“la herida de nuestra relación con la tierra no sanará hasta que no escuchemos sus relatos”
(Una Trenza de Hierba sagrada, Robin Wall Kimmerer, 2015)
Al cuidado del Maritorio
Esto que cuento sucedió meses atrás durante un viaje laboral que realicé junto a un equipo audiovisual a las costas de Chaitén e Islas Desertores, en la Región de Los Lagos, al sur de Chile. En medio de las aguas frías del gran Pacífico, de los mágicos tepuales (bosques de tepú), grandes nalcas y helechos, y rodeados de hermosos volcanes como el Corcovado y el Chaitén, tuvimos la oportunidad no solo de recorrer estos hermosos parajes, sino también de convivir durante algunos días con los habitantes de este territorio o, mejor dicho, maritorio, pues la vinculación que tienen con el mar es vital. Así lo demuestran las voces que escuchamos de buena parte de los pobladores de esta zona.
En Isla Autení, parte de las seis islas que componen el grupo Desertores, conocimos a Nancy Vargas, presidenta de la comunidad indígena de la isla. Entre sus declaraciones nos contó que para ella “el mar es una forma de vida”. En el mismo sentido, en la localidad de Loyola, parte de la costa continental, hablamos con Esmerita Ruiz, profesora rural, quien afirmó rotunda que, en orden de prioridades, “existe el oxígeno, la tierra y el mar”. Del mismo modo, el pescador Juan Cárdenas, mientras lo entrevistábamos a la orilla de la playa de Isla Autení, confesaba: “como la mamá es el mar, nos da no más sin nada a cambio”.
Mientras más conversábamos con la gente y observábamos la dinámica que tenían con el mar, lo que más presente se me hacía era el valor de la reciprocidad. Al fin y al cabo, la mayoría de los entrevistados, como nos dijo Eric Mayorga, pescador y trabajador en ecoturismo del sector de caleta Chana: “tenemos el corazón por querer proteger y conservar”.
Los dones del maritorio
Mientras leo Una trenza de hierba sagrada de la etnobotánica Robin Wall Kimmerer —quien pertenece al pueblo ancestral de los Potawatomi, en lo que hoy es Estados Unidos— puedo observar las correlaciones entre los pueblos ancestrales de norteamérica y los habitantes de las costas de Chaitén e Islas Desertores. Y no es de extrañar, si pensamos que en estas comunidades existen personas pertenecientes a la cultura Mapuche Huilliche y, posiblemente, también existan influencias de otras culturas prehispánicas del sur más austral.
En su ensayo, Robin relata que existen diferencias sustanciales entre la economía de mercado en la que vivimos los pueblos occidentalizados y la economía de los dones, propias de la mayoría de los pueblos ancestrales de América. Dice que al contrario de lo que se suele pensar, “en la economía de los dones, los regalos no son gratuitos. La esencia del regalo es que crea una serie de relaciones. La moneda de cambio sobre la que se cimenta la economía de los dones es la reciprocidad” (2015). Más aún, para el pensamiento occidental, “la propiedad privada de la tierra se sustenta en una lista de derechos. En la economía de los dones, la propiedad lleva consigo una lista de responsabilidades” continúa Kimmerer.
Los habitantes de las costas de Chaitén e islas Desertores demuestran una gran gratitud hacia el mar, lo cuidan porque les da. Es una relación de regalos compartidos. Sin embargo, es algo que les ha costado mantener. “Desde mi niñez a estas alturas de la vida han habido cambios importantes en estas comunidades. Yo conocí ancianas y ancianos que ya no están, creo que ellos habían logrado una interacción muy sabia con el entorno. No se pescaba más de lo que necesitaba, no se mariscaba más de lo que se necesitaba” dice la profesora Esmerita. Sus palabras relevan a sus ancestros como seres que reconocen la abundancia natural y su equilibrio.
El trato con el mar y los seres vivos que lo habitan incluyen, por supuesto, a los seres humanos. Entre los mismo habitantes existe aun ese pacto de reciprocidad y equilibrio. Uno de los días que estuvimos en Isla Autení nos tocó presenciar la bota de una embarcación. Durante esta actividad la comunidad se junta y ayuda a poner en el mar el barco que se encuentra en tierra, ya sea porque es una embarcación nueva o porque fue restaurada, como es el caso que relato. Juan Cárdenas nos contó que, cuando las embarcaciones son nuevas, la gente se junta no solo a cooperar con el traslado, sino también a festejar. Se invita a todos quienes ayudaron en su construcción y “se hace un buen asado, se toma cerveza, incluso las embarcaciones tienen padrinos”. La bota es un tipo de minga, una tradición de trabajo comunitario de carácter recíproco, actualmente vigente en varios países latinoamericanos. Antes, dice Juan, era muy común que estas mingas duraran semanas, pero poco a poco las nuevas tecnologías han modificando e incluso extinguido varias de estas costumbres.
Luego de nuestra visita a Isla Autení nos devolvimos al continente para recorrer la costa norte desde la localidad de Chaitén. Nos dirigimos a Loyola, luego fuimos en dirección al sur hasta llegar a Faro Tengo, donde visitamos el humedal y conocimos los conchales, grandes acumulaciones de restos de mariscos que revelan “los vestigios de una gran actividad en torno al mar” nos contó Esmerita. Los conchales además son huellas antiguas de una costumbre de colaboración y disfrute colectivo que se realiza hasta el día de hoy: los curantos en hoyo (una forma de cocinar directamente sobre un surco en la tierra con piedras calientes).
Faro Tengo es la puerta de entrada norte a Isla Llahuén, una pequeña porción de tierra que cuenta con un hermoso bosque de lumas ubicada justo al oeste de la Bahía Pumalín —lugar que inspira el nombre del Parque Nacional Douglas Tompkins—. Allí conocimos a la señora Blanca Ruiz, quien nos contó de otras formas de cooperación comunitaria. Los medanes, nos dijo, son “comilonas muy grandes que se hacían antiguamente a cambio de una oveja”. Generalmente eran matrimonios jóvenes que organizaban estas fiestas para tener sus primeros animales. También existían los días cambiados, en donde un vecino de la comunidad solicitaba ayuda para hacer algún trabajo, armar un potrero, cosechar papas, hilar lana, etc. Se intercambiaba el día trabajado de un vecino por otro día trabajado a quien se le había ayudado. Todas estas prácticas fortalecían, y aún hoy lo hacen, la relación de reciprocidad entre los habitantes de la comunidad. Con la llegada del dinero, nos comentó Juan Alvarado, vecino de Isla Llahuén, las relaciones de colaboración se han ido perdiendo poco a poco.
La economía de los dones basada en la colaboración mantiene relaciones mucho más duraderas. El regalo implica un vínculo emocional que no existe cuando compramos algo, dice la autora Robin Wall Kimmerer. Lamentablemente, “el relato de la economía de mercado se ha expandido como un incendio descontrolado, con resultados desiguales para el bienestar humano y la devastación del mundo natural”. Sin embargo, esta autora también recalca que la economía de mercado “no es más que un relato que nos hemos contado, y somos libres de contarnos otro diferente. O de recuperar los relatos antiguos”. En este sentido, Alvarado es enfático en decir: “escuchar a la gente mayor siempre te entrega algo de conocimiento e información valiosa para las nuevas generaciones”.
ECMPO: la organización comunitaria
Los relatos de los antiguos habitantes de estas zonas aún perduran en las generaciones más actuales. No sólo en cuanto a sus costumbres y tradiciones de cooperación antes mencionadas, sino también en su forma de organizarse activamente respecto al maritorio que habitan. Una muestra de eso, nos lo cuenta Pamela Mayorga, quien lidera la mesa de coordinación y es apoyo técnico local de la Corporación ambiental del usos del borde costero Yene Purrun We de Chaitén. Esta corporación funciona como coordinadora del espacio costero marino de pueblos originarios de Islas Desertores y costa de Chaitén y está conformada por comunidades indígenas y sindicatos de pescadores.
Entre todas estas agrupaciones se organizaron para llevar a cabo la solicitud del Espacio Costero Marino de Pueblos Originarios (ECMPO). “Lo que busca proteger la ECMPO es el patrimonio cultural, todas las actividades humanas como la recolección de mariscos y algas, los sitios arqueológicos como los conchales y corrales de pesca. En cuanto al patrimonio natural son los hitos más bioculturales, las geografías sagradas como los volcanes, los islotes, las cuevas que están en los morros. Todo ese patrimonio es el que estamos tratando de cuidar y preservar” nos relató Pamela.
Esta iniciativa surge como una opción para hacer frente a los problemas actuales que viven los vecinos de las costas de Chaitén e Islas Desertores principalmente por causa de agentes externos. Entre ellos, destacan la contaminación de las playas causada por la industria salmonera y mitilicultora, así como también, la merma de los mariscos, algas y pescados por la recolección y pesca excesiva de pequeñas y grandes embarcaciones que vienen de otras zonas. Con la ECMPO, cómo le dicen los lugareños, se espera que se logre preservar las tradiciones, usos y cosmovisión Mapuche Huilliche, manteniendo el equilibrio ecológico en estos lugares.
La ECMPO, aun en trámite, es una señal de que aquellos relatos más antiguos de cuidado del entorno y conservación aún siguen latentes en las generaciones actuales de este maritorio. Y aunque algunos se muestren más pesimistas y vean en esta acción solo retazos de antiguos relatos de gratitud, otros –dentro de los que me incluyo– también pueden ver el inicio de un tejido capaz de abrigarnos a todos, un tejido que nos permita contarnos otras historias. Como dice Kimmerer, “es mucho lo que se ha olvidado, pero mientras la tierra siga viva y podamos cultivar individuos humildes y capaces de escuchar y de aprender, no todo estará perdido. Y la gente no está sola. A lo largo del camino, las criaturas no humanas les ayudarán”.
Foto de portada: © Marcelo Mascareño.