Inteligencia ecológica: una habilidad en vías de desarrollo

La palabra inteligencia viene del latín "interllegere", término compuesto de inter (entre) y legere (leer, escoger); sentando en sus bases la idea de una habilidad para escoger la mejor opción posible. En uno de sus discursos, la famosa primatóloga Jane Goodall reflexiona acerca de la inteligencia humana de la siguiente manera: “hemos desarrollado tanto nuestro intelecto que logramos crear cohetes capaces de llegar hasta Marte y soltar un robot que se dedica a sacar fotos. Hemos visto las fotos, no dan muchas ganas de vivir allí ¿No es raro que la criatura más inteligente que haya caminado sobre la faz de la tierra esté destruyendo su único hogar?”.
Daniel Goleman propone la denominada inteligencia ecológica, defieniéndola como la capacidad de vivir causando el menor impacto ecológico posible. © Kazuend

Durante mucho tiempo, se asoció la inteligencia solamente a la capacidad de comprender y resolver problemas asociadas al raciocinio y a la lógica. A partir de 1983, el psicólogo Howard Gardner amplía el panorama proponiendo las inteligencias múltiples, ocho inteligencias que pueden trabajar tanto en conjunto o de manera semi-autónoma. Tal como inteligencia visual-espacial, la inteligencia musical, la inteligencia corporal-kinestésica, entre otras. Basándose en la teoría de Gardener, Daniel Goleman propone la denominada inteligencia ecológica en 2009, defieniéndola como la capacidad de vivir causando el menor impacto ecológico posible.

Vivir en armonía con nuestro entorno no es un concepto nuevo, está presente en todas las cosmovisiones indígenas. Sin embargo, el hecho de que recién hace poco más de 10 años apareciera en el horizonte occidental es indicativo de lo lejos que hemos estado de comprender el vínculo fundamental que nos une a la naturaleza que nos sustenta. El concepto de inteligencia involucra algo que es innato, y simultáneamente, aquello que se desarrolla desde la potencialidad que la precede. Reconocer la existencia de una inteligencia ecológica permite asumir un compromiso con la naturaleza, ya que a través de esta idea comprendemos que existe una necesidad de vincularnos con nuestro entorno, y que debemos desarrollarla.

“Vivir en armonía con nuestro entorno no es un concepto nuevo, está presente en todas las cosmovisiones indígenas. Sin embargo, el hecho de que recién hace poco más de 10 años apareciera en el horizonte occidental es indicativo de lo lejos que hemos estado de comprender el vínculo fundamental que nos une a la naturaleza que nos sustenta”.

Desde un punto de vista darwiniano, Goleman sostiene que el desarrollo de inteligencia ecológica seguiría las pautas de la selección natural: “en un ambiente en crisis, el mejor adaptado es aquel que logra vivir causando el menor desequilibrio posible”. En este sentido, afirma que desarrollar esta inteligencia sería una consecuencia lógica y natural para el ser humano. Claro está que esto no es lo que se percibe hoy, los poderes políticos y económicos siguen explotando “recursos” en desmedro del bienestar ambiental. Sin embargo, de manera optimista Goleman afirma que esto se debe al poco tiempo que ha transcurrido desde la revolución industrial –comparativamente a la historia de la humanidad–. De cierta manera, nos encontraríamos aún en un periodo de transición y ,por tanto, el desarrollo de nuestra inteligencia ecológica aún no se completa.

La inteligencia ecológica sería según Goleman una consecuencia lógica y natural para el humano. Sin embargo, no es lo que se percibe hoy. © Naja Bertolt

Pensando en el alcance de nuestras acciones al interactuar con este mundo, ¿cómo podemos desarrollarnos para acelerar este importantísimo cambio? Poniendo un ejemplo a nivel de mercado, cada vez que realizamos una compra se gatilla una extensa cadena de acciones que se proyectan tanto hacia el futuro como hacia el pasado. Según las cuales nos podemos preguntar: ¿cómo y de dónde se obtuvo la materia prima?, ¿quiénes la obtuvieron?, ¿cuáles fueron las condiciones en las que trabajaron estas personas y animales?, ¿cómo afectó su entorno?, ¿cómo llegó a nosotros?, ¿cuánto tiempo estará este objeto en mi poder?, ¿cuáles son las piezas que lo componen?, ¿qué sucederá con cada una de estas piezas una vez que las deje de usar? Puede resultar agobiante, sin embargo, también podemos reflexionar acerca de todos los problemas que globalmente nos aquejan, desde la sobreexplotación de la Tierra y las personas, hasta la existencia abrumadora de residuos.

En su libro Inteligencia ecológica, Goleman hace especial hincapié en utilizar el mercado como un lugar de transformación. Sostiene que al comprar los consumidores estamos votando y validando prácticas, por lo que cuando se vota es necesario estar muy bien informado. He aquí la importancia de lo que denomina “transparencia radical”, que implica que cada producto identifique todos sus impactos sustanciales (desde su fabricación hasta su desintegración), en detalle y en un lenguaje y presentación fácil de entender para el consumidor. De esta manera, queda a la vista el precio oculto que muchas veces subyace a aquello “bueno, bonito y barato”; y la moral social y ecológica jugaría un rol más predominante en las dinámicas de consumo. Como consecuencia, las empresas que realicen buenas prácticas deberían verse recompensadas, volviéndose líderes en un mercado que necesita de un cambio estructural y radical, mientras que aquellas empresas que no cumplan con estos requisitos deberían estar destinadas a desaparecer.

Goleman hace especial hincapié en utilizar el mercado como un lugar de transformación. Al comprar los consumidores votan y validan prácticas. © Jason Blackeye

Más allá del mercado, y desde una mirada epistemológica, Morris Berman propone en su libro El reencantamiento del mundo, que antes de la revolución científica —que fue la que llevó a la revolución industrial— existía una identificación psicológica con el entorno; un sentimiento de pertenencia y reciprocidad a la que llama “conciencia participativa”, donde el destino del mundo y el nuestro eran uno solo. Y pese a que nuestra vida nunca ha dejado de depender de la salud del planeta, aquella manera que teníamos de entender el mundo cambió abruptamente, dando paso a lo que Berman llama “el desencantamiento”. Esto ha tenido como consecuencia que hayamos permitido que el planeta entre en crisis, además de una pérdida de sentido a nivel personal. Por lo tanto, es beneficioso entender la inteligencia ecológica, no solo como las estrategias que utilizamos para operar en nuestra vida de manera más sustentable, sino como un cambio a nivel del sentir, desde donde realmente comprendamos que velar por el bienestar del planeta es velar por nuestro propio bienestar.

Debemos entender la inteligencia ecológica como un cambio a nivel del sentir, desde donde realmente comprendamos que velar por el bienestar del planeta es velar por nuestro propio bienestar. © Mert Guller

Imagen de portada: © Dmitry Dreyer