Ser barro y ser barrero: una historia de extraños parentescos

“En el tacto y la consideración, los compañeros, les guste o no, entran en el barro mestizo que llena nuestros cuerpos con todo aquello que produjo el contacto” (Haraway, 2019).

Esta es una historia sobre el barro, aquella materia abundante mezcla de tierra y agua que durante milenios ha acompañado a diferentes sociedades humanas. Incluso nosotros en la cotidianeidad podemos reconocerlo: hemos caminado sobre él, jugado con él, imaginado y creado figuras, cocinado con utensilios y habitado en sus casas. Hay una relación de comunión entre el barro y nosotros cuando por medio de las manos nos invita a explorar su plasticidad y luego su transformación en un estado sólido.

Fernando Alfaro, habitante y alfarero de San Pedro de Atacama. © Paulina Hidalgo
Las ocarinas de Fernando. © Paulina Hidalgo

El barro es también parte del oficio de Fernando Alfaro, habitante de San Pedro de Atacama, quien se encuentra desde hace años en una relación significativa –y un parentesco– para con este ser de la naturaleza.

En nuestra sociedad occidental estamos acostumbrados a pensar la relacionalidad de forma limitante y aquí, deseamos tensionar eso. No usaremos el término “no-humano” para referirnos a seres diferentes a nosotros ya que dicha categoría evoca una carencia (“no-”) quedando aún atrapada en el antropocentrismo (Kirskey, 2010). La idea es repensar la forma en que pensamos (valga la redundancia) las relaciones y categorías que solemos aplicar al hablar sobre las relaciones entre los humanos y otros seres. Existen historias de vinculación afectiva entre seres diversos donde ambos pueden llegar a formar parte de la biografía de vida del otro en relaciones amorosas que conllevan una memoria sentimental muchas veces parecida a las que se mantienen con familiares.

El barro no entra estrictamente dentro de la categoría biológica de lo que conocemos como “ser vivo”; más bien corresponde a los abundantes minerales de silicato y se puede encontrar a lo largo de cursos de ríos o lagos, o como constituyente de suelos. Elementos como el clima, la vegetación y los organismos biológicos que lo rodean influyen en su proceso de formación que se da de forma natural, ya sea original o por la transformación de otros minerales, lo cual deriva en la gran variedad de tipos de arcilla en cuanto a texturas y colores, por ejemplo. Su espíritu tiene afinidad con el del agua ya que su contacto lo vuelve blando y plástico; al secarse se contrae y pasa a estado sólido nuevamente, así como ocurre también con su exposición a altas temperaturas.

©Earl Wilcox

Las líneas de vida del barro y de Fernando se juntan décadas atrás cuando estudiaba Bellas Artes. En una visita a Pomaire fue la primera vez que se maravilló con la greda y más tarde tuvo la oportunidad de participar en excavaciones arqueológicas en el Cajón del Maipo en donde hacía réplicas de las piezas que iban sacando. Fue en aquel yacimiento que apareció una ocarina, un instrumento precolombino a la que la llamó “ocarina de la vida” ya que en período de dictadura la creación de réplicas de este instrumento y otros fue lo que le permitió el sustento. El barro entró en su vida para ayudarlo en un momento crucial y fue así que se planteó vivir en compañía de la arcilla. Las personas dedicadas a este oficio prefieren llamar con cariño “barro” a aquella materia prima, y a sí mismos se denominan “barreros” y “barreras”.  Así como ellos moldean a este elemento de la tierra permitiéndole experimentar nuevas formas y figuras, el barro también moldea aspectos de sus vidas por medio del tacto sutil en un mutuo devenir-con.

En la naturaleza del desierto de Atacama abunda el ser-barro, especialmente mezclado con sal. Acostumbramos pensar en lo natural siempre como aquello que es “verde” o “húmedo”, mas lo natural también viene en tonos cafés, grises, blancos y texturas áridas como es en esta zona. Reconocida principalmente por el extractivismo minero y el turismo, la naturaleza de San Pedro de Atacama y sus alrededores muchas veces pasa a un segundo plano. Sin embargo, es esta materia -que no necesita hacerse de grandes atributos para llamar la atención- la que cobija a la mayor parte de los habitantes de la zona, ya sea en forma de hogar manifestado o como parte integrativa del mismo territorio recordándonos constantemente nuestra unión con la tierra, ¿cómo es que no le prestamos mayor atención?

Valle del Arcoíris, camino hacia Río Grande. © Paulina Hidalgo

El barro se encuentra a lo largo de Chile y en este caso situado cerca del Valle del Arcoiris, camino hacia Río Grande, un pueblo situado a 60 km. aproximadamente de San Pedro. Fernando me cuenta que encontró este lugar por pura coincidencia, que “el material casi lo encontró a él” debido a un dato susurrado por el barro a través de una arqueóloga. Esta es la greda que lo ha acompañado en las creaciones que realiza desde su taller en el centro del pueblo. Lleva más de 20 años trabajando la arcilla de aquel lugar. Me cuenta que todo el Valle del Arcoiris es arcilla pero con un alto contenido de sal. A lo largo de los años la lluvia desplazó el material y este decantó en un punto formando un murallón de greda sin sal, barro dulce, lo cual es muy difícil de encontrar en una zona donde la mayor parte es un salar. Un encuentro fortuito y maravilloso de dos líneas de vida.

“Así como las y los alfareros moldean este elemento de la tierra permitiéndole experimentar nuevas formas y figuras, el barro también moldea aspectos de sus vidas por medio del tacto sutil en un mutuo devenir-con”.

Desde su llegada a San Pedro, Fernando hace talleres en los que comparte su cariño por el barro. Con esto evita que el oficio y esa relación se extingan. Durante los primeros años este barrero se iba en bicicleta en búsqueda de la greda cerca de los desbordes de los ríos: “la arcilla uno la reconoce porque se cuartea (se raja), viene el río cierto, cae ese material, después se seca y queda la arcilla”. El barro lo llama, podemos pensar que quizás porque este ser humano lo ayuda a expandirse, a pasar por los diferentes estadios y desarrollar nuevas formas y visitar nuevos lugares a través del paso de mano en mano de las personas que adquieren las piezas, o de aquellos mismos que comparten el oficio y que entregan sus vidas al ser del barro. 

Como el barro ha moldeado el camino de vida de este alfarero, así él mismo se ha dejado dar forma y continuar en lo que Haraway llama “la danza de los encuentros”. ©Gerson Repreza

Sus líneas de vida se van tocando, juntando y entrelazando llegando a formar una trenza donde cada uno se va viendo afectado por el otro; como el barro ha moldeado el camino de vida de este alfarero, así él mismo se ha dejado dar forma y continuar en la danza de los encuentros (Haraway, 2008). Ambos han ofrecido al otro parte de sus vidas para devenir en una alianza que se genera desde la interioridad en una unión simpática: “es la materia prima que amo, yo efectivamente me alegro cuando encuentro arcilla” comenta Fernando. Sin embargo,ambos siguen conservando su independencia lo que les permite continuar sus caminos con la memoria de su compañía.

Respecto a los extraños parentescos, en ellos “se atienden unos a otros, en el sentido de acompañar al otro, cuidarlo, acudir a sus llamados […] Esta atención mutua –o ‘amity’ (amistad)– […] es un compromiso incondicional con una vida llevada con otros” (Ingold, 2018). El ser-barro llegó a la vida de Fernando en un momento en que él sin duda lo necesitaba y se quedó, atendiéndolo y acompañándolo, y Fernando responde estando atento, buscándolo allí donde va y compartiendo su espíritu con otros. Dice que el barro responde de vuelta a este cariño. Están mutuamente involucrados por un compromiso indiscutible y así como las hebras de un ser-humano y un ser-barro se encuentran entrelazadas socialmente, podemos imaginar la hebra del ser-naturaleza y del ser-cultura como dos componentes elementales y no-excluyentes de lo que significa estar vivos.

Fernando hace talleres a lo largo de todo Chile y en cada uno de ellos se encarga de acudir al llamado del barro del mismo lugar; ha aprendido a buscar los barros dentro del mismo espacio donde él se encuentra, lo cual habla de una correspondencia y luego, una comunión que genera nuevos mundos posibles, a partir de la escucha singular de otro ser. Y es que el parentesco se basa en el mutualismo donde ambas partes se benefician del otro y cuidan de él en líneas de vida interdependientes, con biografías propias y evocando memorias sentimentales. El barro se ha encargado de enseñar su lenguaje a Fernando. “Siempre a donde voy estoy vigilante al barro, y hay que aprender a manejarlo, saber investigarlo, tenerle paciencia” dice el alfarero. Esta cita da cuenta de la agentividad del mismo ser, quien a través del con-tacto ha dado paso a prácticas de un oficio generando instancias para el diálogo entre-organismos en medio de un barro mestizo.

Valle del Arcoíris. © Paulina Hidalgo
Valle del Arcoíris. © Paulina Hidalgo

Entrevistado:

Fernando Alfaro. Premio nacional “Margot Loyola Palacios” 2016 a la trayectoria.

Bibliografía:

Haraway, D. (2008). When species meet. Posthumanities, Volume 3. University of Minnesota Press. 

Haraway, D. (2019). Cuando las especies se encuentran: introducciones. Tabula Rasa, 31, 23-75. DOI: https://doi.org/10.25058/20112742.n31.02

Ingold, T. (2018). La vida de las líneas. Ediciones Universidad Alberto Hurtado. Colección Antropología. Santiago de Chile. Chile.

Kirksey, S & Helmreich, S. (2010) “The Emergence Of Multispecies Ethnography.” Cultural Anthropology 25.4: 545-576. ©by the American Anthropological Association. http://hdl.handle.net/1721.1/61966

Imagen de portada: ©Earl Wilcox