Por Catalina Velasco, Fundación Mar y Ciencia
Imagina una cancha de futbol y ubícala bajo el mar, cerca de la orilla. El pasto de la cancha es tan largo que casi toca la superficie, moviéndose al vaivén de las olas, y entre sus hojas viven organismos marinos como jaibas, ostiones, peces, incluso tortugas. Ahora imagina que estás parado en el borde de esta cancha submarina y miras su extensión: verás que hay al menos 200 canchas iguales, una junto a otra, un gran parche verde con una vida marina muy abundante y diversa. Puede sonar a ficción, pero estas “canchas” de pasto submarino existen en algunas zonas del norte de Chile.
Las praderas submarinas – o pastos marinos – son plantas acuáticas que se extienden por cientos de kilómetros frente a las costas, ¡incluso algunas praderas pueden ser vistas desde el espacio! Estos pastos constituyen uno de los ecosistemas más productivos del planeta, pero también es uno de los más amenazados. Para evitar su extinción, primero debemos valorar su existencia, entonces…
¿Qué es el pasto marino?
Los pastos marinos evolucionaron desde las plantas terrestres durante el período Cretácico, hace unos 120 millones de años atrás1, adaptándose a la vida submarina. Al vivir bajo el mar, es fácil que los pastos sean confundidos con algas, ¡pero nada más alejado de la realidad! Si bien ambos grupos realizan fotosíntesis, el pasto marino es realmente una planta angiosperma (es decir, una planta que posee flores), y está mucho más emparentado a las plantas terrestres que a las algas. Así, los pastos poseen tejidos complejos y propios de las plantas vasculares, como raíces, tallos, hojas, flores, frutos y semillas; mientras que las algas poseen un cuerpo llamado talo, y sus tejidos y estructuras reproductivas (esporas) son distintos. Gracias a las raíces, los pastos marinos se anclan en el fondo arenoso, asomando las hojas verdes en forma de cinta, muy similar al pasto terrestre, y por eso su nombre.
Existen más de 60 especies de pasto marino distribuidas en las costas de todo el mundo, excepto en las zonas polares. Estas praderas son más comunes en zonas tropicales, donde pueden cohabitar hasta doce especies de pasto marino en una sola pradera. Allí, el pasto se ubica cerca de manglares y arrecifes de coral, generando una gran biodiversidad y un sistema muy característico.
A pesar de que los pastos marinos son menos comunes en zonas templadas, en Chile tenemos la suerte de contar con dos especies que forman grandes praderas: Ruppia filifolia, la cual se encuentra en sistemas menos salinos y de agua dulce, por ejemplo, en Seno Skyring en la región de Magallanes; y Zostera chilensis, ubicada en las costas del norte de Chile. Esta última vive entre 1 y 10 metros de profundidad en dos localidades de la región de Coquimbo (Puerto Aldea e Isla Damas), y en una localidad de la región de Atacama (Bahía Chascos). La cobertura total de las tres praderas se estima en 354 hectáreas, ¡más de 350 canchas de futbol!
¿Importa que en Chile tengamos pasto marino?
Como toda especie, el pasto marino tiene un valor en sí mismo por el solo hecho de existir y cohabitar el planeta con nosotros. Pero, además, estas praderas albergan una gran diversidad de animales y algas que se asocian tanto sobre las hojas como en la base de éstas, lo que permite un aumento de la biodiversidad en el lugar donde estas especies estén presentes. Las hojas muertas del pasto se desprenden y caen, otorgando junto con las raíces, una importante producción de detritos y materia orgánica que será fuente de alimento para invertebrados marinos, peces, aves y tortugas marinas (sí, acá en Chile).
Gracias a la fotosíntesis, los pastos marinos producen grandes cantidades de oxígeno, ¡hasta 10 litros por metro cuadrado al día!2, y por el mismo proceso secuestran carbono que queda depositado en el lecho marino. Las praderas submarinas pueden capturar hasta 83 millones de toneladas métricas de carbono cada año2, denominado carbono azul. Recibe ese nombre puesto que es secuestrado desde la atmósfera y almacenado en diversos ecosistemas marinos, como arrecifes coralinos, bosques de algas y praderas de pasto marino. Es más, el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) afirma que estos ecosistemas marinos capturan cinco veces más carbono que los bosques tropicales, una verdadera arma contra el cambio climático que debemos preservar.
¿Recuerdan que los pastos marinos no son algas? Bueno, una de las diferencias más destacables es que las algas, al no poseer raíces, captan sus nutrientes desde la columna de agua a través de todo el talo. En cambio, los pastos marinos absorben la mayoría de sus nutrientes desde el sedimento con las raíces, haciéndolos accesibles a organismos que se encuentran en la columna de agua y que no podrían ocuparlos de quedarse enterrados en el sedimento. Así, los pastos marinos ayudan a la circulación de nutrientes en los ecosistemas marinos.
Las raíces de los pastos marinos también se encargan de atrapar y estabilizar el sedimento marino, lo que mejora la calidad y claridad del agua, y reduce la erosión. Además, junto a las hojas forma una barrera que disminuye la fuerza de las corrientes, protegiendo las zonas costeras. ¡Increíble todo lo que las raíces pueden lograr bajo el mar!
Además de ser hábitat de diversos organismos marinos, como moluscos, erizos, jaibas, peces, rayas, aves playeras, y un largo etcétera, la pradera de Bahía Chascos es fuente de alimento y refugio para la población más austral de tortuga verde (Chelonia mydas), especie en peligro de extinción. Por otro lado, la pradera de Puerto Aldea alberga una población de ostión del norte, principal sustento económico de pescadores artesanales locales.
Sin duda son muchas las razones que hacen del pasto marino un ecosistema muy rico, productivo y relevante para Chile, pero lamentablemente, este ecosistema es uno de los más amenazados del planeta.
Amenazas
El pasto marino es muy sensible a la contaminación, y a nivel mundial se pierde el equivalente a dos canchas de fútbol por hora 3. En los últimos 10 años, se ha perdido el 15% de la cobertura de estas praderas, y ya en 2011, un cuarto de todas las especies de pasto marino estaba amenazada o en peligro de extinción3.
La primera causa de desaparición del pasto marino es la contaminación por pesticidas, hidrocarburos, metales y exceso de nutrientes, causados por las actividades industriales, agrícolas y petroleras. Otras amenazas al pasto marino son el aumento de eventos climáticos extremos como marejadas y tormentas, el aumento de la temperatura del océano, algas invasoras, y disminución de depredadores tope, lo que genera un aumento de peces pequeños que depredan sobre el pasto marino.
Y por supuesto, Chile no es la excepción a la regla. Así, la especie Z. chilensis ha sido catalogada como “en peligro de extinción” por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (IUCN por sus siglas en inglés), una de las organizaciones internacionales más importantes que busca evaluar el estado de conservación y con esto, la salud de la biodiversidad mundial a través de su Lista Roja de Especies Amenazadas.
Y ahora, ¿qué hacemos?
Si las praderas de pasto marino desaparecen, se pierde el hábitat y fuente de alimento de cientos de especies, disminuyendo la diversidad local, además de perderse todos los servicios ambientales que proveen estas praderas. Por último, la desaparición del pasto debería importarnos no solo por su valor ecosistémico, sino también por su valor intrínseco. Perder cualquier especie en el planeta es una tragedia, una que tristemente alcanzamos con bastante facilidad.
Mantener una buena calidad de las aguas costeras y minimizar el impacto humano son factores críticos para la conservación del pasto marino, por lo que se hace necesario y urgente el diseño de estrategias y planes de manejo que prevengan daños en estas comunidades tan importantes del norte de Chile. Según las “Pautas de manejo para impactos ambientales en pastos marinos”4, un plan de manejo para las praderas debe considerar tres componentes principales: 1) investigación científica para poder identificar y dar respuestas específicas a las problemáticas que enfrentan; 2) desarrollo e implementación de políticas y un marco regulatorio específico; y 3) educación ambiental que aporte información, orientación y modifique patrones de conducta que contribuyan a cuidar estos ecosistemas. Lamentablemente, en Chile no hemos realizado los esfuerzos suficientes en ninguno de los tres componentes.
Aún falta muchísima información sobre las praderas chilenas, por ejemplo, no sabemos cuál es su tasa de crecimiento, distribución total, si ha disminuido su cobertura, o cuál es su rango de tolerancia a los contaminantes u otros factores ambientales. Esto es particularmente necesario en el norte del país, donde la contaminación por metales pesados ocurre de forma natural, pero también por la presión minera. Para ejemplificar, a menos de 10 km de Bahía Chascos hay más de cinco minas y plantas procesadoras5. Además, en este momento se encuentra en calificación el proyecto termoeléctrico Andes LNG6, que incluirá una terminal termoeléctrica en la misma bahía.
Sin la información científica adecuada, difícilmente se podrán hacer planes de manejo que promuevan la conservación de estas praderas. Sin embargo, no podemos quedarnos de brazos cruzados esperando voluntad científica y política, todos podemos involucrarnos y aportar con la puesta en valor de estos ecosistemas marinos.
Las praderas submarinas se encuentran tan amenazados como los arrecifes de coral, y son tan productivos como los bosques tropicales. Son ecosistemas muy valiosos en nuestras costas, y debemos conocerlos, valorarlos y protegerlos.
Foto Portada: Anémonas entre medio del pasto marino en Bahía Chascos, Chile (c) Catalina Velasco
REFERENCIAS
[1] Wissler L, F Codoñer, J Gu, et al. (2011). Back to the sea twice: identifying candidate plant genes for molecular evolution to marine life. BMC evolutionary biology, 11(1), 8.
[2] Reynolds, P. Smithsonian. Ocean. What are Seagrasses? A plant, not a seaweed. [en línea] https://ocean.si.edu/ocean-life/plants-algae/seagrass-and-seagrass-beds
[3] Short F, Polidoro B, Livingstone S, et al. (2011). Extinction risk assessment of the world’s seagrass species. Biological Conservation 144: 1961–1971.
[4] Compeán-García O, E Rivera-Arriaga & G Villalobos. (2008). Pautas de manejo para impactos ambientales en pastos marinos. Jaina 19(1): 62-79.
[5] Datos obtenidos del Atlas de Faenas Mineras, SERNAGEOMIN 2011.
[6] informe del proyecto en el SEIA: http://seia.sea.gob.cl/expediente/ficha/fichaPrincipal.php?modo=ficha&id_expediente=2131608818