuerdo con Crenshaw, los animales se han convertido en los “otros”, es decir, “otras víctimas de violencia” de menor importancia por no tratarse de personas (Abarca, 2017). Calificar con “otredad” a los animales implica, entre otras cosas, que la intervención sobre esta violencia cuente con menos recursos y menos atención con respecto a otros tipos de agresión, ignorando, de esta manera, las implicaciones que la violencia hacia los animales pueda tener en el nivel social. Al igual que el feminismo, el anti-especismo busca erradicar la violencia hacia grupos considerados inferiores. Las autoras González y Rodríguez (2005) realizan la comparación entre ambos movimientos:

“En contraste, la ‘lógica de la dominación’ es el punto de partida de la relación entre el feminismo como movimiento de liberación de las mujeres y el movimiento de liberación de los animales. Las dos formas de opresión (sexismo y especismo) tienen importantes puntos en común relacionados con la dicotomía naturaleza/cultura y el establecimiento de jerarquías a partir de ella” (84 en Abarca 2017, 25).

A continuación, voy a nombrar algunas autoras que han trabajado en base al lente interseccional ecofeminista, en el libro Ecofeminismo: Intersecciones feministas con otros animales y con la Tierra, para a quien le interese adentrarse más en esta temática pueda hacerlo desde su inspiración y sus ideas. 

Carol Adams (1990) en The sexual politics of meat, muestra la intersección entre el género femenino y el consumo menor de carne, ambas características vistas por la sociedad patriarcal como de segunda clase. En este, muestra que las personas con poder han sido históricamente las mayores consumidoras de carne. La aristocracia de Europa era la que podía consumir todo tipo de carne mientras los trabajadores tendían a consumir complejos de carbohidratos que podían costear. Las mujeres, consideradas ciudadanas de segunda clase, también han sido más propensas a consumir vegetales, frutas y granos en mayor medida que carne. El sexismo en comer carne muestra nuevamente distinciones de clase pero, además, evidencia un mito social transversal a las clases, y es que la carne es una comida masculina y comer carne es una actividad de hombres;

“¿Qué hay con la carne que la hace un símbolo de celebración de la dominación masculina? En muchas formas, la inequidad de género está construida en base a una inequidad de especies que el consumo de carne proclama, porque para muchas culturas conseguir carne era performado por hombres. La carne era un recurso de valor económico; aquellos que controlaban este recurso tenían el poder” (57).

Carol Adams muestra la intersección entre el género femenino y el consumo menor de carne, ambas características vistas por la sociedad patriarcal como de segunda clase.

Luego, Claire Kim (2014), expone cómo las formas de dominación (supremacía blanca, heteropatriarcado, supremacía humana, dominio sobre la naturaleza y más) están tan intrincadamente entretejidas y tan dependientes unas de otras para su sustento. En base a la historia de un hombre afroamericano y su lucha por alcanzar el “Sueño Americano”, muestra cómo este se hace a través de varias taxonomías sinérgicas del poder –al igual que pasa con animales no-humanos– no sólo como no blanco, sino como salvaje, naturaleza, otro, cuerpo, objeto, extraño, esclavo y animal; como todo lo subordinado por un marco jerárquico de opresión:

“Al igual que la raza, la especie es un sistema de poder construido sobre la politización de la diferencia física. Al igual que la raza, es un ejercicio clasificatorio con fines políticos. Los significados de las especies han sido un instrumento para arrogarnos como humanos la mente, la razón, la subjetividad, la consideración moral y los derechos, y negarlos a todas las demás formas de vida sensibles” (s/p).

Patrice Jones, pone en la palestra que la liberación animal es sobre los cuerpos –de ellos y nuestros– y tiene que ver con el eros. La supresión del eros es la supresión de nuestro yo animal y, por tanto, es la antítesis del proyecto de liberación animal. Plantea esto en base a tres ideas generales: (1) El eros siempre está encarnado y por lo tanto siempre es actual. Por lo tanto, un ethos de cuidado arraigado en eros exigiría que el cuidado sea realmente implementado, que nuestras ideas interactúen con esa práctica y que tanto la teoría como la praxis se ajusten constantemente para responder a lo que realmente sucede. (2) El eros tiene que ver con el deseo. Los animales quieren cosas distintas y cada deseo diferente está ubicado en un cuerpo. Por lo tanto, un ethos de cuidado arraigado en el eros exigiría un reconocimiento mucho más exhaustivo de los deseos animales y un consiguiente (y continuo) ajuste de objetivos y tácticas. Y, (3) el eros tiene que ver con las relaciones. Por lo tanto, un ethos de cuidado arraigado en el eros exigiría que tales deliberaciones surjan, en la medida de lo posible, de relaciones reales con los animales en cuestión.

El libro Ecofeminismo: Intersecciones feministas con otros animales y con la Tierra, para a quien le interese adentrarse más en esta temática.

Finalmente, ¿Qué une a las tres autoras mencionadas? Cada una, desde un frente diferente, abarca un grupo o idea subordinada por la hegemonía capitalista patriarcal y la intersecciona con la cuestión animal. Las autoras muestran cómo las opresiones están interrelacionadas y, en muchos casos, vienen de un mismo paradigma o sistema de pensamiento. Por ello es importante unir tales luchas, para combatir la individualización y colectivizar las resistencias. Probablemente esto no es una guía de cómo hacer una agenda en torno a la preocupación de animales más-que-humanos, pero espero sirva para reflexionar sobre este y sobre nuestras posiciones ético-políticas. 

Para terminar, quiero recalcar que el ecofeminismo es útil y deseable y que deberíamos intentar incorporar sus planteamientos epistemológica y éticamente. Esto porque surge de las conexiones teorizadas y las experiencias entre la dominación de las mujeres y la dominación de la naturaleza, u otros grupos dominados. Es una invitación al constante cuestionamiento de lo que es ser un humano y cuáles deben ser nuestras formas de relación con el resto de nuestros co-habitantes. Es mucho más lo que se puede profundizar, relacionar y cuestionar, pero dejo la invitación abierta a leer el libro y a estas autoras, para seguir dándole importancia a los seres de esta tierra que han sido subordinados por una mirada moderna, humanista y patriarcal. El ecofeminismo nos orienta a pensar en un mundo más justo, en que la opresión no se legitime por prejuicios y jerarquías de sexo, raza, clase, opción sexual, edad o capacidades, en el que se respete a los animales no humanos como individuos capaces de sentir dolor y placer, de ser emocionales y afectivos. Todo esto pensando siempre que la tierra no es nuestra, sino de las generaciones futuras y del resto de los seres vivos.

Bibliografía

Abarca, G. A. (2017). Interseccionalidad: el aporte de la categoría género para comprender la violencia hacia los animales. Revista Costarricense de Trabajo Social, (32).

Adams, C. J. (2015). The sexual politics of meat: A feminist-vegetarian critical theory. Bloomsbury Publishing USA.

Kim, C. J. (2014). The Wonderful, Horrible Life of Michael Vick. Ecofeminism: Feminist Intersections with Other Animals and the Earth, 175-90.

Warren, KJ (1990). El poder y la promesa del feminismo ecológico. Ética ambiental , 12 (2), 125-146.

Imagen de portada: ©Michalina Janoszanka