De cuando pensamos que los paisajes no eran de nadie

Pero sí eran. El romanticismo creado por las aventuras europeas del siglo XIX y su fervor por el naturalismo, dan cuenta que, si bien existían terrenos inexplorados, la privatización del paisaje estaba creciendo a caudales. Ahora sabemos que fue incontrolable y este territorio que es Chile quedó para siempre simplificado, explotado, domesticado y fragmentado, pero, aun con toda la carga de su historia, perpetuado.

“La geografía nos une aquí y separa: distancias, crudas, montañas, caudales fluviales, sonoras selvas”, dice el escritor Miguel Laborde.

Naturalistas, científicos y creativos del hemisferio norte del siglo XIX salieron de la normalidad de sus chimeneas y paredes hacia otros confines. Dicen que Europa les quedó chico, tanto en pobladores como en recursos: ya habían agotado todo. Acostumbramos los latinoamericanos a pasar por alto el tamaño de este continente, pero realmente es el segundo más grande en superficie luego de Asia.

¿Cómo se hubiesen interpretado los vastos territorios y paisajes si más mujeres hubieran tenido la oportunidad de retratarlos, interpretarlos o difundirlos? 

Más que nada desde la perspectiva colonial e imperialista europea de la época, los relatos de estas personas nos ofrecen una mirada sobre el mundo, mayoritariamente masculina y, por ello, ofrece una visión sesgada. Durante siglos las mujeres hemos sido excluidas y estado al margen de las normas establecidas por los hombres, y las ramas de la ciencia no son la excepción. La ciencia con el bastón del método científico por delante se jacta de su objetividad e integridad; sin embargo, su sesgo de género validó un androcentrismo que persevera.

Una de las mujeres excepcionales (léase como fuera de la generalidad) de aquel siglo fue la austriaca Ida Laura Reyer (nombre de casada, Ida Pfeiffer), una de las exploradoras consagradas por su doble vuelta al mundo, su audacia para sobrevivir a los incesantes desafíos del viaje femenino en solitario, pionera en adentrarse en selvas inexploradas y hábil cronista de sus viajes que relataba apenas se detenía en temporadas para descansar. De pequeña inundaba en ella un alma viajera y no titubeó en hacer realidad su sed de aventuras cuando tuvo una oportunidad real, a la edad de 45 años.

Fumarola de Nevados de Chillán recordando que la tierra palpita a cada instante. © Macarena Fernández Sanhueza

¿Cómo se hubiesen interpretado los vastos territorios y paisajes si más mujeres hubieran tenido la oportunidad de retratarlos, interpretarlos o difundirlos?  

Nos dejó Gabriela Mistral este retrato visual sobre la cordillera andina del Valle de Aconcagua: “la majestad épica del paisaje, la limpieza esplendorosa de la atmósfera, la blandura femenina de la vegetación; aquella caja luminosa, violácea abajo, blanco fulgurante arriba, formada por cerros soleados (…)”. Una viva imagen de los imponentes macizos cordilleranos centrales, que absorben en sus laderas la luz poniente, día tras día. La poeta fue, sin duda, también una exploradora y comunicadora del territorio chileno, que pudo recorrer en diversas oportunidades.

  

Rodulfo Amando Philippi describió más de 2.500 taxones nuevos de fósiles recientes y fósiles moluscos de todo el mundo (2.528 especies, 40 géneros y tres familias), particularmente de Italia y Chile. Las contribuciones de Philippi a la malacología después de su traslado a Chile, versaron principalmente sobre fósiles de moluscos de Chile. © Fundación Philippi

Viajes i vistas de un naturalista por la zona centro-sur

Corría 1852 y llegó a esta joven nación el doctor alemán Rudolfo Amando Philippi, un ávido estudioso, viajero y amante de las diferentes ramas las ciencias de la naturaleza (medicina, geología, historia, dibujo científico, todo le interesaba), siguiendo el consejo de su hermano Bernardo Philippi y del barón Alexander von Humboldt.

Observando, dibujando, escribiendo y retratando, tomó notas del paisaje y flora del Chile que recorrió en tren, realizando variados tramos durante su vida, especialmente dentro de la zona centro-sur. De esos viajes, relató:

“Desde Santiago hasta San Javier, pueblecito situado a algunas millas al sur del gran río Maule, observamos a ambos lados de la línea férrea, campos cultivados, viñas, trigales y grandes plantaciones de alfalfa, sobre las cuales pastan cientos de animales vacunos. En las pequeñas propiedades sus dueños cultivan maíz, papas, porotos, pimientos, zapallos, sandías y melones. Estos cultivos constituyen lo que en Chile se llama chacras. Se ven además perales y sauces llorones, cuyas ramas están todas cortadas hasta una misma altura, dando a ellos un curioso aspecto: son los animales vacunos que los podan así, con sus lenguas, comiéndose los ganchos y ramas tiernas y recientes”.

Fotografías e imágenes del libro “Vistas de Chile” por Rudolfo Amando Philippi. Introducción y notas de Julio Philippi Izquierdo.
©
Editorial Universitaria.

Hoy, esas vistas desde el tren hacia ambos lados, de Santiago al Maule, conservan la tradición del trabajo agrícola, pero a mayor escala: se transformaron en infinitas extensiones de cultivos, en su mayoría superficie destinada a frutales. Desde la cordillera de la Costa hacia el mar, aparecieron también las forestales.   

Continuando el relato del naturalista: “De San Javier al sur cambia el aspecto general del territorio que estamos atravesando. La línea férrea deja atrás varios lugares aún cultivados en sus alrededores, para enseguida atravesar distancias o espacios incultivados, donde existe sólo una vegetación raquítica”.

Molino de Fundo San Juan, La Unión, por Rudolfo Amando Philippi.
©
Creative commons.

Ese paisaje, que hoy comprende Ñuble, tomó el mismo camino de abrazar la agricultura y las compañías forestales atacaron hacia el poniente. Aún así, en algunos páramos de los valles se siguen manteniendo las chacras y su vida más rústica. Notable es darse cuenta que, efectivamente, la vegetación sigue siendo raquítica.

A unos 80 km de Chillán hacia la cordillera, se encuentra Nevados de Chillán, un complejo volcánico que da vida a “las famosas termas azufradas de Chillán, que casi alcanzan la región de las nieves eternas”, narró Philippi, las cuales (nada sorprendente), ya eran conocidas y se ocupaban en tiempos prehispánicos por el pueblo que habitaba esa zona (¿quizá pehuenche?) por sus aguas milagrosas de propiedades medicinales.  

Los paisajes ahora fragmentados y domesticados en su gran mayoría, parecen inaccesibles y escuetos. Individualmente nos encerramos cuando algunos colocan portones en áreas de goce natural libre, indicando la supremacía del poder capital y cerrando otras alternativas.  

En el ferrocarril, ya dejando atrás Chillán y continuando por línea recta camino al sur, observó que estaba atravesando “grandes arenales, verdaderas dunas, donde crecen solo pequeños e insignificantes arbustos”. Sobre la gran cantidad de arena esparcida por esos valles, que más tarde confirma que eran de origen volcánico, observó que “deben haber pasado miles de años y los volcanes de los Andes deben haber estado muy activos para acumular una cantidad tan inmensamente grande de arena”.

En el último párrafo de su declaración El estudio de las ciencias naturales, escribió: “El estudio de la naturaleza, la contemplación de sus varios productos, será siempre una fuente inagotable de los goces más puros, que nunca dejan remordimiento, i no despierta jamás pasiones mezquinas”.

Fotografías e imágenes del libro “Vistas de Chile” por Rudolfo Amando Philippi. Introducción y notas de Julio Philippi Izquierdo.
©
Editorial Universitaria.

Tierra, mar i cielo

Difícilmente es olvidable la cordillera para quienes nacimos con ella a un lado. Si nos vamos de su vista, nos hacen falta sus ancestrales laderas protectoras. Guardianas legendarias de tantos misterios. Al otro extremo, el mar frío y de azul profundo, es más oscuro a medida que desaparece ante la línea del horizonte. Tal como lo hicieron los pueblos del sur que la observaron y admiraron, nunca se olvida la Cruz del Sur una vez que se identifica, que ayuda a reconocernos en ese punto específico del infinito oscuro entre tantos astros. La vemos y nos confirma: somos del sur del mundo.

Mistral lo expresó con precisión en Diario íntimo, durante su residencia en Punta Arenas: “la Patagonia es la segunda zona que el chileno tiene la euforia del cielo grande, del horizonte amplio. La primera es la pampa salitrera. Yo tuve un cielo que me parece ahora de sueño: es la Patagonia que me daba el asombro del cielo grande, lo mismo que la pampa”.

La geografía modela individual y colectivamente. Los paisajes, ahora fragmentados y domesticados en su gran mayoría, parecen inaccesibles y escuetos. Individualmente nos encerramos cuando algunos colocan portones en áreas de goce natural libre, indicando la supremacía del poder capital y cerrando otras alternativas.  

El de hoy, un mundo visual con adoración de la inmediatez, nos codicia y pone ansiosos. Nos a-terra, como señala Laborde, llevándonos lejos de nuestros orígenes terrarios hacia uno cada día más digital.  

El autor reflexiona que vamos perdiendo esa claridad visual, no tanto por la brusquedad de los cambios en los paisajes y entorno (que por supuesto que están presentes), sino porque estamos en una postura de acecho constante: con ojos de lince nos agazapamos y, vigilantes y estresados, vamos por alguna presa que, en su inmediatez, nos satisfaga las ansias. Ciegos y ansiosos, quedamos alejados de la atención de los movimientos terrenales. Desconocidos ante la tierra.

Vista de Nevados de Chillán desde meseta del Valle de Shangri-La © Petra Harmat Vergara

El ciclo sin fin es que, como dicen, cuando la especie humana se pierde o sufre un gran trauma, vuelve los ojos a la naturaleza. Caminar al aire libre bien que fortalece el corazón y la piel; el estar en la naturaleza nos vuelve más sagaces y con más actitud para vivir. El estar en la naturaleza apaga las ansiedades y enciende el coraje. Seguramente es solo en el mundo natural es donde encontramos esa visible armonía que estamos perdiendo producto de la disociación entre lo terrenal/digital.

Lapi-visionario es el mítico Herny David Thoreau al sentenciar, también en el siglo antepasado, que “hoy en día, casi todos los ´avances del ser humano´ –como la construcción de casas y la tala de bosques y de todos los árboles más altos– simplemente deforman el paisaje, haciéndolo cada vez más domesticado y pedestre”.

Pareciera como si cada año, se ensanchan las preguntas y se agotan las respuestas. En símil, se ensancha la población y se agotan los recursos naturales. Estamos ahí, improvisando ante un mundo que se desintegra y desaparece ante los ojos. Y nos percatamos de que los paisajes no son para siempre.

Y como vaticinando la catástrofe ambiental del siglo XXI en que vivimos, Thoreau escribió: “en este momento y en este lugar, la mayor parte de la tierra no es propiedad privada, el paisaje no es de nadie y el caminante disfruta de relativa libertad. Pero posiblemente llegará el día en que será loteada para crear ´parcelas de agrado´. Solo unos pocos podrán disfrutar de forma egoísta y exclusiva. Cuando se multipliquen los cercos y las trampas de los hombres, así como otras máquinas inventadas para confinar al ser humano a la carretera pública, caminar sobre la superficie de la tierra divina será interpretado como una invasión a la propiedad privada. Disfrutar algo de forma exclusiva es suprimir el verdadero disfrute. Mejoremos nuestro entorno antes de que vengan esos nefastos días”. Lamentablemente, esos días llegaron hace décadas. Y hace pensar que, quizás mucho antes de lo que pensamos, se gestó la era llamada Antropoceno: brotó en el siglo XIX que subastó los paisajes sin nombre.    

Toca poner en acción las esperanzas de ambientar y habitar un territorio más amable, porque aún quedan rincones profundos, salvajes y comunes que preservar para el futuro. Y vale preguntarnos, además, qué pasará con nosotros como especie, como se preguntó Miguel Laborde: “¿el ser humano seguirá siendo el mismo cuando no quede ningún lugar que pueda llamarse remoto, nada inexplorado, cuando todo esté domesticado?”.

Vapor de aguas sulfuradas en las cercanías del volcán Chillán. © Macarena Fernández Sanhueza

Notas

*Las fotografías de los trabajos en “aguada” realizados sobre cuadernillos por R.A. Philippi fueron tomadas directamente del libro físico.  

Dice el libro citando a Diego Barros Arana, su más querido biógrafo: “tomaba vista de un paisaje no con aquellos rasgos y tonos rápidos y pronunciados que denotan al verdadero artista, sino con un esmero prolijo en todos los detalles que dan a conocer con exactitud las localidades, los accidentes del terreno y las condiciones de su vegetación”.

Imagen de portada: “Cordillera al amanecer”. Acuarela sobre papel: Petra Harmat Vergara, 2021.

Bibliografía

Vistas de Chile por Rudolfo Amando Philippi. Introducción y notas de Julio Philippi Izquierdo. Editorial Universitaria.

Chile Geopoético. Miguel Laborde. Ediciones UC.

Poéticas del caminar HDT. Henry David Thoreau. Alquimia Ediciones.

Bendita mi lengua sea. Diario Íntimo. Gabriela Mistral. Compilador Jaime Quezada. Editorial Catalonia.

Chloris chilensis. Revista chilena de flora y vegetación. (Traducción del original alemán y notas del Prof. Hugo Gunckel Luer). http://www.chlorischile.cl/phlippiarauco/philippiarauco.htm

Sitio web Fundación Philippi: https://fundacionphilippi.cl/