La tiranía de los autos

¿Has notado que cada vez más gente usa mascarillas en Santiago? ¿O que año tras año las restricciones vehiculares son más largas y abarcan más números? Se acerca el invierno, y si bien ya estamos acostumbrados a que las preemergencias sean cada vez peores, cabe preguntarse si ésta es la solución más astuta para combatir […]

¿Has notado que cada vez más gente usa mascarillas en Santiago? ¿O que año tras año las restricciones vehiculares son más largas y abarcan más números? Se acerca el invierno, y si bien ya estamos acostumbrados a que las preemergencias sean cada vez peores, cabe preguntarse si ésta es la solución más astuta para combatir el interminable smog de la capital, o si bien hay otras formas más lúcidas y perdurables de abordar el tema de la contaminación atmosférica que nos ahoga más y más cada año.

No es secreto que la localización de Santiago en un valle rodeado de cerros ha sido un dolor de cabeza a la hora de limpiar el aire de la ciudad en los tiempos modernos. Además, la ciudad ha crecido como una mancha de aceite en el territorio, sin mayores modificaciones en la reglamentación de la construcción y planificación de la ciudad, sin embargo, esta ampliación de la ciudad y los problemas que conlleva no han sido del todo azarosos ni tampoco corresponden únicamente a la expansión territorial.

©zanapatrix

Ya desde mediados de los noventas Santiago se proyectaba como una ciudad predominantemente motorizada y moldeaba su futuro a imagen y semejanza de grandes ciudades norteamericanas como Los Ángeles, donde reinan las autopistas urbanas y el espacio del peatón sufre irremediables recortes. Y es que en Chile nuestro crecimiento desde hace décadas se mide desde un desarrollo numérico que no sólo influye los aspectos financieros del país, sino que se infiltra en los aspectos más básicos y sociales de nuestra convivencia urbana, como lo es, por ejemplo, la manera en que nos movilizamos dentro de la ciudad.

Y a pesar de que el transporte es algo que usamos a diario e influye de manera significativa en nuestra calidad de vida, como ciudadanos no prestamos mayor atención al financiamiento que se hace en infraestructura de transporte, ni menos pensamos que tenemos la opción de intervenir en la manera que se efectúan estos gastos fiscales. Sin embargo, y como hemos visto en otros casos de cuestionamientos y demandas sociales, el peso de la ciudadanía sí cuenta y quizás es hora de exigir algo más que soluciones parches y reclamar resultados definitivos al tema de la contaminación ambiental a través de una planificación participativa de la ciudad.

Vista aérea de las autopistas en Los Ángeles, Estados Unidos ©Dissolve

Desde que en 2001 se empezó a construir la primera autopista urbana en Santiago (la
Costanera Norte), el Estado de Chile ha invertido más de 2.000 millones de dólares en la construcción de autopistas en la capital. Para poner ese número en perspectiva, la construcción y equipamiento de un hospital con tecnología de punta cuesta poco más de 60 millones de dólares. La implementación del parque eólico San Juan, el más grande actualmente operativo en Chile, se construyó con una inversión de 430 millones de dólares, y el observatorio astronómico más grande del mundo, ALMA, ubicado en el desierto de
Atacama, tuvo un costo total de 1.300 millones de dólares. No queda duda entonces que estos 2.000 millones de dólares son bastante dinero, el cual podría haber sido utilizados en numerosas obras de beneficio para todos, pero lo impresionante de éste número no es sólo la cifra estratosférica, sino que el Estado, e incluso los medios de comunicación, se han empecinado en informar que las autopistas “se pagan solas” con los pagos de los usuarios.

Esta falacia sostenida en el tiempo ha justificado y estimulado la construcción de cada vez más autopistas en la capital y en concreto, esta inversión hace que la población entienda el automóvil como la mejor manera de trasladarse en la ciudad y por lo tanto todos aspiramos a adquirir un auto para movernos. El problema más evidente de este incremento exponencial de autos es el empeoramiento de la calidad del aire.

Vista desde el cerro San Cristóbal de Santiago Oriente sumergida en el smog ©Sebastián González Zenteno

Según estadísticas del Ministerio del Medio Ambiente, más del 75% de las emisiones de dióxido de carbono en la Región Metropolitana son emitidas por automóviles privados y camiones. Recordemos que el dióxido de carbono es uno de los gases responsables del efecto invernadero, proceso que ha calentado la tierra a niveles jamás registrados y que año a año trae consecuencias climáticas devastadoras como el aumento del nivel del mar, cambio en los patrones de lluvia, olas de calor, y sequías en distintos lugares del mundo.

Es asombroso, por decir lo menos, que el Estado de Chile, a sabiendas de la cantidad de polución atmosférica que emiten los automóviles y que provoca, además, un sinfín de enfermedades respiratorias en la población cada año, fomente, a través de la construcción de las autopistas urbanas, el uso del automóvil. Pero más increíble y absurdo parece el financiamiento a estas megaestructuras si se comparan con las inversiones hechas en el transporte público. Ya en la Comisión Investigadora del Transantiago de 2007 se hacían evidentes las vergonzosas disparidades a la hora de gastar los dineros fiscales en transporte.

Para todo el funcionamiento de los buses y su planificación de recorridos fueron destinados 200 millones de dólares, o sea 10 veces menos que para las autopistas urbanas, siendo que el Transantiago y los automóviles mueven a una cantidad similar de personas. Lamentable realidad en equidad también considerando que los buses son por lejos lo más utilizado por las personas de menores recursos.

En el gráfico es posible observar los distintos emisores de gases invernadero en la ciudad de Santiago. Es notoria la gran asimetría entre el transporte privado y las otras categorías. Fuente y año de los datos: Estudio de la Universidad de Santiago para Ministerio del Medio Ambiente (2014) ©Endémico/Camila Muñoz

Ahora que se avecinan las nuevas licitaciones para el Transantiago es importante tener en cuenta esta disimilitud al momento de financiar una nueva infraestructura en la ciudad y sus efectos. Ésto, porque el gobierno y su Plan de Descontaminación aspiran a reducir aún más el aproximado 1,1% de material particulado que aportan los buses del Transantiago, pagando un alto costo en tecnología de punta que no ataca el otro 98,9% del problema. Parece una absoluta locura seguir invirtiendo el dinero de todos los chilenos en bajar aún más la contaminación provocada por el transporte público hasta niveles casi inexistentes, dejando permanentemente el tema de la congestión vehicular sin soluciones concretas siendo que es el ítem más contaminante.

Es cierto que el actual sistema de buses tiene una serie de problemas graves pendientes, sin embargo, sus promesas de aumentar la calidad del servicio sin subir las tarifas, más recorridos, la renovación de la flota, y la reducción de sus externalidades, no fueron alcanzadas por el hecho de que el Estado arbitrariamente prefirió asignar recursos a las autopistas urbanas y lamentablemente la ciudadanía hasta ahora ha tenido poco o nada que decir al respecto.

La única herramienta institucional que tiene la ciudadanía para analizar y opinar sobre la construcción de una autopista es a través de un Estudio de Impacto Ambiental, el cual contempla una fase formal de participación ciudadana. El problema es que el Servicio de Evaluación Ambiental, organismo a cargo de supervisar la realización de dichos estudios, tiene un largo historial de darle en el gusto al Ministerio de Obras Públicas para agilizar la construcción de estos proyectos, aceptando muchas veces la presentación de una simple Declaración de Impacto Ambiental, que es un documento muy superficial que no sólo no contempla participación ciudadana, sino que tampoco analiza en profundidad los alcances ambientales y sociales de proyectos de esta magnitud.

Construcciones de dimensiones brutales y contaminación en Santiago ©Creative Commons

Hoy, ad portas de una nueva ola de enfermedades respiratorias y sobrellevando la actual congestión vehicular, es imperativo cuestionarse ¿cómo queremos hacer ciudad? ¿Queremos una ciudad como Los Ángeles (Estados Unidos), donde la congestión vehicular es una realidad diaria e ineludible, o preferimos el modelo de Ámsterdam (Holanda) o Münster (Alemania) y otras tantas ciudades caminables, donde el peatón y el ciclista tienen un espacio propio, seguro y expedito? ¿Queremos seguir siendo testigos mudos de las decisiones que nos atañen a todos o hacernos parte de la discusión?

El transporte y la planificación de la ciudad son temas democráticos y actuales, pero depende de nosotros informarnos y proteger los valores y cualidades urbanas que nos importan y creemos vale la pena defender, como el desarrollar una ciudad a escala humana que sea un espacio de encuentro y de intercambio, donde la salud y el cuidado del ambiente superen a las ganancias económicas o los intereses de una minoría. Si quieres informarte sobre temas de transporte visita la página de la “Coalición por un Transporte Justo”, un conjunto de organizaciones comunitarias y ciudadanas que se ha esforzado en reunir y generar todo tipo de documentos relacionados con las autopistas, el transporte público, sus problemáticas y soluciones.

Münster, en Alemania, también conocida como la capital germana de la bicicleta ©Oskar Verstege

*Foto de portada: fotografía de Santiago en su peak de smog ©Javiera Walker