Los extensos procesos de duelo no son raros entre los cetáceos, después de largos periodos de gestación (de nueve a dieciocho meses), con la proyección de varios años de crianza, y una vida completa de compañía dentro de la manada, la muerte de una cría es un tragedia devastadora. En el caso específico de la manada —compuesta por una población menguante— que nadaba al oeste de Columbia Británica, aquella era la primera cría en nacer en los últimos tres años.
Simbólicamente la carga de la cría representa mucho más que el luto de una madre por su hijo, representa el llanto silencioso por todo lo que amenaza a estos grandes mamíferos, y en eso todo lo que está mal con los océanos, como la contaminación y la drástica disminución de disponibilidad de alimento debido a la sobrepesca y el aumento de las temperaturas.
Demasiado ha sido el tiempo que hemos sospechado y puesto en duda la capacidad de los otros animales de sentir emociones profundas. Hoy, gracias a los avances tecnológicos, los investigadores tienen la posibilidad de observar a las distintas especies más de cerca, lo que ha influido en el carácter de los estudios. Por ejemplo, al conseguir hacer seguimientos más prolongados, se vuelve posible identificar las diferentes personalidades de los individuos dentro de un mismo grupo, o las reacciones de las distintas especies ante fenómenos como la muerte.
Como consecuencia, —y pese a que algunos expertos expresan cierta reserva al realizar afirmaciones que comprometan la diferenciación que el ser humano históricamente ha buscado sostener respecto de los otros animales— el paradigma general pareciera al fin avanzar hacia una reivindicación de su sentir, algo que muchos de quienes estamos vinculados a ellos desde las emociones siempre afirmamos con certeza.
La viralización del duelo de la madre orca nos lleva a preguntarnos por la diversidad de reacciones ante la muerte presentes en las especies que comparten el planeta con nosotros, por lo que hemos recopilado aquellas que distintos investigadores han encontrado más llamativas. No obstante, no está de más precisar que esta selección se ve inevitablemente influenciada por nuestra cultura, ya que aquellas manifestaciones que más se asemejan a reacciones con las que nos identificamos —la idea del luto como un espacio de contemplación y tristeza letárgica o desgarradora— fueron las primeras en ser identificadas.
En este sentido, nuestro potencial por empatizar e incluso distinguir muchas veces se limita a aquello que nos es familiar. Por ejemplo, la necrofagia (devorar al muerto) tiende a interpretarse como un acto utilitario desprovisto de sentimientos, por lo que se asume que los animales que la practican no estarían realizando un rito fúnebre. Sin embargo, no tenemos como saber si acaso para una madre comerse a su cría no es un acto de profundo sentir, así como se ha documentado que algunas tribus caníbales comían a sus seres queridos, con la idea de hacer que estos permanezcan con ellos para siempre.
Siguiendo con los cetáceos, compartimos algunos casos de duelo de delfines que se han descrito. En aguas del golfo de Alta, en Grecia, el investigador Joan Gonzalvo avista a una hembra de delfín mular empujando a su cría para alejarla del barco en el que él viajaba, la cría flotaba sin vida e incluso había comenzado a descomponerse. Joan afirma que en sus esfuerzos, la hembra había dejado de alimentarse, algo que ponía en peligro su vida debido al acelerado metabolismo de los delfines; también observó que otros delfines de la población de la zona se acercaron a la hembra y su cría, mas no intentaron intervenir en su proceso.
Y los registros no solo presentan casos del vínculo madre-hijo, nuevamente en aguas del Pacífico, aunque esta vez al este de Japón, se han observado múltiples casos de delfines custodiando cadáveres adultos de otros integrantes del grupo. Si algún humano intentaba acercarse, los protectores reaccionaban de manera agresiva, dejando en claro que, al menos de momento, la muerte no había de ser motivo suficiente para la separación.
En el caso de los animales terrestres también hay muchos ejemplos de procesos de duelo con el cual nos podemos sentir identificados. Una especie con rituales muy interesantes es el elefante. Es llamativo que para este gran mamífero el duelo es una muestra que se extiende más allá de lo inmediatamente familiar (la manada), y se considera un honor digno de todo elefante.
La investigadora experta en elefantes Cynthia Moss, describe como estos animales se detienen a inspeccionar los restos de otros miembros de su especie que encuentran en su camino. Y destaca que examinan con su trompa especialmente las mandíbula, los dientes y la trompa, lo mismo que hacen a modo de saludo cuando están vivos.
En octubre de 2003 se registra el proceso de muerte de una elefante. La protagonista ‘Eleanor’ llegaba al final de su vida, y cae al piso por no poder sostener más su peso en sus patas traseras. En esto, una elefante perteneciente a otra manada se acerca e intenta auxiliarla, pero esto no es posible. La otra elefante bautizada como ‘Grace’ se queda con Eleanor hasta que esta fallece. En los días que siguieron, elefantes de todas las manadas de los alrededores se acercaron a visitar el cuerpo, lo tocaron, lo olieron y se inclinaron ante el.
Siempre se ha dicho que los elefantes tienen buena memoria, en relación a esto Moss relata un caso especialmente interesante. Ella había recolectado los restos de diversos ejemplares de elefantes para el análisis. Las varias docenas de mandíbulas yacían en el exterior de una granja, cuando pasó por allí una manada de elefantes; todos ellos se detuvieron a examinar los cadáveres, pero se demoraron especialmente con una hembra que había sido de su manada.
Cuando finalmente partieron, uno se quedó un tiempo más tocándola con su trompa. Era su cría de ocho años.
Evolutivamente más cerca de nosotros encontramos a los chimpancés, con rituales y prácticas de duelo distintivas y en ocasiones bastante elaboradas. Cuando un chimpancé adulto muere, sus pares muestran fuertes señales de estremecimiento, lo lloran, rechazan el alimento y se aíslan, incluso se han registrado algunos casos de entierros.
Cuando el que muere es un pequeño, al igual que en los cetáceos, la madre carga su cuerpo; y lo continúa acicalando y limpiando durante semanas o incluso meses. Y solo llega a dejarlo una vez que el cadáver entra a un nivel de descomposición tal que se vuelve irreconocible. Parece surgir desde lo más profundo del sentimiento de estos animales un deseo de aferrarse a quien ha partido, lo que resulta en una respuesta física, observable y tangible.
Es interesante detenerse a hacer el paralelo con nuestra especie, ya que no son pocas las culturas que afrontan la muerte de manera similar, conviviendo con el difunto por un tiempo antes de apartarlo. En la étnia Toraja en Indonesia, se le lleva comida y se le conversa de manera natural como si aún estuviera presente, y hay casos donde los muertos permanecen en la casa junto con su familia durante décadas.
Estos son solo algunos ejemplos, no pretenden formar una lista exhaustiva ni acabada, pero sí servir para traer a la luz la temática del duelo de los animales para invitar a la reflexión. Es poco probable que algún vez tengamos frente a nuestros ojos a una madre orca quien carga a su cría fallecida, pero saber que en algún lugar del planeta eso está ocurriendo, quizás nos vuelva seres un poco más empáticos.
*Fotografía de portada: orca madre cargando a su cría muerta, fuente: www.tctelevision.com