En sus comienzos, las bases de la agricultura fueron sentadas sobre el cultivo de especies originarias de cada lugar, así como también de todas aquellas provenientes de la trashumancia, movimiento que favorecía el intercambio de semillas y aseguraba la diversidad ecosistémica y de alimentación de los pueblos. Así, durante miles de años, indígenas, campesinos y campesinas trabajaron y aún muchos de ellos continúan trabajando en resguardar gran variedad de semillas de alto valor alimenticio y cultural.
Este patrimonio fue considerado de extrema importancia hasta la década de 1940, cuando comenzó la revolución verde y los esfuerzos se enfocaron en aumentar la producción de algunos alimentos a nivel mundial. En esos años, se desarrolló el famoso paquete tecnológico basado en los tres pilares fundamentales de la agricultura convencional, que nos acompañan hasta el día de hoy: el uso de maquinaria pesada, fertilizantes y pesticidas químicos, y la industria de semillas “mejoradas”. Estas últimas, desarrolladas en la búsqueda de características netamente productivas y comerciales como: la homogeneidad, rápido crecimiento, resistencia a algunas enfermedades y alta productividad. Y pongo entre comillas lo de mejoradas, porque a pesar de ser una industria que ha cumplido con sus objetivos y ha beneficiado el desarrollo en investigación y creación de nuevas variedades, su paso también trajo consigo una pérdida inmesurable en la diversidad de semillas tradicionales o criollas a nivel global.
Para conocer y entender un poco más sobre el origen de las semillas y sus características, veremos su clasificación de una manera sencilla:
Endémicas. Son originarias de un solo lugar en el mundo, como por ejemplo el copao, fruta endémica de la región de Coquimbo en Chile.
Nativas. Son aquellas que pertenecen a una región o ecosistema determinado, pero que se pueden encontrar también en otros lugares de condiciones similares; por ejemplo: la frutilla silvestre (Fragaria chiloensis), el tomate silvestre (Lycopersicon chilense), el pepino fruta (Solanum muricatum) y la papa (Solanum tuberosum sp. andigena y Solanum tuberosum sp. tuberosum).
Tradicionales, locales o criollas. Son especies que no son necesariamente endémicas ni nativas. Pueden haber sido traídas de otro país o continente pero que, con el pasar de los años, se han convertido en el resultado del proceso de co-evolución, o evolución conjunta entre especies, que ha permitido gran adaptabilidad y resiliencia. Estas son semillas ancestrales que por medio de la práctica milenaria, de seleccionar semillas de la cosecha y utilizar y/o intercambiar para la próxima siembra, nos han acompañado por más de 12.000 años en toda la historia de la agricultura. Ejemplos de estas semillas en Chile son una gran variedad de porotos, maíces, papas, el ají cacho de cabra, el ajo chilote, la alcachofa criolla, la alcayota, el amaranto, la quínoa, la arveja chilota, el maíz amarillo del Maule, el pepino de fruta, y cientos de especies y variedades que se han cultivado por siglos en nuestro país, pero que han sido rápidamente desplazadas por las reducidas y empobrecidas variedades comerciales.
Híbridas industriales. Estas semillas son las clásicas variedades comerciales que se encuentran hoy. Semillas que por medio de manipulación genética, se seleccionan variedades que se pueden potenciar para dar ciertas características a una planta. Con la intervención de la industria, estas semillas son las más utilizadas a día de hoy para obtener una producción estandarizada y máxima en el marco de ciertas “condiciones ideales”, que muchas veces incentivan la aplicación de fertilizantes y pesticidas sintéticos. Esto constituye un “paquete completo” que no permite a la planta evolucionar con su medio, menos defenderse y alcanzar un equilibrio con el sistema y, peor aún, impide que quien las cultiva pueda conseguir recolectar sus semillas para la próxima producción. Esto último se debe a que, en caso que la planta las produzca, sus características serán completamente diferentes a las originales y eso obliga a comprar nuevamente para una próxima producción, creando una dependencia del agricultor a la industria, además de una serie de consecuencias negativas, como la alta contaminación, empobrecimiento de nuestra alimentación, y una alta dependencia de petróleo para la producción de alimento a nivel mundial. Ejemplos de estas semillas, son prácticamente todas las variedades comerciales que se pueden identificar por su característica letra acompañada de números, como el calabacín Dynamic F1, el tomate SV2333TJ, o la cebolla Sherman F1, entre otras.
Transgénicas. Con la transgenia se rompe, por primera vez en la historia, la dinámica natural de la evolución, introduciendo en una especie en particular, genes de cualquier otro reino o género, con consecuencias imprevisibles en el futuro. Al llegar al medio natural, estas plantas alteradas pueden acabar con equilibrios ecosistémicos alcanzados tras siglos de coevolución, y tienen la capacidad de generar desastres ecológicos inimaginables.
Chile es uno de los principales productores de semillas transgénicas en el mundo. Sin embargo, por el momento se ampara en una ley que “permite la producción de semillas transgénicas para la exportación pero no para consumo interno”. Lo contradictorio es que Chile exporta esas semillas y después importa el producto elaborado a partir de esa semilla; por ejemplo, exporta la semilla de maíz trans- génico a EEUU, se cultiva el maíz en ese país, se elabora el producto y luego se manda a Chile la caja con el cereal listo para consumo.
Es importante mencionar que, en estos momentos existen principalmente cuatro productos transgénicos a nivel comercial: el maíz, el algodón, la canola o raps y la soja. Un enorme mercado de semillas comerciales, concentrado en grandes empresas como la multinacional Monsanto (que recientemente incorporó Bayer), Basf, Pioneer, Dow y Syngenta.
Si bien el panorama de los transgénicos y de toda la industria que hay detrás de las semillas puede resultar intimidante, es importante destacar que existen esfuerzos para la conservación de semillas tradicionales. Un ejemplo de ellos, es el INIA (Instituto Nacional de Investigación Agropecuaria) con su banco de semillas que cuenta con condiciones especiales (luz, temperatura, humedad) para asegurar la conservación de gran diversidad de especies.
Sin embargo, no se puede dejar de lado el hecho de que estas semillas conservadas en condiciones especiales, lamentablemente no cumplen con la condición de adaptabilidad de la especie. Lo anterior, porque aquellas semillas no están expuestas año tras año a las variables edafoclimáticas (variaciones de clima y suelo), y por lo tanto, se les impide co-evolucionar con el medio. Otro mecanismo para la conservación de estas semillas tradicionales que ha funcionado por miles de años, es la siembra de mano en mano. Esta práctica consiste en recibir semillas, luego sembrarlas, cultivarlas, seleccionarlas, cosechar las nuevas semillas y nuevamente sembrarlas, guardar unas pocas y compartir o intercambiar las sobrantes.
Estas semillas, además de ser resguardadas por generaciones, tienen la particularidad de ir desarrollando una memoria vivencial conocida como epigenética, que consiste en un puente entre las interacciones de los genes y el ambiente que se produce en cada organismo. La epigenética es una forma de tomar todos los datos sensoriales que se reúnen en la vida cotidiana, integrarlos y luego responder de una manera diferente. Esta experiencia de vida queda registrada en lo más profundo del ser; luego toda esa información es transmitida por medio de la semilla. Aquí es donde encontramos un tesoro que va más allá de la genética de laboratorio, esto es adaptación para la vida. Una condición que no consiguen las semillas guardadas y nunca sembradas.
Un poco de actualidad
Durante el mes de abril se asomó una declaración pública sobre la Norma General del Ministerio de Agricultura que reconoce la existencia de semillas tradicionales y establece “orientaciones al efecto”. Esta norma se enmarca en la intención, por parte del gobierno, por reconocer de manera explícita la existencia de las semillas tradicionales, y considera la necesidad de entregar ciertas orientaciones para la realización de los intercambios de semillas en Chile. Sin embargo, en esta norma hay ciertas banderas rojas.
Si bien, en el artículo 1º se cumple con el primer cometido que es el reconocimiento de la existencia de las semillas tradicionales y su contribución al desarrollo de sistemas alimentarios sustentables y a la seguridad para la soberanía alimentaria, en el artículo 2º, se establecen orientaciones para propiciar la protección, conservación, intercambio y utilización sustentable de semillas tradicionales; que son dignas de analizar.
Un primer punto que llama la atención, es que se estipula una autorización para la participación de esta actividad que se ve limitada a ciertos actores: “Las guardadoras, guardadores, campesinas, campesinos, pequeño productor y productora agrícola podrán realizar la práctica ancestral de intercambiar las semillas tradicionales”. Otro punto, es el intento sobre regular cantidades: “Sus cantidades serán reguladas por un acto administrativo del Ministerio de Agricultura”. Y es en base a estos puntos que vale la pena hacerse unas cuantas preguntas: ¿Desde cuándo se necesita autorización para ejercer una práctica libre por derecho?, ¿pretenden regular las cantidades?, ¿qué pasa con quienes no entran en la estricta clasificación de guardadoras, guardadores, campesinos, pequeño productor y productora agrícola?, ¿el resto de los ciudadanos y organizaciones sociales no pueden ejercer esta práctica ancestral de intercambio? dejo estas interrogantes para reflexión.
Afortunadamente, en el mismo instante que se hizo pública esta norma, ocurrió un levantamiento a nivel país que alzó la voz e impidió que esta se hiciese efectiva, lo que dio por resultado su anulación. No podemos olvidar, que las semillas tradicionales nos pertenecen a todos, y no debe existir legislación alguna que nos inhabilite la capacidad de intercambio libre. Las semillas son tesoros que son libres por derecho propio y que merecen continuar su tradición de intercambio y acceso para todas y todos aquellos que trabajan en pro de su cuidado, siendo este el único mecanismo que nos puede asegurar la biodiversidad y soberanía alimentaria. No se puede olvidar que estas semillas tienen el potencial de recuperar nuestra riqueza agrícola y alimentaria que se ha visto profundamente disminuida desde que se ha instalado la era industrial, es decir, estas semillas son la fuente de nuestra riqueza cultural.
Para nuestro saber, existen varias organizaciones orientadas a la valoración, rescate, conservación e intercambios de semillas ancestrales que nos pueden permitir interiorizarnos más sobre este asunto. Me parece interesante mencionar la Fundación llamada Biodiversidad Alimentaria y una serie de pequeñas organizaciones que trabajan en pro de generar intercambios de semillas a lo largo y ancho de todo el país, como por ejemplo, la Red de Guardianes de Semillas, La Red de Semillas Libres y las semillas en Resistencia en Chiloé, entre otras iniciativas.
Y si te quieres aventurar en ser recolector o recolectora de tus propias semillas, te dejo aquí algunos tips:
- Recolecta las semillas que te parezcan interesantes de rescatar. Puede ser de las plantas que tengas en tu huerta o de un rico tomate, maíz o papa de tradición que encuentres en una feria ecológica por ahí. Solo fíjate que las semillas que vayas a conservar, no provengan de la industria de la hibridación comercial debido a que puedan haber perdido calidad genética y estar patentadas.
- En caso de que sean semillas provenientes de tus cultivos, aplica siempre la regla del medio para su cosecha. Se sacan de la parte del medio de la planta y del medio de la época de producción. No se sacan ni las primeras ni las últimas semillas. Elige siempre plantas fuertes y sanas. Marca con un hilo rojo la planta que sea seleccionada (secreto de campo).
- Colócalas sobre una superficie plana y cúbrelas con un diario o papel secante.
- Procura que estén lejos del sol y viento excesivo.
- Déjalas secar por unos 5 días y luego guárdalas en frascos de vidrio o en bolsas de tela y etiqueta con la fecha de recolección.
- Si tienes excedentes, lo ideal sería que las puedas intercambiar o regalar a otros guardadores de semillas.
No olvidemos que está en nuestras manos, el crear un futuro de biodiversidad y pertenencia para nuestras futuras generaciones. ¡Todos podemos convertirnos en guardianes de semillas!
Imagen de Portada: ©Josefina Banfi