Solastalgia: la realidad que exige ser nombrada

Como cada verano, vuelvo a mi lugar donde me reencuentro con lo salvaje. Mientras mis pies recorren una huella familiar, las voces del monte me dan la bienvenida y me encuentro con mi viejo amigo. Lo siento a través de la corteza húmeda de los árboles, el saludo distraído de las lianas y epífitas, las gotas de una lluvia adelantada y el canto obstinado de los hued hued. Mi mente reduce su velocidad al reconocer la infinita gama de texturas y tonalidades sensoriales, imposibles de descubrir en el suelo muerto y endurecido del que provengo. El viento mece el follaje y noto la insistencia del barro y el más delicioso de los aromas, el de la tierra mojada, que impregna y traspasa mis pensamientos. Y así, mientras confundo el caminar con la mirada y la mirada con la calma, este sotobosque de selva húmeda me recibe como si nunca me hubiese ido.

Afuera, en la ciudad, llueve y la ventana entreabierta permite el paso de un ligero olor a tierra mojada, probablemente desde algún parque cercano. El aroma me lleva otra vez a esos vívidos recuerdos del lugar que alguna vez robó mi corazón. Así me descubro, una vez más, en la incesante búsqueda de un lugar que ya no existe. Bosque enmarañado, que ahora es parte de una profunda oscuridad que nunca podrá volver a ser. Exterminado por las máquinas del desarrollo. Y en medio del cemento y el ruido del tráfico, pienso: ¿qué hubiese escrito Pablo Neruda si a “su” Isla Negra se la hubiesen transformado en condominios y centros comerciales? 

Suspiro, y mis recuerdos del bosque son cada vez más lejanos y difusos, y en vez de calma y sentido de hogar, siento un dolor incomprensible. Así, sin realmente quererlo, me encuentro con la “solastalgia”, concepto que a pesar de las distancias temporales y espaciales, me conectan con Glenn Albrecht, filósofo ambiental proveniente de Australia, quien la describió como una “forma de angustia psíquica o existencial causada por el insondable cambio ambiental”(Albrecht, 2005). ¿Pero cuándo y porqué surgió la solastalgia, este neologismo de una realidad moderna cada vez más frecuente? 

“Pese a que el duelo es una respuesta humana natural a la pérdida de una persona amada, rara vez este concepto se extiende a las pérdidas relacionadas con el medioambiente”.

Hace casi veinte años, el profesor australiano investigaba los efectos de la sequía a largo plazo y la actividad minera a gran escala en las comunidades de Nueva Gales del Sur (sureste de Australia). Albrecht, al conversar con los pobladores que experimentaban cómo sus paisajes se transformaban por fuerzas que estaban fuera de su control, se percató de que no existía una palabra –en inglés– que describiera la profunda tristeza e infelicidad que ellos sentían. Y en este contexto propuso un nuevo término para identificar este tipo distintivo de nostalgia: la solastalgia (Albrecht et al., 2007). 

A pesar de que el investigador reconoce que la solastalgia no es una enfermedad específica del presente, señala que ésta ha aumentado dramáticamente y agrega: “un aumento mundial en los síndromes de angustia de los ecosistemas se corresponde con un aumento en los síndromes de angustia humana”. Y enfatiza: “donde el dolor de la nostalgia surge al alejarse, el dolor de la solastalgia surge al quedarse quieto; mientras el dolor de la nostalgia puede ser mitigado por el retorno, el dolor de la solastalgia tiende a ser irreversible” (Albrecht et al., 2007).

La mayoría de las personas reconocen que actualmente vivimos una crisis de la biodiversidad planetaria. © Laura Behnke

A esta angustia producida por cambios ambientales profundos, otros investigadores la han llamado: “duelo ecológico”. Pese a que el duelo es una respuesta humana natural a la pérdida de una persona amada, rara vez este concepto se extiende a las pérdidas relacionadas con el medioambiente. Recientemente, la prestigiosa revista científica Nature publicó un artículo que describe este fenómeno. Advirtiendo que el duelo ecológico puede manifestarse a través de diversas respuestas emocionales como: tristeza, angustia, desesperación, ira, miedo, impotencia y desesperanza; e incluso desencadenar trastornos del estado de ánimo, como depresión, ansiedad y estrés pre y post traumático; y provocar pérdida de identidad personal o cultural (Cunsolo & Neville, 2018). 

En este contexto, si bien la mayoría de las personas reconocen que actualmente vivimos una crisis de la biodiversidad planetaria (Ceballos, Ehrlich & Dirzo, 2017), pocos internalizan realmente esa crisis, y más bien contemplan pasivamente el avance de nuestro progreso. Y quienes sí lo hacen, lo viven como un constante zumbido ambiental de culpa. En el siglo pasado el conservacionista estadounidense Aldo Leopold ya lo señalaba: “una de las penas de una educación ecológica es que uno vive solo en un mundo de heridas” (Leopold, 1953). Estas heridas se han extendido dramáticamente, y su impacto psicológico también; la ansiedad ambiental descrita por Albrecht ahora es generalizada. 

“Estas heridas se han extendido dramáticamente, y su impacto psicológico también; la ansiedad ambiental descrita por Albrecht ahora es generalizada”.

Pero ¿de qué nos sirve identificar este dolor? Algunos investigadores han destacado el aspecto positivo de sentir y reconocer este duelo ecológico, señalando: “estas experiencias de duelo dan cuenta de las estrechas relaciones y dependencias fundamentales que tenemos con la naturaleza y, a su vez, exponen nuestras responsabilidades éticas y políticas con los ecosistemas”(Leopold, 1953). Porque todos distinguimos los signos de culpabilidad, vulnerabilidad y urgencia que caracterizan la situación actual. Entonces, ¿por qué, a pesar de saber todas las consecuencias de nuestras acciones, seguimos sin hacer nada al respecto? A mi juicio, en este tiempo de despojo, no hay mejor solución que conectarse con la naturaleza para entender quiénes somos y cuál es nuestro rol en el planeta. 

El llamado es a salir, recorrer y, en ese proceso, a cambiar. Antes yo pensaba que las áreas protegidas sólo funcionaban como espaciosos gabinetes de curiosidades, pero ahora creo que son puentes a través del tiempo que nos conectan y permiten conocer cómo eran los lugares que ahora habitamos, pero transformados por nuestras manos y herramientas. Al ver esas otras realidades, surgen escenarios alternativos. 

Todos distinguimos los signos de culpabilidad, vulnerabilidad y urgencia que caracterizan la situación actual. © Laura Behnke

Me pregunto entonces: ¿cómo configura el territorio la imaginación de las personas que lo habitan? Estoy convencida de que nuestra pasividad es producto de las consecuencias de lo que llamo “el problema de la imagen del oso polar”, un ícono tan extendido como desnaturalizado. La influencia de las representaciones reduccionistas de los medios ayuda a explicar por qué no tenemos una imagen del futuro en positivo. Es evidente que las imágenes catastróficas del cambio global en los medios de comunicación no van a desaparecer, sino que sólo empeorarán y, asimismo, las representaciones del arte del antropoceno se volverán redundantes. 

Pero en esta cada vez más homogénea realidad, hago un llamado a todos los artistas –a los de oficio, a los de corazón y a los de profesión- para que imaginen un nuevo futuro y nos muestren cómo debemos hacerlo para llegar allá. Porque para dejar de sentir nostalgia de lo que no será, la solución no está en más y mejor tecnología, sino en re-imaginar nuevas maneras de relacionarnos con nosotros y con nuestro entorno. Concebir inéditas formas de ciencia ficción, que propongan relaciones sanas y respetuosas entre las diversas especies. 

Nuestra existencia siempre ha estado estrechamente vinculada con lo que somos capaces de amar y con lo que luchamos por preservar. Y esto es lo que debemos invocar, pero necesitamos voces disidentes y apasionadas para cultivar un futuro ignorado, paradójicamente, el nuestro. Porque en este mundo demacrado, necesitamos miradas visionarias y valientes que se dispersen a través del diálogo y la colaboración. Y si aún te preguntas ¿de qué sirve todo este dolor que estoy sintiendo? Recuerda que quizás es el precio que debes pagar por el amor y conexión que aún sientes por la naturaleza, es decir, hacia ti mismo.

© Laura Behnke

Referencias

Albrecht, G. (2005). ‘Solastalgia’. A New Concept in Health and Identity. PAN: Philosophy Activism Nature, (3): 41. 

Albrecht et al. (2007). Solastalgia: the distress caused by environmental change. Australasian psychiatry, 15(1): 95-98.

Cunsolo, A. & Neville E. (2018). “Ecological grief as a mental health response to climate change-related loss.” Nature Climate Change, 8(4): 275.

Ceballos, G., Ehrlich, P. & Dirzo, R. (2017). Biological annihilation via the ongoing sixth mass extinction signaled by vertebrate population losses and declines. Proc. Natl Acad. Sci. USA, 114: 6089-6096.

Leopold, A. (1953). From the Journals of Aldo Leopold: Round River (ed. Leopold, L. B.) 158-165 (Oxford Univ. Press, New York). 

Imagen de Portada: © Laura Behnke