En el corazón de la región del Biobío (Chile), la comunidad de Tubul se erige como un laboratorio vivo de una simbiosis inédita entre la rigurosidad científica y la potencia expresiva del arte. Lo que germinó como una indagación académica sobre la «justicia azul» –un marco conceptual que persigue la equidad social y ecológica en los intrincados sistemas costeros y marinos– ha encontrado en la pintura mural una inesperada vía de profundización y resonancia. Lejos de ser una mera ilustración de hallazgos científicos, los murales que hoy adornan la escuela Brisas del Mar se han convertido en nodos de diálogo, archivos visuales de memoria colectiva y, fundamentalmente, en catalizadores de procesos de investigación participativa con un profundo impacto territorial.
La génesis de esta innovadora aproximación metodológica reside en la complejidad inherente a las problemáticas socio-ecológicas que afectan al Golfo de Arauco. Por un lado, el avance de la industria forestal, dominada por extensas plantaciones de pino y eucalipto, ha degradado ecosistemas, agotado fuentes de agua y elevado el riesgo de incendios. Por otro, el devastador terremoto y tsunami de 2010 alteró drásticamente la geografía costera y desarticuló actividades productivas tradicionales, como la recolección del alga pelillo, afectando especialmente a las mujeres recolectoras.
Estas experiencias de pérdida y transformación, lejos de ser olvidadas, han sido el motor de un proceso de investigación transdisciplinaria del Instituto Milenio en Socio-ecología Costera que buscó, desde su diseño, desafiar las formas convencionales de producción de conocimiento y cuyos resultados fueron publicados recientemente en la revista Ecology and Society. Frente a un escenario de alta complejidad socioambiental, el equipo del SECOS integró cuatro enfoques metodológicos interrelacionados: construcción de confianza («rapport»), entrevistas semiestructuradas, mapeos participativos y muralismo co-creativo.
El investigador del SECOS Steven Mons y quien fue parte del estudio subraya la singularidad de esta integración metodológica: “Son métodos que claramente se han aplicado en otras investigaciones, pero siempre de forma separada. Elegimos esta fusión porque nos permitió incluir una gran variedad de sistemas de conocimiento y experiencias territoriales en nuestro estudio, ayudando a comprender mejor los vínculos socioecológicos en el sur del Golfo de Arauco a través de la transdisciplina. Empoderar a las comunidades costeras a través de métodos participativos es clave para la coproducción de conocimiento territorialmente relevante”.
Mons añade que esta forma de investigación se caracteriza por ser “iterativa, reflexiva y recíproca, fortaleciendo la legitimidad del proceso y sus resultados”. Sin embargo, reconoce los desafíos en el análisis, visualización y organización de los datos, así como la necesidad de un compromiso a largo plazo con el territorio para construir confianza y cocrear la metodología, lo que la diferencia de la investigación científica tradicional al ser “un poco más lenta y desafiante, pero muy gratificante al centrarse en un diálogo continuo entre el conocimiento local, científico y artístico”
Los talleres de mapeo participativo congregaron a actores diversos: líderes comunitarios, pescadores artesanales, mujeres recolectoras y representantes de pueblos originarios. Sobre imágenes satelitales, los participantes trazaron sus experiencias: zonas afectadas por la sequía, sitios de contaminación, lugares sagrados, ecosistemas en riesgo. Los mapas resultantes no solo generaron información espacial valiosa, sino que permitieron visualizar patrones de injusticia y crear un lenguaje común entre actores con trayectorias y saberes distintos.
Dos heridas abiertas: monocultivos y desastre sísmico
El proyecto de muralismo, bautizado como «Tiempos de Muralismo», se inició en 2018 y se ha desarrollado a largo plazo con seis comunidades costeras. El desarrollo de un mural es un proceso iterativo y reiterativo, que implica meses de trabajo previo, incluyendo visitas al territorio, conversaciones constantes, la recopilación de fotografías y referencias, y la incorporación de dibujos e ideas de los propios niños. La conexión de este trabajo con el grupo de desarrollo costero y el mapeo comunitario fue un punto de inflexión para una mayor integración con la ciencia. De esta forma, en Tubul, y durante ocho intensos días, artistas, científicos, niños, recolectoras, profesores y pescadores se reunieron frente a una gran pared blanca.

A través de conversaciones, bocetos y pinceladas compartidas, construyeron una narrativa visual que reflejaba tanto las heridas del pasado como las aspiraciones de futuro. Para la artista e investigadora del SECOS, Fernanda Oyarzún, el proceso de pintado en sí mismo abrió un espacio único para la narración: “Ese contar que surge de la calma de tener tiempo y ser escuchados tiene una cualidad y profundidad muy distintas al mapeo y las entrevistas. Cuando uno pinta, las personas se instalan al lado, compartiendo saberes y memorias en un ambiente relajado, donde las conversaciones se materializan en el mural, con los participantes señalando detalles y corrigiendo elementos”.
En el Golfo de Arauco, la transformación del paisaje costero por el modelo forestal extractivista emergió como una de las principales injusticias socioecológicas mencionadas. La expansión de monocultivos de pino y eucalipto ha alterado el acceso al agua, secando esteros y afectando el suministro potable en zonas como Punta Lavapié. Además, se asocia con un mayor riesgo de incendios y contaminación, generando una percepción de amenaza constante. A pesar de esto, las comunidades han resistido protegiendo legalmente humedales y fiscalizando actividades industriales, defendiendo el valor ecológico e identitario de su territorio.
El segundo gran eje de injusticia se vincula a los efectos del terremoto y tsunami de 2010, que modificaron la ecología y la sociedad costera. El levantamiento tectónico drenó humedales clave como el de Tubul-Raqui, impactando el cultivo de pelillo, sustento económico comunitario, especialmente mujeres. Esta pérdida trascendió lo material, afectando una práctica colectiva con profundas raíces sociales y de apoyo mutuo. Los relatos compartidos y reflejados en los murales evidencian una memoria social marcada por la catástrofe y una valoración nostálgica de la vida anterior.

Arte, reconocimiento, acción colectiva y la búsqueda de Justicia Azul
Alonso Salazar, artista colaborador del proyecto, ilumina la naturaleza dinámica del proceso creativo: “Como artistas, partimos de un diseño básico que creció con las interacciones. Relatos sobre el tsunami, compartidos en un ambiente de camaradería, transformaron elementos visuales iniciales en representaciones profundas de su resiliencia. Es difícil describir cómo un grupo tan diverso construye una obra con un alma común, donde cada pincelada y cada historia compartida se sienten propias”. Salazar subraya la importancia de la inmersión territorial, revelando cómo “la vivencia en el lugar revela detalles y costumbres esenciales, como las ingeniosas herramientas para la extracción de navajuelas que pintamos en el muro, un símbolo de la sabiduría local para superar obstáculos. Necesitamos esa sabiduría de los habitantes, el conocimiento de los investigadores convertidos en pintores y la espontaneidad de los niños para contar la historia de Tubul en sus muros”.
En este contexto, la «justicia azul» se revela como un concepto que trasciende la mera equidad social y ecológica en los sistemas costeros, implicando la validación profunda de las experiencias, emociones y saberes de las comunidades como un pilar fundamental. Fernanda Oyarzún explica que en Tubul persiste el dolor del tsunami, una herida que abarca la pérdida de lazos afectivos y territoriales, la alteración del tejido social y la angustia por la degradación ambiental, un sentimiento de «solastalgia». Para Oyarzún, «las artes tienen el potencial de crear espacio a todo esto: a las emociones, memorias, a todo ese trauma, pero también riqueza en saberes que es conocimiento incorporado. Las prácticas artísticas pueden nutrir espacios que ayudan a resignificar, honrar, contener, hacer preguntas, generar diálogo…es un puente, una invitación, una puerta que permite empezar a pensar en el desarrollo sustentable como un espacio integrado y enraizado en la experiencia humana. Y eso es lo que necesitamos para generar verdaderos cambios».
«La ‘justicia azul’ se revela como un concepto que trasciende la mera equidad social y ecológica en los sistemas costeros, implicando la validación profunda de las experiencias, emociones y saberes de las comunidades como un pilar fundamental».
Steven Mons complementa esta visión al señalar que el enfoque integrador de ciencia, arte y territorio permite comprender a profundidad la persistencia de las injusticias en los sistemas socioecológicos costeros, democratizando la actividad científica y centrándola en las preocupaciones reales de las comunidades. Los mapas y los murales, en este sentido, actúan simultáneamente como herramientas de representación y procesos de participación, integrando el conocimiento local y ancestral con el saber científico. Mons sintetiza la «justicia azul» como «la búsqueda de la justicia social y ecológica en sistemas socioecológicos costeros, estrechamente relacionada con la sustentabilidad costera». Los mapeos participativos abordan muchas de las dimensiones negativas de la justicia azul, como las injusticias y vulnerabilidades, mientras que el muralismo cocreativo analiza los aspectos positivos, como los sitios de valor social y ecológico, las formas de organización y adaptación, y las prácticas tradicionales. Esta complementariedad metodológica, suplementada con entrevistas, se presenta como una vía apta para abordar la justicia azul en diversos contextos geográficos, siempre que se construya con las comunidades, adaptando las dimensiones positivas y negativas a cada territorio.
En las murallas de la escuela Brisas del Mar, la ciencia y el arte han convergido para dar voz a una comunidad resiliente. El proyecto del Instituto Milenio SECOS en el Golfo de Arauco no solo ha documentado las injusticias socioecológicas a través de métodos participativos innovadores, sino que ha demostrado cómo el arte, en particular el muralismo cocreativo, puede actuar como una poderosa herramienta de investigación, reconocimiento y acción colectiva. Al unir las experiencias, los saberes y las esperanzas de los habitantes de Tubul, se ha pintado un camino hacia un futuro donde la justicia azul deja de ser una aspiración para convertirse en una realidad tangible, construida sobre la memoria, la colaboración y la profunda conexión con el territorio. Este enfoque pionero ofrece una valiosa lección para otras comunidades costeras que enfrentan desafíos similares, demostrando que cuando la ciencia se enlaza con la creatividad y la participación ciudadana, se abren nuevas y prometedoras vías para la transformación social y ecológica.
«El enfoque integrador de ciencia, arte y territorio permite comprender a profundidad la persistencia de las injusticias en los sistemas socioecológicos costeros, democratizando la actividad científica y centrándola en las preocupaciones reales de las comunidades».