Habitando el tiempo del Palmar

“Fue algo súper mágico de comunicación humano-naturaleza”. Así inicia Ximena Bórquez cuando le pregunto cómo fue que decidió trabajar con los palmares. Cuando en una visita al palmar de Ocoa el verano del 2019, acompañando a su marido —hoy difunto— en su incesante búsqueda de conectar con las aves, Ximena escuchó un canto de agua, relata.
©Ximena Bórquez
©Ximena Bórquez

La quinta región hace años que experimenta una sequía preocupante, por lo cual encontrar agua en el verano no es algo cotidiano, para Ximena ese fue un llamado de atención, y se decidió a averiguar por dónde corría ese estero. Luego de buscar por todas partes sin éxito, Ximena se detuvo y miró hacia arriba, allí estaba la cantora: la gran Palma Chilena (Jubaea chilensis) batiendo sus hojas al ritmo del viento. “Eras tú” le dijo Ximena a la Palma, acercándose a ella, “mira la broma que me hiciste, me tuviste buscando mucho rato”. Y fue tan fuerte esa emoción, cuenta, que despertó en Ximena una necesidad de saber más sobre la palma y hacer algo por llevar a otros esa conexión que sentía tan especial. Más tarde, en casa, Ximena descubriría que su nombre Kan Kan en quechua significa “Sonido de Agua”. 

Ximena Bórquez es una artista visual chilena cuyo trabajo se ha caracterizado en los últimos años por actuar como una canalización sinestésica, desde la revelación de que el cuerpo es capaz de grabar impresiones sensoriales, térmicas, olfativas, sonoras y traducirlo a una imagen visual gráfica, en cuya expresión emergen los patrones geométricos repetitivos. El arte de Ximena es tan abstracto como meditativo; y aloja dentro de los códigos de sus ritmos la atmósfera de ese sentir primordial, aquél que despertó en la artista la necesidad de traducir un lugar o un ser al lenguaje artístico.

El arte de Ximena es tan abstracto como meditativo. ©Ximena Bórquez

Kan Kan: el susurro de la palma, es la obra que resulta de este relato de acercamiento a la palma, y fue realizada como proyecto transdisciplinario. Por una parte colaborando con el artista sonoro Fernando Godoy, ya que el vínculo mediante el sonido del agua producido por las hojas de la palma había sido fundamental. Y por otra parte, contando con la pericia audiovisual de la documentalista Emilia Simonetti, quién sería la encargada de añadir otro nivel de profundidad a la exposición, mediante la visibilización del proceso creativo, el trabajo in situ con la palma y el relato de inspiración que había dado vida al proyecto. Finalmente, la curaduría estuvo a cargo de Petra Harmat, cuyo ojo meticuloso y pluma cautivadora fueron capaces de abrir la obra a los visitantes. 

Por otra parte, colaboraron también las organizaciones territoriales Ocoa Nativa y Red Parque Cabritería, para así conocer acerca del aspecto biológico del ciclo de vida de la palma, el contexto ecológico dentro del cual se inserta, así como las dificultades a las que se enfrenta hoy. Las primeras salidas a terreno como grupo las realizaron junto a estas organizaciones. “Esto fue muy valioso porque nos hizo consciente de lo milagrosa que es que la palma viva, en cuanto no solo se ha presionado mucho su hábitat, sino que también se está dificultando su reproducción debido a la merma de la población del ratón degú que es quien al alimentarse de sus semillas las entierra y deja algunas olvidadas, que son las que luego germinan”. Luego también comenta el beneficio, tanto para las organizaciones como para ellos, de nutrirse de perspectivas distintas, complementarias en la labor de contagiar a otros con el amor por la palma y el deseo de protegerla. 

©Ximena Bórquez

En el centro cultural Centex de Valparaíso, recorro en silencio la habitación donde la obra se exhibe. Me siento envuelta por una orquesta de sincronías donde la obra visual se circunda con el sonido, en una danza de sutiles encuentros. Esto gracias a un sistema llamado transductor, donde la membrana que es soporte de la obra visual, es la misma que vibra permitiendo la amplificación del sonido. Sumado a ello aparece la voz en el video audiovisual, donde Ximena relata su inspiración que dio vida al proyecto, y pueden verse a los artistas inmersos en las distintas etapas de su proceso creativo en un fondo de quebrada, donde en lo alto elevan su copa las magníficas palmas.

Una de las obras “Abrazando la palma escuché mi corazón” se hermana con este encuentro entre sonido y membrana. Mientras oigo el latido de la caja construida a partir de serigrafía sobre papel que se ilumina y apaga junto con el pulso, reflexiono sobre esos encuentros dónde solo es posible que el uno aparezca en su totalidad al encontrarse con un otro, es la interdependencia de estar encarnados. El abrazo de Ximena hacia el inmenso tronco de la Palma, este contacto íntimo inmersivo dónde se inhala presencia y exhala conexión, se vuelve apertura para un espacio que es interno, como si en ese contacto la palma le diera el cobijo necesario para ir a lo profundo, como si ese contacto hiciera que el tiempo se expandiera y en ello pudiera reparar en el latido de su corazón. 

Obra: “abrazando a la palma escuché mi corazón”. ©Ximena Bórquez

 Continúo el recorrido y me centro en las serigrafía de gran tamaño, al contemplarla encuentro un paralelo con lo que conozco del arte visionario Shipibo Conibo, ya que hay algo en ese ritmo repetitivo, dónde puede encontrarse una alternancia entre figura y fondo que me lo recuerda. Al salir le pregunto a Ximena —quien me acompaña— si ella misma ha pensado alguna vez en este paralelo. Es aquí que nos remontamos a su experiencia en el desierto, “En un principio no fue una realización tan consciente, tuve un impulso de rallar líneas, en un sentido y en otro, donde en la intersección se encontraban y se cortaban. En el proceso, yo misma no encontraba el sentido a lo que estaba haciendo, no obstante insistí y luego de trabajar con esos insumos en el taller fue que vi claramente que lo representado era la sensación del viento en mi cuerpo”.

«Todo es energía, las cosas se están moviendo siempre y tienen una forma, bajo esa premisa la palma tiene su código, tiene su patrón, y lo que busco cuando hago estos trabajos de percepción sensorial es familiarizarme con algo de eso».

Ximena Bórquez.

Ximena me habla también del trabajo de la arqueóloga Paola Gonzalez, quien ha estudiado por más de 20 años el dibujo y diseño de la cultura Diaguita, y que en su libro: Arte y Cultura Diaguita Chilena: Simetría, Simbolismo e Identidad, hace el paralelo entre el arte de la cultura Diaguita y la cultura Shipibo, tomando como eje lo que llama “tecnologías de encantamiento” que corresponden a técnicas visuales tales como el empleo de complejas simetrías, ilusión de movimiento y vibración, infinita variabilidad a partir de elementos geométricos acotados, atracción hipnótica, entre otros. De alguna manera aparecen los patrones como llaves de un espacio sagrado, permitiendo a la mente entrar en cierto estado de desprendimiento, de trance o meditación. Pienso que de alguna manera no lineal, el arte de Ximena es como una actualización de este arte, que no depende de la transmisión de una tradición, pero que sin embargo emana de un mismo sentir.

“Los patrones son una manera de entender lo invisible, pensar que todos los lugares pudieran tener una información o un código, que creo que sí lo hay solo que es muy complejo entenderlo o verlo. Todo es energía, las cosas se están moviendo siempre y tienen una forma, bajo esa premisa la palma tiene su código, tiene su patrón, y lo que busco cuando hago estos trabajos de percepción sensorial es familiarizarme con algo de eso, yo no sé si habrá una sola visión sobre qué es el patrón de algo, pero si se que hay cosas que el cuerpo percibe y que puede graficar,” comenta Ximena. 

Obra: «Palma Tronco». ©Ximena Bórquez

“Además, los patrones repetitivos te llevan a un estado de percepción, que se hermana con la vibración que te produce el contacto con la naturaleza”, me dice Ximena, y me cuenta cómo estar trabajando en los palmares llevó al equipo completo a sentirse en un estado placentero de calma y paz. Era algo que comentaban, estar allí era como comenzar a habitar otro tiempo: el tiempo del palmar. Después de todo, es una especie que persevera desde el Cretácico, es decir llevan millones de años en la tierra, y una sola palma puede vivir durante siglos, es tal su majestuosidad, no solo en su tamaño, sino que también en el tiempo que les ha tomado llegar hasta esa envergadura. 

¿Cómo ves el rol del artista en cuanto intermediario entre la naturaleza y la sociedad? Le pregunto. “Después de una hora de estar en la naturaleza tu frecuencia cambia, se calma. Hacer estos trabajos es para mi primero entrar en ese estado de recordar mi origen. Y al recordar eso y trabajar desde esa conexión, mi anhelo y lo que yo intento es traer a la superficie ese vínculo perdido con el espíritu o con lo sagrado, poder comunicarlo en mi trabajo, en este caso como un homenaje a la palma. Trato de limpiar ese vínculo y la obra es la huella que queda de eso.

Imagen de portada: Parque Nacional la Campana. ©Conaf