Las Garzas Brujas: observar aves con los binoculares del feminismo

La observación de aves es una actividad en apariencia inofensiva, en todos los sentidos de la palabra. No busca dañar ni a las aves ni a sus ecosistemas, sino todo lo contrario, es una actividad centrada en la contemplación y el estudio de las aves en sus propios hábitats. Es, por otro lado, una práctica que puede darse en familia o con amigos; en grupos más o menos especializados. Sin embargo, la observación de aves no deja de estar atravesada por ciertas ideas y sesgos que han dominado la vida corriente y la ciencia durante siglos. La observación de aves implica dos cuestiones fundamentales para su práctica. Por un lado, conlleva la ocupación de espacio público, el cual ha sido manejado históricamente por hombres —"occidentales y con poder adquisitivo" como dicen Las Garzas Brujas—. También, supone un diálogo continuo con la ornitología, que, como toda disciplina científica, se encuentra manejada principalmente por varones. Este es el contexto en el que trabajan y reflexionan Las Garzas Brujas, una agrupación de observadoras de aves que busca integrar esta actividad y la conservación de la naturaleza a las prácticas feministas.
La observación de aves implica dos cuestiones fundamentales para su práctica: la ocupación de espacio público y supone un diálogo continuo con la ornitología. Ambas áreas ocupadas y manejadas históricamente por hombres © Mercedes Fino.

Las Garzas Brujas es el nombre y emblema de la “Colectiva de Observadoras de Aves Feminista” (COAF). Esta agrupación argentina surge posterior a la creación de los “Clubes de Observadores de Aves” (COAs). Estos últimos son una iniciativa que comienza en el año 2007 de la mano de la organización trasandina «Aves Argentinas». Las agrupaciones trabajan por el cuidado de las aves y sus hábitats, realizando en sus localidades todo tipo de actividades orientadas a la educación ambiental. Sin embargo, parte de las integrantes de estos clubes no se sentían cómodas con algunas actitudes de sus compañeros ambientalistas, que solían hacer chistes machistas o aprovechar las salidas a terreno para acosarlas. De este malestar se devino la insurrección de las que hoy integran la COAF.  

“¿Cómo es posible cambiar, conservar o cuidar la naturaleza si tantos de nuestros «compañeros» se comportan con nosotras como si fuésemos recursos a explotar y someter constantemente?” se preguntaron las integrantes de la COAF. La idea, entonces, fue crear un espacio de encuentro, esta vez en un “nido seguro” —como dicen ellas— más libre y desde un espacio horizontal y de sororidad, no solo en el ámbito de la observación de aves, sino también en la conservación de ambientes naturales en general. Lo anterior, sin perder de vista la visibilización de las luchas territoriales, la perspectiva eco-feminista y, por supuesto, el goce.

Prontas a cumplir tres años desde su formación y con más de quince integrantes activas, Endémico web entrevistó a Las Garzas Brujas como colectiva, para saber más sobre sus actividades de observación de aves y acerca de sus labores de conservación del medio ambiente, pero también, respecto a la relación de su trabajo en el campo de la ornitología, el activismo ambiental y sus vínculos con el feminismo. 

La Colectiva de Observación de Aves Feminista © Laura Reyes.

Los inicios: de COA a COAF

Endémico Web: ¿Nos pueden contar sobre el origen de la Colectiva de Observadoras de Aves Feminista? ¿Qué las diferencia de otras agrupaciones de observación de aves?

COAF: En Argentina existen los COA (Clubes de observadores de aves originados a través de la ONG Aves Argentinas) y algunas de nosotras participamos en estos COAs. El núcleo de estos grupos lo componen los socios de Aves Argentinas que cuentan con algunos roles, principalmente el de la coordinación. Estos cargos suelen estar en manos de varones.

Sumado a esto, varias de nosotras veníamos sufriendo actitudes machistas dentro de los COAs y con otros compañeros varones del “ambientalismo”. Así fue que nos empezamos a reunir, compartir y ponerles nombre a estas experiencias; a descubrir que todas estábamos hartas de la violencia que sufrimos en varios de estos grupos y del nulo acompañamiento institucional que tuvimos cuando eso incluso recrudeció.

Durante los primeros meses de 2018 a una compañera le comentaron de un grupo similar a los COA en Estados Unidos, que se nombraba como feminista: el Feminist Bird Club de New York; y le pareció una buenísima movida. Coincidió que en Argentina, en ese momento estábamos en pleno furor del movimiento feminista “marea verde”, porque ese año se trató la ley de acceso seguro, gratuito y legal al aborto. Es decir, era un momento en que se estaban dando muchos debates. Nosotras estábamos en esa sintonía. 

Molly Adams con algunas integrantes del Feminist Bird Club de New York © Sophie Butcher.

Bajo este contexto fue que decidimos formar la Colectiva de Observadoras de Aves Feminista (COAF). En parte, porque somos militantes por el cuidado de la naturaleza, lo disfrutamos y queremos preservar la biodiversidad. Pero además, porque se nos reveló como urgente y necesario repensar en las formas en que nos estamos vinculando entre nosotres humanes—. Debíamos dar cuenta cómo esas formas desiguales y atravesadas por violencias machistas se reproducen luego en la forma en que como especie humana nos comportamos con la naturaleza y sus especies. Nos preguntamos, entonces, cómo es posible cambiar eso, conservar o cuidar a la naturaleza, si tantos de nuestros “compañeros” se comportan con nosotras como si fuésemos recursos a explotar y someter constantemente. Queríamos visibilizar esta problemática y repensarla colectivamente. 

Con la formación de la COAF pensamos en un concepto amplio de ambiente, desde una perspectiva de género que nos permite pensar dos veces cómo nos estamos vinculando y cómo esas formas afectan a la biodiversidad (humanes incluidos). Entendemos que es necesario priorizar el cuidado, la sororidad, la horizontalidad y el respeto a las diversidades, sin descuidar el disfrute y el goce por la vida. Lo más importante es asumirnos en un proceso de reflexión y aprendizaje, de cuestionarnos lo dado y construir nuevas formas de vincularnos (probablemente sea un proceso continuo, sin fin, ¿no?). Queremos que la COAF sea un espacio para encontrarnos en un nido seguro, y más libre, para luchar por nuestra naturaleza desde un territorio más amable, intentando repensar las violencias que nos atraviesan y hacer algo para minimizarlas.

Jornada de observación organizada por la COAF en la Reserva Municipal Santa Catalina, donde fue encontrado el cuerpo de Anahí Benítez, una adolescente de 16 años asesinada el 2017. La idea de este encuentro no solo fue el avistamiento de aves, sino también, hacer una conmemoración de este femicidio © Mercedes Fino.

En ese sentido ¿cuál es la relación entre llamarse “Las Garzas brujas” y la militancia medioambiental y de género? ¿Por qué deciden autodenominarse así?

COAF: En principio se asocia al nombre COAF, ya que este surgió un poco como chiste o ironía. Esto porque la principal tensión la sentíamos con respecto a los COAs, que como dijimos se habían tornado un espacio donde no siempre encontrábamos lugar ni teníamos voz —aunque esto ha ido cambiando un poco en algunos COAs donde nuestros reclamos hicieron eco, pero desde otros, en cambio, recibimos mucho rechazo y agresión hacia nuestras acciones. Así, nos pusimos Colectiva de Observadoras de Aves Feminista, en conversación con las siglas “COA” (Clubes de Observación de Aves). Un juego de letras que nos permite poner en escena una problemática, una manera de visibilizar, de hacer ruido. Entonces, como los COAs “oficiales” suelen tener un ave emblema que los representa, nosotras decidimos que nuestra ave sería la Garza bruja (Nycticorax nycticorax). Hay un guiño en esta elección hacia la historia de las mujeres perseguidas por ser consideradas brujas y la apropiación de este término por parte del movimiento feminista.

Nycticorax nycticorax o Garza Bruja —emblema de la COAF— se la suele observar pernoctando en los árboles de las ciudades cercanas a las playas o en los manglares y pantanos costeros de agua dulce, también es vista en algunos estanques y ríos. Su tamaño es de alrededor de los 60 cm y no presenta dimorfismo sexual, es decir, no existen grandes diferencias entre macho y hembra © Alps Dake.

Ciencia, ecología y cruces feministas

¿Qué significa y qué implicancias tiene ser feministas en el campo de la ornitología?

COAF:  El campo de la ornitología en particular —y del conocimiento en general— no está exento de machismos. La observación de aves originariamente, y aún, es una actividad bastante acaparada por hombres occidentales y con poder adquisitivo, ya que implica tener acceso a tecnología, posibilidades de viajar, etc; y que además, tiene una veta claramente colonial, étnica, etc. Por otro lado, en nuestra sociedad, ser mujer y estar sola en espacios naturales es considerado un acto peligroso, de exposición. Algo que siempre recalcamos y que cuestionamos es que cuando vamos a lugares que desde la urbanidad se asocian a “baldíos” o “terrenos abandonados” se nos advierte que son “peligrosos”. La solución es que no vayamos, o vayamos acompañadas —de varones, por supuesto—. 

Lo anterior no hace sino reproducir dos cosas, principalmente. La primera es una clara mirada de que cualquier espacio que esté asilvestrado, no domesticado, no controlado por la capacidad humana es algo peligroso. La segunda, es que en vez de, en todo caso, ofrecernos seguridad para que podamos disfrutar del acceso al espacio público, se nos aconseje no ir porque somos mujeres. Entonces, si vamos, necesitaríamos ser tuteladas.

La COAF en la Reserva Santa Catalina. El lugar, a pesar de ser uno de los más importantes dentro de los alrededores de Buenos Aires en cuanto a la diversidad de hongos, no está muy bien cuidado. Es uno de esos espacios considerados “peligrosos” o “no aptos para mujeres solas” © Mercedes Fino.

Las ciudades claramente son una expresión de la desigualdad de género y esto se reproduce evidentemente en el uso y destino de los espacios públicos. Esa es una cuestión que nos interesa mucho, porque la mayoría del espacio verde en Buenos Aires se destina a actividades masculinizadas, como el fútbol. Pero a nosotras no se nos facilita el acceso ni se tienen en cuenta nuestros deseos sobre esos territorios. Por supuesto esto está vinculado a la cuestión de que son los varones los que han hecho siempre uso del espacio público y las mujeres relegadas a lo privado, y eso repercute claramente en estas actividades.

La ciencia, además, sigue siendo un campo “masculino”, asociado a la “razón” como atributo del varón, opuesto a la “emoción” atribuida a las mujeres. En la práctica, si miramos la conformación institucional de la mayoría de las instituciones, grupos y organizaciones “conservacionistas” y “ambientalistas” en general hay un marcadísimo sesgo donde los varones ocupan puestos vinculados a las tomas de decisión y a las áreas de ciencia y las mujeres los puestos vinculados a las habilidades más “sociales”, como la administración, educación, comunicación, etc. Además, donde más resalta —¡oh sorpresa! es en la cantidad de voluntarias, donde claramente el trabajo no remunerado es mayormente realizado por mujeres (estos datos salen de un relevamiento propio que se puede consultar online)

Por otra parte, y no menos importante, existen varias investigaciones científicas que demuestran el sesgo de género en la ornitología y varios papers describen cómo se han perjudicado hembras de algunas especies de aves porque se estudia sólo a los machos. En los libros y guías de ornitología también se suele representar en descripciones y fotografías al macho y no a la hembra. 

Existen varias investigaciones científicas que demuestran el sesgo de género en la ornitología y varios papers describen cómo se han perjudicado hembras de algunas especies de aves porque se estudia sólo a los machos. En los libros y guías de ornitología también se suele representar en descripciones y fotografías al macho y no a la hembra. 

Siguiendo la idea del sesgo de género, en la ornitología aunque en otras ciencias también existe el concepto de dimorfismo sexual (diferencias fisonómicas entre el macho y la hembra). Pueden ahondar en la relación entre este concepto científico y el activismo feminista? 

COAF: En la ornitología también se reproduce el machismo. Por convención, en las guías de observación de aves se describe al macho primero, y a la hembra en relación a este. Uno de los motivos usados para justificar esto es que los machos suelen ser más vistosos para nuestra sensibilidad y aparato visual, claro. Además, son fáciles de reconocer (con este criterio quizás, podría describirse primero el ejemplar más llamativo, sea este macho u hembra según especie). Lo que nos dice esto es que la ciencia no está por fuera de las dinámicas de poder imperantes en nuestra sociedad. Así, ninguna disciplina ni lenguaje son neutrales. 

Desde ahí debemos posicionarnos para mirar el mundo, cuestionarnos, invertir órdenes, jugar un poco con lo dado, es para nosotras una forma de reflexionar y hacer consciente el statu quo. De esta forma, aprovechamos esta cuestión del dimorfismo para visibilizar a las pájaras, que como han sido puestas en un lugar secundario se sabe mucho menos de sus características, con consecuencias, incluso, en las políticas de conservación de especies. La iniciativa, entonces, fue crear los «viernes ornitofeministas», una sección de divulgación en la que describimos a las aves usando nombres «feminizados» y privilegiando a las hembras sobre los machos. Realizamos una descripción científica que incluye, además, leyendas, saberes populares, etc. También es una elección ilustrar las aves con imágenes (fotografías o ilustraciones) de autoras mujeres, dándonos espacio en un ámbito históricamente ocupado por hombres. 

Esta es una de las formas en que intentamos dar cuenta de lo ideológica que es la ciencia y de la necesidad del conocimiento situado —¡gracias Haraway!*—. Además, aprovechamos de divertirnos haciendo un poco de escándalo.

La COAF en la Reserva Santa Catalina © Laura Borsellino.

Como dicen “ninguna disciplina ni lenguaje son neutrales”. Esta frase resume uno de los grandes tópicos al que se enfrenta el feminismo y en general todos los activismos—. En este sentido ¿cómo ven las palabras relativas al mundo de las aves? Por ejemplo, palabras como “cotorrear”, “ser un picaflor” o “pajarear” que a veces suelen tener valoraciones negativas ¿Han pensado en casos que reivindiquen el lenguaje relativo al mundo de las aves?

COAF: El lenguaje no es algo neutro sino un terreno de batalla simbólica. Al patriarcado le corresponde una cultura y lenguaje androcéntricos, o sea, la perspectiva que convierte en universales el cuerpo, la mirada y la experiencia de los varones y los construye como sujeto universal del discurso. Una de las cuestiones que sufrimos bastante las mujeres cuando salimos a observar aves en grupos mixtos es bancarse los típicos “chistes” machistas del estilo “cállense cotorras”, “cierren el pico”, etc., en la línea que mencionan. 

Nosotras, como dijimos anteriormente, dimos vuelta eso y lo que hicimos fue enfocarnos en las hembras, creando fichas con información y usando nombres del estilo “torda”, “churrincha”. “Feminizamos” el nombre vulgar de las especies. Al principio resultó bastante escandaloso y nos acusaron de terrorismo contra el lenguaje y cosas del estilo, pero luego vimos cómo caló profundo en algunes colegas y estuvo muy bueno.

De forma lúdica pudimos generar un pequeño temblor y lograr un mínimo de reflexión, ya que quedó bastante visibilizado que el tema no es el nombre del ave, ya que nombres de pájaros hay muchísimos cada pueblo le pone uno diferente a cada especie sino el gesto político detrás de llamarles como “mujeres”. Similar fue la reacción cuando armamos flyers invitando a las salidas de observación y le pusimos el pañuelo verde a las aves (en apoyo a la campaña por la sanción del aborto legal, seguro y gratuito), lo que causó tremendo revuelo en nuestros compañeros más patriarcales. Quienes, además, demostraron poco conocimiento de las maravillosas y crueles formas en que se expresa la naturaleza, insistiendo en que “no existe el aborto” en el reino animal y todo parece ser puro amor y, especialmente, “instinto maternal incondicional”. 

Sin embargo, para navidad suelen decorar sus diseños con gorritos de papá noel en cada pajarito que dibujan y nadie parece escandalizarse por eso. En fin, la doble vara de la moral patriarcal atraviesa de lleno esos discursos de pretensión científica y neutralidad.

Un cuco común (Cuculus canorus) siendo criado por un carricero común (Acrocephalus scirpaceus). Los cucos comunes practican el “parasitismo de puesta”. Es decir, las hembras ponen sus huevos en los nidos de otras especies de aves, aprovechando la ausencia de sus dueños y haciendo que otras aves críen sus polluelos © AgePhotoStock.

Anteriormente comentaban las diferencias de género que existen en el uso del espacio público. En relación a esto y pensando en el activismo que ejercen ¿cómo definen el territorio? ¿Cómo se posicionan dentro de este? 

COAF: El territorio es una configuración espacio temporal de vínculos entre seres y sus condiciones de existencia. Traducido, cuando hablamos de territorio “natural” no sólo nos referimos a un parque nacional o espacio “prístino” sino a cualquier configuración espacial donde hay seres vivos interrelacionándose, ya sea un área urbana o no. A nosotras nos interesan y consideramos que la naturaleza incluye a los seres humanos dentro de su configuración y tratamos de construir como miembras de esta especie junto a otros seres vivos y en convivencia, espacios donde se privilegien los vínculos de respeto y cuidado entre nosotres, sin importar la especie. 

Cuando hablamos de territorio “natural” no sólo nos referimos a un parque nacional o espacio “prístino” sino a cualquier configuración espacial donde hay seres vivos interrelacionándose, ya sea un área urbana o no.

Es en ese sentido que el patriarcado termina siendo más problemático en este ámbito. Si lo pensamos, este es un sistema que impone jerarquías, diferencias, desigualdades, y las impone a través de construir y perpetuar sensibilidades sin empatía y violentas, dirigidas hacia la dominación y la competencia. En reglas generales, esa sensibilidad nos atraviesa a todes y particularmente a las masculinidades que cargan con los imperativos sociales y son generadas en esa cultura machista de la dominación. Esto, se traduce en la cosificación de la naturaleza y todos los vivientes que son considerados “menos” en la escala de valores regida por ese estatus patriarcal: todo lo que no es varón, es menos valorado y por ende, puesto a disposición de quienes se posicionan en la cima de la escala.

La observación: Jornadas y Actividades

Nos gustaría que nos contaran sobre las actividades que realizan en una jornada de avistamientos ¿En qué consiste el encuentro con “Las Garzas Brujas”?

COAF: Muchas de las salidas surgen de una invitación, la inquietud de una compañera o simple curiosidad, y lo primero que hacemos cuando tenemos un lugar en mente es contactarnos con las mujeres de la comunidad local, las compañeras que habitan y conocen el territorio en cuestión. Esto para nosotres es parte de la pertenencia a los espacios y el reconocimiento de las luchas. Luego coordinamos fecha, recorrido y armamos una convocatoria abierta para mujeres y disidencias, con todo el trabajo que esto implica. A veces somos muy detallistas, la verdad, y pensamos cómo ilustrar el flyer con un ave que represente el territorio, muchas veces ilustrada o fotografiada por una mujer. Tenemos nuestros pequeños rituales y estos van cambiando según el territorio y contexto. También coordinamos el traslado, nos agrupamos y acompañamos a quienes se quieran sumar. La idea es que viajemos como colectiva y que lo disfrutemos.

Durante la jornada que se llevó a cabo en la Reserva Santa Catalina, una de las actividades fue la plantación de un Ceibo. Esto, a modo de conmemorar el femicidio de Anahí Benítez. De acuerdo a una antigua leyenda guaraní, esta planta creció en el lugar donde asesinaron a Anahí, una indígena que tras defender a su pueblo de los colonizadores, fue atrapada y asesinada en manos de estos últimos. Así, este árbol se convirtió así en símbolo de valentía y fortaleza © Pixabay.

Durante la jornada se recorre el lugar visitado, a veces son parques donde la biodiversidad es muy variada y es una oportunidad para identificar especies nativas y no (flora y fauna); cómo afectan o no a ese ambiente y qué otras amenazas enfrentan. Esto último, por lo general tienen que ver con disputas por el uso del territorio (desde emprendimientos inmobiliarios hasta deportivos, empresas y particulares que descartan basura, tomas de tierras, etc.). Hay una variedad de cuestiones importantes y una debilidad institucional para hacerles frente, además de poca vocación del Estado para equilibrar situaciones o garantizar la participación ciudadana en la toma de decisiones sobre los territorios. 

Cuando visitamos estos territorios en resistencia, vamos conociendo estas problemáticas y la lucha que llevan adelante quienes lo defienden. En general no sólo avistamos aves, también la vegetación e historia. En algunos lugares hay construcciones históricas que le dan más valor al territorio y la defensa de ese espacio. Lo mejor en esos eventos es el encuentro entre nosotres —humanes y no humanes— en estos lugares. Quienes participamos nos transmitimos saberes tanto académicos como ancestrales, que van desde reconocer plantas medicinales hasta la descripción de algún insecto benéfico para, tal vez, la misma planta. La idea es compartir aprendizajes de forma completamente horizontal, donde no hay quien guíe el recorrido ni se otorgue el lugar del saber, sino hacerlo juntes. Solemos finalizar estos encuentros con una ronda de reflexiones mientras compartimos comida y bebida. Realmente es un placer.

¿Ya tienen pensado algún encuentro? ¿Qué se viene para este 2021? 

COAF: El 2020 fue un año muy particular para todes. Quizás nuestro objetivo inicial en este año sea volver a encontrarnos poniendo el cuerpo en el territorio, con las nuevas formas de cuidar aprendidas y las luchas ahí bien presentes. Son momentos de cambio. Si hay algo que esta pandemia demostró es que no podemos seguir viviendo de espaldas al ambiente. Por otro lado, en Argentina cerramos el 2020 con un nuevo derecho conquistado. A fuerza de años y años de organización y lucha logramos el derecho al aborto legal, seguro y gratuito, que lejos de ser el fin de un recorrido, es el inicio de un largo camino a transitar juntes ¿quién nos para ahora? La verdad es que como eco-feministas sabemos que es necesario hacer cambios muy profundos en las sociedades, que implican justamente transformar radicalmente las formas en que, al menos desde la modernidad, una parte de la humanidad impuso hacia el resto de seres vivientes y que están llevándonos a todes al colapso. Por eso aportamos desde nuestro lugar, nuestros territorios, experiencias y redes para, de a poco, pero con urgencia, incidir en esa transformación que creemos necesaria. Apostamos a hacer crecer sensibilidades y afectos que contemplen nuestra eco-dependencia, la creación de vínculos solidarios, la ayuda mutua, la empatía, las pasiones alegres hacia humanes y no humanes. Creemos que ese es el camino que debemos transitar si queremos construir un mundo mejor para todes y con algún atisbo de futuro digno, para nosotres y para quienes vendrán luego.

La verdad es que como eco-feministas sabemos que es necesario hacer cambios muy profundos en las sociedades, que implican justamente transformar radicalmente las formas en que, al menos desde la modernidad, una parte de la humanidad impuso hacia el resto de seres vivientes y que están llevándonos a todes al colapso.

Por último y solo por ingenua curiosidad ¿Tienen aves favoritas? ¿Nos podrían compartir algunas?

COAF: Creemos que el acento no está puesto en una especie, de hecho no sólo hacemos observación de aves. Como dijimos el nombre de la Colectiva fue más una intención de lograr una reacción, un juego de lenguaje; y como muchas participamos de la observación de aves, ya que las aves son más comunes también en áreas urbanas, optamos por ese nombre. Pero la realidad es que cuando “salimos” a la naturaleza la dinámica que se genera tiene más que ver con sentirnos parte de los territorios, conocer su historia, quiénes los defienden, qué problemáticas atraviesan las compañeras que están en esos lugares. Si podemos, hacemos algo para dar una mano en el cuidado del lugar, y, por supuesto, nos divertimos y miramos aves, plantas, insectos, hongos, etc. Todo nos llama la atención, pero principalmente porque ya estamos mirando con esos ojos; “los binoculares violeta del feminismo” les decimos… no sólo tiene que ver con anotar cada especie y competir a ver quién vio más, sino con entendernos como parte de un planeta y de un ecosistema del que poco nos enseñan en la escuela, pero que ahora tenemos la capacidad de conocer de forma colectiva. Cuidarlo y (re)generar esos lazos solidarios con nuestra historia, que es tan social como es ecológica, asumir que somos esta naturaleza y que esos animales y plantas con los que convivimos son parte de nuestro hábitat y disfrutamos su compañía. 

Después claro, en lo personal tenemos quizá especies favoritas, porque somos todas de distintos lugares y tenemos experiencias diferentes y vínculos más o menos cercanos con alguna especie u lugar en particular. Cuidamos espacios diferentes y en cada uno probablemente haya algo especial que cada una atesora más por su cercanía emocional. Acá en la Ciudad de Buenos Aires y alrededores cada pedacito de tierra asilvestrado y público es defendido con dientes y garras. Allí están las Garzas Brujas para poner el cuerpo y hacer bandada, con humanes y no humanes, tratando de continuar con la tarea del cuidado de lo que hay de regeneración de la naturaleza y convivencia, pedacito a pedacito, plantando, cuidando, sembrando… de a poco pero con firmeza.

Para la COAF «salir» a la naturaleza tiene que ver con sentirse parte de los territorios © Mercedes Fino.

* Conocimiento situado es un concepto que hace referencia a una postura epistemológica crítica desarrollada por Donna Haraway en su libro Ciencia, cyborgs y mujeres: la reinvención de la naturaleza (1991). Con él propone hablar de los objetos de estudio poniendo en evidencia el lugar desde el cual se parte, ya que, independientemente del tipo de método empleado, ningún conocimiento está desligado de su contexto ni de la subjetividad de quien lo emite.

Imagen de portada: © NewsBytes.