Los humedales altoandinos son sistemas hidrológicos que se localizan sobre los 3.000 m s. n. m. en la zona cordillerana de Sudamérica. En la ecorregión de la Puna Andina, específicamente en Chile, los podemos encontrar en las regiones de Arica y Parinacota, Tarapacá, Antofagasta y Atacama.
El humedal se origina cuando el agua subterránea o superficial escurre en las cuencas endorreicas y se va acumulando allí, así como también las precipitaciones. A lo largo de las estaciones y los años este sistema y la red hidrogeográfica en donde se encuentra va variando y modificándose (Frau et al., 2023).
Los sistemas pueden ser de diferentes tipos de agua: “dulce, salada o salobre, permanente o intermitente, estancada o corriente, superficial o subsuperficial” (Frau et al., 2023), así dependiendo de su nivel de salinidad, que va de menos a más (de subhalino a hiperhalino), se expresa como un tipo particular de humedal: vegas y bofedales (subhalino), lagunas (meso o hipohalino) o salares (hiperhalino), por ejemplo, aunque ríos y termas también entran en la categoría. Esta clasificación a veces funciona como una sistematización del tejido hidrogeográfico, ya que varios o todos los tipos de humedales se pueden encontrar interconectados, por ejemplo, en un salar que tenga vegas aledañas a él, o cuyo sistema se teja en red con lagunas, ríos, quebradas y por medio de napas subterráneas. Las partes que parecen ser independientes en realidad son interdependientes.
El ciclo hídrico que realiza un humedal tiene la capacidad de limpiar, purificar y acumular agua de forma natural; son reservas de agua. Funcionan como una esponja que puede absorber y filtrar las precipitaciones, almacenando alrededor del 95% del agua dulce del planeta. Cumplen un rol clave en funciones como la formación de los suelos, de nutrientes y en los procesos de fotosíntesis, también para atrapar dióxido de carbono y liberarlo como oxígeno al ambiente (Frau et al., 2023).
Es a través de estas particularidades que los humedales presentan las condiciones óptimas para el desarrollo de la flora y la fauna propias del lugar, así como un punto clave en las migraciones y reproducción de algunas aves, como los flamencos. Un punto caliente de biodiversidad donde también se pueden encontrar pumas, vicuñas, guanacos y zorros, entre otros; también habitantes más antiguos como los estromatolitos y las cianobacterias que aún están siendo investigadas y que se asocian al origen de la Tierra.
Los humedales son ecosistemas altamente frágiles y que hoy se encuentran entre los más amenazados del mundo (IPBES, 2019). En el escenario extremo del altiplano adquieren especial relevancia ya que al ser un ambiente árido y donde escasea el agua, aparecen como zonas permanentemente húmedas representando a fuentes y oasis de vida que son irreemplazables. Esto es literal ya que en la puna se encuentran mayormente conformados por aguas fósiles que se han ido acumulando por miles de años y que no son renovables. Los salares se van formando a lo largo de miles de años en el fondo de las cuencas cerradas, producto de la actividad volcánica, la erosión de las rocas y el transporte de las sales por el viento y el agua. Así, se crea la salmuera, que contiene elementos como el boro, sodio, litio y magnesio, y también el salar.
Los pueblos originarios asociados a esta zona también nos hablan del endemismo que radica en estos ecosistemas, ya que ellos se han desarrollado culturalmente en torno a estos, habitándolos y en relación a través de prácticas y costumbres con los salares, lagunas, vegas y bofedales. La visión del agua como fuente de la vida se expresa en esta relación, donde los humedales están conformados por agua y son la vida; sin los humedales no hay vida.
La relación es tanto de carácter económico como ecológico, por las prácticas que llevan a cabo, que son para la sustentabilidad de la comunidad. A través de la agricultura y el pastoreo, las personas aseguran su subsistencia y la subsistencia del salar y del humedal, haciendo uso estacionalmente de los diferentes elementos que estos lugares entregan. A veces el agua que sobra del regadío la usan para seguir regando el humedal y perpetuar su existencia; la ganadería de trashumancia moviliza a los animales en invernadas (zonas bajas) y veranadas (zonas altas), procurando el bienestar de los pastizales y del ambiente, y su recuperación, de forma cíclica. Es una continua recreación y co-evolución por medio de la colaboración, que también nos habla de una soberanía, a través de la alimentación o la gestión comunitaria del agua, y evidentemente de un saber para el cuidado de estos lugares.
“Los humedales son ecosistemas altamente frágiles y que hoy se encuentran entre los más amenazados del mundo. En el escenario extremo del altiplano adquieren especial relevancia ya que al ser un ambiente árido y donde escasea el agua, aparecen como zonas permanentemente húmedas representando a fuentes y oasis de vida que son irreemplazables”.
Uno de los factores que ha incidido en el deterioro de estos sistemas es el cambio climático. Siendo muy sensibles a los cambios, los daños en ellos pueden ser irreversibles. De manera paradójica, en los diferentes tipos de humedales podemos encontrar una forma de enfrentar la crisis climática. Dentro de sus características, está la capacidad de absorción de alrededor del 40% del carbono generado por las actividades del ser humano; además pueden responder a los embates del clima ubicados en otras zonas (como tormentas o vientos fuertes), suavizando su potencia. También es importante relevar su condición como “colchones hidrológicos” donde son capaces de purificar y almacenar el agua.
De esta forma, la destrucción de los humedales “evitaría la eliminación de importantes cantidades de gases de efecto invernadero y por ende aumentaría el potencial de retención del calor en la atmósfera, con implicación en el calentamiento global y el crecimiento de las temperaturas con todo su efecto sobre el sistema climático en primera instancia y sobre la vida en una óptica más amplia” (Moya et al., 2005). Es así que son una fuente de ayuda para muchos de los fenómenos que ya estamos viviendo: frente a las sequías, aluviones, inundaciones, entre otros. A la vez estos eventos aparecen como consecuencia de la amenaza sobre ellos mismos: la pérdida del hábitat de flora y fauna, intensas precipitaciones, erosiones en las costas, etc.
En el Acuerdo de París se propuso la “Agenda de Transición Energética”, con lo cual en lugar de utilizar el carbono como forma de energía, se convino hacer el reemplazo por otras “menos contaminantes e invasivas” (Frau et al., 2023). Esto con el fin de disminuir la emisión de gases de efecto invernadero. Derivado de ello se propuso llevar a cabo la implementación de medidas “más sustentables”, como la elaboración del hidrógeno verde, el uso de la electromovilidad y de tecnologías con base en la electricidad. Para la aplicación de esto, se necesita extraer litio y otros minerales (ahora llamados “de transición”), como tierras raras, níquel, cobre y bórax, que son claves en la producción, para no utilizar y/o disminuir el uso de combustibles fósiles.
Las empresas transnacionales capitalistas de la minería están buscando beneficiarse de la transición energética y expandir sus operaciones a nivel mundial. La extracción y la explotación se llevan a cabo en los puntos de partida del suministro, como Chile, y ahora exige otro tipo de instalaciones, en cuanto a infraestructura y a corredores transoceánicos, por ejemplo (Barbesgaard y Whitmore, 2022). La implementación de las operaciones en los territorios que sean escogidos, afecta a la biodiversidad y a las personas que lo habitan, llevando a cabo “procesos industriales altamente contaminantes y demandantes de bienes comunes cada vez más escasos como el agua” (Frau et al., 2023).
La demanda por los “minerales de transición” está creciendo, así como su precio en el mercado y las empresas ven la posibilidad de obtener lucro de ello cubriendo la oferta. Para esto hay dos estrategias: la extensificación y la intensificación. La primera es la que genera mayor interés para las transnacionales y consiste en extender la extracción de minerales hacia nuevos lugares geográficos y territorios donde aún no se lleva a cabo, y donde los costos sean más bajos. La segunda implica invertir en los sitios que ya son de extracción, con nuevas tecnologías y estructuras para mayor aprovechamiento (Barbesgaard y Whitmore, 2022).
Continuando con la premisa de la “energía limpia”, la minería ha desencadenado un cambio, o más bien, un lavado de imagen, que dice apoyar el desarrollo sustentable. Barbesgaard y Whitmore declaran que “es difícil encontrar a la minería como actividad central en la presentación que las empresas mayores hacen de sí mismas. Por el contrario, las empresas mineras ahora abastecen y envían “productos”, como observa el sitio web de BHP” (Barbesgaard y Whitmore, 2022). Este lavado de imagen, que implica disimular la actividad minera, se esconde bajo la cara de aportar en la transición por la crisis climática. Con el pasar de los años, la sobreexplotación se verá reflejada probablemente en una escasez de los minerales que se están utilizando, provocando el agotamiento de los ecosistemas de los salares. La solución para la crisis climática no puede recaer en una estrategia que se basa sólo en la producción de vehículos eléctricos de uso individual. “Un vehículo eléctrico tipo necesita seis veces los insumos minerales de un vehículo convencional, y un parque eólico terrestre necesita nueve veces más recursos minerales que una central eléctrica de gas” (AIE, 2021a). La electromovilidad o la transición en sí, no son un problema, sino las formas extractivas de hacerlo, que continúan replicando el modelo capitalista.
La evaporación del agua y la salmuera en la Puna de Atacama ha afectado las reservas del territorio, “más de 425 mil hectáreas de humedales se encuentran amenazados en la región chilena de Antofagasta y 115 mil hectáreas en la región de Atacama por la extracción de litio” (Frau et al., 2023). Este mineral sirve para almacenar energía renovable, para la producción de las baterías de los vehículos eléctricos, y para aparatos electrónicos, como computadoras y celulares. Sin embargo, no existe información ni estudios científicos acabados sobre la hidrología de estos sistemas, ni sobre cómo las napas se ven afectadas, especialmente en el Salar de Atacama, donde para algunos pobladores ya se observan los cambios. En este punto, cabe destacar el saber ancestral de quienes han habitado en los humedales y la posibilidad de co crear un conocimiento que esté basado en el diálogo de estos saberes con la ciencia occidental.
“La operación que se realiza para extraer la salmuera funciona con la premisa de que los salares se encuentran separados de otros humedales vecinos. Sin embargo, la red hidrogeográfica que conforman estos ecosistemas es indivisible”.
Todo lo anterior resulta insólito al ver que en esta misma cuenca se encuentra la Laguna Tebenquinche, con la figura de Santuario de la Naturaleza; el Sistema Hidrológico de Soncor, el Salar de Tara y el de Pujsa, como sitios Ramsar; y la Reserva Nacional Los Flamencos; dando cuenta de una gran falta de protección estatal.
La operación que se realiza para extraer la salmuera funciona con la premisa de que los salares se encuentran separados de otros humedales vecinos. Sin embargo, como ya vimos, la red hidrogeográfica que conforman estos ecosistemas es indivisible; que sea “invisible” al ojo de la industria minera no quiere decir que no exista, mucho menos que no haya agotamiento ecológico. La salud de los salares es clave para la del resto de los humedales, para la salud del territorio, de las personas que habitan estos lugares y para el planeta.
En este punto, es importante cuestionar qué tan efectivas son las figuras de protección legal que existen para la naturaleza, a nivel internacional y su bajada en el país, de forma tal que ceden el permiso para su vulneración. Así mismo, es necesario contar con información acabada, sobre cómo los procesos de extracción de minerales para la “energía limpia” nos afectan, siendo Chile uno de los puntos de partida en las cadenas de suministro, y también las consecuencias que esto tiene en las redes hidrogeográficas de las cuencas donde se encuentran insertos. La explotación en los salares afecta a la biodiversidad y a los humanos. Hacemos un llamado a las diferentes organizaciones que se interesen por ellos, a compartir, visibilizar y accionar, sobre su protección.
Referencias:
Agencia Internacional de Energía, (2021a). The role of critical minerals in clean energy transitions, IEA World Energy Outlook Special Report, Francia.
Barbesgaard, M. & Whitmore, A. (2022). La Verdad detrás de los Minerales: cómo la industria minera pretende lucrar con la transición energética. TNI. London Mining Network. Ámsterdam/Londres.
Frau, D. et al. (2023). El Agua y los Humedales del Altiplano de Catamarca. Fundación YUCHAN, Salta, Argentina.
IPBES (2019). Evaluación Global de la Plataforma Intergubernamental de Ciencia y Política sobre Biodiversidad y Servicios de los Ecosistemas. “Summary for Policymakers of the Global Assessment Report on Biodiversity and Ecosystem Services.” Zenodo, November 25. https://doi.org/10.5281/ZENODO.3553579
Moya, B. et al. (2005). Los Humedales ante el Cambio Climático. Investigaciones Geográficas (Esp), núm. 37, 2005, pp. 127-132. Universidad de Alicante. Alicante, España.
Ulloa, C. (2024). Los Salares son Humedales. Fundación Tantí. San Pedro de Atacama y Santiago de Chile. Chile. https://www.fundaciontanti.org/2024/06/17/librillo-los-salares-son-humedales/
*Este artículo fue escrito en colaboración con: Fundación Tantí.
Imagen de portada: Vicuñas pastando en el Vado Putana en San Pedro de Atacama. ©Ramón Balcázar M.