Metabolismo Urbano: Una forma de habitar el espacio a escala sostenible

En la naturaleza los sistemas tienen distintas formas de comportarse y la temporalidad les afecta de manera diferente, es decir, los sistemas de gran envergadura tienen distintos ritmos que los de menor envergadura. Por ejemplo, si miramos dos especies de mamíferos, como un ratón y una ballena, podemos notar que tienen muchas similitudes, mas su tiempo de vida es muy disímil, una ballena puede vivir cerca de 90 años, mientras que un ratón común, cerca de tres.

Para mantener con vida a un organismo grande, como una ballena, cada célula requiere menos energía, lo que genera menor desgaste celular. Esto revela que la manera de escalar que tiene la naturaleza apunta a escalas de tiempo más lentas, cuando el organismo o sistema, es más grande [1].

Las escalas, los tamaños, son trascendentales en el funcionamiento de todo sistema que habita el planeta. Llevemos esta idea a los lugares donde habitamos: si una casa es grande, tomará más tiempo recorrer de un punto a otro que una casa pequeña; tomará más tiempo limpiarla; si hay más habitantes, será necesario conseguir más alimentos; y si ahora tenemos un conjunto de casas, el alimento provendrá de más lejos. Esta es una forma simplificada de entender cómo funciona la urbanización y cuáles son sus consecuencias e impactos. Hoy en día más del 55% de la población mundial vive en zonas urbanas y se estima que aumentará a cerca del 68% a 2050 [2]. En Chile estas cifras son más críticas, el 87% de la población vive en áreas urbanas [3]. Los efectos negativos de la expansión sin mesura de las ciudades se ven reflejados en: la contaminación atmosférica, la contaminación acústica, el aumento de temperatura por las llamadas islas de calor, los problemas en la salud humana, la depredación de ecosistemas, la pérdida de biodiversidad, además de la desigualdad.

Más allá de ser consumidores o ciudadanas, podemos adquirir una mirada de meta-ciudadanía ecológica, en la que predomina la empatía con la naturaleza, las valoraciones colectivas y ecológicas y un énfasis político, ambiental y territorial.

Bajo esta realidad se plantea el Metabolismo Urbano, que asimila una ciudad o entidad urbana con un organismo grande -como una ballena- o ecosistema, estudiando el intercambio de sus flujos, diseñando y planificando para buscar un mejor desempeño ambiental. Tal como una ballena necesita alimento, que provienen desde su entorno, y genera residuos, la ciudad también.

El término Metabolismo Urbano fue acuñado por Wolman en 1965 refiriéndose al fenómeno científico que incluye los procesos técnicos y socioeconómicos que ocurren en la ciudad, sin embargo, la idea de describir los intercambios materiales y energéticos entre naturaleza y sociedad ya había sido discutida anteriormente por filósofos como Karl Marx [4].

Llevémoslo a un ejemplo sobre la alimentación. A una ciudad ingresa cierta cantidad de alimento para abastecer a quienes viven en ella, la ciudad no genera su propio alimento, por lo tanto, se favorece la agricultura intensiva, y con ella, todas las consecuencias ecosistémicas que conlleva, como el uso indiscriminado de elementos naturales (agua), el uso de fertilizantes que afectan a la biota y la pérdida del suelo fértil. Pero, si minimizamos el flujo de alimento que ingresa a la ciudad y producimos alimento dentro de ésta, podríamos tener una ciudad más resiliente y sostenible al favorecer la soberanía alimentaria.

Esto sería una conclusión al aplicar herramientas de Metabolismo Urbano en la planificación territorial. Otras miradas sistémicas desde el Metabolismo Urbano podrían llevar a tener planes de edificación que fomenten los llamados techos verdes, que no sólo aportan a la absorción de gases de efecto invernadero como el CO2, sino que regulan la temperatura de las edificaciones; incentivar el uso de medios de  transporte más limpios, creando redes de ciclovías, mejorando el transporte público o promoviendo sistemas de trenes y ferrocarriles para el movimiento de materiales, alimentos y personas a lo largo de nuestro país.

El Metabolismo Urbano asimila una ciudad o entidad urbana con un organismo grande -como una ballena- o ecosistema, estudiando el intercambio de sus flujos, diseñando y planificando para buscar un mejor desempeño ambiental.

La mirada sistémica es clave para hacer frente a las nuevas realidades que hoy nos afectan a nivel mundial, como la extinción de especies y el cambio climático. Es necesario que incorporemos estas ideas de conservación de nuestro hogar en la cotidianidad y no solamente a la imagen romantizada de naturaleza: no sólo generar menos huella cuando viajamos a un bosque o un lugar prístino, sino también en nuestro territorio urbano. Donde habitamos, también puede ser un espacio para la regeneración y la vida sostenible. Más allá de ser consumidores o ciudadanas, podemos adquirir una mirada de meta-ciudadanía ecológica, en la que predomina la empatía con la naturaleza, las valoraciones colectivas y ecológicas y un énfasis político, ambiental y territorial [5]. Entender nuestro espacio como un sistema: nuestro barrio como un organismo, nuestra ciudad como un ecosistema y nuestro planeta como un sistema de relaciones bióticas (vivas) y abióticas (suelo, roca, océano, atmósfera) interconectadas e interdependientes, como propone la teoría Gaia [6], nos proporciona una perspectiva afín a la sostenibilidad ecosistémica.

El analizar la vida urbana va adquiriendo cada vez más relevancia debido al crecimiento de este tipo de asentamiento y nuestra realidad global, la emergencia climática y ecosistémica. Dado este contexto, es relevante tener una mirada a futuro a mediano y largo plazo, porque muchas veces la falta de perspectiva nos ha alejado de nuestra mejor versión de hogar (casa, ciudad, planeta). Por esto, es fundamental pensar nuevas formas de habitar y pensar cómo vivimos.

Les invito a mirar su hogar, a conocer nuestra flora, funga, fauna endémica; al salir a mirar, no importa si no viven en la playa o en el bosque, la ciudad está llena de vida. Les invito a conocer a sus vecinos y vecinas, y pensar en cómo habitar y buscar el bien común.

[1] Geofrey West.  Scale: The Universal Laws of Life and Death in Organisms, Cities and Companies. 2017.

[2] UN. Revision of World Urbanization Prospects. 2018. https://www.un.org/development/desa/publications/2018-revision-of-world-urbanization-prospects.html

[3] INE. Síntesis de Resultados Censo 2017.

[4] Yan Zhang. Urban metabolism: A review of research methodologies. Environmental Pollution, 178: 463–473. 2013.

[5] Eduardo Gudynas. Derechos de la Naturaleza, Ética biocéntrica y políticas ambientales. 2019.

[6] Lynn Margulis, Dorion Sagan. Microcosmos, Four Billion Years of Evolution from Our Microbial Ancestors. 1995.

Sobre la Autora

Mariana Bruning González es Ingeniera Civil Química y Magíster en Ingeniería Química. Es buzo, le gusta la ornitología y la pintura en acuarela. Se dedica a la sustentabilidad desde la academia, la consultoría y la docencia. Actualmente hace clases en el Minor de Sustentabilidad de la Facultad de Ingeniería y en el Diplomado de Economía Circular de la Universidad de Chile. En el Centro ProSus, investiga sobre impacto ambiental en cuerpos de agua, el impacto de la ciudad desde el concepto de metabolismo urbano y la simbiosis industrial. Participa en la SCAC, es directora de proyectos CYCLO, consultora en sustentabilidad, donde se dedica principalmente a Huella de Carbono y Análisis de Ciclo de Vida. Desde el voluntariado, colabora con Fundación Basura, Fundación Retroalimenta (conocida por las Disco Sopa) y la ONG Panthalassa.
Imagen de portada: Humedal El Culebrón, Coquimbo. Un ejemplo de ecosistema en vinculación con lo urbano. Crédito: Nicolás Escobar Herbozo @escobarherbozo