“Watson,” el documental, sugiere al compañero de un Holmes ausente. Pero el personaje no es John sino Paul, Paul Watson. Lejos está este hombre de la templanza, la rigurosidad objetiva y el carácter mayormente afable con el que se bosqueja al amigo de Sherlock. Paul Watson es un guerrero que tomó a la comunicación por las astas, le torció la cabeza al toro y le puso ante la vista crueldad que ha imperado en el mar desde que el ser humano se subió a un barco.
El documental se estructura en torno a una entrevista que se detiene de vez en cuando para intercalar imágenes de vida marina, entre las mejores que he visto, e imágenes de archivo que muestran a Paul en los tiempos de Greenpeace, o capitaneando, en plena batalla, un barco de su organización, la Sea Shepherd Conservation Society, la Sociedad de Conservación de los Pastores del Mar.
La entrevista es el corazón del documental. Y sin embargo, lo insuperable son las imágenes históricas de lo que se llamó “acción directa:” tácticas para disuadir a los buques balleneros, o a las embarcaciones que “aletean” tiburones, a suspender sus crueldades incomprensibles a la razón. Las imágenes de archivo muestran a un Watson liderando un grupo comando que, en un bote inflable, se interpone a la trayectoria de un arpón. El cañón se dispara igual, e impacta en una ballena, pasando sobre las cabezas de los activistas. En otro ejemplo, Watson golpea y daña el casco de un buque pirata con la proa de su embarcación de guerra ambiental.
Entre las imágenes que más importan se encuentran las de la caza de focas por los canadienses. Los cazadores, seres humanos entre signo de pregunta, clavan un gancho en el cuerpo de una foca de pocos días para impedirle que escape al agua. Una vez asegurada, le quebrarán el cráneo de un palazo. Buena gente los foqueros y los balleneros… tan buenos como los que enganchan tiburones en anzuelos encarnados, los cargan a bordo, les cortan las aletas y los tiran, mutilados, por la borda. Los animales caen al fondo del mar como una hoja que dibuja curvas en el aire.
La película confronta nociones de bien y mal, de lo aceptable e inaceptable. A Watson la frustración se le cuela, incluso el odio por aquellos que, bajo un argumento de necesidad cuestionable, reclaman derechos como si fueran mártires de los ambientalistas.
A Watson se lo persiguió, acusó, arrestó, encarceló y expuso a toda la parafernalia de instrumentos legales que el mundo occidental es capaz de concebir para defender al ballenero, al foquero, etc. A Watson se lo llamó criminal, a los que él resistió, perjudicados.
La película confronta nociones de bien y mal, de lo aceptable e inaceptable. Watson recuerda su vida con la tranquilidad de un mercenario. Mantiene en la entrevista una expresión de ojos que sonríen. Ya se la encuentran en el Watson joven. Y sin embargo, la frustración se le cuela, incluso el odio por aquellos que, bajo un argumento de necesidad cuestionable, reclaman derechos como si fueran mártires de los ambientalistas.
Watson el documental cuenta una historia precisa en un tiempo demasiado extenso. Las imágenes extraordinarias de la vida marina no son necesarias para que el espectador comprenda lo que se encuentra en juego. El contraste estético es excesivo, nos quitan de los tiempos en los que Watson construía su propias imágenes para vivir resistiendo una gran injusticia universal. Watson se defiende afirmando que sus acciones directas nunca dañaron físicamente a nadie, mientras que aquellos a los que él persiguió mataron cientos, miles de animales por conveniencia. Ese es el conflicto de base.
La industria ballenera llevó al borde de la extinción a las especies más espectaculares. En algún momento fueron los Estados Unidos, y los rusos y japoneses, noruegos y españoles. Islandia reclama por su cultura ballenera. El aleteo de tiburones masacra cientos de miles de tiburones para que en Hong Kong, o tal vez en Wuhan, de donde recibimos el virus que nos cambió la vida, un hombre rico consuma sopa de aleta.
Es importante Watson, el hombre sin par, el hombre solo. En el mundo ambientalista no hubo otro que demostró mejor su desconfianza por las instituciones para subsanar el enorme mal que le hacemos a la naturaleza. Su forma de la violencia colisionó en un universo de otras violencias, permitidas por el poder, incluso subvencionadas con los impuestos de la gente de a pié. El cambio climático no tiene un Watson. Tiene ciencia, pero no parece que estemos yendo a ninguna parte.
En síntesis, Watson el documental rescata imágenes que hoy, aunque aún ocurren, nadie quiere mostrar. Watson fracasó, porque se siguen matando ballenas y aleteando más tiburones que nunca. Pero no se le puede negar un intento de cambiar la estética del mar, tan cercana a lo que debe ser, al valor ético. Watson fue un fracasado exitoso. Quien lo condena en el fondo lo rescata. En muchos de nosotros germina la semilla de un Watson.
Quisiera no justificarlo, porque sería políticamente más correcto. Pero pienso que un mundo sin personajes como él no logra cambios de fondo. La diplomacia, la negociación, nos dan el planeta que tenemos: incendiado, sin glaciares, con especies en extinción, y todo sin pena ni gloria. ¿Habría sido lo mismo una legión de Watsons? Pero no la hay, y ya no queda espacio para su perfil.
“Watson” de Lesley Chilcott fue estrenada en Latinoamérica en el 5to Festival Internacional de cine ambiental de la Patagonia, PATAGONIA ECO FILM FEST.
Sobre el Autor
Claudio Campagna es biólogo y trabaja para la Wildlife Conservation Society, es presidente del Foro para la Conservación del Mar Patagónico y fue jurado de la sección de largometrajes internacionales en competencia del PEFF 2020.