Con fotografías y videos, antes de entrar a la exposición principal, hay un texto de Céline Fercovic, que nos plantea: “Le proponemos recorrer sin prisa. Practicar la paciencia, la contemplación y el «estar». Así podrá tener un tiempo de calidad con gratas sensaciones, tal como los habitantes de nuestro pasado reciente disfrutaron tardes en compañía de ríos, lagos y montañas sentados sobre el pasto, por muy extraño que esto suene hoy, mirando los detalles de sus paisajes”. Como si todo esto fuera ya parte de un pasado irrecuperable. Mi cuerpo se llenó de angustia al leerlo, pensando que para muchos ya no cabe ni en pensamientos la idea de contemplar un río. Una segunda vuelta al respecto, me llevó a concluir que es necesario que el arte nos impacte, sensibilice y movilice, y por esto creo que es un gran ejercicio el que la artista nos propone.
En este espacio se respira algo que imita al petricor, se siente la humedad y la temperatura. Al entrar en la galería, inmediatamente se siente también el olor de las plantas. El barro en los zapatos, los colores y el ambiente completo remiten a algo desconocido. Es como un portal tanto de un pasado como de un futuro. ¿Cuándo fue la última vez que estuvimos en un lugar así? Hoy en día, al menos en Santiago, pareciera ser un privilegio poder habitar este tipo de espacios, más allá de lo artificial. Pero no sólo eso, también hay luces neón, cabello falso de colores, piedras en formas de asiento. Existe un contraste entre el artificio y lo vivo que también genera un desequilibrio. Abre puertas y dudas. ¿Es posible pensar en estos espacios más que como una instalación artística? ¿Es una nueva forma de vivenciar la “naturaleza”? Creo que más allá de todos estos factores lo más impactante de esta experiencia fue el contraste con lo que sucedía en la calle. Es paradójico y al mismo tiempo muy evidente, que en pleno centro de Santiago, el estar dentro fuese como estar fuera y viceversa. Es hasta distópico imaginar un mundo en que sólo podamos apreciar o experienciar la naturaleza salvaje, de manera ficticia, en cubículos a los que hay que entrar, y no al revés.
También es una experiencia que permite cuestionar esta incansable dicotomía naturaleza/humanidad o naturaleza/cultura. ¿Cómo fue que nos encapsulamos tanto como especie, que ahora es posible que necesitemos crear espacios de “naturaleza”? No tiene que ver necesariamente con concebirnos como algo diferente, más bien tiene que ver con la manera en que nos hemos antepuesto a lo “otro”, al mundo más-que-humano. Todo esto puede remitir al mítico modernismo occidental que sentó las bases y expandió un marco de pensamiento de dualismo de valores: pares disyuntivos que se ven como opuestos (en lugar de complementarios), excluyentes (en vez de incluyentes), brindándole estatus o prestigio a uno más que a otro.
“Es hasta distópico imaginar un mundo en que sólo podamos apreciar o experienciar la naturaleza salvaje, de manera ficticia, en cubículos a los que hay que entrar, y no al revés”.
Por esto el ecofeminismo es efectivamente un lente con el que mirar esta problemática: un enfoque ecofeminista supone el cambio de actitud de una percepción arrogante –aquella que defiende la igualdad, de tal manera que extiende la comunidad moral sólo a aquellos seres que considera semejantes, en una jerarquía de seres– a una percepción amorosa del mundo más-que-humano –aquella que defiende la diferencia, de tal manera de percibir que lo otro como otro es una expresión de amor, por una entidad que es reconocida desde el inicio como independiente– (Warren, 1990). Todavía pueden existir posibilidades, si concebimos estos marcos alternativos, de pensar mundos en que sí existan experiencias no artificiales de estos encuentros, y más aún, de la formación de ecosociedades que no reproduzcan los dañinos marcos opresivos de pensamiento.
Cómo describir a alguien que no conoce la lluvia, la dicha de pisar el barro, desde esta lectura, invita a pensar sobre todo a que pongamos en la mente y el cuerpo lo qué subyace tras esta necesidad de la artista. Reflexionar sobre el presente es un punto de crítica pero también de oportunidad, para que pensar sobre el futuro no sea catastrófico, sino que abra diversos caminos. Para que la dicha de pisar el barro, siga siendo una posibilidad.
La exposición se puede visitar del 12 de abril al 14 de junio de 2024 en Galería Gabriela Mistral.
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Referencias:
Warren, K. J. (1998). El poder y la promesa de un feminismo ecológico. In Ecologia y feminismo (pp. 117-146). Comares.
Imagen de Portada: ©Paulina Mellado