«Esto también pasará»: Preguntas a Martin Gubbins en su nueva instalación junto a Delight Lab

Galería AFA invitó al poeta y artista Martín Gubbins y al colectivo Delight Lab (los hermanos Andrea y Octavio Gana) a realizar en conjunto la exposición número 100 de esa galería, hito de su historia que se realizará en su nuevo espacio expositivo de Factoría Franklin en Santiago. La muestra busca generar una reflexión crítica […]

Galería AFA invitó al poeta y artista Martín Gubbins y al colectivo Delight Lab (los hermanos Andrea y Octavio Gana) a realizar en conjunto la exposición número 100 de esa galería, hito de su historia que se realizará en su nuevo espacio expositivo de Factoría Franklin en Santiago. La muestra busca generar una reflexión crítica en torno a procesos políticos y sociales que vive nuestro país.

La obra principal de esta exposición será una creación conjunta titulada “Preámbulos”; una instalación de humo, luz y sonido, especie de laberinto conformado por las letras de la palabra Chile, alrededor del cual sonarán de audios con mensajes de voz enviados por quienes quieran colaborar con esta obra en virtud de una convocatoria pública abierta por los expositores para ese fin (detalles en el Instagram @martin_gubbins). Los mensajes de voz enviados contendrán propuestas de posibles “preámbulos” para la nueva Constitución, es decir, del capítulo inicial que describe su origen y sus principales fines. Hasta el 15 de marzo el equipo estará recibiendo y seleccionando las colaboraciones, y después de la muestra esperan hacerlas llegar a los futuros constituyentes. Se pueden enviar al número +569 7244 6060.

Endémico web conversó con Gubbins, quien desde la experimentación con la palabra, el cuerpo y el territorio reflexiona sobre sus últimos proyectos en momentos de encierro, pandemia y estallido social, haciendo también preguntas respecto al rol del arte en lugares donde naturaleza y ser humano se enfrentan en constante lucha y memoria.

“La invitación es a pensar el proceso constituyente de una forma no convencional. Pensarlo como algo que, siendo ordenado, racional y razonable, sea ante todo liberador y sanador, generador de una nueva cultura social”, dice.

 Martín Gubbins es una figura destacada de la escena literaria de vanguardia en Latinoamérica. En diversos países ha publicado libros de poesía y poesía visual y ha grabado poesía sonora solo y con otros artistas. Su exposición de fines de mes en conjunto con Delight Lab Factoría Franklin tendrá el nombre «Esto también pasará». Foto: Gentileza Martín Gubbins.

Endémico web: ¿Como surge tu relación con Delight Lab y cómo llegas a trabajar desde el arte con los preámbulos de la Constitución?

Martín Gubbins: Galería AFA nos invitó a trabajar juntos con ocasión de la exposición número 100 de la galería, la cual se va a hacer en Factoría Franklin a fines de marzo, si lo permiten las cuarentenas. Se llamaría “Esto también pasará”. Ha sido muy interesante y motivador este trabajo. He aprendido mucho de ellos, nos hemos llevado muy bien y nos hemos dado cuenta de que tenemos influencias, intereses y dilemas parecidos, aunque generacionalmente y por trayectoria hemos crecido separados.

El tema constitucional lo he trabajado desde hace varios años. Primero en 2016 a partir de una idea obsesiva que me ha rondado sobre la oscuridad en Chile, mediante la performance Post Tenebras Lux, donde usé por primera vez la bandera negra (https://youtu.be/bzG6JQk8BgM). Luego, en 2017, también usando esa bandera y además apropiaciones de materiales lingüísticos surgidos del proceso constitucional de Bachelet 2, que fue una maravilla social fallida. Hice muchos recitales con ese tema, pero el más completo fue uno que hicimos en 2017 con Felipe Cussen justamente en Galería AFA, que se llamó “Banderas de Chile. Mejor hagamos un asado”. Ahí surge la idea de trabajar con la acumulación de voces al unísono, que es como yo imaginaba al conjunto de estas asambleas ciudadanas autoconvocadas sonando al mismo tiempo, escuchándolas, digamos, desde la distancia. Lo mismo puede pasar ahora. El lenguaje será el medio, pero a su vez arriesga ser la trampa que termine oscureciendo el foco sobre lo esencial. Este es un típico problema del lenguaje jurídico y de la política que ya indagué en mi libro “Fuentes del derecho” (Ed. Tácitas, 2010), donde hago el ejercicio de someter al lenguaje del poder a un microscopio, deteniéndome en esa trampa que obstaculiza llegar a los asuntos fundamentales de los que ese mismo lenguaje pretende hacerse cargo. Si bien la ley busca la justicia, la verdad, la seguridad jurídica, en fin, todos sus principios generales, nos damos cuenta de que no existe una verdad, que la verdad es un expediente, un caso, y no una cosa eterna y fija, y que cosas como justicia y seguridad jurídica están siempre en juego sobre la misma balanza. A veces prima una. A veces la otra. Es igual que los dilemas de la pandemia: economía/salud, política/ciencia, y desde luego el dilema absoluto en tiempos de crisis: palabra/acción. En esta nueva era en que antiguos dilemas de la humanidad se han hecho tan patentes, el lenguaje es el terreno en disputa, como afirma el investigador José Ignacio Padilla, y por tanto en él también reside el peligro de perder de vista lo esencial. Así surge esta idea de aportar al proceso desde el arte, con un preámbulo al debate constituyente a modo de reflexión previa en torno a este asunto: el riesgo, la trampa, el peligro que implica el uso liviano del lenguaje y la desconsideración al peso de los dilemas de nuestra sociedad.

Parte de las obras de Gubbins son ejercicios de estudio y fragmentación de la palabra Chile, como país en construcción. Foto: Gentileza Martín Gubbins.

¿Y en concreto, como será esta obra que a su vez está en permanente diálogo con el lenguaje y lo conceptual?

La obra principal de la muestra será una instalación de luz, humo y sonido donde se escucharán las voces de las personas que están colaborando con el proyecto en base a una convocatoria pública que abrimos, de modo que sus deseos o sueños para la nueva constitución sean parte de la obra como un punto de partida estimulador y también como una muestra del riesgo. En medio, habrá una arquitectura de luz y humo basada en la idea del laberinto, pero un laberinto falso, donde se podrá circular, entrar y salir. Los Delight Lab hacen un trabajo extraordinario con proyecciones lumínicas, mapping y esas cosas, así que su rol es clave en esta instalación, que sucederá en un galpón muy grande contiguo a la sala de exposiciones de la galería, pero también adentro de la misma Factoría Franklin.

En la sala de exposiciones de AFA haremos una muestra de videos y materiales impresos en diversas técnicas. Muchas serán fotos, tanto de Delight Lab como mías. En mi caso, una parte de las obras son ejercicios de estudio y fragmentación de la palabra Chile, como país en reconstrucción. Otras obras mías tendrán que ver con los lenguajes oficiales que han surgido durante las cuarentenas, estadísticas de contagiados, fallecidos, en fin, todo ese lenguaje con el que tuvimos que aprender a vivir y que es muy brutal. Son todas formas de lenguaje institucional que dialogarán muy bien creo con los conceptos planteados por Delight Lab en sus proyecciones en el espacio público, de las cuales se mostrarán fotografías de gran tamaño.

La gran mayoría de las constituciones del mundo tiene un primer capítulo, llamado «preámbulo», donde se suelen indicar en términos generales los antecedentes, principios, ideales u objetivos del respectivo texto constitucional. Es su parte no estrictamente normativa, pero muy significativa, porque refleja su origen e intenciones. Foto: Gentileza Martín Gubbins.

 

¿Por qué pensaron en la idea de un laberinto para representar esta acumulación de voces en torno al proceso constituyente? ¿Y qué encontraste en los preámbulos de otras constituciones para hacer arrancar la obra desde ahí?

Lo primero es que de este laberinto se sale. Eso altera un poco la naturaleza de la forma. Lo que queremos con este laberinto de humo es súper claro: mostrar que está en nuestra cabeza. En este proceso constituyente, los límites van a estar en las mentes de las y los sujetos que discutirán en la convención. La invitación, entonces, es a salirse de esa restricción mental y atravesar los muros del laberinto, porque son límites mentales, de humo y de luz en este caso. Es una invitación a pensar el proceso de una forma no convencional, no impostada ni domesticada por discursos excluyentes a priori. Por supuesto, para que funcione tiene que ser un proceso ordenado, racional y razonable. Pero ante todo invitamos a pensarlo como un espacio liberador y sanador, generador de una nueva cultura. Como advierte Cirlot en su diccionario de símbolos, muchas veces se usaban laberintos como forma de buscar un centro o como forma de peregrinación. Incluso como herramienta para engañar a los demonios y hacer que quedaran presos en su interior. Nuestro laberinto comparte ese aspecto exorcista, por lo que no sólo busca advertir riesgos. Yo al menos realmente quiero que funcione el proceso institucional y que, a partir de ahí, se produzca el urgente cambio cultural que necesita Chile para encontrar un nuevo centro en la persona humana y en la sobrevivencia de un planeta agotado.

Decidimos trabajar con los preámbulos porque en los preámbulos de las constituciones está plasmado el origen y el desahogo, en términos de discurso; está la indicación de los principios fundamentales buscados en el texto. En el preámbulo se mezcla la literatura, el derecho y la política de una manera muy interesante, profunda y diversa en los distintos países y culturas. Algunos son escuetos y otros son piezas muy emotivas y detalladas. Se trata de una forma literaria jurídica que no es estrictamente normativa, sino que da cuenta de un espíritu de origen y fin, que puede tener incluso una función sanadora, como por ejemplo el caso Sudafricano; o de homenaje a quienes lucharon o hicieron posible el proceso, como el caso de Kenia, Lituania o Túnez. Quisimos trabajar este pie forzado como un género, para transmitir desde ahí percepciones sensibles de personas comunes diversas en torno a lo que buscamos para Chile.

Es una apuesta compleja, porque estamos invitando a las personas a trabajar, a matearse un poco, a tomarse esto con la misma seriedad que esperamos de los constituyentes. Soñar, pensar, idealmente escribir y luego leer lo escrito como mensaje de voz por el celular. No es fácil pedir ese tipo de ejercicios de tanto compromiso en los tiempos en que la participación suele limitarse al “like” y al comentario espontáneo. Hasta ahora al menos, ha habido bastante interés, pero aún queda plazo. Nuestra meta secreta es reunir 155 colaboraciones, mismo número que el de los convencionales. Asistí a muchas reuniones y cabildos en los últimos años y vi la necesidad de todos de expresar sus sentimientos e ideas para un país mejor; escucharse, que es lo más importante; y siempre se dejaban actas muy detalladas de las reflexiones conjuntas. Las actas del proceso Bachelet 2 son una joya en ese sentido. Las leí y las tengo todas, porque fueron públicas. Son muy potentes, sobre todo al repetirse tantas veces la necesidad de ser escuchados. Es una lástima que ese proceso no haya trascendido más. Pero además ha habido muchas iniciativas vinculadas a pensar desde la ciudadanía, el arte, la literatura. El cabildo de la cultura en M100, entre muchas otras instancias en el último año y medio. Nuestra convocatoria es una más, pero la energía está ahí hace mucho tiempo.

¿Cómo decolonizar la naturaleza y los caminos físicos que se internan en ella? y ¿cómo -de paso- arrebatarle a la dictadura sus monumentos, para restituir las memorias e historias -tanto civiles como ciudadanas– de su construcción?

CAMINOS AUSTRALES en una investigación artística basada en práctica, desarrollada durante la residencia de Martín Gubbins en el Núcleo Lengiaje y Creación (NLC) de la UDLA, que documenta, registra, e interviene la memoria, los textos y la visualidad de la historia civil de la construcción caminera en la Patagonia, frente al legado autoritario. Foto: Gentileza Martín Gubbins.

Recientemente desarrollaste el proyecto “Caminos Australes”, un viaje e investigación por Carretera Austral. También instalaste en este camino altamente simbólico en la memoria colectiva de Chile la pregunta “¿Puede el arte cambiar el mundo?” ¿Qué te llevó a plantearte esa interrogante en este territorio?

Llevo unos años trabajando con la metáfora de los caminos australes como símbolo de nuestra historia y aspectos claves de nuestra naturaleza. La Carretera Austral en especial me parece muy interesante por muchas razones. La principal es cómo simboliza nuestra historia de olvido ciudadano, civil, a manos de relatos oficiales, en este caso construidos por el Dictador para para darle legitimidad a su legado, como concluye el historiador Santiago Urrutia, que trabaja mucho ese tema en sus investigaciones; y también, y sobre todo, del dolor, el esfuerzo y el abuso que ha marcado a nuestro país, pero que no lo queremos saber. El caso Mapuche es el más elocuente. Nunca nos han enseñado sobre el abuso, las matanzas colectivas y los despojos sufridos por su nación. Sin esa educación y memoria colectiva es muy difícil que haya un entendimiento de paz y crecimiento mutuo hacia el futuro. Con la Carretera Austral pasa lo mismo. En 2019 hice una exposición y publiqué un libro tratando de reivindicar un poco la memoria civil olvidada sobre la concepción, diseño y construcción de esa obra de ingeniería civil, que se remonta a los años 1950-1960.

En cuanto a la pregunta que he estado instalando en distintos caminos y lugares alejados en mis travesías, creo que para todos éste fue un año de preguntas. Todos nos estamos preguntando acerca de cuál es nuestra función en este momento. Me he preguntado mucho por la capacidad del arte de generar cambios en las condiciones de vida de las personas, si acaso no estaba yo en una especie de juego de niños mientras el pueblo clama por hambre, hacinamiento, falta de dignidad, que muchas veces tiene que ver con una dignidad material, aunque no sólo material por supuesto. Mucho arte, salvo el arte callejero, se ha visto tan impotente en este último año y medio. El mío para empezar. He pensado mucho en eso, sobre todo después del fenómeno ocurrido con mis banderas negras, además, que se hicieron íconos de un sentimiento histórico, pero sin que yo lo buscara. Eso me enseñó de forma radical el poder del arte a pesar del artista.

Fotografía aérea del primer rajo de apertura de senda de la Carretera Austral al norte Chaitén en el sector río Rayas o Blanco, cercanías del volcán Chaitén, tomada por Peter Hartmann en 1977, incluida en el libro Caminos Australes, de Martín Gubbins (Ed. Impresionante, 2019).

En ese contexto de reflexiones, casualmente fui invitado a participar en el proyecto Pregunta, de MilM2, a quienes propuse formular ésta: “¿Puede el arte mejorar el mundo?” La imprimieron letra por letra en hojas de papel carta que pegué a una cuerda y llevo en mis viajes para colocarlas en lugares donde ojalá sea evidente alguna contraposición entre el paisaje y la precariedad de la obra humana. ¿Cuál es el “mundo” que el arte puede mejorar, si es que puede? ¿El planeta, la vida de las personas, la mentalidad de las personas? ¿Y qué puede realmente mejorar? La pregunta es polivalente en ese sentido. Parece obvia, pero no lo es tanto. En tiempos en que se ha hecho imprescindible enfrentar el cambio social en las condiciones de vida y el desastre ambiental que causa el cambio climático, esta pregunta se hace muy pertinente para el arte, pienso.

Pero en definitiva, la pregunta por Chile es la pregunta que cruza toda esta instalación y también la Expo 100 que haremos con Delight Lab, planteada de una manera tal que busca poner de relieve la duda más que la certeza. He querido ser cuidadoso. Por eso estoy fragmentando y desplazando las obras, para quitarles obviedad. Pero no es fácil, porque el tema recurrente es siempre Chile. Creo que el momento histórico lo amerita en todo caso.

En esta apropiación desde el lenguaje de un espacio tan cargado en su toponimia y paisaje como Carretera Austral, ¿cómo enfrentaste la relación entre palabra, cuerpo y territorio?

La apropiación de lenguajes siempre ha sido parte de mi trabajo. Lenguajes apropiados como forma de arte conceptual. En ese proceso, que es parecido al collage, la escritura no sale de ti sino de una composición, y reflexión, que haces con textos de otros. En mi caso, intento pulir esa apropiación para que se borre la costura, para darles alguna unidad, especialmente en el poema de los Caminos Australes, que forma un camino muy largo de versos breves llenos de vacíos sintácticos, muy ripiosos por así decirlo, lo que unifica el ritmo y tono del conjunto.

En cuanto a la relación con el cuerpo, el proyecto Caminos Australes fue una experiencia nueva para mí. Hasta entonces no me había tocado trabajar tan de frente al territorio. Me refiero a enfrentar el movimiento, ir, estar, andar, y hacerlo obra. Estar en un allá que no es acá, que es otro lugar, se volvió una experiencia vital y creativa, corporal e intelectual, y en el proceso me apropié de textos de distintas fuentes, como las bitácoras del explorador Augusto Grosse, las revistas Trapananda que publicaba Antonio Horvath con Baldo Araya; tres personajes claves en la historia civil de esos caminos. Testimonios de conscriptos abusados por los militares durante las faenas de construcción de la Carretera, testimonios de contratistas y testigos de las faenas. Yo buscaba trabajar con relatos que me permitieran construir la obra humana detrás, o más bien debajo, del camino físico y oficial, tratando de encontrar en ella lo chileno, con todos sus claroscuros, que la historia oficial no nos cuenta. En eso, descubrí por ejemplo que el primer camino propiamente tal (habilitado para carretas y no sólo caballos) fue el que une Puerto Aysén con lo que hoy es Coyhaique. Ahí se usó por primera vez la técnica ingenieril ancestral del “envaralado”, que permite hacer caminos en zonas pantanosas o “mallinosas” como se dice en Aysén. Lo hicieron dos hermanos chilotes de apellido Sanhueza, en 1904. Próceres casi anónimos de la ingeniería nacional que copiaron la técnica de pueblos originarios de esas zonas. Me pareció que el envaralado, con sus distintas capas de material puesto bajo la superficie, representa una especie de torre al revés, una torre hacia lo profundo. Encontré en el ripio, y en esa técnica, el vestigio de una memoria que está en proceso de desaparición, digamos, bajo el pavimento.

Esa metáfora se conecta muy bien con el relato de exploradores y navegantes, y con todo el drama humano que fue la obra de la Carretera Austral para los miles de hombres pobres, cesantes o conscriptos forzados, que hicieron gran parte de ella a pala y picota. Es una zona tan poderosa la Patagonia que cualquier empresa humana se vuelve significativa en ella. Y ahí te das cuenta de que tienes cuerpo. Te da frío, sientes dolor, te agobias a veces, te pasan cosas extremas. Te sientes la nada misma muchas veces. En eso surge la impotencia del hombre ante esa naturaleza hostil e inclemente y hermosa, tal como puedes encontrar en los relatos del Almirante Simpson, en las bitácoras de Augusto Grosse e incluso en los artículos y entrevistas de Horvath, donde lo que prevalece es un tono de rendición ante lo sublime. Pienso que esa clase de apego profundo es la que se necesita para una verdadera identificación con los lugares y su conservación. La Carretera Austral no es sólo una ruta escénica o un destino de vacaciones, eso quiero decir. Es un enorme memorial y una poderosa metáfora del claroscuro que siempre hemos sido.

¿Qué preguntas en torno a la relación entre lo humano y medio ambiente, entre naturaleza y cultura, te gustaría plantear para el futuro preámbulo de una nueva Constitución para Chile?

Es difícil el dilema entre conservación de la naturaleza y preservación de la vida humana y sus condiciones culturales. El caso de la Hacienda Chacabuco, en la región de Aysén, me impresiona mucho. Ahí en muy poco tiempo Douglas Tompkins eliminó todo uso ganadero y logró revivir la fauna la flora de ese lugar, que es increíble, de los más bonitos en que puedes estar en Chile, pero tuvo el costo de una pérdida cultural importante, e invisible a los ojos del turista, de los modos de vida en torno a la ganadería que allí se desarrolló por más de un siglo antes de la llegada de Tompkins. En ese sentido, es súper complicado hacer una declaración a rajatabla diciendo que la actividad humana debe estar siempre en un segundo nivel, pero al parecer llegó el momento de hacer pérdidas culturales de ese tipo para poder sobrevivir en este planeta. En todo caso, es muy difícil tomar definiciones en estas materias desde un lugar centralizado, como sería un proceso constitucional, pero así ha sido históricamente en Chile respecto de sus provincias y zonas aisladas como Aysén, que han sido dirigidas desde la ignorancia santiaguina respecto a sus particularidades propias. Pienso que en Chile debe haber una planificación del territorio consistente, que se debata con participación ciudadana y que entregue mandatos claros a las autoridades sectoriales y regionales para definir los usos admitidos en cada lugar. Ese es un problema grande de Chile, y es muy complejo porque exige definiciones coherentes sobre modos de vida y sobre afectación de territorios. Además, ello debiera estar alineado con un nuevo trato hacia los pueblos originarios, cuya visión del territorio es totalmente incompatible con un modelo extractivista extremo. Hay mucho que avanzar y el camino es complejo, porque va a exigir cambios culturales profundos, y esos son los que importan. Las leyes y constituciones no sirven de nada sin convencimiento cultural.

Imagen de portada: Intervención al final de Carretera Austral. Proyecto Preguntas. Gentileza Martín Gubbins.