Naturaleza y Cosmovisión: Consideraciones para una Nueva Ecología en tiempos de pandemia

Como sociedad planetaria, la pandemia nos ha afectado de diversas maneras. Si bien algunos la han padecido directamente en el cuerpo, todos hemos sido alcanzados de alguna manera por sus efectos, recordándonos que somos parte de un mismo tejido social. Esta nueva y compleja realidad no solo nos ha obligado a buscar y generar respuestas para enfrentar este panorama, también ha traído consigo una invitación - quizás menos evidente pero sí mucho más profunda -, la de observarnos y reflexionar en torno a los factores que nos han llevado a esta situación extrema. Y es que finalmente, la pandemia ha sido la manifestación de una inminente crisis global donde la lógica imperante bajo la cual hemos vivido se ha vuelto insostenible.

En ese contexto, creemos urgente reivindicar hoy un concepto que se ha vuelto cada vez más frecuente en el vocabulario el último tiempo. Se trata del concepto de Cosmovisión. Y una definición que queremos destacar de esta complejo constructo, es la siguiente:

(Se trata de) Un hecho histórico de producción de pensamiento social inmerso en decursos de larga duración; hecho complejo integrado como un conjunto estructurado y relativamente congruente por los diversos sistemas ideológicos con los que una entidad social, en un tiempo histórico dado, pretende aprehender el universo. (López Austin, 1996, p. 472).

Nuestra cosmovisión actual ha desarrollado una perspectiva fragmentada del mundo, donde las interconexiones pasan desapercibidas. Una ecología profunda nos recuerda que somos parte integrada de la vida. Fotografía de Laguna La Señoraza, Laja, región del Biobío. Crédito: Victoria Lermanda.

Podríamos decir que la cosmovisión consiste en la producción de actos mentales que condicionan la percepción de la realidad; que opera en una compleja red colectiva donde se articulan distintos sistemas en un tiempo y espacio determinado, y que si bien contiene un núcleo que permanece como la esencia misma de un macrosistema, es también susceptible a modificarse en su incesante producción. Así, podríamos dilucidar lo relevante que es comprender hoy este concepto: se trata de abrirse a comprender las distintas visiones de mundo y cómo impactan y repercuten en nuestras vidas en el contexto de la globalización.

Pero no buscamos referirnos al concepto de cosmovisión desde una noción lejana y exclusivamente teórica. Es más: “cosmovisión y cosmovivencia se complementan” (Lenkersdorf, 2016). Ninguna persona tiene una cosmovisión exactamente igual a la de otra, en cuanto cada vivencia es única, situada e irrepetible. Sin embargo, la dimensión individual que encarna al sujeto se retroalimenta con la dimensión social. Se trata de  un juego de dualidades bidireccional, donde la existencia de la cosmovisión otorga un marco para el entendimiento y la comunicación entre los miembros de una misma comunidad, a la vez que sus individuos reconfiguran dicho marco en la medida que socializan su propia individualidad. En ese sentido, la cosmovisión no uniforma el pensamiento y ello le confiere su carácter dinámico.

Como civilización industrial, hoy nos encontramos con que los principales sistemas que estructuran nuestra cosmovisión han propiciado la pérdida del sentido ecológico, no sólo en cuanto a la relación interdependiente de los seres humanos con su entorno, animales y plantas; sino también en cuanto a las relaciones sociales con las demás personas (Mies & Shiva, 1994). A ello se refiere Leff (2018) cuando menciona que la causa de la actual degradación ambiental es de carácter metafísico; de la pérdida del sentido de la existencia humana y las distintas formas de comprender el mundo y actuar sobre él.

La prevalencia de una visión antropocéntrica (y androcéntrica) nos ha llevado a repensar cómo nuestras necesidades se construyeron sobre los valores de una cultura patriarcal-capitalista, fundamentadas en una idea de desarrollo que profundiza la violencia hacia la tierra y las distintas formas de vida, incluyendo, en algunos casos, a la vida propia.

Así, podemos volver al origen de la actual pandemia, la cual tiene lugar en un mercado de venta y consumo de animales silvestres. Lo que podemos apreciar allí es una relación física estrecha entre animales y personas (o más bien, entre animales humanos y no-humanos), que da cuenta también de las dinámicas de dominación hacia otras existencias.

Como civilización industrial, hoy nos encontramos con que los principales sistemas que estructuran nuestra cosmovisión han propiciado la pérdida del sentido ecológico, no sólo en cuanto a la relación interdependiente de los seres humanos con su entorno, animales y plantas, sino también en cuanto a las relaciones sociales con las demás personas.

La próxima zoonosis con potencial pandémico podría nuevamente venir desde animales salvajes, en la medida en que continuamos nuestra inarmónica relación con la Tierra y sus demás seres. Crédito: Dan Bennet, Wikimedia Commons.

Desde un posicionamiento etnocéntrico, podríamos pensar que la pandemia ocurrió como consecuencia de los gustos exóticos de personas de otras culturas que prefieren consumir animales silvestres o salvajes, portadores de especies virales desconocidas para el humano y por tanto potencialmente peligrosas. Sin embargo, existen varios ejemplos de epidemias que se han originado a partir de nuestro contacto con especies que hemos clasificado como “de consumo”. De hecho, no hay que ir muy atrás en el tiempo para constatar un ejemplo: la pandemia ocasionada por el virus de la influenza A(H1N1) en el año 2009, que se remonta a una infección de los cerdos por virus tanto de la gripe aviar como de la gripe humana, además de gripe porcina. Y he aquí una de las tantas particularidades de estos agentes: algunos tienen la capacidad de “reordenarse” e intercambiar segmentos de genes en el mismo huésped, pudiendo originar nuevos virus. En este caso, su material genético constituye una mezcla de virus de gripe porcina, humana y aviar, siendo entonces la variedad A(H1N1) un verdadero mosaico de genes de distintas especies. Si bien la influenza no llegó a causar la devastación que ha alcanzado el COVID-19, mató una cantidad no despreciable de personas durante su primer año.

Por otra parte, las granjas modernas en las que se crían animales para consumo son particularmente vulnerables a la devastación por agentes infecciosos, ya que pueden albergar decenas de miles de pollos o de cerdos, lo que crea una oportunidad perfecta para que virus como la gripe muten y se propaguen (Willyard, 2019). Se prevé que, de no cambiar este sistema, la próxima pandemia vendrá justamente de allí, habiéndose ya identificado nuevos virus con potencial pandémico en cerdos tanto en China (Sun et al., 2020) como en Europa (Henritzi et al., 2020).

Pero esto no es el único blanco de preocupación cuando hablamos de zoonosis por contacto con animales “de consumo”. La Organización Mundial de la Salud ya ha advertido del riesgo creciente que representan las bacterias resistentes a antibióticos, considerando este fenómeno como una de las mayores amenazas para la salud mundial hoy. Así, existe una lista creciente de infecciones que se están volviendo imposibles de tratar, en la medida en que los antibióticos pierden eficacia. Una de las razones de que esto ocurra es precisamente su uso en la industria de producción animal, con el fin de tratar enfermedades pero también para promover su crecimiento, mejorar la eficiencia de la conversión de alimentos y prevenir enfermedades (Manyi-Loh et al., 2018).

La industria ganadera es hoy en día un nicho potencialmente dañino a la salud humana y de los ecosistemas, además de símbolo de la relación insana entre humanos y no humanos, que no dignifica la vida. Crédito: Chilepork. 

No obstante, así como se asume ocurrió con el actual coronavirus, la próxima zoonosis con potencial pandémico podría nuevamente venir desde animales salvajes en la medida en que continuamos nuestra inarmónica relación con la Tierra y sus demás seres, como reflexiona una editorial reciente de la revista médica The Lancet: “El comercio internacional de animales exóticos y el aumento de la invasión humana en los hábitats de la vida silvestre, junto con los viajes internacionales y la urbanización, han perturbado la interfaz hombre-animal-medio ambiente. Los patógenos siempre se han propagado de animales a humanos, pero el crecimiento exponencial de    la población humana y la explotación del medio ambiente hacen que los efectos indirectos sean más probables y consecuentes (…). Esta pandemia es una advertencia contra la explotación sin pausa del mundo natural, y de que las zoonosis no sólo afectan la salud sino a todo el tejido social. Covid-19 no será la última, quizás tampoco la peor, pandemia zoonótica”.

Así, queda de manifiesto que el uso y explotación de otras formas de vida – cuando son concebidas como separadas de nosotros – más que beneficios parece traer amenazas, tanto para la salud humana como para el medio ambiente en su consecuente degradación. Científicos de todo el mundo los últimos años han hecho un llamado urgente a cambiar el sistema alimentario debido al enorme impacto ambiental que conlleva, pasando a dietas que incluyan principalmente alimentos de origen vegetal y limiten u omitan los de origen animal. Así lo indica, por ejemplo, el reporte EAT-Lancet. Pero existen otras razones para generar cambio que trascienden a nuestro propio bienestar: el derecho a una vida tranquila y natural de los animales que estamos usando y “produciendo” desde esta lógica escindida e industrial, y que pasa por alto la relación equilibrada entre animales humanos, no humanos y ecosistemas.

Una Dieta planetaria consiste en ir reemplazando alimentos de origen animal por más alimentos de origen vegetal para beneficiar nuestra salud y la del medio ambiente. Crédito: EAT Forum. 

Con toda la evidencia que ya tenemos a disposición para poder realizar acciones a nivel tanto individual como colectivo ¿por qué seguimos viendo la necesidad en este uso de otros? ¿es esta una necesidad real o nos ha sido heredada por una cultura/cosmovisión que normaliza la explotación de todo aquel que le pueda proveer de algún beneficio? ¿Y a qué costo?

La prevalencia de una visión antropocéntrica (y androcéntrica) nos ha llevado a repensar cómo nuestras necesidades se construyeron en valores de una cultura patriarcal-capitalista, fundamentadas en una idea de desarrollo que profundiza la violencia hacia la tierra y las distintas formas de vida, incluyendo también, en algunos casos, la violencia contra la vida propia.

Tal vez, en la concepción ecológica del universo que propone la ecología profunda y el ecofeminismo podemos encontrar algunas respuestas. La realidad se constituye como un fenómeno altamente complejo, donde cada componente es parte de un entramado exquisitamente tejido e integrado. Si somos capaces de identificarnos como una parte de ese todo, recuperando el valor intrínseco que posee la existencia, podremos posicionar el derecho de ser y recobrar el carácter sagrado de la vida. Solo así podremos conseguir una transformación de nuestra cosmovisión y el macrosistema. Las palabras de Maria Mies destacan esa idea (en Shiva & Mies, 2014): “Únicamente si se vuelve a reconocer a la Naturaleza como un ente vivo con el que debemos cooperar de un modo amable en vez de considerarla una fuente de materia prima a explotar para la producción de consumo, podremos albergar esperanzas de que acabe la guerra contra la Naturaleza y contra nosotros mismos”. (p. 265).

Hacernos conscientes de nuestra cosmovisión implica reconocer que no existe una única verdad o forma de mirar el mundo, y así abrirnos a reconocer otras miradas. Crédito: Grabado de Flammarion (1888).

Bibliografía

Henritzi, D., Petric, P. P., Lewis, N. S., Graaf, A., Pessia, A., Starick, E., … & Schröder, C. (2020). Surveillance of European Domestic Pig Populations Identifies an Emerging Reservoir of Potentially Zoonotic Swine Influenza A Viruses. Cell Host & Microbe.

Leff, E. (2018). El fuego de la vida: Heidegger ante la cuestión ambiental. Ciudad de México: Siglo XXI Editores.

Lenkersdorf, C. (2016). Cosmovisión Maya. En Campos-Navarro, R. (Comp.) Antropología Médica e Interculturalidad. Ciudad de México: Universidad Nacional Autónoma de México / Mc Graw Hill.

López Austin, A. (1996). La cosmovisión mesoamericana. En Lombardo, S. & Nalda, E. (Coord.). Temas mesoamericanos. México: Instituto Nacional de Antropología e Historia.

Manyi-Loh, C., Mamphweli, S., Meyer, E., & Okoh, A. (2018). Antibiotic Use in Agriculture and Its Consequential Resistance in Environmental Sources: Potential Public Health Implications. Molecules (Basel, Switzerland), 23(4), 795.

Shiva, V. & Mies, M. (2014). Ecofeminismo. 2nda Edición. Barcelona: Icaria Editorial.

Sun, H., Xiao, Y., Liu, J., Wang, D., Li, F., Wang, C., … & Jiang, Z. (2020). Prevalent Eurasian avian-like H1N1 swine influenza virus with 2009 pandemic viral genes facilitating human infection. Proceedings of the National Academy of Sciences, 117(29), 17204-17210.

The Lancet (2020). Zoonoses: beyond the human-animal-environment interface. Lancet (London, England), 396(10243), 1.

Willyard C. (2019). Flu on the farm. Nature, 573(7774), S62–S63.

Sobre las Autoras

Victoria Lermanda

Nacida y criada en Laja, región del Biobío. Antropóloga con mención en antropología física. Trabaja como colaboradora de investigación del Departamento de Salud Pública UC. Sus temáticas de investigación se orientan hacia los tópicos de salud y corporalidad, aunque sus intereses se extienden a la diversidad biocultural, en general, desde una perspectiva sistémica.

Jenny Ruedlinger

Médico veterinaria y Dra. en Ciencias Biológicas por la Universidad de la Frontera. Actualmente investigadora postdoctoral en el Departamento de Salud Pública UC. Su línea de investigación es en nutrición (consumo de carne) y su rol en enfermedades crónicas, pero sus temáticas de interés abarcan también el impacto del sistema alimentario actual sobre el medio ambiente, la promoción de dietas saludables y sostenibles, y el veganismo como postura ética.