Los orígenes del valor medio-ambiental

Meredith Root-Bernstein es Ecóloga interesada en la conservación y la etnobiología. Dio inicio a un proyecto de re-introducción de guanacos a Chile central. Actualmente trabaja en el proyecto de investigación Bioveins. En este interesante artículo nos habla sobre la urgencia de instalar en la sociedad una teoría e importancia de los valores medio ambientales Ahora más que […]

Meredith Root-Bernstein es Ecóloga interesada en la conservación y la etnobiología. Dio inicio a un proyecto de re-introducción de guanacos a Chile central. Actualmente trabaja en el proyecto de investigación Bioveins. En este interesante artículo nos habla sobre la urgencia de instalar en la sociedad una teoría e importancia de los valores medio ambientales

Ahora más que nunca, especialmente en Chile, estamos enfrentados a la urgencia de formular un futuro que brinde valores a todos de manera sustentable.  ¿Pero, en qué consisten específicamente estos valores? Lo primero que se nos viene a la mente son aquellas cosas que pensamos como buenas y deseables. Conceptos como dignidad, equidad, acceso a la educación y a la salud forman parte de esos valores universales. Pero también están, entre ellos, la importancia de manejar de forma sustentable nuestros recursos naturales, el derecho de vivir en un medio ambiente limpio y sano, nuestra obligación ética hacia especies como la rana del Loa o en nuestro amor al pudú.  Todos estos valores son los que identificamos como “valores medio-ambientales”.

Los valores medioambientales ayudan a tener un manejo consciente y sustentable de nuestros recursos. Crédito: Creative Commons.

Actualmente, nuestra sociedad parece darle menor importancia a los valores medio-ambientales que a otros bienes como el dinero.  En ese orden, el cuidado de la naturaleza desaparece del horizonte de nuestra sociedad.  Por ello, la pregunta que deben hacerse los conservacionistas es: ¿Cómo asegurar que la gente reconozca y le otorgue importancia a los valores medio-ambientales? ¿Cómo podemos ayudar para que estos valores tengan más importancia en la sociedad?

Las personas como fuente de valor medio-ambiental

Una manera de preservar los valores medio-ambientales es preservando sus fuentes.  ¿Pero cómo algo abstracto como un valor (que es, en el fondo, una idea o sentimiento) puede tener un origen? Siguiendo líneas de pensamiento de la antropología y la filosofía, la pregunta sobre los orígenes del valor convoca, en primer lugar, una reflexión sobre lo bueno y lo deseado.  Por ejemplo ¿Por qué una moneda y no una concha es valorada como dinero?  ¿Porqué un hilo de cobre y no una roca en la montaña es valorada por el mercado?  ¿Porqué una pintura de Velázquez y no un dibujo hecho por una niña se valora como obra de arte?  ¿Porqué una rosa y no un árbol muerto se valora como decoración para un jardín?

La teoría generativa del valor medio-ambiental[i] propone que la fuente de todos los valores medio-ambientales son las personas.  “Persona”, se ha referido generalmente a un concepto social donde la persona es un ser al que se le designan capacidades asociadas a adultos o a miembros de pleno derecho en sociedad.  Sin embargo, “persona” puede no limitarse necesariamente a seres humanos.  Es posible tratar a un ser vivo no-humano como si fuera una persona.  Por ejemplo, cuando saludamos a un litre (“Buenos días, Señor Litre”), lo estoy tratando como si fuera una persona.  O cuando trato a mi mascota como un miembro de la familia porque la amo, la trato como persona.

La teoría generativa del valor medioambiental propone que todos, incluso objetos no-humanos, pueden ser tratados como persona. Crédito: Creative Commons

Es posible que los humanos no se sientan, o no se entiendan a sí mismos como personas. Eso implica un daño individual y social.  Cómo dijo Nabila Rifo en una entrevista en The Clinic: “Me gustaría estudiar en la escuela, ser alguien, no quiero ser una inútil, porque así es como me siento: inútil…ahora que quedé discapacitada, en mi ceguera, yo quiero ser una persona. Cosa que en Coyhaique, donde yo nací, no puedo” [enfásis personal].

Entonces, se podría decir que las personas no nacen sino que son hechos.  Un ser humano, una mascota o un litre, nacen como seres vivos y es a través de las interacciones sociales simbólicas que se entienden como personas. Por ejemplo, el paso de etapas simbólicas de la vida—bautismo, cumpleaños, graduación, un trabajo remunerado, casarse, tener casa, ser madre o padre— son ejemplos de etapas de vida que hacen de un humano una persona, según su sociedad.

También, la capacidad de “hacer otras personas” es clave para sentirse persona.  Con esto no me refiero únicamente a la reproducción biológica o la capacidad de formar una familia, sino que a la capacidad simbólica de “hacer personas”.  Digamos que yo me siento persona porque contribuyo a la educación de estudiantes, ayudándoles a graduarse y a ser adultos educados; o porque cuido a mi helecho, le doy agua y le hablo, ayudándole así a ser un helecho-persona; o porque soy bien educada con desconocidos con quienes me cruzo en la ciudad, tratándoles con respecto y dignidad.  Una persona es alguien que participa en hacer otras personas.  Es una interacción simbólica recíproca.

Dos actitudes o acciones son centrales en la participación de hacer otras personas. Una es cuidar, la otra es amar. Mientras más amamos a alguien o algo, más nos parecerá único y insustituible.  El cuidado tiene que ver también con la construcción y manutención de las condiciones de vida esenciales de las personas.  Por ejemplo, cocinar, limpiar nuestras casas, construir ciudades o mantener los bosques contribuyen a las condiciones de vida. Imaginemos que salgo a caminar a la montaña cuando me siento deprimida.  Allí, sin embargo, el amor del universo me reconforta.  La montaña, entonces, me ayuda a entenderme como persona.  Igualmente, si cada primavera voy con amigos a buscar hierbas a un bosque para luego comerlas en una cena, las hierbas contribuyen a una celebración del renacimiento primaveral de nuestras condiciones de vida.

Lo más central en los procesos simbólicos de hacernos personas serán las cosas más amadas, más cuidadas y menos sustituibles. Cuando perdemos a seres o cosas que necesitamos para hacernos personas—que a su vez son personas—sufrimos de dos maneras.  Primero, perdemos un poco de nuestro estado de persona, porque nos faltan los recursos simbólicos para sentirnos personas. Segundo, perdemos los recursos para hacer otras personas.

El confinamiento y aislamiento que ha provocado el coronavirus (donde perdemos la posibilidad de tratar con otros) es análogo a la situación de quienes han perdido el acceso a la naturaleza. Los recursos naturales ya no son personas. Es decir, hemos olvidado que la tierra tiene espíritu y que las vacas son individuos. Provocar la pérdida del estado persona en un objeto es algo que ocurre en situaciones de violencia sumado al aumento de contacto social con desconocidos.  La masiva circulación económica, los contextos de violencia estructural y el colonialismo han contribuido a este triste proceso.

Rituales como las fiestas de primavera ayudan a integrar objetos naturales a nuestras vida y darles valor medioambiental. Crédito: Creative Commons.

Cómo proteger las fuentes de valor medio-ambiental

Si queremos proteger las fuentes de valor medio-ambiental, debemos repensar a los seres y las cosas naturales como personas que ayudan a hacer otras personas (¡nosotros!).  Para esto, podemos integrar elementos del medio ambiente a rituales de creación de personas, como nacimientos, cumpleaños, bodas, inauguraciones, fiestas de primavera, etc.  La idea es incluir animales, plantas, montañas, ríos en estos rituales y nunca reemplazar su rol con objetos manufacturados o artificiales.  No se trata de formar una ideología “eco-nazi”, sino de integrar, agregar, incluir objetos naturales en el cotidiano y en nuestros rituales.

Un ejemplo es la Navidad, donde más allá de su importancia religiosa, para muchos constituye un ritual de cuidado para los seres amados y la familia.  En muchos sectores del hemisferio norte el pino es el elemento central de la Navidad. Al pino lo tratamos como persona: lo invitamos al interior de nuestro hogar, lo vestimos con luces y decoraciones y nos sentamos frente a él como si fuera parte del grupo familiar.  El pino navideño es una fuente de valor medio-ambiental que puede generar otros valores. Si vamos en familia a cortar el pino de Navidad podemos formar un recuerdo feliz del paisaje y hasta podemos exigir que el pino pertenezca a una producción biológica y amigable de especies nativas. Recordaremos el ciervo o el búho que vimos en esa salida, transformando futuros ciervos o búhos en algo mágico. Es así como podemos formar una red de valores que motiven a diversas acciones pro-medioambiente.  En Chile también se puede hacer este gesto, agregando a las decoraciones navideñas plantas nativas que crezcan en verano y que simbolicen el cuidado de la familia.

Conectándose con la tierra y creando nuevas rituales con un grupo de artistas en Inglaterra, verano 2019. Credito: Meredith Root-Bernstein.

Todas éstas son recetas para ser estratégicos con los escasos recursos que tenemos para la conservación. La teoría generativa se enfoca en los procesos vitales de la reproducción simbólica de personas y sus hábitats.  El propósito es ubicar y proteger lo más profundo y radical, es decir, cuidar los orígenes de valor medio-ambiental.

[i] Las fuentes teóricas son, principalmente: Graeber, D. 2001.  Toward an Anthropological Theory of Value: The false coin of our own dreams.  London, Palgrave Macmillan;  Graeber, D. 2014.  En deuda: una historia alternativa de la economia.  Madrid, Editorial Ariel;  Graeber, D. 2018. Trabajos de mierda. Madrid, Editorial Ariel; Coccia, E. 2011.  La vida sensible Madrid, Marea. Coccia, E. 2015.  El bien en las cosas: La publicidad como discurso moral. Madrid, Asociación Shangrila Textos Aparte.