El arte de la observación
Los dos compartieron la admiración por lo infinitivamente pequeño y los segmentos de vitalidad “casi inexistentes”, que son sin embargo el origen primigenio de los organismos más complejos. En su diario, Redon escribió sobre los primeros años de su relación con Artaud: “examinaba las fronteras del mundo imperceptible, buscando cierta forma de vida situada entre el animal y la planta, una flor o un ser, un misterioso elemento que bajo la influencia de la luz se tornase animal por algunas horas”.
La curiosidad que sentían por las asociaciones simbióticas, por la porosidad y abertura de los cuerpos extraños que cooperan entre sí, pronto se expresó en los trabajos litográficos y carbones de Redon. Las presencias que ebullen y se fermentan en sus obras, como ocurre en Le squelette, 1880 (El esqueleto), conocida también como Dans le dédale des branches, la blême figure apparaissait (En el laberinto de los ramos, surgía la figura lívida) y Fleur de marécage, 1882 (Flor de pantano), muestran lo que hoy llamaríamos ensamblajes multiespecie: composiciones integradas por partes de animales (humanos y no humanos), vegetales y un conjunto de vitalidades otras que no son distinguibles. A través de la representación de seres fragmentados, Redon buscó vislumbrar el contorno de criaturas semejantes a holobiontes y entidades quiméricas, para cuya materialización debió recurrir al inconsciente y la fantasía.
Tornarse visible
En las últimas décadas del siglo XIX, se extendió por toda Francia un sentimiento de derrota. En 1871, los franceses perdieron la Guerra Franco-Prusiana, y se dijo que el fracaso se debía –al menos en parte– a que la constitución física de sus combatientes era más débil que la de los prusianos. El científico Luis Pasteur, quien ya era un ciudadano insigne en esa época, se convirtió en héroe nacional, devolviendo a Francia el orgullo patriótico. La Teoría de los gérmenes que Pasteur había anunciado en 1862 se popularizó rápidamente en toda Francia y Europa, dando a los microorganismos un protagonismo que no habían tenido hasta entonces.
De esta forma, hubo un incremento de campañas de higienización en todo el país. En estas, se asociaba a los gérmenes y microbios con enfermedades infecciosas, epidemias y muerte. Los microorganismos se tornaron el nuevo enemigo, y llegaron a considerarse una amenaza biológica altamente destructiva que acechaba en silencio.
Redon estaba tan impresionado con las investigaciones de Pasteur que no dudó en enviarle una nota en la que expresaba su admiración. Junto con la misiva también incluyó algunas impresiones de la serie litográfica que había creado en 1883, bajo el título Les Origines (Orígenes). En esa colección son característicos los entes de apariencia monstruosa e híbrida, como es el caso de Le polype difforme flottait sur les rivages, sorte de cyclope souriant et hideux (El pólipo deforme flotaba en la orilla, una especie de sonriente y horrible) (1883). La figura resulta enigmática no solo por el nombre que Redon le dio –remitiéndose a aquel personaje de la mitología homérica que se enfrentó con Odiseo–, sino por la interpretación visceral que puede hacerse sobre ella.
La imagen mítica de los cíclopes, y en particular la de Polifemo, está asociada a la de un ser otro-que-no-humano que tenía gusto por la carne humana. Cabe la posibilidad de que exista una relación entre la presencia sigilosa de los gérmenes y microbios “que todo lo ven sin ser vistos” y un cíclope que sonríe de modo desconcertante mientras exhibe la dentadura. Además, se puede establecer una analogía con las ideas de la época, que veían en los microorganismos un símbolo de la decadencia y descomposición del cuerpo humano.
El imaginario de los seres microscópicos que “invaden” un organismo sano y lo corrompen hizo que surgieran movimientos que simpatizaban con el darwinismo social, el cual no tardó en encontrar asidero en el rápido y muchas veces desordenado crecimiento de las ciudades francesas. Los marineros e inmigrantes que llegaban de las tierras colonizadas en ultramar pronto se convirtieron en colectivos sospechosos.
Como recuerda Barbara Larson, la patologización de los gérmenes llevó a la construcción de un laboratorio para el estudio de la fiebre amarilla, en el que se realizaron pruebas experimentales con inmigrantes procedentes de Senegal. Este laboratorio estaba a cargo del propio Pasteur, y se localizaba cerca de Burdeos, la ciudad natal de Redon y Arnaud. Según la misma autora, en la última década del siglo XIX se diseñaron puestos avanzados de higienización forzada en prácticamente la totalidad de los territorios colonizados por Francia, con la idea de salvaguardar la salud en la metrópolis y controlar las enfermedades que la población nativa de las colonias podía transmitir a la ciudadanía francesa.
De especial atención resultan las litografías que Redon creó en 1896 para ilustrar una nueva edición de la novela The Haunted and the Haunters, del escritor inglés Edward Bulwer Lytton, y publicada originalmente en 1857. Una de las obras, titulada Larvae so bloodless, so hideous (Larvas tan incruentas, tan horribles), en referencia a una frase que menciona el protagonista para describir las presencias fantasmagóricas que lo hostigan, es interesante porque la alusión que se hace a las larvas no solo incluye lo insalubre y biológicamente impuro, sino también una entidad ontológica sobrenatural y demoníaca.
En El libro de las larvas, la crítica de arte francesa Marion Zilio, analiza las diferentes acepciones que las larvas y “el estado larval” tuvieron – y tienen – en el pensamiento occidental moderno. Ella explica que esos organismos son percibidos como seres prematuros e inacabados, lo que desestabiliza nociones de orden, estabilidad y progreso. Su aspecto misterioso e indeterminado no admite valoraciones definitivas, las larvas se repliegan sobre sí mismas, se envuelven y desaparecen en su propia existencia. Su constitución es elástica y no estática, ellas están transformándose el tiempo todo, y eso hace que no sea posible elaborar descripciones deterministas sobre su apariencia. Las larvas y el estado larval representan un tipo de continuo discontinuo, carente de planos y coordenadas. Ellas son un devenir constante entre lo que era y lo que aún no es.
Más que metáforas, lo que se encuentra en la base del análisis realizado por Zilio es una crítica del antropocentrismo que, incluso en la actualidad, continúa predominando en la filosofía y las ciencias modernas. Nuestro modo (humano) de “pensar el mundo” consiste en un esfuerzo reiterado por encontrar siempre nuestro propio reflejo. Las larvas, en cambio, tienen la capacidad de desorientarnos por completo, con ellas no es posible identificarse de manera fácil porque no generan ningún tipo de carisma. Para ese modo de “pensar el mundo” antropocéntrico, continúa Zilio, lo larval es lo “totalmente opuesto” a la lógica y la razón humanas, de ahí que ellas demanden una manera distinta de prestar atención. En última instancia, los seres y estados larvarios nos obligan a reconocer que no existe “una biopolítica de las percepciones que sea capaz de domesticar lo sensible”.
No basta con devolver la mirada
En la última década, los estudios multiespecie, y en especial los nuevos vitalismos, se propusieron pensar las intensidades afectivas de los relacionamientos humanos-microbios desde un lugar distinto. Al interesarse por el desconcierto histórico que representaciones como Larvae so bloodless, so hideous causaron entre el público, esas investigaciones plantean la posibilidad de crear cohabitabilidad con seres con los que los humanos en apariencia no tenemos nada en común.
Los trabajos de la geógrafa británica Beth Greenhough son de particular relevancia en esos debates. Si los seres híbridos y bizarros en las obras de Redon son una invitación metafórica a devenir otro, la propuesta hecha por Greenhough consiste en un aprendizaje interactivo, por medio del cual la informidad (o falta de forma) del otro no es invisibilizada, sino que potencia una forma de relato inquisidor y desterritorializado. Ya no se trataría de “devolver la mirada” para reflejarnos en un “otro distinto”, sino de establecer canales de comunicación interespecífica que nos permitan dialogar con esas presencias espectrales, sin imponer el lenguaje humano. Greenhough utiliza la expresión “mezclarse con los microbios”. Mezclarse significa una forma de acuerdo en el que existe un reconocimiento mutuo, sustituyendo la opacidad pictórica por la calidez de un contacto corporalmente activo. Esta imagen privilegia la proximidad de la vida regenerativa en respuesta al imaginario de extrañamiento y muerte que algunos críticos vieron reiteradamente en las obras de Redon.
Podemos encontrar en la vitalidad de los organismos microscópicos, en la potencia de los seres larvales “que se arrastran”, un tipo de agenciamiento performativo que nos ayude a recomponer un planeta herido por las crisis ecológicas y ambientales del Antropoceno. Gracias a los microscopios electrónicos, que amplifican hasta 100.000 veces la capacidad que tenían los microscopios ópticos utilizados por Pasteur a mediados del siglo XIX, ahora somos capaces de identificar una diversidad de microbios que habían permanecido invisibles a nuestros ojos. Es muy probable que muchos de esos organismos se asemejen al ser fantástico con el que Artaud ansiaba encontrarse en la soledad de su laboratorio en Burdeos.
“Podemos encontrar en la vitalidad de los organismos microscópicos, en la potencia de los seres larvales ‘que se arrastran’, un tipo de agenciamiento performativo que nos ayude a recomponer un planeta herido por las crisis ecológicas y ambientales del Antropoceno”.
Sin olvidar tampoco que “mezclarse” con los microbios no solo involucra circunstancias de extrema vulnerabilidad humana y enfrentamiento, pues existen microbios benéficos que participan en el adecuado funcionamiento de nuestro organismo, las bacterias que viven en nuestro tracto digestivo, por ejemplo. Pensar a partir de esas microbiosociabilidades, como señala la antropóloga cultural Heather Paxson, tiene significados muy distintos para la coexistencia humanos-microbios, al ir más allá de la narrativa antropocéntrica del contagio, para incorporar narrabilidades que se encuentren más próximas a las zonas de contacto en donde son las historias de vida, y no de muerte, las que tienen la última palabra.
Referencias
Greenhough, B. (2023). A More-than-Human Geography of Hygiene, Holobionts and Hospitality. In Franklin, A. (ed.). The Routledge International Handbook of More-than-Human Studies. United Kingdom: Taylor & Francis.
Larson, B. (2005). The dark side of nature: Science, society, and the fantastic in the work of Odilon Redon. Pennsylvania: Pennsylvania State University Press.
Zilio, M. (2022). El libro de las larvas: Cómo nos convertimos en nuestras propias presas. Buenos Aires: Cactus.
Imagen de portada: The Dream of Butterflies, The Muriel Bultman Francis Collection. ©Odilon Redon.