Hace 100 años, el océano no tenía interferencias, sin embargo, desde entonces la intensidad del sonido en sus aguas se ha duplicado cada 10 años al punto de estar dañando severamente la salud de los animales marinos, para quienes el sentido de la audición es por lejos el más importante.
Explosivos, experimentos oceanográficos, tráfico marino, investigaciones geofísicas, construcciones submarinas, uso de sonares activos, turismo, exploraciones de gas, extracción de petróleo, instalación de muelles, puentes y aerogeneradores, son sólo algunas de las actividades que producen sonidos de baja, media y alta frecuencia, que afectan a todo ser vivo que habita en los océanos. Pero eso no es todo, las minas, torpedos y bombas, son algunos de los ejercicios navales considerados las fuentes más potentes de ruido antropogénico en el mar.
Y aquí me quiero detener y comentar que el oceanógrafo John Hildebrand, en el año 2004, le cuenta al mundo algo que no todos quisiéramos leer. Durante décadas, explosiones submarinas de forma rutinaria, usadas para realizar pruebas de choque o resistencia de buques (“shock-test”) han usado cerca de 4,600 kg (cuatro toneladas y media) de explosivos . Luego de leer algo así, supongo que surgen algunas preguntas, que me gustaría abordar gracias a una investigación que hizo el científico P. G. Landsberg en el año 2000.
Sabemos que las explosiones submarinas son más dañinas que las explosiones en aire, pero ¿por qué? La explosión es básicamente una reacción química muy rápida que genera calor, gases y un ruido muy difícil de aguantar bajo el agua. Cada burbuja en el agua sale proyectada con una presión de hasta 50.000 atm y una temperatura de 3000º C. Luego, millones de burbujas se expanden y desplazan agua, lo que genera una enorme onda de choque, alcanzando una altísima presión bajo el agua en sólo milisegundos. Esta onda de choque es la que causa la mayor parte de los daños a los órganos de los animales marinos.
Esto es preocupante, porque esas no son las únicas explosiones que sitúan al océano como protagonista. Las explosiones para romper sustratos duros se están convirtiendo en un acto cotidiano, ya que es una alternativa más rápida y barata que el uso de maquinaria pesada. El ruido de perforaciones y extracciones tienen una alta permanencia en el agua, que con el tiempo provoca que las especies marinas abandonen de manera permanente esas zonas.
Otra fuente de contaminación acústica en el océano son los sonares. Con el fin de detectar submarinos a grandes distancias, los sistemas militares de sonar transmiten algunos de los sonidos más potentes que se hayan registrado bajo el agua. Tan poderosos son los ruidos de los sonares tácticos de frecuencia baja y media, que grupos enteros de ballenas y delfines han varado de forma masiva. Se piensa que es para escapar del ataque auditivo. Durante la Guerra Fría, los sistemas de sonar eran menos peligrosos, porque se operaban en aguas muy profundas. Sin embargo, hoy el panorama ha empeorado. Los sonares son probados en aguas más superficiales y más cercanas a las costas, los mismos ambientes que son el hogar de muchas ballenas en peligro de extinción y miles de otras especies marinas.
Las industrias petrolera y de gas no son menos importantes a la hora de contribuir a un océano con interferencias cada día mayores. Todo comienza con la fase de adquisición sísmica. Aquí se logra localizar y estimar el tamaño de las áreas de hidrocarburos. Para esto, se emiten potentes pulsos acústicos (todo el tiempo, cada 10 a 60 segundos de intervalo) que permiten mapear los cambios en las densidades del suelo. Estos son algunos de los más ruidosos sonidos creados por nuestra especie en los océanos y se ha logrado determinar que estos procedimientos emiten frecuencias bajas, medias y altas, por lo que ningún animal está libre de padecer daños directos e indirectos. Por ejemplo, los misticetos –ballenas con barba-, cuyas vocalizaciones se encuentran principalmente en un rango de frecuencias bajas, serían los principales afectados por extracción de hidrocarburos, teniendo en consideración que la distancia a la cual se comunican estos organismos supera los 3.000 km. A través de instalaciones de tuberías, construcción de plataformas, perforaciones en sustratos y remoción de maquinarias, el ruido generado de manera permanente es especialmente grave en el Golfo de México, la costa de California, el Golfo Pérsico, el Mar del Norte y la costa de Brasil, sin embargo, las ondas de sonido en mar abierto logran avanzar distancias enormes.
El tráfico que las distintas embarcaciones (principalmente de tipo comercial) tienen en todas las aguas del mundo, es sin duda una fuente constante de ruido antrópico en el mar. Gracias a investigaciones de Rex Andrew y su equipo en el año 2002, se estima que, debido a esto, se ha incrementado en al menos 15 dB el nivel de ruido ambiental de bajas frecuencias en los océanos. El número de buques petroleros, mercantes y buques de carga, rompehielos, cruceros y otras embarcaciones menores que navegan en los océanos del mundo, fue en el año 2003 aproximadamente el doble que en 1965, aumentando también la potencia en cada máquina, teniendo actualmente aspas muchísimo más grandes y aumentando la distancia de propagación del ruido a través del agua.
La preocupación sobre el impacto de la contaminación acústica provocada por el tráfico marítimo se ha centrado tradicionalmente en los misticetos, una vez más, por usar sonidos graves, de bajas frecuencias, que se superponen con la banda principal de emisión del ruido de los barcos. Es importante recordar que dentro de los mamíferos buceadores, los cetáceos son los que han desarrollado el sistema acústico más especializado a la vida acuática. Sin embargo, otras embarcaciones generan emisiones de frecuencias medias, que coinciden y tienen el potencial de interferir con muchísimas otras especies marinas.
Otras fuentes de contaminación acústica son los dispositivos de hostigamiento, acoso acústico o «espanta-cetáceos». Éstos están diseñados para causar malestar o dolor en los animales y proteger la pesca industrial o instalaciones de acuicultura, de la depredación por parte de mamíferos marinos, principalmente focas, lobos marinos y delfínidos. Algunos de estos dispositivos emiten inicialmente tonos de baja intensidad, que van ascendiendo a lo largo de un minuto, mientras que otros modelos emiten siempre a gran intensidad.
Todas estas fuentes de contaminación generan impactos que afectan a especies en todas las posiciones dentro de las tramas tróficas marinas. Desde mamíferos, peces (adultos y larvas), invertebrados y reptiles marinos. Siendo muchas especies de interés comercial.
La importancia de la audición en el océano
Bajo el agua, la visión no es el sentido más importante. La audición lo es. Lo primero que aprenden muchos de los seres que habitan en el océano es a recibir información acústica, para su alimentación, migraciones, cortejo, comunicación y lazos sociales. Por lo que la introducción de ruido antrópico, afecta de manera irremediable las diversas funciones biológicas esenciales y dificulta que estos animales reciban la información correcta.
Entonces, ¿cuáles son las consecuencias directas de la contaminación acústica en la fauna marina? El ruido submarino provoca heridas serias, hemorragias multi-orgánicas y cerebrales que llevan a la muerte y además a varamientos masivos. Otra de las consecuencias es la pérdida temporal o permanente del oído, generando desorientación, cambio de hábitat y cambios en la conducta de alimentación, reproducción, crianza, comunicación y navegación. Además, Cox junto a su equipo de trabajo en el año 2006, constataron el daño a tejidos vitales causados por un embolismo gaseoso, lo que aumenta dramáticamente el estrés con consecuencias de inmunodepresión y pone en riesgo a comunidades marinas completas.
Por otra parte, se han registrado mamíferos marinos buceando a mayor profundidad de lo normal intentando escapar de los ruidos, lo que aumenta su probabilidad de muerte, sobre todo en los más jóvenes.
Sin embargo, no sólo los mamíferos buceadores son afectados, los ruidos de distintas frecuencias afectan también a los peces óseos, los cuales han mostrado contracciones involuntarias de las fibras musculares de un lado del cuerpo, que provocan un fuerte arqueamiento general, sobre todo en los de menor tamaño. Además, han registrado problemas al tener una vejiga natatoria llena de aire y a su vez, distintas alteraciones en sus patrones de migración para evitar una fuente de sonido.
Los reptiles tampoco están fuera de los impactos antrópicos asociados a ruidos subacuáticos. En estas criaturas, se han registrado fuertes lesiones en la cloaca y una vasodilatación que ha permanecido alterada durante aproximadamente un mes después de recibir un impacto por ruidos asociados a la desinstalación de plataformas con el uso de explosivos.
Es decir, la presión sonora recibida, la repetición y duración de los ruidos marcarán el grado de daño en las especies marinas. Esto pone en manifiesto la real amenaza que ejerce la contaminación acústica acuática a los ya devastados grupos de animales marinos.
¿Qué medidas legales existen?
Ante la creciente evidencia científica sobre los impactos negativos generados por la contaminación acústica marina, ésta materia se ha logrado contemplar en el marco del Derecho Internacional, tanto a través de instrumentos normativos como a través de resoluciones, procedentes de diferentes instituciones tales como el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (ONU-PNUMA), la Organización Marítima Internacional (OMI), la Unión Mundial para la Conservación de la Naturaleza (UICN), el Grupo de Trabajo Marino de América del Sur (SAMWG), la Convención sobre el Derecho del Mar de las Naciones Unidas (UNCLOS), las instituciones de la Unión Europea, así como numerosos convenios de gestión y conservación del medio marino.
En estos textos y resoluciones se refleja una preocupación sobre el impacto no regulado de la contaminación acústica. Sin embargo, si bien se está trabajando para mejorar este devastador panorama a través de medidas de mitigación de impacto, el problema de las emisiones de ondas de alta, media y baja frecuencia no se frena y los esfuerzos no han logrado un reemplazo en las operaciones, ni menos una disminución de la problemática en términos concretos. El tráfico naviero ocurre durante las 24 horas del día y el movimiento de las hélices genera turbulencias y burbujas con ruidos similares a las explosiones. Además, cada vez hay más exploración petrolera off shore (que utilizan bombas de estruendo con grandes detonaciones), detecciones de minerales y sonares en muchas áreas del océano, generando un cóctel de ruidos explosivos, que los recibe estoicamente la fauna marina.
Además, los acuerdos, convenios y leyes que actualmente existen en torno a generar soluciones, sustentan sus páginas con frases de libre interpretación y que no generan una presión concreta, tales como «aplicar medidas de mitigación», «reducir impactos», «mejorar esfuerzos», «implementar medidas más efectivas», «examinar la posibilidad de introducir varias ‘zonas protegidas de ruidos’ ”, «tomar las medidas necesarias para identificar las actividades que puedan llegar a tener un impacto significativo sobre la conservación». No se piden resultados concretos, comparables en una línea temporal.
Un paso más allá
Es de suma urgencia implementar una Ley del Ruido que norme las emisiones de ruido en el agua. Disminuir los niveles de ruido antrópico en zonas marinas protegidas (AMP’s, Parques Marinos, Reservas Marinas, Zonas de migración). Además, reemplazar los sistemas de acoso acústico o «espanta-cetáceos». Y sin duda, educar a la población a través de campañas de alto nivel divulgativo e informativo sobre las actividades militares, extracción de hidrocarburos y tráfico naviero. La UNESCO acabar de realizar una gran campaña respecto al control de la contaminación lumínica en el cielo. Me pregunto, ¿qué es lo que debiese suceder para que la Contaminación Acústica Marina tuviese una instancia similar?
Para mayor información, recomendamos ver el documental SONIC SEA.
Foto de portada: ilustración del acuario nacional de Estados Unidos, en Baltimore ©National Aquarium
Referencias
Andrew, R.K., Howe, B.M., Mercer, J.A & Dzieciuch, M.A. (2002). Ocean ambient sound: Comparing the 1960’s with the 1990’s for a receiver off the California coast. Acoustic Research Letters Online, 3(2): 65-70.
Cox, T.M., Ragen, T.J., Read, A.J., et al. 2006. Understanding the impacts of anthropogenic sound on beaked whales. – J. Cetacean Res. Manage. 7(3): 177-187.
Landsberg, P.G. (2000). Underwater blast injuries. Trauma Ener Med. 17(2).