Más allá del cambio climático: entre la dominación de la naturaleza y el apoyo mutuo

“La naturaleza sólo se somete obedeciéndola”, dijo Francis Bacon, el llamado ‘padre de la ciencia moderna’, en su Novum Organum (1620). Con esta frase, Bacon creía estar ofreciendo una perspectiva revolucionaria en torno a la relación con la naturaleza. Sin embargo, el científico no estaba tan lejos de la lógica dominante en torno al mundo natural. La naturaleza, tanto en los períodos anteriores como para Bacon, representaba un elemento a dominar, a someter, y como tal, debía estar al servicio del hombre –y digo hombre porque este era el concepto utilizado en lugar de ‘ser humano’ en la época, y no eran las mujeres las líderes de este pensamiento–.

El antropocentrismo y la ciencia moderna

Aunque Bacon quiso proponer algo distinto integrando el elemento de la observación para el entendimiento de la naturaleza, su perspectiva seguía siendo la dominación del entorno natural como fin último. Solo cambió el principio por el cual se dominaba a la naturaleza para beneficio del hombre. Su perspectiva, que marcó el pensamiento moderno, se alineó bastante bien con el antropocentrismo occidental que puso al ser humano como centro y medida de todas las cosas, y reforzándose aún más durante el Renacimiento y la Ilustración, hasta llegar a la era moderna.

Quizás uno de los pensadores más audaces que arrojó las primeras luces que pondrían en cuestionamiento el antropocentrismo fue Charles Darwin. Con su teoría de la evolución presentada en El origen de las especies (1859), propuso que los seres humanos somos parte de un proceso evolutivo continuo y que compartíamos ancestros comunes con otras especies. Esto descentralizó al ser humano, mostrando que no somos únicos ni superiores, sino una parte más del árbol evolutivo, desafiando algunos de los supuestos del antropocentrismo.

Caricatura de Charles Darwin publicada en The Hornet. Esta imagen muestra cómo fue tomada la idea presente en el Origen de las especies sobre los seres humanos como parte de un proceso evolutivo continuo, que comparte ancestros comunes con otras especies.

Si bien la perspectiva de Darwin se he hecho famosa por la idea de la evolución ligada a “la lucha por la existencia”, desde sus comienzos el científico remarcó los peligros de un entendimiento limitado de su teoría. Más que solo una lucha entre individuos por su subsistencia, su perspectiva apuntaba a “la dependencia de un ser viviente de los otros, también (lo que es bastante más importante), no solo la vida del individuo mismo sino también la posibilidad de que deje descendencia” (1936, 28).

Darwin, en su obra menos conocida, El origen del hombre, demostró cómo en sociedades animales la lucha por la existencia desaparece cuando aparece la cooperación. En sus palabras, “aquellas comunidades que encierran la mayor cantidad de miembros que simpatizan entre sí, florecerán mejor y dejarán mayor cantidad de descendientes” (2020, 163). Además, es en este proceso de cooperación que aparecen las facultades intelectuales y morales, asegurando a las distintas especies más posibilidades de sobrevivir y reproducirse.  

Con la perspectiva antropocentrista y racionalista occidental, la idea de competencia por la sobrevivencia dominó el discurso sobre la teoría darwinista y estos aspectos de cooperación e interdependencia entre las especies pasaron desapercibidos por décadas. Y aunque a ratos Darwin mostraba una perspectiva malthusiana de la lucha por la existencia entre las especies, sus seguidores llevaron esto al límite para representar el mundo animal como una acumulación de una incesante lucha  entre seres hambrientos y violentos. Tal como el científico y teórico político Kropotkin percibió, los seguidores de Darwin, “elevaron por propia comodidad la lucha ‘sin cuartel’ a la altura de principio biológico al cual el hombre debe subordinarse o de lo contrario sucumbirá en este mundo basado en el exterminio mutuo” (2020, 32).

Lo cierto es que como toda gran teoría que sienta las bases de una corriente de pensamiento, muchos de los seguidores de Darwin malinterpretaron su pensamiento. Esto sucedió no solo al limitar la interpretación de la lucha por la existencia a una mera competencia sanguinaria y el obviar el rol clave de la cooperación, sino que también muchos utilizaron sus ideas para justificar teorías racistas y de eugenesia. Un ejemplo son Herbert Spencer y Thomas Malthus quienes llegaron a tal alucinación de sugerir que las desigualdades sociales y económicas eran el resultado de la selección natural. 
De la misma manera, y a la par con el dominio del pensamiento antropocéntrico, se utilizó la idea de «supervivencia del más apto» para justificar la explotación de la naturaleza y la dominación de otras especies. Sin embargo, nuevas investigaciones apuntan cada vez más al rol fundamental que juega el apoyo mutuo, la simbiosis, y la interdependencia entre especies en nuestra evolución y sobrevivencia.

Los líquenes son seres simbióticos a los que se le puede asociar fuertemente la idea de cooperación entre individuos de diferentes especies en post de la supervivencia. Lichenes Americani, Norimbergae: J. Sturm, 1811.

Apoyo mutuo y simbiosis en la naturaleza

Como vimos, Kropotkin en su gran libro El apoyo mutuo: un factor en la evolución (1902/2018) criticó la interpretación limitada de la teoría darwinista, argumentado que las relaciones de cooperación son fundamentales para la evolución. Aunque Kropotkin fue mayormente ignorado por el círculo científico en su época, sus ideas abrieron un espacio para repensar la evolución, nuestro rol en la sociedad, y cómo entendemos el entorno que habitamos. 

Basándose en vastas observaciones de distintas especies durante sus viajes por Siberia y Manchuria, Kropotkin se dio cuenta de que la colaboración entre individuos de la misma especie era mucho más común que la competencia (Agiriano et all, 2023). Así es como llegó a la conclusión de que uno de los principios fundamentales en la naturaleza es el apoyo mutuo. Definido brevemente, corresponde a las formas de sociabilidad cooperativa que existen en las distintas especies. Algunas de las especies en que observó esta cooperación estaban los escarabajos sepultureros, los cangrejos de las Molucas, los insectos sociales y diversas aves. Así, el científico se dio cuenta de que las especies que desarrollan en mayor grado la cooperación y el apoyo recíproco entre sus individuos son las que mejores se adaptan, tienen más posibilidades de sobrevivir e incluso desarrollan una mayor inteligencia.

Lynn Margulis se basó en evidencias morfológicas, genéticas y bioquímicas para comprobar que las células eucariotas surgieron a través de una serie de eventos simbióticos.

Esta tendencia hacia la cooperación y el apoyo mutuo, argumentaba el científico, es un instinto natural entre animales humanos y no-humanos para generar comunidad y conexión social. Además, esta cooperación no se encuentra solamente entre seres de la misma especie, sino que también se produce entre distintas especies. Un ejemplo icónico de estas relaciones interespecies es la simbiosis, es decir, la interacción física entre diferentes especies, lo que sustenta y hace posible la vida. Ejemplos hay miles en el ecosistema pero basta con pensar en que sin abejas no habría frutas polinizadas, sin plantas no tendríamos oxígeno, y así diferentes ciclos de interacciones entre especies van creando las condiciones óptimas para la vida. 

Siguiendo la escuela rusa de la cooperación por sobre la visión neodarwinista dominante de la competencia, la bióloga Lynn Margulis dedicó gran parte de su vida a estudiar la simbiosis. Margulis (2008) la estudió  a nivel celular, concluyendo que la unión y la cooperación entre organismos diferentes han sido los principales motores de cambios evolutivos significativos y la razón de nuevas formas de vida. Más concretamente, la científica se basó en evidencias morfológicas, genéticas y bioquímicas, para comprobar que las células eucariotas –aquellas que forman a los seres humanos, los animales, los hongos y las plantas– surgieron a través de una serie de eventos simbióticos. Esto es lo que se conoce como su Teoría de Endosimbiosis Seriada (TES).

Es a partir de la TES que la autora luego desarrolla la idea de simbiogénesis para explicar la formación de nuevos organismos a partir de la unión de diferentes organismos. Este descubrimiento redefine nuestra propia existencia como seres humanos, pues tal como nos dice la científica: “los humanos, como el resto de los simios, no son obra de Dios sino de miles de millones de años de interacción entre microbios altamente receptivos y sensibles” (2008, 8). ¿Y cómo esto nos conecta con el apoyo mutuo? En que esta teoría muestra que la vida en el planeta no se produjo mediante una competencia sanguinaria entre especies por su subsistencia, sino que gracias a la cooperación.

Saberes nacidos desde la Tierra

Si salimos del marco occidental científico, encontramos ideas similares al apoyo mutuo y a la simbiosis en el pensamiento y práctica de muchos pueblos originarios del mundo. Los pueblos indígenas/originarios llevan milenios hablando de las redes de interdependencia que están a la base de los cuerpos, los territorios y el cosmos. Conceptos como el “buen vivir” reflejan este pensamiento y práctica, que según el pueblo/nación indígena lleva su propio nombre: sumak kawsay en kichwa, suma qamaña en aymara, y küme mogen en mapudungun. 

Moira Millán, weychafe mapuche y defensora de su pueblo y territorio, define el Buen vivir como:

“El umbral epistemológico más alto en la aspiración de la salud física, espiritual y mental. Dado que no es posible el Buen Vivir sin territorio, hoy representa también la sanación de los vínculos con la Tierra, la recuperación de esa relación armónica, en reciprocidad con ella y en respeto con todas las fuerzas existentes en la Mapu” (2024, 30).

De manera similar, David Choquehuanca (2010), dirigente sindical y político aymara nos dice que el Vivir Bien es:

“Recuperar la vivencia de nuestros pueblos, recuperar la Cultura de la Vida y recuperar nuestra vida en completa armonía y respeto mutuo con la madre naturaleza, con la Pachamama, donde todo es vida, donde todos somos uywas, criados de la naturaleza y del cosmos. Todos somos parte de la naturaleza y no hay nada separado, y son nuestros hermanos desde las plantas a los cerros”.

Ambas definiciones apuntan a la importancia de la tierra y el territorio para el bien estar corporal, comunitario y ecológico. Entender la naturaleza como parte de nosotres y nosotres parte de ella representa esa interdependencia con todas las especies e incluso, como nos dice Moira, con aquellas fuerzas que son intangibles. Nos muestra que la separación entre individuos, especies y materias es una realidad construida desde Occidente que nos ha llevado a la destrucción del planeta que nos acoge. Por esto es imposible pensar una resignificación de la tierra y nuestras relaciones como terrícolas –habitantes de la Tierra– sin considerar los efectos y legados del colonialismo.

Grabado de Theodore de Bry, que formó parte de su “serie América”. Muestra a Cristóbal Colón desembarcando en la isla caribeña de La Española en 1492. El lenguaje visual muestra la mirada de los colonizadores sobre este territorio y sus habitantes –más cercanos a lo salvaje y por lo tanto más «naturales»– como recursos a explotar.

Capitalismo y colonialismo sobre la naturaleza

Bajo la racionalidad antropocéntrica la Tierra se convirtió en un recurso que debe ser explotado y gestionado para satisfacer las necesidades humanas. Durante la era moderna, la industrialización y el desarrollo tecnológico intensificó la explotación de la naturaleza, basándose en la idea de que el control y la dominación de esta permitiría maximizar el progreso económico y social. Esta idea ha ido de la mano con la dominación masculina, pues al entender la naturaleza como un objeto a dominar, esta también se feminiza, por algo se habla de “Madre Tierra”. Como consecuencia, la naturaleza –y con ella todas las distintas especies no-humanas que la habitan– ha sufrido algunas de las mismas opresiones con las que cargamos los cuerpos femeninos o feminizados. Estos son: la objetivación, el que se imponga un sentido de propiedad, y la violencia e inferioridad. Todos estos son efectos de un sistema binario impuesto y dominado por y para el hombre. 

El capitalismo, y su expresión exacerbada, el neoliberalismo, se ha centrado en generar riqueza a costa de la dominación de los seres vivientes, dejando un impacto irreversible en el planeta. Al tener como prioridad número uno la creación y acumulación de capital bajo cualquier medio, la naturaleza y toda su biodiversidad se piensa únicamente en términos de los beneficios económicos que puede traer, ignorando la interdependencia que representa nuestra propia evolución. 

Ilustración de Eric Pape de la primera edición estadounidense de La guerra en el aire (1908) de H. G. Wells.

Es esta carrera por la acumulación de capital la que ha destruido los ecosistemas del planeta, y en particular del sur global, reproduciendo una explotación colonial a través del control de la tierra. Si en los siglos XVI hasta comienzos del XIX este dominio sobre la tierra y los pueblos racializados se expresaba en forma de plantaciones de algodón, azúcar, caucho, café, etc., hoy se produce mediante la extracción indiscriminada de combustibles fósiles para mantener el alto consumo energético de los países del norte global. Eso es el colonialismo climático.  

Hasta el 92% de las emisiones de carbono que superan los límites planetarios de seguridad proceden de los países más ricos del norte global, entre los que se incluye el Reino Unido, Estados Unidos, Canadá, Australia y Europa (Global Justice Now Report, 2024). Mientas que los más afectados son los países del sur global debido a las sequías, inundaciones, hambrunas, tormentas y el aumento del nivel del mar, aún cuando es responsable de sólo el 8% del exceso de emisiones de dióxido de carbono a nivel mundial. 

El colonialismo climático no solo se produce indirectamente mediante la emisión de gases que provocan desastres naturales sino que también a través de las mineras, forestales, industrias y vertederos que se instalan en los territorios del sur global. Por ejemplo, las mineras canadienses se han instalado en países como México o Colombia, causando el despojo de sus tierras a los pueblos indígenas y afros y destruyendo la tierra fértil. De igual manera, países como Estados Unidos, Japón, Francia y Holanda son los que más envían sus ‘residuos reciclables’ a países del sur global como Malasia, Vietnam, Indonesia, entre otros, creando vertederos de basura masivos. En Tailandia, por ejemplo, solo el 25% de esta basura realmente se puede reciclar, mientras que el resto termina en ríos, comunidades aledañas o el océano (Simachaya, 2023). 

Hacia una sociedad anticolonial y simbiótica

¿Qué podemos hacer? La hipocresía de una ‘perspectiva verde’ que han construido varios países del norte global, junto con la evasión de la responsabilidad de las grandes marcas nos han hecho pensar que la solución es individual. Nos han hecho creer que si reciclamos lo suficiente, tomamos duchas más cortas, y caminamos en vez de usar un auto podemos solucionar la crisis climáticas. No, esto no es posible, ya que la acción individual de reducir la huella de carbono no logrará frenar los altos niveles de CO2 ni la destrucción paulatina de las comunidades y ecosistemas del sur global. Y si lo fuera, ¿por qué no hablamos de cómo el 1% más rico de la población mundial fue causante de la emisión de más del doble de dióxido de carbono (CO2) que el emitido por el conjunto de la mitad más pobre del mundo entre 1990 y 2015? (Khalfan et all, 2023)

Es igual de erróneo, en mi opinión, pensar el activismo medioambiental desligado de los derechos humanos y la justicia social, que es una perspectiva común y que encuentra su expresión más radical en el ecofascismo. No hay que proteger los bosques, los ríos, el entorno natural mientras nos olvidamos de las millones de personas afectadas por los gases tóxicos emitidos por las mineras o desplazadas de sus territorios. Debemos preocuparnos porque estamos en un planeta simbiótico, donde nuestra existencia es parte de una entramada red de relaciones de interdependencia con otras especies y porque la ciencia nos ha demostrado que nuestra supervivencia depende de la colaboración y el apoyo mutuo. 

«La hipocresía de una ‘perspectiva verde’ que han construido varios países del norte global, junto con la evasión de la responsabilidad de las grandes marcas nos han hecho pensar que la solución es individual».

A nivel institucional, ha habido iniciativas que muestran un avance como la creación de un fondo internacional de compensación para los países de ingresos más bajos que sufren pérdidas y daños debido al cambio climático. Esta compensación sería pagada por las grandes empresas contaminantes del sector de los combustibles fósiles (Chevron, Exxon, bp, Shell, TotalEnergies) que se han enriquecido mediante la contaminación. Sin embargo, aunque durante la COP de 2022 varios países acordaron la creación de este fondo, esto aún debe llevarse a cabo y hay cuales han firmado tratados y acuerdos que ponen en peligro áreas protegidas. 

Una solución aún más efectiva es el Tratado de Combustibles Fósiles, que complementa el Acuerdo de París y ofrece una ruta mundial para detener la expansión de los combustibles fósiles gestionando la eliminación paulatina del carbón, el petróleo y el gas. Hasta ahora 16 países, 135 ciudades y gobiernos regionales, y 10 naciones indígenas han firmado este tratado. Este tipo de iniciativas, junto con la organización colectiva y el cambio de paradigma antropocéntrico hacia una perspectiva simbiótica y anticolonial, nos arrojan las rutas por las que podemos caminar si queremos seguir teniendo un planeta verde y un Buen Vivir para todas las especies que lo habitamos.  

Montando techo recíproco de una ruca en el encuentro Munay Mapu (2017), en el sur de Chile. ©Joaquín de Tierra

Referencias

Darwin, C. (1963). “Capítulo III”. El origen de las especies por la selección natural (Vol. 2). Ediciones Ibéricas y LCL.

Kropotkin, P.  El apoyo mutuo: un factor de evolución. Pepitas de Calabaza, p. 163

Agiriano, A. E., García, D. C., & Aldave, M. T. (2023). Organismos, relaciones de vida y evolución: inter-dependencias a partir del Apoyo mutuo de Kropotkin. Artefactos, 12(1), 179.

Margulis, L. (2008). Symbiotic planet: a new look at evolution. Basic books.

Millán, M. (2024). Terricidio sabiduría ancestral para un mundo alternativo. Sudamericana.

Choquehuanca, D. (2010). Hacia la reconstrucción del Vivir Bien. América Latina en movimiento, 452(1), 6-13.

Global Justice Now (2024). The Fossil Fuel Treaty: A global plan for a fossil-free future. Campaign briefing.

Wijarn Simmachaya (2023). “Southeast Asia flooded with imported plastic waste meant for recycling”. PBS News Hour. https://www.pbs.org/newshour/show/southeast-asia-flooded-with-imported-plastic-waste-meant-for recycling#:~:text=And%20the%20volume%20of%20plastics,figures%20could%20be%20even%20higher

Khalfan, A., Nilsson Lewis, A., Aguilar, C., Persson, J., Lawson, M., Dabi, N., … & Acharya, S. (2023). Climate Equality: A planet for the 99%. Oxfam Report.