La sinfonía ecofeminista de Irene Solà

Las setas hablan desde un agujero pequeño en el bosque. Tienen voz y pensamientos. Debajo de la tierra se despiertan con la lluvia que las hace crecer. Las brujas y las mujeres del agua habitan los Pirineos desde tiempos ya olvidados y conviven con sus habitantes humanos y no humanos. En "Canto yo y la montaña baila" (2019) de Irene Solà, múltiples especies tienen agencia y subjetividad; las historias de humanos, hongos, árboles, nubes, animales y seres más allá de la muerte se entretejen al unísono. La oralidad en la narrativa juega un papel importante: todos los seres cuentan sus historias a viva voz. Si lo que supuestamente distingue a los humanos de los no humanos es la capacidad de comunicar, en esta novela se reconstruyen los límites que definen lo humano al darles voz a distintos seres que por igual aportan a la trama.
Canto yo y la montaña baila (2019) es la segunda novela de la escritora catalana Irene Solà. ©Endémico

Canto yo y la montaña baila es la segunda novela de la escritora catalana Irene Solà, publicada en 2019. En tan solo cuatro años, el libro ha circulado por miles de manos en diversas lenguas y va por su duodécima impresión en Castellano. La novela toma lugar en los Pirineos catalanes. El tono es oral; leemos las páginas como si estuviésemos escuchando al oído las voces de los personajes. Las vidas humanas y no humanas están atravesadas por la violencia del pasado y la vida cotidiana rural. Los efectos de la Guerra Civil continúan presentes en la vida en las montañas. Los muertos cohabitan con los vivos. Acechan y abrigan. Pero, sobre todo, atormentan. Por ejemplo, Eva, quien murió a causa de la guerra, sigue viva, porque, como ella cuenta, “morirse es a veces curarse” (85). Se convierte en un espíritu que habita los bosques junto a Hilari, un joven que muere en un accidente entre los árboles. Y todos los seres sienten sus presencias. La vida cotidiana en la montaña es intensa y dolorosa.

“Al descentralizar lo humano, la novela disuelve la oposición naturaleza/cultura que ha constituido el pensamiento occidental moderno, aunque enfatiza el nexo femenino-naturaleza”.

Perspectiva ecofeminista

Una perspectiva ecofeminista está presente en la obra de Solà, pues va más allá de la excepcionalidad humana y el deseo heteropatriarcal de dominar la naturaleza, y retrata un mundo interdependiente entre especies. La historia inicia con el quehacer violento de las nubes que con “el vientre negro, cargado de agua oscura y fría” (13) llueven sobre los habitantes de las montañas. Las nubes inundan la tierra y las aves y las serpientes se esconden, y lanzan rayos que acaban matando al campesino Domènec. La muerte del padre del hogar significa el desenvolvimiento de la voz de las mujeres y otros seres. Tras la muerte del hombre, se desarrollan las múltiples voces que contarán las historias. 

Al descentralizar lo humano, la novela disuelve la oposición naturaleza/cultura que ha constituido el pensamiento occidental moderno, aunque enfatiza el nexo femenino-naturaleza. La voz del hombre se mantiene al margen; es la polifonía de animales, montañas y mujeres la que juega un papel central. En este sentido, la novela es una escritura ecofeminista que promueve la renaturalización de lo humano, la difuminación entre lo natural y cultural. La trama revierte las características que oponen y distinguen a los humanos de otras especies, en lugar de presentar su antropomorfización, lo humano definido por Solà es a la vez animal y vegetal. 

La crítica ecofeminista crea un nexo entre la idea de naturaleza y la feminidad porque, como reconoce Rosi Braidotti (2022), “conecta la liberación de la mujer con la de la naturaleza y el otro-naturalizado, y viceversa” (78), rechaza el dualismo patriarcal en el que el hombre (blanco) subordina a las más débiles (animales y personas negras, mujeres e indígenas). Y define la subjetividad ecofeminista como una que reconoce su profunda dependencia con el entorno natural. En la novela, Sió no puede escapar al contexto rural cuando dice: “Porque me tocaba a mí ser la sangre y la savia de todas las cosas” (32). En la cita se observa el nexo irrenunciable entre lo humano y la vida vegetal. Para Sió vivir en las afueras del pueblo es ser ella misma parte del bosque. Las vidas de los humanos en los Pirineos están atravesadas por lo no humano; más allá de eso, los humanos se disuelven en su condición natural y pierden las características humanas. Lo cultural es natural, lo natural: cultural. Como dice Siò de sí: ella está contenida por sangre (de animal) y savia (de planta). 

Irene Solà. ©Laia Serch

Agencia no humana

Si el hombre ha creído dominar la naturaleza, las primeras líneas de la novela prueban que es imposible someterla; es el humano quien está sujeto al entorno. Al comienzo del libro, las nubes dicen: “Lo cubrimos todo como una manta. Los robles y los bojes, los abedules y los abetos. Chsss. Y todos guardaron silencio porque éramos un techo severo que decidía sobre la tranquilidad y la felicidad de tener el espíritu seco” (13). Las nubes llegaron a cubrir a los habitantes de los Pirineos de agua y tormenta. Las lectoras las escuchamos expresarse y ser incontrolables. No hay nadie en la tierra que pudiera frenarlas. Así, las nubes deciden sobre la vida de los habitantes sin importar las consecuencias, pues su trabajo, su quehacer, es el de llenar de agua la tierra. Además, ellas lo ven todo. Conocen a los humanos que habitan las montañas y sus historias. Antes de que muriera Domènec, las nubes cuentan de él: era campesino, esposo de Sió y tenía dos hijos.

No solo las nubes y los animales son sujetos, sino también los hongos, quienes se expresan, tienen memoria y sentidos. Las trompetas de la muerte dicen: “El sombrero de una es el sombrero de todas. La carne de una es la carne de todas. La memoria de una es la memoria de todas” (40). Sus voces son femeninas y se expresan en plural. Solà nos da a entender la importancia de los hongos en los bosques. El micelio son las redes subterráneas diminutas, casi imperceptibles al ojo humano, por el que se comunican, alimentan y reproducen. Los hongos son cruciales para la salud de los bosques. A través de sus redes ayudan a alimentar las raíces de los árboles de nutrientes y agua. La mayor parte del cuerpo de los hongos vive debajo de la tierra. Habitan la oscuridad, como lo relata Solà. La voz de las trompetas de la muerte nos habla de su lugar  central en el bosque; son seres que comparten vida. Sus esporas vuelan a otros destinos, atravesando fronteras, se reproducen y crean nuevos organismos. La estratósfera está llena de esporas de hongos. Por eso las trompetas dicen de sí mismas: “vino el día húmedo y crecimos. Llenas. Llenas de todas las cosas. Llenas de saber y de conocimiento y de esporas. Las esporas vuelan como mariquitas. Las esporas son hijas, madres y hermanas, todo a un tiempo” (42). Hablan, así, de su condición infinita de reproducción y coproducción y de su atemporalidad: “La historia de una es la historia de todas. Porque el bosque es de las que no se pueden morir. Que no se quieren morir. Que no morirán porque lo saben todo. Porque lo transmiten todo.” (41). Antes y después de los humanos, está la vida de los hongos, de los bosques. 

Los corzos son un tipo de ciervo muy común en los bosques pirineos. En el libro, uno de los personajes será un Corzo. ©Zoodelpirineu

La sinfonía 

Lo que hace a Canto yo y la montaña baila ecofeminista es su radical descolocación del hombre y su apertura a las voces de múltiples especies. Irene Solà no privilegia solo la dimensión biológica, sino que por igual realza la condición biocultural que existe en el encuentro entre humanos y no humanos. Desdibuja la tradicional distinción entre el ser humano y ser animal/planta. Y con respecto a las vidas fabuladas, las criaturas míticas y seres fantasmales con-viven con los habitantes de los Pirineos. 

En este sentido, Solà añade una dimensión en la que la fantasía es real y reconoce la presencia que tienen los muertos en los vivos. En la novela, los personajes tienen un vínculo especial con los muertos que se vuelven parte de los bosques. Son espíritus tan reales que los vivos los perciben y sienten. En este sentido, la narrativa demuestra que la literatura, al extender los límites discursivos de la ciencia occidental que han definido lo que es la naturaleza humana, puede mostrar otras perspectivas con las que se experimenta la realidad. Las historias de la novela crean una red amplia de voces, en la que humanos, animales, plantas, hongos, nubes y espíritus definen por igual la realidad que se vive en los Pirineos. 

“Irene Solà no privilegia solo la dimensión biológica, sino que por igual realza la condición biocultural que existe en el encuentro entre humanos y no humanos”.

“¿Qué género es?”, preguntaban en mi círculo de lectura sobre el libro de Irene Solà. Algunas decían novela, otros, ciclo de cuento. Pero tiene poesía y dibujos, comentábamos. Qué interesante ver la incomodidad de no poder encasillar el libro en un género. La escritura de Solà precisamente transgrede los límites tradicionales del género de la novela, de la profundidad de personajes, de la construcción de tramas, porque no es una sola historia, sino muchas y distintas voces narrativas; juega con los géneros, los sonidos y las lenguas. Este libro es una sinfonía maravillosa y libre. Seguiremos escuchando los sonidos de la montaña que nos da Irene Solà: los cantos de las ranas, las travesuras de las brujas, el regreso de los pájaros, los llantos de Sió, los gritos de Blanca pariendo.

Solà añade una dimensión en la que la fantasía es real y reconoce la presencia que tienen los muertos en los vivos. ©Jr Korpa
En la novela, los personajes tienen un vínculo especial con los muertos que se vuelven parte de los bosques. ©Roma Kaiuk