La invisibilización de las malezas es una especie de ceguera vegetal que denota la incapacidad de notar las plantas de nuestro propio ambiente y por ende de reconocer su importancia en el sostenimiento de la vida (Wandersee & Schussler, 1998). Esto se incrementa cuando se trata de plantas que aparentemente no tienen fines de utilidad para el ser humano, solo valoradas en tanto sean “útiles”, “estéticas”, “productivas” o “medicinales”. Así, la vegetación urbana espontánea ha sido durante mucho tiempo el foco de una especie de ambivalencia estética impulsada por la asociación de la “mala hierba” con el abandono y la negligencia (Matthew Gandy, Sandra Jasper, 2020).

La guerra a las malezas
Con el origen de la agricultura extensiva y la necesidad de alta producción se originaron herramientas para quitar de los cultivos las plantas no deseadas que amenazaban la producción de alimentos. En el siglo XIX en Europa, y particularmente con la expansión de las ciudades y las calles pavimentadas, se comenzó a buscar otros métodos que pudieran reducir la cantidad de deshierbe manual, ya que dentro del diseño del paisaje, la flora espontánea era antiestética y dañina (Sophie Leguil, 2020). Así, se comienzan a desarrollar los productos químicos más conocidos como herbicidas.
Durante la II Guerra Mundial se desarrolló el primer herbicida químico 2,4-D que fue ampliamente comercializado desde 1946 como una solución a las malezas. Además, durante los años 60, en la guerra de Vietnam, fue uno de los ingredientes base para desarrollar el arma química llamada Agente Naranja. El ejército de EEUU, por medio de aviones, dispersaron más de 19 millones de galones del Agente Naranja sobre Vietnam para impedir que los guerrilleros pudieran ocultarse. Esto generó la contaminación del suelo, el agua, los alimentos y los cuerpos de los habitantes del lugar, quienes comenzaron a desarrollar diversos tipos de cáncer y malformaciones genéticas que se evidencian hasta la actualidad.
Luego del desarrollo del 2,4-D comenzó el desarrollo de toda una línea de herbicidas químicos que dieron origen al polémico glifosato y a la “malherbología”, la ciencia encargada del control de las malezas.

Plantas rebeldes, plantas inadaptadas, plantas brujas
La profundidad de la guerra a las malezas en la historia queda en evidencia desde su etimología. Maleza deriva del latín malitia, cuyo significado es maldad. Generalmente esta palabra define a cualquier planta que crece en un lugar donde no se desea o que genera impactos en el ecosistema y daños económicos. Es interesante cómo en la etimología de las palabras podemos develar las relaciones de las sociedades con las especies vegetales, ya que esta definición generalizada en el pensamiento hegemónico, no corre para diferentes pueblos de América del Sur. Por ejemplo, en quechua dicen “yuyo” en vez de “maleza”. Esta palabra no tiene una connotación negativa y hace referencia a las plantas silvestres que puedan o no tener propiedades medicinales o comestibles.
En la actualidad muchos llaman a reivindicar a las malezas, renombrándolas como “buenezas” debido a la multiplicidad de beneficios y usos a lo largo de la historia por grupos minoritarios, realzando su carácter de “buenas plantas”. Sin embargo, el activismo de las malezas consiste justamente en validar su carácter de “malas”, dejando de lado la transformación a un “buen comportamiento”. Así dentro de sus fibras más profundas nos enseñan el desacato hacia las normas antropocéntricas que definen qué naturaleza es aceptada y cuál no. Pues, ¿qué son las malezas, sino plantas salvajes que desafían las lógicas humanas de lo correcto o incorrecto?
«Pequeñas fisuras en caminos y aceras se convierten en el punto de partida para estas plantas rebeldes. A su vez, sus raíces crean aún más oportunidades para la llegada de nuevas compañeras en una dinámica a menudo impredecible».
Las interpretaciones culturales de la ecología urbana resaltan cómo las plantas tienen su propia agencialidad independiente de las intenciones humanas. Pequeñas fisuras en caminos y aceras se convierten en el punto de partida para estas plantas rebeldes. A su vez, sus raíces crean aún más oportunidades para la llegada de nuevas compañeras en una dinámica a menudo impredecible (Matthew Gandy, Sandra Jasper, 2020). En esta misma línea Paula Alvarado, en su libro Flora Espontánea, llama a reivindicar los baldíos, definidos por la autora como “islas subversivas, anárquicas, en la trama de la ciudad”. Los describe como “lugares en los que las reglas no aplican”, como una forma de deconstrucción de los ideales de belleza que surgen del paisajismo europeo en el siglo XIX: “En el baldío no hay diseño antropocéntrico. Hay oportunismo, sucesión, mezcla. Apreciarlo parte de una valoración del ecosistema local, de los mecanismos naturales, que prima por sobre las ideas de belleza. Sobre todo ese interés parte de la curiosidad. De las ganas de observar, antes de hacer, de aprender versus imponer” (Paula Alvarado, 2022).
No puedo evitar relacionar las malezas con los cuerpos humanos rechazados por no cumplir con los estereotipos de belleza eurocéntricos. ¿Por qué en el siglo XXI seguimos obedeciendo ideales de belleza nacidos en Europa? Reivindicar las malezas tiene raíces profundas que tienen que ver con descolonizar nuestros ojos para valorar nuestros colores, nuestras formas y nuestros saberes.

Activismo de las malezas
Posterior a la prohibición en 2017 de los pesticidas en espacios públicos en Francia, comenzó la vuelta de las malezas a las calles, grietas de pavimento y tejados de las ciudades del país, y con ello los debates e incomodidades sobre métodos alternativos a los pesticidas para erradicarlas. En este contexto, desde el Museo de Historia Natural de Toulouse, la organización Telabotánica, liderada por Boris Preseq, comenzó un movimiento llamado Sauvages de ma rue (Salvajes de mi calle), que consistió en la educación sobre flora urbana y la necesidad de identificación para reivindicar su residencia en las ciudades como una forma de biodiversidad urbana. Para ello se desarrollaron caminatas por la ciudad incentivando a la gente a rayar los nombres de las plantas con tiza en las veredas y, así, visibilizar su existencia.
Esta acción se propagó por varias ciudades europeas, llegando a Londres el 2020, con el proyecto More than weeds, de la bióloga Sophie Leguil. Inspirada por Sauvages de ma rue masificó el rayado de veredas con los nombres de malezas para cambiar la percepción sobre la flora urbana que crece en el cemento. Así, impulsó la divulgación de esta actividad por redes sociales para que cada vez más ciudades se unan a este movimiento.
A partir de toda esta seguidilla de proyectos que tienen inspiración en la flora urbana, en agosto del 2023 en Concepción desarrollamos el Taller de Herbolaria Urbana. El propósito era difundir y visibilizar colectivamente las naturalezas que posee la ciudad. Además, buscábamos rescatar sus potenciales usos medicinales, renovar la mirada y relación con la biodiversidad urbana. El taller finalizó con una caminata de identificación y rayado de malezas con tizas.
Diente de león en las grietas de la acera, una comunidad de tusilagos en los escombros de unas ruinas y en las afueras de un colegio, siete venas, romazas y cenizos a orillas de las veredas de la calle Victor Lamas, un hongo cola de pavo creciendo en un árbol de la calle Chacabuco, oxalis a los pies del cerro caracol. Con el celular en mano listo para fotografiar y las aplicaciones de reconocimiento para sacar del anonimato a aquellas especies que no son populares salimos en búsqueda de las naturalezas urbanas. Así, surge la posibilidad de imaginar nombres y crear nuevas categorías para darle potencia al verdor en la ciudad. Salimos de las reglas taxonómicas para palabrear colectivo y las grietas del cemento abren nuevas inquietudes entre los observadores que se estremecen ante la diversidad vegetal que se ha vuelto visible.
Entre las conversaciones del taller, las malezas fueron revalorizadas no sólo como refugios ecológicos que hacen de hogar para insectos y alimento para polinizadores, sino también como plantas amplificadoras de visión. Lo anterior, ya que en el proceso de nombrarlas y reconocerlas cambian la percepción sobre habitar el espacio urbano. Así, desde una visión de urbanidad asociada a lo gris, estéril e individual, cambia la perspectiva a una urbanidad que es parte de la naturaleza al contemplarse como cohabitante junto a los cerros, humedales, baldíos, esteros y ríos en la ciudad de Concepción.
De hecho, hay diversos estudios que apuntan que el número de especies vegetales en los ecosistemas urbanos es más alto que aquellos encontrados en zonas rurales, o incluso fragmentos de bosques, predominando las especies introducidas. A pesar de los valiosos datos que resaltan la biodiversidad vegetal en las ciudades, es importante recalcar que dicha distribución no es equitativa, hecho que se configura en un fenómeno de injusticia ambiental. Barrios de mayor ingreso socioeconómico normalmente presentan una mayor diversidad vegetal (Angeoletto, 2019).
A su vez, la existencia de áreas verdes constituye un factor protector para la salud del ecosistema. Esto porque cumplen una serie de funciones como regulación de la temperatura, reducción de material particulado, y mejora las tasas de infiltración y mantención de la salud (Ignacio Fernández, 2022). Un estudio realizado en Santiago de Chile determinó que el área oriente y nororiente de la ciudad, mayoritariamente de ingresos más altos, presentó numerosas áreas verdes en relación al área poniente, lo cual influyó en temperaturas urbanas menores. En un estudio posterior se demostró que en la comuna de Estación Central se registró sólo un 6,4% de la superficie del recorte estudiado cubierto por vegetación, en tanto que en Vitacura, sector de mayor ingresos, alcanzó casi un 44 %.
Es de esperar que la biodiversidad de las malezas se siga propagando e incentive una planificación urbana más justa de las ciudades, la educación ambiental y la deconstrucción de los paradigmas hegemónicos que mantienen el mundo desigual. Desde la pequeñez y resistencia de las malezas se descubre un hilo que conecta a toda la ciudad, plantas, orillas de calles, carreteras, veredas, clima, edificios, políticas públicas, injusticia ambiental, líquenes, cuerpos de agua, abejas, hongos, cisnes, humedales, parques, baldíos.
Bibliografía
Wandersee & Schussler, 1998. Toward a Theory of Plant Blindness. http://aranzadi.anderaznar.com/assets/files/towards-a-theory-of-plant-blindness.pdf
Gandy M, Jasper S. The Botanical City. 2020.
Leguil, S. A history of weeding. 2020.
CONACYT. El polémico ácido 2,4-diclorofenoxiacético (2,4-D). 2019. https://www.cyd.conacyt.gob.mx/?p=articulo&id=282
Castro, D, Basurto, F. Mera, L. Bye, R. Los quelites, tradición milenaria en México. 2011. https://www.gob.mx/cms/uploads/attachment/file/231814/Los_quelites_una_tradicion_milenaria_en_mexico.pdf
Gandy M, Jasper S. The Botanical City. 2020.
Alvarado, P. Flora Espontánea. 2022.
Angeoletto, Fabio, Fellowes, Mark D. E., Essi, Liliana, Santos, Jeater W. M. C., Johann, Juciane M., da Silva Leandro, Deleon and Mendonca, Nathalia M. Ecología urbana y planificación: una convergéncia ineludible. 2019 https://centaur.reading.ac.uk/82586/9/32452-188720-4-PB.pdf
Fernandez, I. Dime qué tipo de vegetación tienes y te diré en qué comuna vives. La injusta distribución de la vegetación en Santiago de Chile. 2022. https://www.scielo.cl/scielo.php?pid=S0718-34022022000200193&script=sci_arttext&tlng=en#B37
Romero, H, Salgado, M. Smith, P. Cambios climáticos y climas urbanos: Relaciones entre zonas termales y condiciones socioeconómicas de la población de Santiago de Chile. 2010. https://www.scielo.cl/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0718-83582010000300005
Romero, H. Henrique, F. La construcción social de climas urbanos y su relación con la pandemia de Covid-19 en Santiago de Chile. 2021. http://www.scielo.org.co/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0121-215X2021000200376
Imagen de portada: ©Carl Campbell