Vergel del desierto: derivas vegetales para reflexionar sobre los imaginarios

Uno de los primeros pensamientos que nos evoca la palabra “desierto” es probablemente la idea de un lugar desolado e inhabitado¹. La idea de desierto se nos deviene como una imagen cinematográfica en que lo único movido por la brisa es un estepicursor o paja rodando (tumbleweed) sobre un suelo estéril. Un lugar sin vida. […]

Uno de los primeros pensamientos que nos evoca la palabra “desierto” es probablemente la idea de un lugar desolado e inhabitado¹. La idea de desierto se nos deviene como una imagen cinematográfica en que lo único movido por la brisa es un estepicursor o paja rodando (tumbleweed) sobre un suelo estéril. Un lugar sin vida. Desde esta perspectiva, el desierto se transforma en un imaginario de lo hostil, lo insufrible y lo infértil. 

‘Tumbleweed’ rodando en una típica escena de un ‘Western’ © Pearl & Dean

Sin embargo, el imaginario que tenemos de estos lugares no se condice con la biodiversidad de sus ecosistemas. Más aún, mirar desde esta perspectiva occidental y antropocéntrica sólo conduce a descartar y descuidar estos lugares. De hecho, en el ejercicio del mirar y hacer bajo esta óptica es como han ocurrido las peores catástrofes. La crisis climática es solo una de ellas, mas en estos tiempos es probablemente la más importante. 

En este sentido, mi intención en este texto es descomponer la imagen que se ha construido sobre el desierto o, al menos, rescatar la biodiversidad vegetal olvidada que lo compone. Los invito a adentrarse en el Desierto de Atacama el que tengo más próximo y, por ende, el que más conozco, a poner el ojo en lo local y en el borde, que es el mejor ángulo para desmembrar ideas preestablecidas. 

La invención del desierto 

En el marco del pensamiento occidental, hablar sobre el Desierto de Atacama, es posicionarse en la marginalidad. A su vez, hablar de la vegetación que lo compone puede considerarse incluso fuera de este borde. Estos seres sésiles son considerados “imposibles” en el imaginario que tenemos de estas geografías.

“El desierto es una invención”, dice Michael Marder Doctor en Filosofía, dedicado principalmente a la filosofía medioambiental y el pensamiento ecológico “la imposición de la esterilidad sobre lo fecundo del ser” (2017). Aunque el desierto preexiste a nuestra especie como ecosistema, en la medida en que lo significamos se transforma en un imaginario. Este se construye en relación a la incapacidad humana —occidental y antropocéntrica— de vivir en estos lugares. 

Sin embargo, el desierto tiene poco de desierto. Es decir, estos espacios geográficos son realmente ricos en biodiversidad. Tanto la flora como la fauna humana y no-humana  se han adaptado a estas tierras y forman parte del ecosistema. 

Cuando asociamos el desierto a lo inhabitado, hostil y desolado, lo que estamos haciendo es reflejar una construcción cultural en un ecosistema que no es tal. Este reflejo, sin embargo, es capaz de proyectarse en el planeta, hacerse posible.

Cuando asociamos el desierto a lo inhabitado, hostil y desolado, lo que estamos haciendo es reflejar una construcción cultural en un ecosistema que no es tal. Este reflejo, sin embargo, es capaz de proyectarse en el planeta, hacerse posible. El desierto, dice Marder, “es traído al mundo gracias al impacto acumulado de las industrias humanas sobre el medio ambiente”, y continúa expresando “es abstracción hecha materia, proyectada sobre el mundo a expensas de la diversidad biológica, ecológica y ontológica”. Así es como actualmente la crisis medioambiental es una amenaza constante de desertificación de la Tierra: estamos viviendo la materialización de la idea. 

De esta manera, las zonas catalogadas como “desiertos” han sido descartadas por la humanidad occidental, ya sea por ser “inhabitables” o por la racionalidad instrumental que solo ha visto cierta utilidad en dichos territorios. Esto a su vez ha traído consigo una despreocupación de los seres vivientes —humanos y no-humanos— que habitan en ellas. Ejemplo de esto son las zonas de sacrificio que hasta la actualidad afectan a  las comunidades que habitan en las regiones del Norte Grande de Chile².

El Desierto de Atacama: territorio latente 

El Desierto de Atacama es un territorio de extremos. Por el oeste limita con el Pacífico. Al este, en cambio, sube por las faldas de los Andes. Durante el día las temperaturas varían de los 25 a 50 ºC a la sombra, mientras que por las noches pueden bajar hasta los -25 ºC en algunas zonas. El desierto es un manto salado de calores y fríos; de tierra y cielo infinitos. 

En gran parte del Desierto de Atacama es posible encontrar estas plantas grisáceas. El nombre científico de esta especie vegetal es ‘Tillandsia landbeckii’. No está enraizada a la tierra, solo se posa sobre las dunas y se arrastra con el viento al estilo de un estepicursor (tumbleweed) © Josefina Hepp Castillo

De oeste a este, el sentido del desierto

A diferencia del pensamiento occidental que tiende a visualizar el mundo de norte a sur, la geografía de este territorio se hace notar mucho mejor de oeste a este. En este sentido es posible ver algunos fenómenos atmosféricos interesantes como la camanchaca. Esta es un tipo de neblina costera, baja y espesa que se genera en toda la costa desértica del Perú y Chile. La nubazón ingresa desde el océano Pacífico gracias a los vientos del sur y suroeste que, al estancarse en las serranías costeras, generan condiciones de humedad. Esto permite hidratar a una cantidad no menor de biodiversidad en el desierto. 

Flores de una ‘Tillandsia landbeckii’ o ‘calachunca’ © Josefina Hepp Castillo

Una de las beneficiadas de este fenómeno es la Tillandsia landbeckii o “calachunca” como la llaman los locales—, un tipo de clavel de aire que abunda en los alrededores de Iquique. T. andbeckii es una planta epífita, con raíces que solo le permiten adherirse a la arena, mas no alimentarse de esta tierra. Aun, si pudiera echar raíz se encontraría con un inconveniente: la salinidad del suelo. A cambio de dejar su sesilidad este ejemplar vegetal eligió echarse a andar y aprovechar las ventajas que le ofrece la bruma y el aire. 

La pampa del tamarugal

A diferencia de la calachunca, existe una planta que pasó por alto la salinidad del suelo y enraizó profundo en una búsqueda hídrica que la llevó a desarrollar raíces de hasta 8 metros de largo: el tamarugo (Prosopis tamarugo). Este es un árbol endémico de la Pampa del Tamarugal y un gran exponente de resistencia vegetal. Fue uno de los seres que logró sobreponerse a la sobreexplotación humana durante una de las épocas más gloriosas de la economía nacional del siglo XIX. Actualmente, el Tamarugo, aunque en peligro de extinción, es un testimonio vivo de aquella historia de auge económico y miseria humana: la llamada época del salitre. 

Tamarugo en las ruinas de la salitrera Humberstone © Constanza López

Este árbol símbolo de la pampa, es quizás una de las plantas más importantes para este ecosistema. Durante mucho tiempo fue utilizado como fuente de carbón y leña para las cocinas y cantones de las salitreras. La deforestación del tamarugo fue rápida y provocó la extinción de la mayoría de los bosques de este ejemplar endémico. Sin embargo, su uso como energía es menos importante que su rol en la conservación del agua, elemento escaso, pero vital para todo lo viviente, no solo en el desierto, sino también en todo el planeta. 

Las raíces de este árbol se caracterizan por sus depósitos adyacentes que tienen como fin acumular los escasos recursos hídricos que encuentra. Lo más increíble del tamarugo es su capacidad de separar la sal del agua mediante un proceso de osmosis. Lamentablemente, en la actualidad los pocos tamarugos que quedan no pueden hacer frente al abastecimiento necesario para el ecosistema que habitan. Según el grupo multidisciplinario llamado “Acta de Tarapacá”, la sobreexplotación de las fuentes hídricas ha provocado que las napas subterráneas disminuyeran una centena de veces en el último decenio. Cuestión que se suma a las consecuencias del calentamiento global y que se traduce en escasas precipitaciones dentro de esta zona andina.

La extinción de este ejemplar vegetal no sólo borraría por completo el último testimonio vivo de la época salitrera, también se perdería el principal protector del ecosistema pampino. Esto es, despedir las últimas reservas hídricas subterráneas y, como consecuencia, la flora y fauna del desierto que se nutren de estas.

Llamas en un bosque de tamarugos © René Bongard

El agua en el Desierto de Atacama es escasa, pero con un buen cuidado de las pocas fuentes hídricas la vida en estas tierras es absolutamente posible. De hecho muchas semillas que existen en este desierto pueden pasar años sin germinar, lo que se conoce como “estado de latencia”, y solo brotarán cuando las condiciones de humedad y suelo sean las apropiadas. 

Tesoros desérticos

El desierto florido es la consecuencia de la suma de los dos factores citados anteriormente: el estado de latencia de las semillas y la situación hídrica del ambiente. Si las condiciones de temperatura y precipitaciones han sido ideales, durante los últimos días de julio y los primeros de agosto comenzarán a crecer los primeros brotes de lo que será una diversidad vegetal excepcional. Para que esto suceda deben caer al menos 15 mm. de lluvia acumulada alrededor de los meses de mayo y junio. Es decir, un cuarto de lo que llueve normalmente en la Región Metropolitana, por nombrar un ejemplo. 

El Desierto Florido es un fenómeno que solo ocurre cuando las lluvias superan los 15 mm de agua acumulada en los meses adecuados © Patricio Hurtado

Cada año en que este mágico fenómeno ocurre son cerca de 200 las especies que florecen. Una de las flores más llamativas de este evento natural es la conocida popularmente como garra de león (Bomarea ovallei). Esta planta de papa es endémica y se la reconoce por poseer una inflorescensia de color rojo también las hay en amarillo, pero son menos frecuentes.  Por lo general se encuentra en algunas zonas costeras del Norte Grande, aunque su distribución es bien limitada. De hecho, al igual que el tamarugo, es una planta en peligro de extinción. 

Los motivos por los que la garra de león se encuentra ad portas de desaparecer son diversos. Por un lado, ha sufrido intensas extracciones por parte de animales, como guanacos, cabras y otras especies introducidas que comen tubérculos. Por otro, es una planta que requiere de ciertas condiciones de humedad para brotar. Además, la depredación antrópica ha sido un factor determinante en la escasez de este ejemplar. Amantes de las plantas, coleccionistas de especies exóticas y recolectores vegetales han contribuido con su paulatina desaparición. 

 

La garra de león es una de las flores consideradas como tesoro del Desierto Florido © Felipe Vera

Derivas vegetales del desierto 

Pasear por el Desierto de Atacama de la mano de sus plantas es un buen ejercicio para desoccidentalizar la mirada. Darse cuenta de las especies que lo habitan es romper con el imaginario impuesto. El desierto está lejos de ser un lugar sin vida. La calachunca, el tamarugo y la garra de león dan fé de aquello. Aunque parezcan ejemplares escuetos, la verdad es que alrededor de estos seres hay todo un ecosistema que los rodea y que vive en relación y cooperación con ellos. Basarse en tres ejemplares para hablar de biodiversidad puede parecer desequilibrado, pero como dicen Marder y la bióloga Mónica Gagliano en un pequeño texto sobre el aprendizaje en las plantas: “está totalmente justificado como respuesta al antropocentrismo desenfrenado, que ha elevado a nuestra propia especie por encima de todas las demás formas de vida en la tierra”³.

El desierto, ese ecosistema que a ojo simplón parece inhabitable, es una pieza fundamental en la historia humana. Sus plantas, a su vez, son la base de todo lo viviente. No debemos olvidar que finalmente son la base de la cadena trófica ya que son las únicas capaces de fabricar su alimento y con ello suministran a todos los otros animales (humanos y no-humanos) la comida y el oxígeno que hacen nuestra vida posible. 

Poner el ojo en lo local y derivar en lo vegetal se transforma en una resistencia a ese occidental que las culturas latinoamericanas llevamos dentro. “Reconocer a un ‘otro’ válido en las plantas, es también reconocer a ese otro vegetal que hay dentro de nosotros” dice Michel Marder. En este sentido, recorrer los territorios, reconocer los seres que nos rodean y permean se nos hace vital. Puede ser que la próxima vez que recorras el territorio en el que vives, tengas la oportunidad de encontrar una planta como la calachunca que te revele nuevas formas de plantearse (o plantarse) en el mundo; quizás te topes con un árbol como el tamarugo que te revele la historia, tu historia; o tal vez, te encuentres con alguna especie extraña y única como la garra de león y te recuerde que la belleza está ahí: en la diversidad que nos rodea y que nos compone. 

 

¹ De hecho, la primera acepción que la RAE da a la palabra desierto es: adj. Despoblado, solo, inhabitado.

² En la Región de Antofagasta se han encontrado una cantidad considerable de metales pesados como arsénico, plomo y hierro en su suelo. El origen de estos contaminantes apuntan tanto a la presencia volcánica, como a actividades antrópicas (mineras e industrias de la zona). Para más información pincha aquí

³ Traducción propia de: «What a plant learns. The curious case of Mimosa pudica». Ver más en la bibliografía.

Bibliografía:

Gagliano, M. & Marder, M. «What a plant learns. The curious case of Mimosa pudica». Botany One (2019). Rescatado de: https://www.botany.one/2019/08/what-a-plant-learns-the-curious-case-of-mimosa-pudica

Marder, M. «El desierto es un estado mental regado por el planeta Tierra» El malpensante (2017).

Muñoz, C. Chile: Plantas en extinción. Edit. Universitaria (1973), Santiago, Chile. 248 págs. 

Muñoz, M. «Novedades en la familia Alstroemeriaceae». Gayana Bot (2000). 57(1): 55-59.

Muñoz-Schick, Mélica, Pinto, Raquel, Mesa, Aldo y Moreira-Muñoz, Andrés . «“Oasis de neblina” en los cerros costeros del sur de Iquique, región de Tarapacá, Chile, durante el evento El Niño 1997-1998». Revista Chilena De Historia Natural – REV CHIL HIST NAT 74 (1 de junio de 2001). https://doi.org/10.4067/S0716-078X2001000200014.

Rivera-Díaz, Mario A., y Mario A. Rivera-Díaz. «FOREST OF TAMARUGOS, AN ETHNOHISTORC APPROACH FOR THE STUDY OF PALEOCLIMATE IN THE ATACAMA DESERT». Diálogo andino, n.o 56 (2018): 119-39. https://doi.org/10.4067/S0719-26812018000200119.

Zolezzi, M.«La destrucción del Bosque de la Soledad durante el Ciclo Salitrero de Tarapacá». Iquique: Revista Camanchaca 14 (1993). Rescatado de: http://www.memoriachilena.gob.cl/archivos2/pdfs/MC0014673.pdf

Imagen de Portada: Desierto Florido © Patricio Hurtado