Son muchas las aristas que integran la exposición “Phyton Morphe”, liderada por la artista Josefina Guilisasti. Desde una selección de artefactos de culturas andinas provenientes del Museo Chileno de Arte Precolombino, a una curaduría que convoca en una galería de arte contemporáneo a artesanas de la localidad de Rari con artistas de Santiago. En cada uno de los objetos expuestos sobre una plataforma color negro, que remite a una cama de siembra, se relevan las inspiraciones e historias de cada una de las mujeres presentes en esta emocionante muestra, quienes presentan con detalle y delicadeza su oficio con materialidades de la tierra para crear, con una mirada renovada, formas orgánicas y vegetales que nos invitan a prensar una nueva forma de vincularnos entre nosotros y con nuestro territorio.
Phyton Morphe es una representación escultórica que imita la estructura de un organismo vegetal. Los pueblos de América precolombina solían ofrendar a la Naturaleza con estas formas, como una manera de agradecer a la madre Tierra y pedir por las futuras cosechas.
Y si bien los objetos presentes en la obra son expresivos en sí mismos, la propuesta central de este trabajo convoca hacia una dirección también conceptual. Repensar las jerarquías y asimetrías con que se ha clasificado el arte y la artesanía en nuestro país, teniendo este último una validación que poco se ha reconocido en relación a la producción artística. En la magnífica obra expuesta en galería Patricia Ready (la cual estará disponible hasta el 18 de mayo) vemos sin distinciones categóricas el trabajo de artesanas cuyo oficio está arraigado por generaciones a la producción de una materialidad propia del territorio, como es el crin de caballo, y la obra de artistas que, inspiradas en formas vegetales de su cotidiano, nos llevan a relacionarnos de una manera conmovedora y reflexiva con nuestro entorno natural, evidenciando a la vez, en ese meticuloso trabajo con la materialidad, el color y la forma, la crisis ecológica que afecta a todas y todos quienes cohabitamos este planeta.
Conversamos con tres de sus expositoras, Josefina Guilisasti, Hilda Díaz y Paula Subercaseaux, para comprender lo que las llevó a imaginar formas alternativas de producción artística, y sobre todo, establecer relaciones fundadas en el respeto y la admiración entre quienes conformaron la totalidad del proceso creativo de esta exhibición.
Endémico: ¿Cómo surge la intención de idear una muestra colectiva que reúna a artistas y a artesanas de comunidades locales?
Josefina: En el año 2020 realicé una muestra en el Centro Cultural Palacio La Moneda llamada Quinchamalium Chilensis, en la cual convoqué a artesanas de Quinchamalí. Cada una de ellas creó una pieza exclusiva para presentar en la muestra, en diálogo con las piezas patrimoniales de Quinchamalí pertenecientes al Museo de Arte Popular Americano (MAPA). La única condición propuesta para sus obras respectivas era integrar en su grafiado –que corresponde a la línea blanca trazada sobre la greda negra– el dibujo de la herbácea nativa que da nombre al pueblo de Quinchamalí y que forma parte de la medicina indígena. Es notable, sin embargo, el hecho de que ellas desconocieran la existencia de esta planta.
En esta oportunidad, cansada del “monólogo” de artista, invité a Paula, a Inés, a Ruth y a Hilda a dialogar desde nuestras diferentes y respectivas materialidades –la tierra, el metal y la fibra–, bajo una misma temática: la naturaleza. En todo momento la idea ha sido relevar el trabajo colectivo y comunitario, y recuperar la voz del/de la artista como articulador/a.
Cuando escogiste los 5 artefactos fitomorfos del Museo Chileno de Arte Precolombino que inspiraron esta muestra, ¿en qué elementos, historias y criterios estéticos te fijaste?
Josefina: En la cultura inca existían diferentes representaciones phyton-vegetal, morphe-forma de tipo votivo para ofrendar a la naturaleza o a los productos que se obtenían de ella. Por lo general estos objetos se utilizaban para dar gracias a la madre tierra por las cosechas recogidas y para ello solían enterrarse en los campos de cultivo. Los escogí durante el proceso creativo. Previo a esto yo ignoraba la existencia de objetos precolombinos con esas características, y me interesó incorporarlos en cuanto referentes patrimoniales. Así, cinco artistas mujeres y cinco objetos precolombinos componen la muestra. Además, considero fundamental contribuir a que nos vinculemos con nuestro patrimonio.
Llama la atención que en la exposición haya una gran infografía que habla de la brecha abismal que existe en Chile respecto de la valoración y distinción entre el arte y la artesanía. Esto se ejemplifica muy bien con los reconocimientos que se hacen a cada una de estas disciplinas. En el caso del Premio Nacional de Arte, este se otorga desde 1944. Por su parte, las artesanías y artesanos de nuestro país, oficio por cierto ancestral, recién comenzaron a ser reconocidos con el Sello de Excelencia en 2008, y como Tesoros Humanos Vivos en 2009. ¿Cómo enfrentaste tú esta contradicción? ¿Y cómo se representa en esta exposición?
Josefina: Esta brecha abismal entre la artesanía y el arte, se abordó para la exposición durante el proceso de obra y en la puesta en escena, donde todas las piezas dialogan transversalmente. Las piezas de crin, entonces, se presentan bajo las mismas condiciones de las otras piezas, sin mediar jerarquías, rompiéndose así la tradicional frontera entre arte contemporáneo y artesanía. Se cuida, además, que esta no pierda su valor patrimonial, que es lo que la define.
Este tema ha sido muy elaborado por el teórico paraguayo Ticio Escobar. Él plantea la pregunta de por qué las prácticas artísticas que coinciden con el modelo occidental han sido señaladas como superiores, en el sentido de que se ha generado una separación de conceptos entre función y forma, entre arte mayor y arte menor, entre arte y artesanía.
Fue bueno constatar que como mujeres ligadas al oficio y a la tierra tenemos mucho en común y nos separa el contexto: en ese sentido, la exposición fue un lugar de encuentro en muchas dimensiones.
Paula: La diferencia entre artesanos y artistas era algo que yo no tenía incorporado como una problemática, por lo tanto este tema para mí fue un aprendizaje. En ese sentido, el trabajo que hizo la antropóloga Stephanie Gonzalez fue de gran ayuda. Conociendo a las artesanas y su trabajo te das cuenta del gran acervo cultural que significa su oficio, lo poco que se valora ese patrimonio y a ellas como portadoras de esta cultura chilena.
La ausencia de un aporte sólido por parte del Estado que otorgue una protección a su oficio las deja en una posición muy precaria, arriesgando que dejen de trabajar en Rari lo que significaría su desaparición y consiguiente detrimento al patrimonio de Chile, además de no permitirles explorar nuevas formas de expresión al estar condicionadas por el mercado, cosa que en esta exposición sí hacen quedando en evidencia el nivel que pueden alcanzar. Existen premios como el Tesoro Humano Vivo, pero aparte del reconocimiento esto no significa una situación de mayor seguridad.
En un afán de horizontalidad en la exposición eliminamos las diferencias entre artistas y artesanas; para esto se pensó un montaje en que las piezas de estuvieran a un mismo nivel, sin jerarquías, compartiendo de manera equivalente el espacio expositivo además de igualar los precios entre las obras de cada una.
¿Qué diálogos y qué desafíos hubo que enfrentar a lo largo proceso creativo y de ejecución de Phyton Morphe?
Paula S: Para mí el desafío mayor de la muestra era que todas las piezas se relacionaran armónicamente y esto no se podía predecir completamente porque cada una trabajaba en su taller por su cuenta y las piezas no se encontraron hasta el montaje final. Entregarme a confiar en el proceso fue lo más bonito y gratificante. Y en ese sentido, la ausencia de control y total confianza de Josefina en el proyecto y en cada una de nosotras fue crucial para trabajar con libertad.
Cómo método de trabajo, enviábamos imágenes de piezas a las artesanas y ellas respondían con obras, la única condición que se impuso fue que utilizaran fibras naturales, sin teñir. Llegaron obras preciosas de impecable factura y del tamaño perfecto, dando cuenta de la comprensión de la forma y de un profundo conocimiento del mundo natural. A Hilda la conocí durante el proceso en Santiago, a Inés y Ruth las conocí el día de la inauguración, luego nos juntamos en mi casa. Fue bueno constatar que como mujeres ligadas al oficio y a la tierra tenemos mucho en común y nos separa el contexto: en ese sentido, la exposición fue un lugar de encuentro en muchas dimensiones.
Josefina: El gran desafío fue armar un diálogo acorde a la distancia, ya que dos de las artistas viven en Rari: Inés Villalobos y Ruth Méndez. En algunas oportunidades nos reunimos con ellas en Rari y en otras ocasiones nos juntamos en Santiago con Hilda, con quien tengo un vínculo que hemos ido desarrollando desde hace más de dos años.
Cada una realizaba sus propias piezas a partir de formas vegetales y acuáticas, y luego compartíamos las imágenes vía WhatsApp, sin especificar mucho las dimensiones. Las artistas artesanas interpretaban las piezas bajo su propio imaginario, que salía de sus tejidos en miniatura, que ha sido lo que las ha identificado, junto con las figuras clásicas de esta manualidad en crin. Fue un trabajo e intercambio lúdico y fluido; un verdadero ejercicio en que ninguna sabía realmente qué resultaría de la conversación material e inmaterial que se dio entre nosotras cinco.
¿Cómo fue el proceso creativo de pasar de las formas tradicionales de la artesanía en crin a estas obras que expuso en la galería?
Hilda: Para mí fue un enorme desafio, Jo me mandaba algunas ideas, algunas propuestas de lo que podría ir haciendo pero luego me decía, “de aquí en adelante tú te vuelas”. Fue bonito, entretenido, de mucho tiempo y paciencia, porque voy tejiendo pelo por pelo. Entonces de repente duelen las manos, duelen los brazos. Pero al ver terminada cada una de las obras que uno va realizando realmente es una gran satisfacción. Es como una explosión de la mente, a abrirse a crear nuevas cosas de lo que es el crin. Es como redescubrirse.
¿Cómo parte su relación con el crin?
Hilda: Trabajo con el crin desde los 6 años, lo aprendí de mi madre, de mis abuelitas, de mis tías, fue como un juego aprender el tejido. Lo tradicional era hacer ramitos de flores, mariposas, canastitas, aros con figuras, pero yo quise irme por otra línea, seguir con el juego. Con el tiempo me dedique a hacer tejidos diferentes. Eso permitió que en 2012 ganara un sello de reconocimiento de la Unesco con un ramo de novias con flores de buganvilia, en 2016 hice un broche de remolinos en crin con plata, y en 2019 hice “El sueño bajo el mar”, un broche gigante de crin con plata tejida. Todo esto se reconoció con el sello de excelencia. Para mí es un trabajo maravillosa donde me siento muy orgullosa con lo que hago con mis manos. Y sigo jugando, imaginando, porque este es un trabajo que se hace con el alma, con los pensamientos, va parte de la vida de uno con el tejido.
¿Cómo fue crecer en Rari? ¿Cuál es la situación actual de la artesanía en crin en esa localidad?
Yo crecí en Rari. Mis papás viven en Panimávida, en las termas. Yo me crié allá y luego de grande me vine a terminar de estudiar en Santiago y me quedé. Ahora tengo un taller con mi hija que es orfebre y se llama Crin Fusión (@crinfusion_2). El crin son mis raíces, mis padres, mi familia, todo. Allá llegan personas que se dedican a recolectar el crin en diferentes ciudades y diferentes lugares. Es difícil obtener el material, sobre todo el crin blanco porque no existe mucho caballo blanco. Y depende de lo que uno teja, hay crin delgadito, más largos, de distinto grosor. El crin natural es blanco, negro o café. Negro hay mucho. Pero como está cortado, es pelo muerto y no sirve para teñir. El blanco es el que se tiñe de colores.
Conociendo a las artesanas y su trabajo te das cuenta del gran acervo cultural que significa su oficio, lo poco que se valora ese patrimonio y a ellas como portadoras de esta cultura chilena.
¿Cómo se fue desmarcando de las formas tradicionales que se usaban en la artesanía en crin de Rari?
Si te fijas, en todo pueblo tú replicas lo que hay alrededor. Replicas lo que ves. Yo empecé a replicar otras cosas, porque salía mucho con mi padre y mi madre, viajábamos mucho, vi estructuras diferentes y quise registrar otras formas o darle otra particularidad. De una mariposa, por ejemplo, que resulte una libélula gigante. Lo mismo vemos hoy en otros pueblos artesanos. En Quinchamalí, en Pomaire, Chimbarongo, se va ampliando la gama de cosas que se pueden hacer y eso es porque se ha abierto más el mundo con el internet. Lo mismo pasa en Rari. Para mí el trabajo con el crin es eso. Imaginar, soñar, desafiarme a hacer cosas nuevas, poner mi alma en lo que hago.
En las obras en gres y porcelana, están muy presentes las formas acuáticas, con mucho movimiento, que remiten a algas, corales, soles de mar y otros seres de las profundidades submarinas. Fue también inevitable conectarlo a los ecosistemas subacuáticos que se están blanqueando debido al alza de las temperaturas de los océanos. ¿Cómo enfrentas el trabajo con la materialidad de la cerámica y la porcelana en estas formas orgánicas, vegetales, vivas pero en transformación, en esta crisis socioambiental que estamos experimentando hoy en día?
Paula: A mí me seduce mucho el movimiento en las formas de la naturaleza, especialmente el que se da en el mar, por eso quise centrarme en esos organismos. Por otro lado, la porcelana blanca y sin esmaltar tiene una apariencia ósea, por lo que estas piezas que hablan del mundo marino, inevitablemente evocan el hecho que mencionas. Para mí es una situación contradictoria; por un lado uso un material muy delicado y fino que estéticamente me produce placer, pero al mismo tiempo esa honestidad del material sin esmaltes ni color nos remite al blanqueamiento de corales, que aunque de aspecto amable esconde una dramática situación.
Los pequeños organismos que habitan los corales y le otorgan el color, abandonan su hábitat por estrés y al hacerlo eliminan un ecosistema, lo que empobrece nuestros océanos en muchas dimensiones. En la investigación preliminar de la obra contacté al biólogo marino Juan Pablo Espinoza quien trabaja en la Fundación San Ignacio de Huinay en la región de los Lagos. Ellos observan los corales de agua fría en la Patagonia chilena que tienen una particularidad, en el resto del mundo se encuentran a profundidades de 2 mil metros y en cambio, en nuestras latitudes, por un fenómeno que desconocemos, se pueden encontrar desde los 10 metros de profundidad. Hasta el momento no existen especies en peligro de extinción, sin embargo se ha observado una drástica disminución en la población de anémonas y corales debido a agentes externos, principalmente los excesivos nutrientes que desechan la industria acuícola y que impactan el equilibrio del agua. Es necesario levantar la voz de alerta y quizás hacerlo desde la mirada del arte puede ser un aporte.
Muchas de las piezas en bronce representan elementos de la flora nativa del territorio, del mundo vegetal de nuestro cotidiano. ¿Qué implicó para ti, Josefina, trabajar con esas materialidades, figuras y objetos presentes en la naturaleza?
Josefina: Mis piezas de bronce se relacionan con el mundo vegetal como calabazas, pimentones, semillas de espinos, flores de magnolio, vainas, piñones, girasoles y otras. La idea fue fundir estas piezas en bronce a partir de la necesidad de detener el tiempo de descomposición. Fue un modo de conectarme con la naturaleza durante el período de pandemia, cuando el tiempo también se detuvo.
La exposición cita la cultura inca con sus ofrendas votivas en su marco conceptual. ¿Qué enseñanzas obtuviste de la sabiduría andina respecto de tu relación como artista y del trabajo con la naturaleza durante este proceso?
Josefina: El hecho de incluir las imágenes de las piezas patrimoniales en la exposición nos ayudó a entender los objetos ubicados en un contexto social, y como cada uno de estos tiene un rol específico, preserva en su materialidad tanto tradición como memoria. Como artista contemporánea me interesa tener una voz que dé cuenta de nuestro contexto; me interesa que nos hagamos cargo de las problemáticas actuales, de volver a pensar y a dialogar comunitariamente.
Arte/Artefacto; Naturaleza/Cultura; Artista/Artesano; Vida/Muerte. En Phyton Morphe, parecen enfrentarse y a la vez conversar estos conceptos entendidos como binarios. ¿Cuál es tu resolución hoy como artista y artesana, en esta interminable conversación?
Josefina: Este sistema no-binario nos permite cruzar fronteras, dialogar de una forma integrada sin separar los conceptos; nos permite entender el mundo desde una perspectiva transversal, sin imponer(se) jerarquías. Como nos invita Richard Sennet en su libro el artesano: necesitamos convertirnos en artesanos del medio ambiente
Paula: Como cultura estamos tan acostumbrados a polarizar, comparar, contrastar como manera de entender el mundo. En Phyton Morphe intentamos hacer lo contrario con los distintos conceptos que mencionas, proponiendo una manera colaborativa para comprender nuestro entorno. Se hizo un esfuerzo para alcanzar distintos aspectos del universo objetual en un genuino deseo de vincularse a distintas problemáticas de nuestra cultura, como lo son la historia, artesanía, desafíos climáticos, soberanía alimentaria y patrimonio, logrando un diálogo rico entre todos estos aspectos.
Como artista y como ser humano, el soliloquio es algo que aburre. La conversación, como dices tú, debe estar abierta entre arte y artefacto, naturaleza y cultura, artista y artesano, vida y muerte, evitando el pensamiento binario y buscando entender de manera más integrada lo que nos rodea. Personalmente todo esto plantea un desafío importante por delante, me resulta muy difícil volver a trabajar dejando fuera todas estas instancias de vínculo que además enriquecen mucho el resultado final de un trabajo artístico. Por último como país, incluso como planeta, pienso que es absolutamente indispensable instalar un pensamiento/cultura que se nutra e integre al otro para instalar una convivencia más armoniosa y menos violenta.