La importancia de los hongos y su interrelación micelar en el subsuelo es hoy cada vez más reconocida, pero no siempre fue así. Como plantea Lisa Curran, si los bosques existen, es únicamente gracias a los hongos ectomicorrícicos. Además, es mucho lo que esta forma más-que-humana puede entregarnos para ampliar nuestros horizontes, más aún en un planeta sobregirado ecológicamente y en una tremenda emergencia ecosocial. Así es como el libro La Seta del fin del mundo: Sobre la posibilidad de vida en las ruinas capitalistas, de la antropóloga Anna Lowenhaupt Sing (2021) no sólo funciona como un increíble registro de la forma de vida, la recolección, el intercambio y la resiliencia del hongo matsutake, sino como una analogía, si se quiere, de las posibilidades de vida en un mundo en crisis. El cómo accionar en un planeta en “ruinas capitalistas”, en una interrelación biocultural inescapable entre todas las formas de vida y las creaciones humanas que componen nuestro mundo, es una interrogante crucial en la que este libro nos puede orientar o al menos dar luces.
“La capacidad de forjar mundos no se limita a los humanos” (44) Es una de las primeras transgresiones que nos propone Tsing en este libro. La autora plantea, como base de su investigación y como llamado de atención, que debemos reorientar nuestra atención, intentando salir de la sombra del antropocéntrico-Antropoceno, para poder ver los numerosos proyectos de creación de mundos humanos y más-que-humanos. La moderna presunción humana no es el único plan para forjar mundos; existen ontologías alternativas, hay medios de subsistencia –que no forman parte del progreso– que también forjan mundos, y nos enseñan a mirar a nuestro alrededor y no sólo hacia adelante como la forma teleológica de la Modernidad.
“La moderna presunción humana no es el único plan para forjar mundos; existen ontologías alternativas, hay medios de subsistencia –que no forman parte del progreso– que también forjan mundos”.
El hongo matsutake, nos cuenta la autora, aparece en el siglo VIII en la poesía japonesa, asociando su olor y sabor a la nostalgia de los paseos otoñales por los bosques de pinos con suelos infértiles explotados para la construcción de templos y para calentar las casas de los campesinos. Satoyama, nombre que se le da a este tipo de paisaje perturbado por la actividad humana, fue por mucho tiempo un buen productor de estas setas, en el que co-habitaban humanos y bosque. Además, el matsutake fue la primera forma de vida que surgió de los escombros de la catástrofe de Hiroshima. Aunque, actualmente, satoyama ha casi desaparecido, a su vez, ha aparecido en lugares que parecen improbables por su lejanía geográfica, ecológica y biocultural: los bosques de Oregon, masacrados por la industria maderera estadounidense o en el norte de Finlandia, donde la gestión de bosques se produce en suelos muy agotados.
El micelio de este particular hongo sólo puede surgir de la interacción con las raíces de ciertos árboles, como pinos y robles. El hongo obtiene sus carbohidratos de su relación mutualista con las raíces de sus árboles anfitriones, a los que, por otra parte, alimenta. El matsutake posibilita que los árboles anfitriones vivan en suelos pobres, carentes de humus fértil, mientras que a su vez se nutre de dichos árboles. Los matsutakes se convierten, por lo tanto, en holobiontes de un mundo construido por ellos y árboles de bosques específicamente devastados por la explotación del ser humano. Ese “mutualismo transformador impide a los seres humanos cultivar matsutake […] El matsutake resiste las condiciones de plantación, dado que estas requerirían la diversidad multiespecífica dinámica propia del bosque, incluída su relación contaminante” (67).
Entonces, ¿qué concluye la autora sobre el estudio de estas interacciones en torno a los hongos matsutake? Tanto los bosques de Oregon como los de Japón central, se hayan unidos en su dependencia compartida de la producción de la ruina de los bosques industriales. Es decir, hay formas de forjar mundos que dependen de las mismas ruinas de este mundo. Sin embargo, no es una visión meramente positiva la que nos entrega Tsing, sino que está constantemente transgrediendo los límites que nos hemos impuesto al pensar estas cuestiones.
Finalmente, de acuerdo a los retos de vivir en estas ruinas, llevado al general de nuestra existencia contemporánea, quiero quedarme con tres puntos en los cuales la autora nos invita a pensar-accionar. El primer lugar, la importancia de la ciencia feminista. Tsing plantea que la erudición académica puede trascender límites que separan naturaleza/cultura no solo mediante la crítica, sino también a través de un conocimiento capaz de forjar nuevos mundos, como lo es la narrativa multiespecífica (multi especies) a la que ella apunta. Hay que pensar como hongos, es decir, a recomponer el mundo junto con los no humanos, considerando de cerca aquellas narrativas y visiones en las que lo humano y lo más-que-humano se entrelazan. Tomar en serio el arte de observar, el arte de describir, en comparación con los enfoques muy cientificistas y cuantitativos a los que se orienta el conocimiento hegemónicamente.
En segundo lugar, el concepto de indeterminación que toma del micólogo Alan Ryanair es también muy interesante. La indeterminación del crecimiento de los hongos constituye uno de sus aspectos más emocionantes. Los hongos siguen creciendo y cambiando de forma durante toda su vida, de hecho, cambian de forma en relación con sus encuentros y entornos. Para Ryanair, algunos aspectos de nuestra vida resultan más comparables a la indeterminación propia de los hongos. “¿Y si nuestra indeterminada forma de vida no fuera la forma de nuestros cuerpos, sino la de nuestros movimientos a lo largo del tiempo? Tal indeterminación expande nuestra concepción de la vida humana, mostrándonos cómo el encuentro nos transforma” (75). Es necesario dejar afectarnos y entendernos como seres que nos afectamos mutuamente y constantemente.
Y, por último, para enfrentar las posibles ruinas que sigan apareciendo, también es útil acercarse a planteamientos como el de Jk Gibson-Graham que la autora también lleva a colación, con su política post capitalista; este término apunta a la creación de espacios pericapitalistas, fuera de la lógica y los espacios destinados a nuestra relación social y capital, que son plataformas improbables para lograr una defensa y una recuperación seguras, tal como los bosques en los que crece el matsutake. Nos corresponde utilizar todos estos conceptos-herramientas para pensar y actuar en nuestro mundo.
Este libro es un trabajo de campo, investigación y redacción increíble que realizó Anna Tsing de 2006 a 2011. Más allá de su contenido, es una obra singular que además funciona en sí misma como un dispositivo multiespecífico. Es como un micelio, en conexión por interludios y capítulos interconectados, pero que no siguen un orden determinado ni progresivo, no busca causas y efectos, ni leyes o verdades; escapa de la investigación tradicional y nos adentra en maneras alternativas de conocimiento. Es una lectura esencial porque nos invita a ampliar nuestra sensibilidad para apreciar, conectar y comprender desde otras formas de forjar mundos.
Referencias:
Tsing, A. L., & Mena, F. J. R. (2021). La seta del fin del mundo: Sobre la posibilidad de vida en las ruinas capitalistas. Capitán Swing Libros.
Imagen de portada: Hongos Matsutake, ©Kingdom California