El regreso del guanaco al Cajón del Maipo

Durante los 80, se lo creyó extinto en la Región Metropolitana por la caza furtiva y la ganadería. En la última década, el investigador Benito González ha seguido a un centenar de camélidos que pasan primavera y verano en el lado chileno de Los Andes: "creo que la población empezará a expandirse de manera notoria, en unos diez años", dice. En paralelo, hacia la precordillera, la ecóloga Kendra Ivelic lidera un proyecto de reintroducción de estos mamíferos. El plan, adelanta, es "hacer manadas y liberar grupos cada cierto tiempo, que vayan generando un reforzamiento poblacional en la zona". La idea es a largo plazo y desata algunas interrogantes para llevarlo a la práctica.

Cada cierto tiempo, aparecen, fantasmales, entre los árboles de hoja dura y perenne del santuario de la naturaleza Cascada de las Ánimas, en el Cajón del Maipo. Son dos guanacos machos, castrados y solitarios, que se abren paso entre la vegetación esclerófila que perdura en invierno. Fueron criados en cautiverio, son estériles y pertenecen a una especie que vive en grupos para hacer frente a su depredador natural (el puma), pero se las arreglan para sobrevivir.

Entre 2017 y 2018 fueron liberados cuatro guanacos en este bosque mediterráneo; uno desapareció y a otro lo mataron unos perros. Ellos dos, en cambio, han perseverado durante ya cinco años. «Lo más importante es que fueron criados en cautiverio», declara Kendra Ivelic, ecóloga y directora de la fundación Acción Fauna. «Mucha gente cree que un animal criado en cautiverio no puede sobrevivir en libertad, porque no cuenta con las conductas necesarias para escapar de depredadores y sobrevivir», pero este caso «demuestra que no es tan así y los efectos de la cautividad pueden ser revertidos», continúa Ivelic.

Los guanacos son camélidos, cuyos ancestros, hace unos 3 millones de años, cruzaron hacía Sudamérica desde Norteamérica, donde se asentaron en ecosistemas en torno a la cordillera de Los Andes. © ONG Kintu

Los guanacos son camélidos, una familia de mamíferos que evolucionó en Norteamérica con las grandes planicies de pastizales. Hace unos 3 millones de años, los ancestros cruzaron hacía Sudamérica, donde se asentaron en ecosistemas en torno a la cordillera de Los Andes. «Son muy adaptados a ambientes secos y fríos, y pueden comer pastos malos y tener la misma eficiencia que otro animal», explica Benito González, académico de Ciencias Forestales y de la Conservación de la Naturaleza, de la Universidad de Chile. Aquel «muy importante» atributo de los camélidos, dice, lo tienen porque durante su evolución han desarrollado una serie de mecanismos fisiológicos para estas condiciones.

En antaño, esos animales estaban desplegados a lo largo de todo Chile. De hecho, en 1782, el abate Juan Ignacio Molina, cura que describió a distintas especies chilenas, hablaba de que estos camélidos migraban desde la cordillera al valle de la zona central. «Imagínate la cantidad de guanacos que tiene que haber habido en ese tiempo», dice Benito.

Cerca del volcán Maipo, donde nace el río del mismo nombre, predomina la estepa alto-andina. Es prácticamente una planicie con tímidas lomas © Benito González

Durante la época de la colonización, ya pasado el 1550, empezó el proceso de desaparición local, cuenta Kendra. «Ahora se siguen viendo, pero sólo un par de individuos al año», precisa. Su distribución a lo largo de Los Andes se vio fuertemente mermada por la caza furtiva y el ganado doméstico. Incluso se la clasificó como extinta en la región. Según Benito, ya entre las décadas de 1970 y 1980 los lugareños coincidían en que «la población se había venido abajo».

«Ahora existen guanacos en la zona central, pero están como poblaciones relictas en la Cordillera», asegura la bióloga. Justo del otro lado de las montañas, en Argentina, en la reserva Laguna del Diamante, donde se ubica el volcán Maipo, habitan los guanacos por miles. «Pero cuando intentan cruzar a Chile les va mal, los cazan, no encuentran hábitat o se topan con perros, que son terribles», lamenta.

«Relictas»

No hay árboles. Cerca del volcán Maipo, donde nace el río del mismo nombre, predomina la estepa alto-andina. Es prácticamente una planicie con tímidas lomas. Abundan las rocas y, cada tanto, se ve algún matorral. Sin embargo, en algunos sitios hay vegas donde se acumula la humedad y el pasto fresco. Ahí, en el límite del suelo chileno, cada temporada, desde octubre —y hasta mayo— hace su aparición entre 100 y 150 guanacos, un numeroso familión con sus crías, dice Benito, quien desde el 2012 ha seguido a este grupo: «Se veían poquitos animales, pero con el tiempo ha aumentado», asegura. «Creo que pronto, la población empezará a expandirse de manera notoria, en unos diez años más». Él atribuye ese crecimiento a que la zona está bajo los cuidados de «varios particulares», y «se ha reducido el acceso al ganado e intentado controlar la caza furtiva».

En las cercanías del Volcán Maipo, en lugares donde se acumula la humedad y el pasto fresco, cada temporada, desde octubre —y hasta mayo— hace su aparición entre 100 y 150 guanacos. © Benito González

Allí pasan el 70% del día comiendo, describe Benito. Se detienen, comen. Avanzan. Pastorean y se echan para rumiar, devuelven la comida, la remastican y aprovechan al máximo todos los nutrientes, «aunque parece que estuvieran descansando», comenta. Mientras, los machos dominantes vigilan que no haya invasores y eventualmente intentan aparearse con alguna hembra durante el periodo reproductivo. Con su aguda vista y oído, un centinela levanta la cabeza por si divisa un depredador, ya sea un puma o un zorro. Esa es su jornada durante primavera y verano por Chile.

«Se sabe con relativa certeza el uso del espacio que hacen en lado chileno», plantea Benito. «Lo más probable es que en invierno esos individuos desaparezcan de la zona». Con la nieve, descienden de las alturas y huyen de las condiciones más extremas. «Bajan al valle, a la parte chilena, y ahí es cuando van los guanaqueros e intentan cazar», detalla. «Los que sobreviven bajan al lado argentino, donde están en pura área protegida».

Sin embargo, destaca Benito, desde el 2020 «hay reportes de guanacos que han bajado para el lado chileno», es decir, que logran pasar «la invernada» de este lado de la Cordillera, donde también la pendiente es más abrupta en comparación a Argentina. «Eso habla de que estas poblaciones están haciendo estos movimientos altitudinales, aunque sean de corta distancia, hacia el lado chileno», remarca. Eso sí, admite, hasta ahora no sabemos bien cuáles son esos sitios. Lo que está claro, dice, es que hay guanacos que en verano «se reproducen en lado chileno; su descendencia la tienen ahí», a pesar de que ese grupo «debe corresponder a una sola población compartida con Argentina», precisa.

Además, en las últimas semanas, se han registrado avistamientos como en el embalse El Yeso o hacia el río Colorado: «Hay varios grupos que probablemente empiezan a explorar otras zonas, y precisamente es en esas zonas donde se encuentran con problemas». Incluso, recuerda él, hubo un enero en que apareció un grupo «gigante» de machos solteros y, al juntarse con este otro clan, se armó una gran manada de 300 individuos durante algunas semanas.

El guanaco es el herbívoro más grande que habita en Chile. © ONG Kintu

El guanaco es el herbívoro más grande que habita en Chile: «Es considerado una especie clave para el ecosistema», destaca Kendra, al ser la principal presa del puma, y alimento para otros carnívoros menores como zorros, quiques, cóndores y armadillos. Además, «tiene un rol súper importante como dispersor y fertilizador de semillas con las fecas, y un montón de cositas que ayudan ecosistémicamente», remarca. Así, ante la escasez de estos grandes herbívoros, también caen sus depredadores: «Esos son desbalances que ni siquiera tenemos idea de cuál es el impacto que puede tener», plantea ella, «porque es una especie que empezó a desaparecer hace mucho tiempo».

Un empuje

Hacia el noreste, bajando por el río Maipo, en el refugio Animal Cascada ya tienen el primer recinto construido y, en paralelo, se consiguen los permisos del SAG para registrarse como centro de reproducción de estos camélidos.

«El proyecto es un piloto de reintroducción, no estamos diciendo que vamos a recuperar al guanaco, porque es algo muy ambicioso», declara Kendra. «Queremos estudiar si es posible reintroducir al guanaco en esta zona, y el efecto que tendría en el ecosistema», agrega. La idea es recibir guanacos, reproducirlos dentro del santuario y, eventualmente, soltar a los que nazcan. Es decir, «liberar una progenie», explica. «Hacer manadas y liberar grupos cada cierto tiempo, que vayan generando un reforzamiento poblacional en la zona».

El plan está todo escrito. Es a largo plazo, cuenta la bióloga. Estima que las primeras liberaciones se harán, «con suerte», en unos cinco años. «No nos sirve de nada liberar a un guanaco, tienen que ser grupos», plantea. «Si liberamos cinco, un puma los podría matar a todos en un año». Es decir, deben ser al menos diez individuos por liberación, y con frecuencia.

Benito, que es parte de la Comisión de Sobrevivencia de Especies de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), califica la iniciativa como «sumamente loable», y también plantea sus inquietudes, entendiendo que ya existe en el Cajón una «población natural»; y agrega que «hay cosas que pueden ser complementarias, pero hasta el momento eso no está plasmado de manera íntegra».

A sus ojos, lo primero es controlar los factores que han mermado a la población de guanacos: la caza furtiva y la competencia con ganado. Luego, él es parte de un proyecto que analiza la «huella genética» de estos camélidos, y «no todos los guanacos, a lo largo de su distribución, son iguales; hay algunos cordilleranos, de zonas áridas, otros patagónicos», o al menos «los resultados son en esa línea». Y pone un ejemplo: «Un guanaco patagónico, que está acostumbrado a moverse de manera horizontal por el territorio, quizá no tiene ese patrón conductual, con base genética, que le diga: si nieva tienes que descender en altitud».

En cambio, Kendra califica al territorio central de Chile como un punto de «hibridación genética», donde ocurren cruces entre poblaciones del norte y sur: «La subespecie que supuestamente está en la zona central es la misma que en Patagonia genéticamente», plantea». «No debería haber problema de traer animales con esa genética», por lo que «lo más probable» es que provengan de ahí.

El guanaco tiene un rol súper importante como dispersor y fertilizador de semillas. © Benito González

Como la población que habita en el Cajón no es tan numerosa, es altísimo el riesgo de que hayan apareamientos entre parientes, lo que implica poca variabilidad genética para reaccionar a los cambios futuros en el ambiente. La introducción de individuos puede ser un aporte, destaca Benito, y para eso propone elegir individuos de «poblaciones numerosas, lo más cercanas posible a nuestra población objetivo, y que tengan las mismas condiciones ambientales», como las hay en la IV y V región, donde viven unos 4 o 5 mil guanacos.

La reintroducción Acción Fauna —junto a la ONG Kintu— busca que los individuos se instalen en el bosque esclerófilo del centro, ambiente que habitaron en sus tiempos de abundancia. «La gracia del guanaco es que es súper adaptable a distintos ecosistemas, en el desierto y en la Patagonia», destaca Kendra; aunque también sabe que los ejemplares del Cajón, «en general, todavía están en zonas alto-andinas, donde se mantienen principalmente por hierbas».

Sobre focalizar la reinserción en este bosque mediterráneo, Benito plantea: «Por lo menos los datos que tengo yo, es que son animales de ambiente abierto, ves la distribución a lo largo de todo Sudamérica y no están metidos precisamente en bosque esclerófilo», sino en el patagónico y las sabanas que se hacen en el Chaco paraguayo. «No es su hábitat primario», dice.

Con los dos guanacos que hace ya cinco años andan libres por el santuario, destaca Kendra, «hemos observado que se pueden alimentar perfectamente de los árboles y hierbas que están en el bosque esclerófilo, y que funcionan como dispersores de semillas». A fines de febrero, las cámaras trampa en el santuario registraron a uno de los dos individuos recorriendo el terreno; buscaba comida entre las piedritas y la tierra seca.

«Hemos observado que los guanacos se pueden alimentar perfectamente de los árboles y hierbas que están en el bosque esclerófilo, y que funcionan como dispersores de semillas» (Kendra Ivelic)

Mientras surgen esas preguntas, con el fin del verano, a los pies del volcán, cada madre cría a su chulengo, que de recién nacido le sigue el paso. La mamá, con su débil olfato, se acerca a su pequeño para revisarlo. La manada busca su alimento, aprovecha cierta abundancia. Hay días más nómades que otros. En tanto, los retoños de la temporada pasada ya deben buscar su independencia, su espacio ante los asedio del macho dominante, ¿acaso su padre? Ya ha llegado el otoño y, luego, el invierno. Migrarán hacia tierras bajas. Adaptados, aguantarán el frío y la nieve. Y con algo de suerte, prosperarán.

Imagen de portada: ©Fundación Kintu