Por una ciencia lenta y con más sentido común

La palabra trawün viene del mapudungún y significa etimológicamente algo así como “estar unidos”, “juntar dos cosas separadas, por ejemplo huesos quebrados o los labios de una herida”1. Se trata de una palabra de origen mapuche, pueblo indígena que vive en los territorios australes de lo que hoy es Chile y Argentina. La palabra Trawün es comúnmente utilizada para referirse a una asamblea o encuentro. Se trata de una instancia comunitaria sumamente importante en el que los integrantes de distintas comunidades mapuche se reúnen y debaten temas significativos para su desarrollo. El trawün no sólo se conforma como un espacio para resolver cuestiones puntuales, sino también es en sí mismo una oportunidad de construir confianza, de mirarse a los ojos, de encontrarse, por el puro gusto de hacerlo (Jeria, 2016).

Otra actividad de encuentro que realiza la cultura mapuche es el trafkintu, que consiste en el intercambio no solo de bienes, sino también de kimún –”conocimiento” en mapudungún– entre personas y comunidades. Una especie de trueque de productos que entrega la ñuke mapu –madre tierra–, tales como semillas, animales, frutas, artesanías, alimentos, pero también compartir prácticas agrícolas, relatos ancestrales, entre otros. En los trafkintu las personas se miran a los ojos y se intercambian algo que ellos mismos han cuidado y cultivado, algo que reconocen, por tanto, como una parte suya. 

©DPA, Alle Rechte Vorbehalten

Menciono ambas prácticas sociales de la cultura mapuche a propósito de la perspectiva crítica que la filósofa y química belga Isabelle Stengers (1949) ha desarrollado en torno al debate político y filosófico sobre el papel de la ciencia en la sociedad contemporánea. Sus ideas, basadas principalmente en las obras del matemático y filósofo inglés Alfred North Whitehead (1861-1947), buscan encontrar ese eslabón que unifique ciencia y sociedad, restableciendo la confianza perdida. En este sentido, propongo presentar los conceptos propuestos por Stengers de slow science, cuyo propósito es ralentizar la práctica científica, entre otras cosas para que sea más integral y responsable con la sociedad en la que se inserta; y la del sentido común, como aquello que está en constante disputa y es objeto de negociación. Se trata de nociones que tienen un correlato con varias culturas indígenas –la mapuche es solo una de ellas– y, por lo tanto, creo que es importante no solo ponerlas en diálogo, sino también reconocer la sabiduría de estas prácticas y perspectivas ancestrales.

Por una ciencia lenta

En junio de 2011, la Universidad Católica de Lovaina despidió a la investigadora Barbara Van Dyck por haber participado en una acción de descontaminación de un campo de patatas genéticamente modificadas. Se trató de una acción realizada durante su tiempo libre donde mostraba su solidaridad con los activistas del Frente de Liberación de los Campos. La sanción, absolutamente desproporcionada por parte de las autoridades académicas, no solo evidencia la falsa libertad de realizar investigaciones independientes dentro de la academia, sino también, la falta de libertad personal del investigador para tomar una postura crítica ante ciertas tendencias y sectores de la sociedad.

Más allá de estar de acuerdo o no con las estrategias del activismo movilizado en contra de los Organismos Genéticamente Modificados (OGM), la acción de las autoridades académicas frente a este caso desacredita la relevancia social del tema. Sin embargo, es interesante plantearse, por ejemplo, ¿cuál es el papel de los OGM en todo este conflicto?, ¿cómo se reparten los presupuestos de investigación de una forma equitativa entre las diferentes partes? o ¿cómo afectan estos cultivos a la población en general, a la industria y a la academia? El despido de Van Dyck solo distrajo la atención de un debate social cada vez más necesario. Por esta razón, tuvo grandes repercusiones mediáticas y académicas.

En 2011 la Universidad Católica de Lovaina despidió a la investigadora Barbara Van Dyck por haber participado en una acción de descontaminación de un campo de patatas genéticamente modificadas. ©HLN

En este contexto, Stengers parte de este caso para articular su alegato por una slow science –ciencia lenta– en contraposición al estado actual de las ciencias o fast science –ciencia rápida–. La propuesta se inspira en el movimiento “slow” que se originó en el ámbito de la comida y que prontamente se extendió a otros campos, como el trabajo, el consumo y la vida en general. Estos movimientos denuncian el costo de ganar tiempo y abogan por un modelo alternativo de desaceleración.

La filósofa basa la slow science en la propuesta que tiene el filósofo Alfred North Whitehead sobre lo que debería ser la universidad: “La tarea de una universidad es la creación del futuro, en cuanto pensamiento racional, y modos civilizados de apreciación que pueden afectar el problema. El futuro es grande con todas las posibilidades de logro y de tragedia” (1935, p.189). No se trata aquí de relacionar el futuro con el avance del conocimiento, ni del progreso, sino con una incertidumbre radical, con una preocupación activa de las consecuencias del trabajo científico y con la aceptación por parte de la comunidad académica de pensar, sentir e imaginar la necesidad de hacer frente al estado actual de barbarie en la que vivimos, dice Stengers (2018).

“El desafío de la slow science es que los científicos acepten que lo desordenado no es defectuoso sino simplemente aquello con lo que tenemos que aprender a vivir y pensar, dice Stengers”.

Cuando Whitehead habla sobre el pensamiento racional, afirma la filósofa, no se refiere a la capacidad de abstracción de las ciencias, “sino más bien a la capacidad de estar atento a las propias abstracciones, para no ser guiados ciegamente por ellas” (2018, p. 111). Este, sería precisamente el problema de la ciencia hegemónica actual –fast science– que se caracteriza por formar científicos capaces de obedecer las abstracciones de cada disciplina, sin cuestionarlas –como un sonámbulo, dirá Stengers–. Por lo tanto, una “ralentización” de la ciencia es la condición necesaria para poder pensar con abstracciones en lugar simplemente de obedecerlas.

Los modos civilizados de apreciación mencionados por Whitehead hablan sobre esa simbiosis que la ciencia debería tener con lo que Stengers llama el desorden del mundo. “Lo que es desordenado desde el punto de vista de la ciencia rápida no es otra cosa que la interacción irreductible y siempre incrustada de procesos, prácticas, experiencias y formas de conocer y valorar que conforman nuestro mundo común” (2018, p. 120). Este es entonces, el desafío de la slow science: que los científicos acepten que lo desordenado no es defectuoso sino simplemente aquello con lo que tenemos que aprender a vivir y pensar, dice la filósofa. Si retomamos el caso de los OGMs, por ejemplo, muchos biólogos defenderán que han encontrado una solución racional al problema de la hambruna. Esta afirmación, sin embargo, ignora las causas sociales y económicas del hambre en el mundo (Stengers, 2018). Es decir, ignoran ese desorden que para ellos se sale de su margen disciplinario.

Por otra parte, aunque el argumento de que la industria se mantenga alejada de la investigación científica es recurrente, ha sido muy poco desarrollado según Stengers, y además esconde la intención última de la investigación académica: que su trabajo se torne en algo valioso en términos del desarrollo industrial. Así, por ejemplo, durante bastante tiempo muchos científicos han hecho la distinción entre big science y small science estas categorías, sin embargo, cuestionan la forma y no el sistema en sí, por lo que ambas, bajo la lógica de Stengers, operarían bajo el mismo sistema hegemónico de la ciencia rápida.

Muchos biólogos defenderán que los organismos genéticamente modificados han encontrado una solución racional al problema de la hambruna. Esta afirmación, sin embargo, ignora las causas sociales y económicas del hambre en el mundo. ©Akshay Chauhan

Si bien Stengers no habla de big y small science –otros conceptos muy conocidos en el ámbito científico–, si se refiere a ciencia industrial y académica, que podrían hasta cierto punto analogarse respectivamente. En este sentido, ambas trabajan en simbiosis, bajo una economía productiva del conocimiento, sin pensar en las consecuencias que tendrá su trabajo en otras áreas y sin escuchar a otros actores sociales. De esta forma, la slow science es una forma de abordar el quehacer científico que choca con los intereses de las actuales relaciones entre las universidades con sus socios industriales (2018).

En conclusión, Stengers denuncia el escenario de la ciencia moderna, que se ha visto afectada por una “prisa” en búsqueda de resultados rápidos y aplicaciones prácticas inmediatas, lo que a menudo lleva a simplificaciones excesivas, falta de rigor y falta de atención a las implicaciones éticas y sociales de la investigación científica. En este sentido, el movimiento de la slow science busca contrarrestar los aspectos negativos de la aceleración y la competencia desenfrenada en la investigación científica contemporánea; propone una aproximación más reflexiva, cuidadosa y ética a la práctica científica; y aboga por una ciencia que sea consciente de su contexto cultural y político, que tome en cuenta las incertidumbres y los límites del conocimiento científico, y que se comprometa en diálogos interdisciplinarios y abiertos con la sociedad en general.

Stengers denuncia el escenario de la ciencia moderna, que se ha visto afectada por una “prisa” en búsqueda de resultados rápidos y aplicaciones prácticas inmediatas. ©Timon Stulder

Por una práctica científica desacelerada: conocimiento situado y sentido común

Como Donna Haraway (1995), Stengers también afirma que el conocimiento siempre está situado. Esto quiere decir que la ciencia no es un reflejo objetivo de la realidad, no es neutral, ni desinteresada. Esto no lo juzga como algo malo en sí mismo, sólo cuando no es explicitado. Estar situado, entonces, significa tener una perspectiva parcial de las cosas y del mundo. En este sentido, las perspectivas y experiencias de las personas y los diferentes grupos sociales deben ser reconocidas y valoradas en la producción de conocimiento. En palabras de Stengers: el conocimiento situado “requiere aprender de los demás, ser transformados por lo que se aprende y reconocer nuestra deuda con esta experiencia transformadora a medida que exploramos sus impactos problematizadores en nuestros propios términos” (2018, p.127).

En tiempos de profunda crisis ambiental y social, es necesario replantear el debate político sobre la ciencia. Así, Stengers ha llamado sentido común al proceso de diálogo que permita volver a unir la práctica científica con la sociedad, es decir, restituir la confianza perdida (2022). Lejos de referir el sentido común como a un conjunto de creencias o conocimientos preestablecidos y universalmente aceptados, lo entiende como una construcción social y cultural que varía según el contexto y las prácticas discursivas en juego. Así, esta filósofa critica la noción tradicional de sentido común que implica una especie de sabiduría popular inmutable y universalmente compartida. En su lugar, argumenta que el sentido común está constantemente en disputa y es objeto de construcción y negociación. Reactivar el sentido común, sería entonces, posibilitar las prácticas de encuentro entre los diferentes actores sociales. En el marco cultural mapuche, activar el sentido común es posibilitar el trawün.

Reactivar el sentido común es para Stengers posibilitar las prácticas de encuentro entre los diferentes actores sociales. ©Shffls

La ciencia rápida, dice Stengers (2018, 2022), tiende a glorificarse de descalificar el sentido común, pues es parte del desorden del mundo. Así, lo convence de remitirse a la autoridad de los que saben. De esta forma, el sentido común “para poder soldarse con la imaginación, debe ser capaz de rumiar, es decir, no dejarse manejar, no aceptar con docilidad la descalificación de lo que le importa” (2022, p. 18). De esta forma, este término conversa con la noción de slow science. Ambas ideas requieren de una desaceleración e implican una mirada integrativa capaz de reapropiarse o recuperar –reclaim– el arte de lidiar con el desorden del mundo, algo que los activistas, los indígenas y otros grupos saben hacer muy bien (2018).

Los territorios al sur de Chile se han visto históricamente amenazados por el desarrollo industrial. Los monocultivos forestales y las hidroeléctricas están secando ríos y suelos, afectando a muchas comunidades, sobre todo mapuche. Hoy, en cada trawün al sur de Chile la gente de las más variadas procedencias, profesiones y lugares tejen redes de conversación en torno a la defensa de los ecosistemas. “Con respeto van tomando la palabra, mapuche, chilenos e incluso europeos que en estas tierras hallaron su destino. Cada uno toma el tiempo que estime necesario para decir tantas cosas urgentes. Largas y pausadas son las palabras, pero nadie habla de más, nadie habla sólo por hablar” (Jeria, 2016). El sentido común del que habla Stengers se conoce hace mucho en los territorios australes, al lado del fogón, compartiendo el mate, tratando de sanar esa herida que la industria con ayuda de cierta parte de la ciencia insiste en abrir. Hoy es urgente escuchar esas luchas, aprender de ellas y dejar de encandilar esas otras formas de conocimiento a la luz del progreso.

Bibliografía

De Augusta, J. [edit. Belén Villena Araya]. (2017). DICCIONARIO Mapudungún – Español/Español – Mapudungún. Temuco: Ediciones de la Universidad Católica de Temuco.

Haraway, D. (1995). Ciencia, cyborgs y mujeres: la reinvención de la naturaleza. Madrid: Catedra.

Jeria, D. (2016). “Trawün: palabras que bailan como el humo y fluyen como el agua”. Mapuexpress.

López, C. (2022). “Red de mujeres del Lavkenmapu: Intercambios para sanar el alma a través de hierbas y semillas”. Revista Endémico. https://endemico.org/red-de-mujeres-del-lavkenmapu-intercambios-para-sanar-el-alma-a-traves-de-hierbas-y-semillas/

Stengers, I. (2022). Reactivar el sentido común, Whitehead en tiempos de debate y negacionismo. Barcelona: Ned.

Stengers, I. (2018).”5 ‘Another Science is Possible!’ A Plea for Slow Science”. Another Science is Possible. A Manifesto for Slow Science. Cambridge: Polity. Pp. 106-132.

Whitehead, A. (2004). Modes de pensée. Paris: Vrin.