Hoy en día todavía quedan muchos árboles del bosque esclerófilo en los cerros, pero como en la mayoría de los especímenes de Chile Central, se trata de individuos jóvenes con claras cicatrices de haber sido talados, prueba de ello es el crecimiento multifustal (muchos troncos) que muestran. Este es el resultado de la fuerte explotación para hacer carbón, o para despejar y plantar trigo. Sin embargo, oculto tras una reja en la zona de La Línea, al lado de unas oficinas de una empresa agroalimentaria, existe un espino que pre-existió todos estos cambios antrópicos, y que es mucho más viejo que hasta el mismísimo conde de Alhué.
La primera vez que apareció este espino en nuestras vidas fue en 2016, en invierno. Nos avisaron de un espino que tendría más de 300 años. En ese momento no había reja que impidiera observarlo de cerca. Al acercarnos, quedamos enormemente impresionados por su tamaño. El árbol con pronunciadas arrugas e inclinado levemente hacia un lado, contaba con enormes ramas, formando una cúpula de aproximadamente 30 metros de diámetro, tanto así que parecía como si se apoyara en sus propias ramas por el cansancio propio de su edad. Lo cierto es que no era así, sino que se erigía por su propio tronco, que es lo más imponente: aproximadamente 2,5 metros de diámetro, requiriendo de cuatro personas o más para abrazarlo. Sin hojas, algo normal de un espino en invierno, nos hacía dudar de su estado de salud. Nos parecía algo frágil, en parte por su posición solitaria con uno que otro arbusto a su lado, una oficina y una gran extensión de monocultivos de nogales.
«Es quizás el espino más grande de Chile; es, como lo quisimos bautizar, la madre espino».
Recientemente volvimos a visitarlo en enero de 2023. Ahora cercado al interior de la agrícola, no dudamos en entrar, aprovechando que la reja del recinto se encontraba abierta. Nos llamó la atención encontrarlo con un bello follaje verde, vivo, vital. Era una necesidad admirarlo por ser un símbolo de resistencia a las transformaciones y, como tal, lo más respetuoso era rendirle honores. Nos adentramos al interior de su copa o cúpula y su imponencia se expresó sin contención. Es un árbol enorme en presencia y tamaño, lo que obliga no solo a abrazarlo, sino que también a alabarlo. Su vitalidad se expresa en su capacidad de producir vainas o también llamadas “quirincho” o “quirinca”. En sus ramas colgaban decenas de ellas y otras tantas se encontraban en el suelo alrededor. Es quizás el espino más grande de Chile; es, como lo quisimos bautizar, la madre espino. Aunque los espinos se caracterizan por ser árboles nodrizas, este ejemplar no alberga a ningún otro árbol esclerófilo debajo de su copa, quizás por su imponencia, que impidió que otros árboles crecieran a su alero o quizás porque sus compañeros fueron eliminados por las transformaciones antrópicas.
No sabemos por qué nunca fue cortado este ejemplar, cuando al parecer todos los otros espinos de la zona fueron talados. Tal vez se debía a su posición, cerca de una casa, especulamos. No sabemos precisamente si tiene 300 años, pero seguramente para llegar a ese tamaño de tronco, debe tener varios cientos. En los cerros de Alhué, al observar litres y boldos, se puede notar que frecuentemente están creciendo en círculos. Las posiciones de los fustes jóvenes tienden a trazar una huella de lo que podría haber sido el tronco original. Esto es porque, cuando uno corta espinos, litres, boldos y otros árboles que pueden crecer desde la raíz, brotan desde el exterior del tronco original. Como muchas de estas huellas de árboles desaparecidos son en realidad ovaladas, podemos imaginar que brotaban desde uno o un par de troncos, uno al lado del otro—es decir, un árbol que ya fue cortado y que había brotado desde la raíz ya anteriormente. Estas huellas tienen en general 2 o 2,5 metros de diámetro. La pregunta que queda entonces es ¿de qué extensión habrán sido esos árboles en bosques esclerófilos vastos y grandiosos?, ¿habrán sido todos de las dimensiones de la Madre Espino?
Se supone que un bosque esclerófilo basto y grandioso es el que conformaba el paisaje cuando llegaron los Españoles, y la primera condesa de Alhué, Inés de Suárez, más o menos hace unos 500 años. No sabemos si los Mapuche o Pikunche que vivían en la zona de Alhué, o los Inca que también llegaron a la zona para buscar oro, cortaron árboles a gran escala o producían carbón en grandes cantidades. Al parecer no. Posiblemente cortaron árboles de vez en cuando, o quizás talaron árboles para leña o madera en vez de cortarlos, lo que no cambia el tamaño del tronco. Es increíble pensar que la Madre Espino habría nacido 200 años después del evento histórico transformador que fue la conquista, y habría vivido todos los cambios sociales, de hábitats y de clima que posteriormente sucedieron. Nos da una imagen de cómo fueron aquellos bosques, ya que muchas imágenes no tenemos, solo alguno que otro relato colonial de la zona.
Al mismo tiempo, no debemos olvidar que los árboles multifustales formando trazados ovalados son también muy viejos. No sabemos cuántas veces han sido cortados, pero asumiendo que tienen 50 años y que se cortó cada 50 años, tal vez fueron cortados por primera vez en la década de 1850 para despejar y plantar trigo (fue más o menos cuando se exportó mucho trigo a California para alimentar a los buscadores de oro). Y cuando se les cortaron por primera vez, tenían troncos ya de unos 2 metros de diámetro, por la huella que dejan los nuevos fustes. Eso sugiere que tenían ya unos 200 o 300 años, o sea que nacieron alrededor de 1550-1650. Lo relevante es no olvidar que estos son los mismos árboles, las mismas raíces, los mismos cuerpos, la misma genética que nació entonces. A pesar de verse jóvenes y pequeños, y de tener, en el aire, 30-50 años nada más, desde el suelo hacia abajo nunca murieron. Los árboles talados o cortados que son capaces de crecer de nuevo, como espinos, litres, boldos y otros, son conocidos por ponerse así casi-inmortales.
«La Madre Espino y sus demás compañeros que son a la vez jóvenes individuos e inmortales nos enseñan que los árboles son increíblemente resilientes y plásticos».
La Madre Espino y sus demás compañeros que son a la vez jóvenes individuos e inmortales nos enseñan que los árboles son increíblemente resilientes y plásticos. Han crecido, producido hojas y vainas, recrecido a veces varias veces todos sus fustes, han sobrevivido a la desaparición y el reemplazo de muchos de sus dispersores de semillas como el guanaco, reemplazado hoy por el ganado y por la disminución de otros como zorros y pájaros. Siguen reproduciéndose, albergándose y actuando como nodrizas entre ellos, protegiéndose de las sequías y el calor. Poseen una sabiduría que ni siquiera sabemos calcular, por la cantidad de cicatrices, golpes, daño que poseen en sus cuerpos y aun así, siguen volviendo a crecer. No debemos tratar mal a nuestros árboles por aquello que nos demuestra la madre espino y todo el resto de litres, boldos y otros árboles que siguen resistiendo a los cambios: son sabios y ancianos, tal vez inmortales. Nos pueden contar la historia, pero también nos pueden dar esperanza para el futuro. ¿Cuántos años faltan para que los nuevos árboles recién nacidos alcanzan el tamaño de la Madre Espino? Y si lo logran, ¿cómo será el mundo alrededor de ellos?