Los pinguinos comparten los cuidados parentales. © Bastian Gygli.

Cuidado parental: la vida natural  entre la evolución y la asociatividad 

Para la mayoría de los seres vivos, la existencia se basa en dos principios fundamentales: sobrevivir y reproducirse. Pero, a medida que nuestro entendimiento se aleja de la idea del individuo para concentrarse en la noción de conjunto y la comunidad, estos propósitos comienzan a difuminarse. En este artículo, detallamos cómo el cuidado parental, uno de los ejemplos más maravillosos de este principio, opera en la naturaleza.

El cuidado parental representa el esfuerzo que realizan algunos seres para entregarle las mejores posibilidades a su descendencia. Muchas veces en desmedro de sus propias posibilidades y yendo más allá de la expectativa de solo lograr reproducirse. Con este tipo de prácticas diversos seres vivos  aseguran el futuro de su prole, promoviendo que  su devenir sea exitoso y con ello, resguardando a su linaje como conjunto.

A lo largo de la vida, las prácticas de cuidado parental evolucionaron de forma muy temprana. En principio de forma indirecta, como cuando una bacteria genera un entorno bioquímico adecuado para su vida; volviendo más fácil la sobrevivencia de los individuos resultantes de su reproducción solo por el hecho de estar en un ambiente propicio. Pero, también, de forma directa,  lo que evolucionó posteriormente, mediante un proceso igualmente prematuro.

 Los mamíferos son el grupo donde el cuidado parental alcanza niveles de mayor intimidad. Guanaco, Lama guanicoe, alimentando a su cría. © Bastian Gygli.

En este sentido, el primer ejemplo de cuidado parental que se ha encontrado como evidencia, corresponde a un animal parecido a un lagarto que vivió hace  309 millones de años atrás, llamado Dendromaia unamakiensis. Este reptil fue encontrado cuidando a un individuo más pequeño de su misma especie, creando un hallazgo que impresionó a la comunidad científica. 

Antes, se pensaba que la mayoría de los seres preferían generar la mayor cantidad de descendencia posible con la esperanza de que al menos algunos lograran sobrevivir, pero el Dendromaia unamakiensis lo cuestionaba.

Esta lógica de cuidados, los estudiosos la denominan “estrategia R” y en la actualidad aún existe dentro de múltiples grupos de organismos emparentados o taxa. Como ejemplo de esta fórmula, se encuentra el grupo de los hongos, que generan millones de esporas desde su cuerpo fructífero; o también la podemos ver en las cientos de crías que genera un salmón antes de morir.

Por otro lado, encontramos una fórmula completamente opuesta, la “estrategia K”, relacionada con el cuidado intensivo de poca descendencia que hacen algunas especies. La mayoría de los organismos con cuidado parental corresponden a este grupo, incluyendo a casi todas las aves y mamíferos (Pianka, 1970).

Ahora, como ocurre habitualmente en la naturaleza, ninguna generalización es tan estricta y de ahí,  esta dicotomía no siempre se cumple. Desde ahí, también existen grupos que tienen poca decencia y no cuidan de ellas, como por ejemplo algunas serpientes que simplemente abandonan los huevos luego de ponerlos. O por el contrario, hay seres que tienen un gran número de descendencia y que cuidan efectivamente de ella, como  el caso de algunos pulpos.

Las especies son concepciones humanas, pues la vida y sus componentes, son entes dinámicos que se encuentran en constante cambio y que están íntimamente relacionados. Desde ahí, el cuidado parental puede expandirse como concepto, llegando al cuidado mutuo, ya sea dentro de la misma especie o incluso en ecosistemas. .

Actualmente, la estrategia de cuidar la descendencia está ampliamente distribuida en la naturaleza y, entre más estudiamos y exploramos, más casos emergen. Estos son algunos ejemplos sorpresivos y otros muy cercanos de esta lógica de descendencia de los seres vivos.

El humano: el más cuidado

Uno de los casos de cuidado parental más extremos lo experimentamos de primera fuente ya que ocurre en nuestra propia especie. 

Los humanos somos los animales que presentan tal vez la dependencia relativa más grande y larga de todos en relación a su esperanza de vida. Esto se debe a que los humanos necesitan desarrollar múltiples y complejas habilidades cerebrales que requieren de largos periodos de tiempo para desarrollarse. Si bien, este proceso inicia en la gestación, este no alcanza a completarse durante los nueve meses, ya que la complejidad de la cognición requiere mucho más tiempo y el tamaño del cráneo debe mantenerse lo suficientemente pequeño para permitir el alumbramiento.

Pingüino de Magallanes, Spheniscus magellanicus, y su cría, en isla Magdalena, en la Patagonia. © Bastian Gygli

Por ello, el humano nace dotado sólo de habilidades reflejas como búsqueda de pezón y succión, sin autonomía para la sobrevivencia o habilidades como la búsqueda de comida o caminar. Justamente esto hace que las primeras etapas de vida de una persona sean de completa dependencia. 

Entre los primates más emparentados al humano, como los chimpancés, las crías incluso pueden al menos agarrarse de sus madres, permitiéndoles moverse más libremente. Pero en el caso de los humanos, la familia es quien se encarga de suplir todas las necesidades, además de generar un ambiente de apoyo y seguridad fundamental para el mundo social que habitamos.

Actualmente, esta faceta física y biológica se complementa con el ámbito cultural, pues las sociedades humanas funcionan como unidades expansivas que van más allá del individuo. De ahí, el descubrimiento y las reflexiones de una persona pueden ser continuados por otras. Desde ahí,  se va sumando energía a los procesos culturales y reflexivos a través de muchas generaciones, haciendo que el conocimiento se vaya acumulando y que, a su vez, aprender esta base de saberes tome cada vez más tiempo. De esta forma, se va  prolongando nuestra dependencia parental.

Se podría decir, incluso, que el proceso de aprendizaje y cognición nunca acaba, pues siempre estamos aprendiendo de nuestras figuras parentales. Por este motivo, muchas familias se mantienen unidas más allá de la maduración física y sexual; dependiendo económica, psicológica y emocionalmente del grupo familiar hasta edades avanzadas. 

El triunfo reproductivo de las aves

Junto con los mamíferos, el grupo animal donde el cuidado parental está más ampliamente distribuido son las aves: Aproximadamente un 90% de ellas se reproducen con estrategias de cuidado  de ambos padres (Wesolowski, 2004).

Esto es un número increíble y demuestra la fortaleza de esta estrategia, pues las aves son el grupo más diverso de vertebrados del planeta, con más de diez mil especies. Ellas, suelen construir o buscar nidos, donde pondrán sus huevos. En muchos casos, uno de los padres saldrá a buscar alimento, mientras el otro se quedará en el nido, haciendo guardia ante la amenaza de posibles depredadores o simplemente calentando los huevos para su óptimo desarrollo.  

Entre las aves, también es común que muchas parejas se agrupen en zonas idóneas, formando enormes colonias reproductivas. Allí suelen criarse miles de ejemplares, generando en su conjunto, un efectivo mecanismo de defensa contra los depredadores y permitiendo la interacción social de los recién nacidos.

Todas estas innovaciones y estrategias representan una gran inversión de energía. Por ejemplo,  en el caso de aquellas aves que vuelan enormes distancias para buscar alimento y después llevarlo a las zonas de nidificación. Este esfuerzo se compensa con la gran probabilidad de sobrevivir de las crías, lo que le permitirá a la especie, más allá de los individuos, seguir siendo parte del gran ecosistema planetario.

Árboles nodrizas

Uno de los ejemplos más interesantes de cuidado parental —que por estos días rompe con varias de las nociones que antes tenía la comunidad científica de estos procesos—, son los árboles. A pesar de su baja movilidad y relativa lenta capacidad de respuesta al entorno, ellos han encontrado formas ingeniosas de cuidar a su prole, de la forma más directa que podríamos imaginar.

Muchos árboles se consideran arquitectos ecosistémicos (para mayor información leer el siguiente artículo: https://endemico.org/expandiendo-concepto-vivo), esto significa que, tal como las bacterias en los primeros días de la vida, pueden cambiar su entorno para propiciar el crecimiento de su descendencia. Muchos árboles cambian la bioquímica del suelo para que solo puedan crecer  organismos de su misma especie, generando guarderías para los primeros estadios del desarrollo. Además, ese suelo también brinda cobertura y sombra, lo que puede ser muy útil para los árboles jóvenes (Barbosa, et al, 2009)

Pero, aún más increíble, es la relación directa que pueden tener los árboles entre ellos, a través de las micorrizas o las redes filamentosas de hongos (ver el siguiente artículo para saber más: https://endemico.org/lugar-los-hongos-ecosistema/). Gracias a ellas, los árboles adultos pueden conectarse y comunicarse con los más  jóvenes para responder directamente a sus necesidades, que en este caso, podrían ser nutrientes y agua (Binghan et al, 2012; Philip, et al, 2015). Esta red es lo que conocemos como funcionamiento comunitario del bosque, pues los árboles, en estos casos, no  están necesariamente cuidando a su descendencia, sino que van más allá y  apoyan a los diversos tipos de organismos: de su propia especie o de otras. 

Así, se constituye la evidencia natural que determina que las dinámicas de colaboración son tanto o más importantes que las de competencia.

Más allá del cuidado parental 

Ejemplos como el del bosque, nos llevan a mirar más allá de las relaciones de parentesco, hacia un espacio donde se difumina cada vez más la línea imaginaria que divide a los seres vivos. 

Las especies son concepciones humanas, pues la vida y sus componentes, son entes dinámicos que se encuentran en constante cambio y que están íntimamente relacionados. Desde ahí, el cuidado parental puede expandirse como concepto, llegando al cuidado mutuo, ya sea dentro de la misma especie, en especies similares o incluso en ecosistemas. Pues el bien de un ecosistema es un bien para los organismos que lo habitan.

El bosque es una red interconectada de organismos, donde existe cuidado parental directo a través de las redes de hongos. Bosque nativo, península de Wallpen. © Bastian Gygli

Como humanos, esto es una realidad que cada vez podemos ver con mayor claridad, gracias a que nuestra capacidad de entendimiento nos permite cuestionarnos nuestras costumbres y hábitos para así, cambiarlos hacia el futuro. Un futuro, que definitivamente necesita de más cuidados y cariño parental, mutuo y de todo tipo.

Bibliografía

https://www.lavanguardia.com/ciencia/20191223/472431638471/lagarto-fosil-origen-cuidado-crias.html

Barbosa, Pedro; Hines, Jessica; Kaplan, Ian; Martinson, Holly; Szczepaniec, Adrianna; Szendrei, Zsofia (2009). «Associational Resistance and Associational Susceptibility: Having Right or Wrong Neighbors». Annual Review of Ecology, Evolution, and Systematics 40 (1): 1-20

Bingham, M. A., & Simard, S. (2012). Ectomycorrhizal networks of Pseudotsuga menziesii var. glauca trees facilitate establishment of conspecific seedlings under drought. Ecosystems, 15(2), 188-199.

Carranza Almansa, Juan (2002). «La evolución del cuidado parental». En Soler Cruz, Manuel, ed. Evolución: la base de la biología. Proyecto Sur. pp. 193-212

Philip, L. J., Song, Y., Teste, F. P. (2015). Resource transfer between plants through ectomycorrhizal fungal networks. In: Horton TR, ed. Mycorrhizal networks. Springer berlin Heidelberg.

Pianka, E.R. (1970). «On r and K selection». American Naturalist 104 (940): 592-597

Wesolowski, Tomasz (2004). «The origin of parental care in birds: a reassessment». Behavioral Ecology 15 (3): 520-523. doi:10.1093/beheco/arh039