Los tres astronautas a bordo del Apolo 8 rodearon la cara oculta de la Luna y, al salir de la oscuridad, se encontraron con una visión que nadie había presenciado antes: la esfera de la Tierra iluminada flotando en la negrura infinita del espacio. Su color era un pálido azul-gris, los océanos se veían inmensos y las nubes lo cubrían casi todo. El hombre había viajado para encontrarse con su propio reflejo desde aquella distancia inconcebible. Lo que hoy es una fotografía muy conocida —hasta un lugar común—, hace más de cincuenta años cambió la imagen que la humanidad tenía de sí misma. ¿Qué otra imagen ha tenido esa fuerza y significado?
«La luna es una especie de existencia vasta, solitaria y prohibida, o expansión de nada…ciertamente no sería un lugar muy acogedor para vivir o trabajar», comentaban los astronautas del Apolo 8 al fotografiar por horas sus miles de cráteres estériles. © NASA
Anders es el autor de Earthrise, o «salida o amanecer de la Tierra», la foto que muestra a la Tierra azul y plena de vida emergiendo en un mar oscuro sobre el horizonte gris y desierto de la Luna. El lanzamiento de Apolo 8 tuvo lugar el 21 de diciembre del 68 y la imagen fue captada por Anders el 24 de diciembre. Una emoción que Anders resumió en pocas palabras: «Fuimos hasta la Luna a explorar la Luna, pero lo que descubrimos fue la Tierra».
En esta nueva celebración del día de la Tierra, quisimos recordar las implicancias que tuvo esta primera imagen de nuestro gran hogar. La fotografía tomada por la misión de Apolo 8 no solo se transformó en unas de las imágenes más vistas y reproducidas en la historia del siglo XXI, sino que también forjó la energía para la creación del movimiento ambiental. Dos años después del Apolo 8, en 1970, se celebraría en Estados Unidos la primera versión del «Día oficial de la Tierra».
La fotografía de Earthrise ayudó a empujar el movimiento ambiental e inspiró el primer Día de la Tierra, celebrado el 22 de abril de 1970. © Creative Commons
En un corto documental estrenado en 2008, a medio siglo de la misión del Apolo 8, se entrevistaron a los tres astronautas partícipes. El documental abre con la siguiente pregunta. ¿Hay algún trauma psicológico cuando ven la Tierra alejarse? Esa pregunta los lleva a reflexionar respecto a las emociones que tuvieron al ver la imagen de la Tierra desde el espacio negro, oscuro, vacío de vida. «Debo confesar que todos nosotros, cuando vimos la Tierra ascendiendo sobre el paisaje lunar, dijimos, «esto es todo».
La radicalidad de esa conciencia de que la Tierra es lo único que tenemos en el inmenso universo, que no hay más lugar para la vida, dio pie a una serie de reflexiones en torno al cuidado que debemos tener con ella, como también a que es lo único que guardamos en común como seres humanos habitantes del planeta Tierra. La imagen, una de las más valiosas para el siglo XX, hizo que por un instante las personas se vieran a sí mismas como ciudadanos de la misma Tierra.
Publicada el 10 de junio de 1969, esta edición especial de Revista Life tuvo en su portada la imagen capturada durante la misión del Apollo 8. © Life Magazine
Al día siguiente de la aparición de la fotografía, el New York Times publica en primera plana un breve ensayo del poeta Archibald McLeash titulado «A Reflection: Riders on Earth Together, Brothers in Eternal Cold», del cual traemos un fragmento a continuación:
La concepción que el hombre tiene de sí mismo y de los demás ha estado siempre en función de su noción de la Tierra. Cuando la Tierra era el Universo —el universo entero en ese entonces— y las estrellas eran luces en el cielo de Dante y el suelo bajo sus pies era el techo del Infierno, los hombres se veían a sí mismos como creaturas en el centro del cosmos, como la única y particular preocupación de Dios —y desde esa posición elevada gobernaron, mataron y conquistaron a su gusto.
«Fuimos hasta la Luna a explorar la Luna, pero lo que descubrimos fue la Tierra».
Y cuando, siglos después, la Tierra ya no era el Universo entero, sino un planeta pequeño y acuoso que giraba en el sistema solar de una estrella menor en el borde de una galaxia insignificante en las distancias inmensurables del espacio —cuando el cielo de Dante ya había desaparecido y no había más Infierno (al menos no el Infierno bajo sus pies)—, los hombres comenzaron a verse a sí mismos no como los actores principales dirigidos por Dios en un noble drama, sino como víctimas indefensas de una farsa sin sentido en donde todos los demás eran víctimas indefensas también, y millones podían ser aniquilados en guerras mundiales o en ciudades bombardeadas o en campos de concentración sin ningún otro motivo o razonamiento que el razonamiento —si es que lo podemos llamar así— de la fuerza.
Hoy, en estas últimas horas, la noción podría haber cambiado de nuevo. Por primera vez en la historia, el hombre ha visto la Tierra no como océanos o continentes a unos cuantos kilómetros en la distancia, sino desde la profundidad del espacio; la ha visto completa y redonda y hermosa y pequeña como ni Dante —esa «primera imaginación de la Cristiandad»— puedo haber soñado que la vería; como los filósofos del absurdo y la desesperación del Siglo Veinte fueron incapaces de adivinar que podía ser vista. Y al verla así, una pregunta cruzó la mente de quienes la observaron. «¿Estará habitada?», se decían y reían —y luego dejaron de reír. Lo que les vino a la mente en el espacio, a ciento sesenta mil kilómetros —«medio camino a la Luna», dijeron—, lo que les vino a la mente fue la vida en ese pequeño y solitario planeta suspendido; esa balsa diminuta en la noche vacía e insondable. «¿Estará habitada?».
La noción medieval de la Tierra puso al hombre en el centro de todo. La noción nuclear de la Tierra lo despojó de un lugar, más allá del dominio de la razón, perdido en el despropósito y la guerra. La noción más reciente podría tener otras consecuencias. Formada en las mentes de los heroicos viajeros, que también son hombres, podría rehacer nuestra imagen de la humanidad. No más esa absurda figura central, no más esa víctima degradada y degradante fuera de los márgenes de la realidad y cegada de sangre; el hombre, al fin, podría llegar a ser él mismo.
Ver la Tierra como es realmente, pequeña y azul y hermosa en ese silencio eterno en el que flota, es vernos a nosotros mismos reunidos como pasajeros de la Tierra, hermanos en esa brillante hermosura en el frío eterno —hermanos que ahora saben que son realmente hermanos.
La estampilla de Estados Unidos que conmemoró la misión del Apolo 8. © Creative Commons
Mira el cortometraje «Earthrise», dirigido por Emmanuel Vaughan-Lee a continuación:
Imagen de portada: La fotografía original de “Earthrise”, capturada por Bill Anders el 24 de diciembre de 1968. © NASA