Plástica maleza, observaciones a la obra de Fernando Andreo Castro

Un trozo de plástico enredado entre las algas, agitado luego por las olas hasta la orilla, es la materia del recolector vestido con risa juguetona y las mismas zapatillas de chicos que juegan en las canchas de Chile. Fernando Andreo Castro quien, acompañado de dos caninas, observa la naturaleza y sus márgenes bajo la mirada vivaz que se cruza con un mundo contemporáneo, que venera la idea de naturaleza, mientras con su consumo desmedido la destruye. Él recorre con su ojo hábil la espesura de los territorios en busca de un material tan tóxico como hermoso. Residuos y otros cuerpos representan lo que parece la cuenta regresiva para lo que conocemos como hábitat.
© Fernando Andreo Castro

En el contexto de la residencia de arte del programa Los Ríos: Territorio Visual III 2022 –organizado por la Seremi de las culturas las artes y el patrimonio de la región de los Ríos junto a Galería Barrios Bajos–, Fernando Andreo, como artista participante de la instancia, se transforma en un recolector. Andreo lleva a cuestas una infancia en medio de una urbanidad mixturada por la estética agrícola de Linares que habita en su piel, como también un Santiago feroz. En la adultez, recorre hasta la costa valdiviana, junto a la naturaleza idealizada por el turista o el artista de turno en su paso por el lugar. Se observa cómo el artista convive con una naturaleza distinta al imaginario común. Esta corresponde a un cruce, demostrando la crueldad humana junto a la belleza que esta misma logra agenciar en medio de la violencia y su producción. 

Fernando Andreo en residencia de investigación y creación artística Los Ríos Territorio Visual. © Fabiola Pontigo

El artista deja atrás una percepción mística new age, para encontrar en lo humano y sus residuos la forma de generar ambientes híbridos con los restos del capitalismo desbordado en los mares y sus costas, espacios que son recorridos por Fernando junto a sus gráciles canes. Al igual que una mariscadora o un recolector de algas, él trabaja en su recolección de materiales e imágenes, produciendo un ecosistema artístico que es capaz de dialogar entre cuerpos extraños, híbridos no deseados, así como retrata en su pintura a los mestizos hijos de los márgenes de Chile que circulan y crecen por todas las esquinas de la geografía nacional, como una preciosa maleza. Al igual que la maleza construye su trabajo entre los cruces, lo transdisciplinario lleva a estudiar el cuerpo masculino de las castas bajas de la sociedad, para evidenciar la naturaleza destructora del patriarcado. Una corporalidad que lidia con el deseo de los otros, tanto para su explotación laboral, como su estigmatización de la potencia sexual delictiva.

En la actualidad, Fernando centra su trabajo en un diálogo con el territorio sur desde la urbanidad hasta lo rural. Construye un jardín con diferentes semillas o piezas para sembrar lo que en un futuro será un hábitat capaz de alimentar su propia materia y discurso total. En medio del vagabundeo entre sitios eriazos, playas vacías, calles de tierra y piedras, descubre, por medio de su agudo olfato, un mundo en el cual siempre se conecta con algo que nos liga a lo global. Esa globalidad es el desecho capitalista. En su transitar de margen a margen, siempre mantiene la vista en esos objetos y sus colores que luego convierte en la materialidad a poetizar. Pero no es sólo un marco poético el que maneja Andreo, sino también lo político que involucran estos insumos. Procura sutilmente que los pigmentos y el fondo de cada instrumento utilizado hable, el resto es trabajo del público para digerir.

«En medio del vagabundeo entre sitios eriazos, playas vacías, calles de tierra y piedras, descubre, por medio de su agudo olfato, un mundo en el cual siempre se conecta con algo que nos liga a lo global. Esa globalidad es el desecho capitalista».

La acción cotidiana de muestras viriles de afecto, la naturaleza que se pierde, las marchas por las luchas ambientales o un hombre comprando pan en una caleta son los retratos que figuran en latas de publicidad, letreros olvidados, nylons encontrados, mármol de alguna casa en ruinas. Eso importa en la obra de Fernando Andreo Castro, la ruina que deja el deseo, ese líquido que arrasa con la propiedad y se abre a la multiplicidad de esquinas, parques, plazas o caminos rurales. Al igual que sus malezas; obras que en sus diversas estructuras a modo de instalación o site specific ha ido configurando en diversos espacios, para ser retratadas en fotografías únicas, tanto en lugares urbanos como también en el paisaje costero valdiviano. 

Pintura en capó de un auto. © Fernando Andreo Castro

La maleza es vista como una hierba no deseada, una planta que no le llaman planta, es algo otro, una alteridad que dibuja un límite entre lo deseable y lo que no. Lo sano y lo enfermo, lo débil y lo frágil y en ese ejercicio, Fernando ha entrenado en su pincel que traduce toda la performance de su cuerpo sonriente al pintar la mixtura de todos esos elementos para entregar la imagen viva de una frágil fortaleza o viceversa, permite a las obras ser todo eso y más. En ese espacio de recomposición, el autor hace relucir su sensible visión frente a la despiadada maquinaria tanto del arte como del mundo contemporáneo. La maleza es otro que cuenta con su propia belleza, el artista lo comprende y en su forma poco convencional, la maleza como pieza artística cobra sentido en un gesto hacia nosotros para decirnos: somos diferentes y eso nos hace bellos. 

Malezamacera. © Fernando Andreo Castro

El artista investiga y hace expandir este malezal. El jardín de sitio eriazo de este corpus de obra comienza incluso a invadir o ramificar en los espacios del video y la danza. Así es como en el trabajo denominado Maleza-Danza Fernando Andreo y Francisco Bagnara, juntos a un colectivo de cuerpos de artistas bailarines y de otras áreas, generan un lenguaje visual y coreográfico armado de modo intuitivo y corporal. Los movimientos en los videos de Maleza-Danza están ligados a cómo piensa el cuerpo en función con los elementos que le circundan, la muerte pandémica y el temblor, la piel pintando el aire bajo un ritmo que invoca movimientos de las zonas bajas y caderas, acompañado con la suavidad de habitar la sal contenida en la niebla de Chaihuin, sector que Fernando ha tomado como estación de trabajo. Es ahí donde pensamos que es posible construir a partir de la híbrida naturaleza, que nos otorgan los últimos años de una posible catástrofe humana. Surge entonces la pregunta: ¿debemos dejar los cuerpos vivir su deseo, reflejando aun lo que nos destruye en una danza quebrada? 

Una coreografía hecha con la arqueología sentimental a través de objetos encontrados; bolsas, sacos, botellas, diplomas, fotografías, todo para darnos a entender que las raíces que el arte comienza a expandir podrían hacer más llevadera nuestra destrucción inminente, pero que como Fernando revela en su trabajo, los restos de nuestra historia serán el lienzo para que las plantas y otros seres vivos hagan su propio arte, como una zapatilla Adidas en medio del bosque abrazada por lo verde. El artista deja al entorno expandir sus raíces y permite que seamos un paso más en este espacio llamado tiempo. 

© Fernando Andreo Castro
© Fernando Andreo Castro

Imagen de portada: © Fernando Andreo Castro