El sonido de las arenas moviéndose, chocando con las rocas, en esa danza del ir y venir… es un espectáculo íntimo, una maravilla natural tan ancestral como contemporánea. Ritmos, temperaturas, presiones, paisajes, dinámicas… Sumergirme me da una sensación que nada más me entrega. Sumergirme en el agua de mar me hace conectar más fácil con mi ser esencial.

Como bióloga marina el mar me llama. Pero lo mío trasciende mi carrera. Es un llamado de mi alma. Un llamado antiguo. Tengo una relación de alma con el mar, con el agua salada. Me he embarcado muchas veces y he sentido esa potencia. Las olas enormes, viajes y tantas anécdotas como momentos de introspección. Si bien estar en una embarcación es una de mis pasiones, nada se compara a lo que siento cuando meto mi cabeza en el agua. Automáticamente se despierta la felicidad plena, la emoción y la diversión. Es transportarme a un mundo que reconozco. Si bien no soy una nadadora o buza profesional, el agua es el escenario donde experimento una felicidad que no encuentro en ningún otro espacio.
El agua llama, el agua une. Todas somos iguales ahí adentro. Hay una unión no verbal. El mar es generoso porque abre el espacio a toda persona que quiera entrar y experimentarlo. Y pasa algo único… el mar es tan dinámico que es como si hubiese “un tipo de mar” para cada persona. A medida que entramos en el agua somos cada vez más auténticas, porque el mar con su potencia logra iluminar nuestra humildad.

Vidas ligadas al mar
Mi misión de vida está absolutamente conectada al agua y en el camino he conocido a muchas personas, actividades e ideas ligadas al mar. Y en ese contexto, quiero compartir algo que me pasó hace un par de semanas. Catalina Mekis, amiga, escritora e ilustradora, una mujer marina y muy capaz, me llama por teléfono y me invita a comer a su casa. Vivimos cerca, a un par de cuadras, aunque en mi pueblo pequeño todo queda cerca. Al llegar me presenta a Ana Elisa, fotógrafa y artista peruana que por esos días andaba de paso en Chile retratando a mujeres nadadoras de varios lugares del país. Era parte de su proyecto fotográfico “Cardumen de Mujeres”, el cual consistía en documentar grupos de mujeres que nadan en aguas abiertas como lagos, canales y el mar, por cierto, donde organizan actividades grupales de nado llamadas “Círculos de Unión”.
Esa noche fue mágica. Mientras las tres conversábamos sobre el mar y las mujeres, sobre la unión y la energía que se da cuando entramos en el agua nos dimos cuenta de que a las tres nos unía la fluidez de ese elemento y que cada una aportaba desde su propia vereda para dejar un mundo mejor.

Fotografiar a la altura del agua
El trabajo de Ana Elisa Sotelo es alucinante. Esa noche quise saber cómo partió con la idea de fotografiar mujeres en el agua: mujer y mar. Nos contó que existe un grupo de mujeres que nadan en Perú y que comenzaron a reunirse durante la pandemia. En ese tiempo, decía, salir de la casa era casi un privilegio y sobre todo tener la oportunidad de estar en la naturaleza con otras mujeres que compartieran la misma pasión por el mar. Poco a poco, este grupo llamadas Las Truchas Perú fue creciendo hasta consolidarse en 60 mujeres de edades diversas que variaban entre los 18 y los 74 años.
Hay muchas mujeres que nadan en Chile, y muchas que tienen curiosidad por entrar al agua, pero temen hacerlo solas. Al visibilizar los grupos y generar estos encuentros, espero conectar a grupos de mujeres y generar comunidades más resilientes.
Ana Elisa Sotelo

Pero en estos días, Ana Elisa se encontraba en una misión muy poderosa para nuestro país. Gracias al fondo del colectivo de mujeres “Women Photograph” viajó a Chile para organizar y fotografiar distintos encuentros de mujeres en el mar. El plan era seguir documentando una idea que venía dándole vueltas hace tiempo desde que comenzó en este proyecto: “Por mucho tiempo el mar –y las aguas abiertas en general– han sido retratadas como espacios predominantemente masculinos. Basta con ir a un museo de arte o abrir un texto de historia para encontrarnos con capitanes de mar, piratas, exploradores, y otros protagonistas masculinos que dominan las aguas. Sin embargo, las mujeres siempre han estado y están ligadas al agua. Es más, me atrevo a decir que en base a mi experiencia son más mujeres que hombres las que practican el nado en aguas abiertas. La intención de mi proyecto –además de compartir las historias de mujeres que recurren a los océanos y lagos para conectarse entre sí y con la naturaleza– es fomentar los lazos comunitarios. Se trata de fortalecer estos grupos y darles una identidad. Hay muchas mujeres que nadan en Chile, y muchas que tienen curiosidad por entrar al agua, pero temen hacerlo solas. Al visibilizar los grupos y generar estos encuentros, espero conectar a grupos de mujeres y generar comunidades más resilientes.”
El viaje de Ana Elisa Sotelo en busca de mujeres que tuvieran una relación con las aguas abiertas siguió un derrotero de sur a norte. Fue así como comenzó en Puerto Natales, en la región de Magallanes, donde conoció a Jaqueline Antúnez, quien la invitó a compartir el desafío de entrar en las aguas gélidas del canal Señoret y la laguna Sofia con Los Nadadores Contracorrientes. «El mar para mí es como un templo sagrado. Es un lugar lleno de fuerzas, de presencias imponentes y de paz», comentó ella. Muchas habían encontrado inspiración en la nadadora chilena profesional de aguas heladas, Bárbara Hernández, y se atrevieron a practicar el nado en estas aguas patagónicas rodeadas de glaciares.

El viaje siguió en Coyhaique, donde conoció a Las Huillinas; ellas la llevaron a nadar y fotografiar las aguas más puras que Ana Elisa había conocido, logrando convocar a un grupo de 15 mujeres a lanzarse al agua en un día con granizo y nieve. Nada pudo detener el goce de nadar en grupo. Y es que desde siempre, las Huillinas nadan en los lagos de los alrededores de Coyhaique, pero también en lagos, ríos y fiordos de otras localidades de la región, donde el clima suele ser brutal en todas las estaciones.
Ya en el litoral central recorrió Viña del Mar; camino a la Caleta Abarca se percató que las calles estaban pobladas de nadadoras vestidas de colores gracias a la convocatoria de Javiera Amancai y Pía Brenner. En Concón convivió con Maria Ignacia Searle, madre de 4 hijos pequeños, quien le afirmó que era en el mar donde más se sentía ella misma. “Siento que el mar es el útero de la tierra. Me gusta observar las mareas, las veo como la respiración marina, en el mar todo tiene un ritmo de expansión y contracción, de inhalación y exhalación, y al conectarme con eso encuentro mis propios ritmos ”, le comentó María Ignacia.
Para mí nadar es sentirme parte de un todo mucho más grande que la especie humana, al entrar en las dulces y frías aguas de Aysén, es como si mi cuerpo entendiera que es parte de este todo»
Cecilia Moura Roldán, «Las Huillinas» de Aysén
El viaje culminó en Zapallar, en donde Ana Elisa conoció a Catalina Mekis, y pudo ser testigo de cómo se adentraba a las profundidades para buscar caracoles que luego pintaría en su estudio, recordando la forma en que eran iluminados por el reflejo de la luz bajo el mar. Ella le comentó que en el agua «nos unimos de una manera no verbal, con la mirada y expresiones corporales. Además, se forma una energía de grupo, en el que nos cuidamos las unas a las otras y se distribuye la carga. No importa si una es más fuerte o experimentada, es como si pusiéramos en un pozo común nuestra fuerza y experiencia para compartirla y disfrutarla en conjunto.» El cierre consistió en un círculo de unión organizado junto a Las Chungungas de Maitencillo, un emocionante encuentro al que acudieron cerca de 80 mujeres convocadas por redes sociales.

Herramientas para el dolor
Para Ana Elisa documentar mujeres que nadan guarda un sentido que la conecta con su propia historia. Hace algunos años, una fractura en la columna le impidió cargar peso, lo que se transformaba en un problema para su oficio como fotógrafa documental. Durante su terapia física le recomendaron nadar en aguas frías. Allí se dio cuenta que en el agua el peso se anula, y por ende, las cámaras que ya no podía cargar por la lesión en ese hábitat acuático sí lograba sostenerlas. Fue cuando adquirió un “case” de Aquatech para su Canon Mark III. Y en paralelo, el drone le sirvió para llegar a lugares donde ella no podía llegar: las clásicas vistas desde lo alto hacia los cardúmenes de mujeres que se han transformado en su sello fotográfico. “Nunca quise dejar de hacer fotos por la lesión, pero tuve que buscar herramientas que me ayudasen a seguir creando. La foto cenital me gusta mucho, pero también, me permite seguir fotografiando cuando estoy con dolor”, cuenta Ana Elisa.
Además del plano aéreo o cenital, los registros de Ana Elisa se intercalan con tomas más cercanas que sugieren una cierta intimidad con las mujeres nadadoras. Respecto a esta decisión estética, sostiene que “me gusta usar fotos aéreas para que el espectador dimensione la magnitud del reto y para que aprecie el entorno natural en donde estas mujeres nadan. En cambio, los detalles de manos y miradas son un intento de acercar al espectador a la nadadora. Las manos son lo primero que entra al agua, entonces me interesa fijar esos detalles. Por otra parte, me interesa hacer fotos desde la superficie del agua porque busco que el espectador mire tanto el agua como la mujer nadadora”, cuenta ella.

La útera del planeta
En Chile hay varios grupos de mujeres donde el nado, la apnea y los paseos submarinos se roban la película. Muchas mujeres en el agua, muchas mujeres que ven al mar como un amigo, como un hogar, como un escape, como un lugar de encuentro, como la útera del planeta. Mujeres que gracias al mar han vuelto a vivir. Entonces la llegada de Ana Elisa a registrar esa energía femenina en las costas consolidó lazos, unió a personas, logró visibilizar más grupos de nado. Porque esas mujeres nadadoras son también las guardianas de las aguas.
Al conversar y escuchar los testimonios de estas mujeres de todo Chile, pude darme cuenta que existen dos cosas que compartimos: el amor por el mar y la sororidad que surge habitando el agua. Todas las mujeres con las que he conversado comparten una pasión y respeto muy grande por los ecosistemas acuáticos. Hay un relato común en ese compañerismo atento y dedicado que se genera estando en el mar, yendo a nadar con amigas, sumergirse en la apnea. Se distribuyen las responsabilidades, nos cuidamos entre todas. En el agua no importa si unas tienen más experiencia, lo que cobra valor es que esa experiencia sea contenida y tejida en conjunto. Las más experimentadas cuidan a las más novatas, entonces se equilibran las frecuencias. No hay una competencia por bajar más profundo ni por llegar nadando más lejos. Hay un solo cardumen yendo a un ritmo, abriéndose y maravillándose.

Volver al agua es volver al inicio
Muchas de estas mujeres fotografiadas por Ana Elisa comenzaron a nadar en entornos naturales durante su infancia y adolescencia, lagos, costas, lagunas cercanas a sus hogares donde crecieron y que ahora se han convertido en un estilo de vida. Algunas tomaron confianza con su familia, en paseos familiares a nadar. Para otras, la exploración en el agua ha sido algo más reciente, un espacio de sanación. Y es que todas compartimos sentires y experiencias similares en algún punto, eso nos une tanto fuera como dentro del agua.
En cada testimonio se percibe una pasión muy grande y ganas genuinas de invitar a más personas a vivir las aguas abiertas, donde todo se siente más expandido. Hay una invitación a atrevernos, a salir a explorar, a meditar en esos paseos marinos, a crear nuevos códigos entre las personas y la naturaleza; es que al final somos lo mismo. A medida que nos acerquemos al mar y al borde costero, iremos conociéndolo más y con eso inevitablemente llegará el llamado a cuidarlo, a proteger cada uno de los seres que allí habitan, a interactuar en cooperación con los distintos ecosistemas. Nosotras, con un alto porcentaje de agua en nuestros cuerpos, somos una extensión de otras aguas. Y cuidarnos es cuidarlas… cuidarlas es cuidarnos.

Sobre «Cardumen de mujeres»
Cardumen de Mujeres es un proyecto que identifica, documenta y conecta a mujeres nadadoras de aguas abiertas a través de la creación visual y la acción comunitaria. El proyecto empezó en el 2021, a partir del registro visual del grupo de nado de Ana Elisa Sotelo, “Las Truchas”, formado en plena pandemia en Lima, Perú. Hoy el proyecto busca expandirse a otros cuerpos de agua y cardúmenes en Latinoamérica. www.anaelisasotelo.com