Producción de los agroquímicos y su impacto en los cuerpos y territorios

La agricultura existe hace unos 12 mil años atrás, sin embargo, el uso de agroquímicos como fertilizantes, herbicidas y pesticidas (insecticidas, acaricidas y fungicidas), no llevan más de 80 años en uso. Tiempo suficiente para ver las innumerables consecuencias negativas que están teniendo tanto en nuestra salud, como en la salud del suelo, del agua y de todos los seres vivos que habitan nuestro planeta.
La revolución verde se caracterizó por el desarrollo de maquinaria agrícola. ©Robert Wiedemann
Entre 1960 y 1980, el mundo agrario se enfrentó a la necesidad de incrementar la producción de alimentos para así poder satisfacer el aumento de la demanda. ©Raphael Rychetsky

La historia muestra que, entre los años 1960 y 1980, el mundo agrario se enfrentó a la necesidad de incrementar la producción de alimentos para así poder satisfacer el aumento de la demanda provocado por el crecimiento de la población y situaciones de hambruna en algunas partes del mundo. Bajo este escenario, se comenzaron a buscar soluciones de diferente índole para dar origen a mejores rendimientos. A este período se le llamó revolución verde. Comenzó en Estados Unidos para luego expandirse al resto del mundo, caracterizándose por el desarrollo de maquinaria agrícola, la biotecnología, el uso de agroquímicos, la implementación de modernos sistemas de riego y el transporte de alimentos a gran escala. 

Antecedentes de los agroquímicos y la industria de la guerra

Tras la Primera Guerra Mundial, Alemania fue bloqueada y los aliados prohibieron la importación del salitre chileno y otros compuestos nitrogenados que podían utilizarse en la fabricación de explosivos. Este bloqueo fue a su vez un incentivo para que Alemania desarrollara su propia industria en función de producir nitrógeno y salir airosos de sus asfixiantes limitaciones. Estalló la Segunda Guerra Mundial (1939–1945) y cuando terminó el conflicto, los alemanes tenían un enorme stock y capacidad de producción de nitratos que ya nadie quería para la industria de la guerra. Fue el momento perfecto para dar inicio a un nuevo mercado que permitiera crear la necesidad de su utilización por el agricultor. Así, la adaptación de armas químicas dio nacimiento a la industria de agroquímicos con fertilizantes, pesticidas y herbicidas. Los abonos nitrogenados como resultado de la fabricación de explosivos, el DDT como insecticida que había sido aplicado en el combate a la malaria, y los famosos compuestos organofosforados que dieron origen al herbicida glifosato o también conocido hoy bajo la marca Roundup, que se desarrolló en el 1932 como arma utilizada en los campos de concentración nazi y que fueron incluso utilizados en tiempos tan recientes como los años 2003 a 2017, en las guerras de Irak y Siria.

Para obtener la masificación de sus ventas, las industrias agroquímicas occidentales comenzaron a ejercer presiones hacia países subdesarrollados con la finalidad de aflojar las restricciones en relación al uso de estos productos químicos. Esta presión contribuyó a incrementar la desigualdad socioambiental entre países, que nos acompaña hasta el día de hoy. Junto a los agroquímicos, también aparecieron maquinarias agrícolas como cosechadoras y pulverizadores que nacieron de tanques blindados, de armaduras que se transformaron en equipamiento y ropas de protección, y de pequeños aviones que hoy son utilizados como fumigadores aéreos, entre otros. Una verdadera industria para la agricultura creada con los desechos de la guerra. 

4 de noviembre, 1948, automóvil rocía DDT para matar moscas en los callejones de Santa Mónica tras un brote de polio. ©UCLA Library digital collections
El DDT fue utilizado ampliamente y sin ningún tipo de restricción como insecticida. ©UCLA Library digital collections

Los impactos de los agroquímicos

Bastó poco tiempo para que, hacia los años 90 del siglo pasado, pudieran hacerse visible los desmedros que estaba ocasionando esta revolución, reflejados en la dependencia al petróleo, la pérdida de biodiversidad, la deforestación, los altos costos en semillas industrializadas, la dependencia a la mecanización y el uso indiscriminado de agrotóxicos. En este último punto nos vamos a detener, ya que atentan directamente a nuestra salud generando daños irreversibles, pues nuestro organismo es incapaz de eliminarlos en forma automática y van acumulándose en nuestros tejidos. Existen múltiples evidencias de que pueden ser los causantes de alergias, dermatitis, insuficiencias respiratorias e intolerancias, y pueden llegar a causar malformaciones, cánceres, abortos y muerte por intoxicación en los casos severos. Riesgos a los que son expuestos principalmente los campesinos encargados de aplicar los productos en el campo en primera instancia y en segundo lugar, los consumidores y todos los seres vivos expuestos a su contacto. 

En el caso específico de Chile, las regulaciones sobre el uso de agrotóxicos, son bastante menos estrictas que en otros países, sin ir más lejos, el año 2021 se reveló un informe donde se muestran los resultados de una extensa auditoría realizada por la contraloría, donde se declaró los 99 agrotóxicos permitidos por el Servicio Agrícola y Ganadero (SAG) y que están prohibidos en la Unión Europea. A modo de ejemplo, podemos señalar el uso del Dimetoato, insecticida organofosforado altamente tóxico para nuestra salud y el medio ambiente, que hace años fue prohibido en EEUU y que en Chile aún se sigue usando. Otro ejemplo es el Bromuro de Metilo, que es un gas sumamente tóxico y que además de causar daño a la salud es un destructor de la capa de ozono, producto prohibido en países como Holanda y que aquí aún se sigue aplicando (Martínez, 2021).  Ejemplos como estos hay muchos, sin embargo, no nos vamos a detener demasiado en dar nombres de productos tóxicos y más bien nos vamos a enfocar en entender qué podemos hacer al respecto para comenzar a erradicar su uso. 

Sin duda, la agricultura debe seguir existiendo en función de alimentar a la población mundial, por lo cual no podemos permitirnos disminuir rendimientos y menos hacer oídos sordos a las necesidades de los agricultores para controlar las hierbas llamadas malezas y el ataque de plagas y enfermedades. Sin embargo, esto no justifica el uso de agroquímicos ya que existen una serie de prácticas agrícolas que entregan la posibilidad de disminuir o incluso eliminar el uso de estos productos tan tóxicos y dañinos. Pero para esto, debemos entender un poco de microbiología e ir al origen del problema.

“Hacia los años 90 del siglo pasado se hizo visible los desmedros que estaba ocasionando esta revolución verde, reflejados en la dependencia al petróleo, la pérdida de biodiversidad, la deforestación, los altos costos en semillas industrializadas, la dependencia a la mecanización y el uso indiscriminado de agrotóxicos”.

Microbiología para entender el origen del problema

En microbiología hay una teoría llamada trofobiosis (trofo: alimento, biosis: existencia de vida), que postula que cualquier ser vivo solo sobrevive si existe alimento adecuado y disponible para él. En las plantas, el mayor o menor ataque de plagas y enfermedades estará dado en la medida que su savia esté integrada por aminoácidos libres y energía química o azúcares. Esta teoría fue desarrollada por el ingeniero agrónomo francés Francis Chaboussou, quien investigó la relación entre suelo, plantas, plagas y enfermedades. En sus estudios concluyó que el desequilibrio mineral en el suelo incide directamente en la vulnerabilidad de las plantas frente al ataque de plagas y enfermedades, y en especial, el uso de venenos y fertilizantes de síntesis. El veneno más usado en la agricultura convencional para el ataque de plagas es el diéster fosfórico (contenido en todos los pesticidas químicos) que, entre otras consecuencias, incrementa los niveles de energía química en una planta; por su parte, los fertilizantes de síntesis —específicamente el nitrógeno— son entregados en forma de nitratos que favorecen la producción de aminoácidos libres. Este es el banquete perfecto para los insectos: energía química + aminoácidos libres. Luego, cuanto más aminoácidos y energía detecten los insectos, pueden estos presentar siete alteraciones de comportamiento fisiológico: 

  • Aumento de la fertilidad.
  • Aumento de la fecundidad.
  • Aumento de la longevidad.
  • Aumento en el número de posturas.
  • Acortamiento de los ciclos de reproducción. 
  • Aumento del número de huevos por postura. 
  • Mayor relación de hembras versus machos. 

La trofobiosis es una teoría bien estudiada y fundamentada que muestra realmente el efecto que puede tener el uso de químicos nitrogenados, no solo en la contaminación ambiental sino sobre la planta misma, además de explicar los efectos colaterales en el manejo de plagas y enfermedades. Concluimos así que el uso de químicos crea un círculo vicioso que trae más plagas y enfermedades. 

Las plagas y enfermedades estará dado en la medida que su savia esté integrada por aminoácidos libres y energía química o azúcares. ©Joyful

Se suma a lo anterior, que los fertilizantes químicos para ser elaborados se utilizan grandes cantidades de petróleo, lo que conlleva un impacto negativo en relación con la utilización de este recurso no renovable. En su formulación se utilizan sales que para ser disueltas exigen un mayor consumo de agua por parte de la planta, lo que tiene un impacto a nivel celular (las células se hinchan y se produce un debilitamiento en las paredes celulares, lo que posteriormente facilita la entrada de patógenos). Al mismo tiempo, se genera un mayor estrés ambiental por el derroche de este recurso. 

Agreguemos que los fertilizantes son altamente solubles debido a que ingresan de forma pasiva a la planta, tienen un tiempo escaso de disponibilidad para el cultivo y provocan una posterior contaminación de las napas subterráneas hasta terminar en los ríos y/o en el mar, dando origen a la sobrepoblación de algas nitrógeno-dependientes que causan un importante desequilibrio en el ecosistema acuático. Al no poseer materia orgánica, su uso empobrece el suelo y lo contamina. Estos agroquímicos actúan satisfaciendo ciertas necesidades nutricionales en los cultivos, al mismo tiempo que, paradójicamente, van generando deficiencias o incapacidad de absorción de otras. Y cuando su uso es exagerado, existen altas probabilidades de generar toxicidad en el suelo y cultivos. 

No está demás agregar que los fertilizantes requieren de mayor inversión por parte del productor —ya que no los puede elaborar por sí mismo—. Su utilización favorece, así, al contaminante negocio de la agroindustria con incrementos cortoplacistas en la producción y rentabilidad. Lo anterior, sin comprender los efectos sistémicos que trae su práctica, ni tampoco la red de dependencia a la que son sometidos.

Algunos ejemplos de fertilizantes son: nitrogenados (nitratos de sodio, amoníaco, sulfato de amonio, nitrato de amonio), potásicos (cloruro de potasio, sulfato de potasio) y fosfóricos (superfosfatos y fosfato amónico), entre otros. 

Luego de esta información, podemos ver que entre todas sus consecuencias negativas,  el uso de fertilizantes químicos es una de las grandes causales de la incidencia de plagas y enfermedades, y por ende, de la necesidad de usar pesticidas. 

Un camino alternativo al uso de agroquímicos 

Existen muchos caminos alternativos al uso de agroquímicos que podemos tomar como productores y/o como consumidores. Algunos tienen un nombre específico por ser corrientes de agricultura que dentro de sus prácticas consideran como base, la eliminación de estos productos (prácticas en detalle, aquí). Sin embargo, no creo que sea necesario pertenecer a un tipo de agricultura en específico, sino más bien,  generar una toma de conciencia que nos permita conectar con la naturaleza de un modo diferente. Debemos entender que esta debe ser cuidada, que en el suelo hay vida y que de esa vida dependemos todos. Además, es importante comprender que el agua es un recurso escaso y lo seguirá siendo cada vez más si seguimos deforestando. Por otra parte, la monocultura ha dejado de ser una alternativa para alimentar a la población mundial y las situaciones de hambre en el mundo solo se modificarán con una distribución justa, con una mejor comercialización y con los subsidios y fomentos de gobierno apropiados, y no con una aumento en la producción de trigo o maíz genéticamente modificados. Una vez que tengamos esta claridad y que veamos los sistemas agrícolas como organismos vivos, es entonces cuando vamos a comenzar a producir alimento de verdad. Un alimento que traiga salud y no enfermedad. 

Como consumidores también podemos hacer nuestro aporte enfocándonos en exigir información sobre  el origen de los productos que estamos comprando. ©Nina Luong

Hoy ya no basta con hacer una agricultura de reemplazo donde se eliminen los químicos y compremos productos orgánicos, hacer esto es caro y no da resultados efectivos. Hoy necesitamos incorporar una serie de prácticas que acompañen estos procesos de cambio, entre ellas: hacer una adecuada planificación, trabajar con paisajes de retención, manejar alta biodiversidad, cultivar en alta densidad, hacer rotaciones de cultivos, asociaciar cultivos que se beneficien, tener un manejo de cobertura de suelos, uso de fertilizantes ecológicos (como estiércoles, compost, humus de lombriz, bokashi, abonos verdes, minerales como harina de huesos, cenizas, polvo de rocas, entre otros), manejo ecológico para el control de plagas y enfermedades (bacillus thuringiensis, de aceite de neem, el caldo ceniza, azufre, caldo bordelés, etcétera), el uso de corredores biológicos y una serie de otras prácticas enfocadas en mantener un equilibrio en el sistema agrícola. Esto permitirá: aumentar la productividad, cuidar el recurso agua, disminuir la incidencia de “malezas”, mejorar la microbiología del suelo, disminuir las plagas y enfermedades, mejorar la economía y autonomía del agricultor, y la salud del consumidor, entre muchos otros beneficios. Todo esto, sin la necesidad de caer en el uso de estos agrotóxicos que paradójicamente al producir nuestro alimento, están matando la vida. 

Por otra parte, como consumidores también podemos hacer nuestro aporte enfocándonos en exigir información sobre  el origen de los productos que estamos comprando. Además de acortar su cadena de producción al máximo, para lo cual, obviamente se hace importante también contar con el apoyo del gobierno. Este tiene el poder de canalizar los esfuerzos para promover e incentivar a la producción de alimentos limpios y nutritivos, y a la generación de nuevos espacios de comercialización, donde el productor pueda llegar directo al consumidor.

“Hoy ya no basta con hacer una agricultura de reemplazo donde se eliminen los químicos y compremos productos orgánicos, hacer esto es caro y no da resultados efectivos. Hoy necesitamos incorporar una serie de prácticas que acompañen estos procesos de cambio”.

Imagen de portada: ©Rasmus Landgreen