Por Ana Vallejos Cotter
Fue en diciembre del año pasado que aparecieron los primeros casos de lo que hoy se ha vuelto una pandemia global que lamenta a miles de muertes en diferentes puntos del planeta y que en este momento amenaza con azotar Chile de manera brutal. El coronavirus o COVID-19 nos ha tomado a todos por sorpresa, no obstante, no ha sido algo inesperado, ya que en realidad es solo uno más dentro de un modelo preocupante de aparición de nuevas enfermedades –que ha visto también aparecer al Ébola en Sudan del sur en 1976, el SARS en China el año 2003, el MERS en Arabia Saudita, entre otros.
¿Qué es lo que se repite en todos estos casos? Indudablemente, la aparición de estas nuevas enfermedades está ligada a la depredación de hábitats y ecosistemas naturales. Resulta que las enfermedades catastróficas son en gran medida un problema ambiental, ya que son el resultado de aquello que el ser humano le ha hecho a la naturaleza, particularmente, a los desequilibrios que ha causado en ella.
Ya sea por causa de la minería, la agricultura, el crecimiento de las urbes o la apertura de nuevas rutas de transporte, lo cierto es que gran parte del territorio que alguna fue vez virgen hoy está siendo transformado, alterando la relación entre las especies que lo habitan, tanto entre ellas como con los humanos.
Esta situación tiene varias aristas. Por un lado, las especies más sensibles se extinguen por la alteración de su hábitat (cambiando el equilibrio ecológico), por otro lado, especies que antes no se relacionaban o que mantenían mayor distancia entre sí ahora entran en contacto mucho más directo debido a la reducción de sus hábitats. Tercero, los humanos están en mayor cercanía con especies salvajes debido a la creciente urbanización y finalmente, aquello por lo qué se especula que causó el brote de COVID-19 en Wuhan: el tráfico de animales salvajes.
En el año 2008 Kate Jones, directora de ecología y biodiversidad de UCL identificó 335 enfermedades que aparecieron entre 1960 y 2004, las cuales al menos el 60% provenía de animales no humanos. Así mismo, el CDC (Centro para el Control de Enfermedades y su Prevención) de Estados Unidos, estima que tres cuartos de las enfermedades emergentes que infectan a los humanos se originan en animales no humanos. Por último, investigadores de la universidad de Pennsylvania afirman que solo se conoce aproximadamente el 1% de los virus existentes en animales salvajes. Es decir, solo hemos visto la punta del iceberg.
El motivo por el que estas enfermedades son tan nocivas para el ser humano es precisamente debido a su escaso contacto con ellas. De la misma forma que la llegada de los europeos a tierras americanas diezmó con enfermedades nunca antes vistas a la población indígena; las enfermedades que hoy remecen al mundo evolucionaron con portadores que históricamente han tenido poco o ningún contacto con el humano. Esto ha implicado que si bien estos patógenos solo causan molestias leves en su huésped original, al cruzarse a la especie humana produce síntomas graves y muchas veces, fatales.
El incremento de estas enfermedades no solo tiene que ver con la cercanía del humano con sus portadores, también con la alteración en sí del ecosistema y sus características. Los ecosistemas realizan lo que se denomina “servicios ecosistémicos“ (como la purificación del aire o del agua, creación de suelos, regulación de los ciclos y amortiguación de desastres naturales) entre los que ahora también se ha descubierto que proporcionan control de enfermedades. Cuando los ecosistemas se intervienen, pierden parcial o completamente la capacidad de realizar estos servicios. Por ejemplo, se ha demostrado que en el Amazonas el aumento en deforestación de apenas el 4% aumentó la incidencia de malaria en un 50%, debido a que los zancudos -portadores de la enfermedad- se multiplican a gran velocidad en las pozas de agua estancada propias de un área recién deforestada.
El Dr. Richard Ostfeild, científico del Instituto Cary de Estudios Ecosistémicos en Nueva York, afirma que existe un balance entre las diferentes especies que co-crean cada ecosistema, y que en su estado natural existen más especies que no portan patógenos a las que sí las portan. No obstante, cuando se altera ese equilibrio lo más común es que desaparezcan las especies que sirven roles protectores, y aquellas que funcionan como portadoras de enfermedades se multipliquen, ya que son las que mejor se adaptan. En palabras de Kate Jones “Al simplificar el sistema, las especies que sobreviven son justamente aquellas que transmiten enfermedades “.
Un claro ejemplo es el caso de la enfermedad de Lyme en la costa este de Estados Unidos, donde la fragmentación y reducción de grandes bosques expulsó a zorros, lobos, búhos y halcones, llevando a un crecimiento en la población de ratones de pata blanca, grandes reservorios de esta enfermedad, provocando un sinnúmero de contagios en la población.
A todo lo anterior, se suma la inmunología misma de la vida silvestre, es decir, el funcionamiento del sistema inmune de los animales en diferentes contextos. La bióloga Raina Plowright, de Pennsylvania State University, se ha dedicado a estudiar la distribución del virus Hendra, y descubrió que los brotes del virus eran escasos en zorros voladores rurales, sin embargo, eran mucho más comunes en los animales de áreas urbanas o sub urbanas. Su hipótesis es que los zorros voladores de la ciudad tienen una peor dieta y son más sedentarios, además de contar con menor exposición a la enfermedad, lo que los hace menos inmunes ante a ella.
Considerando todos estos puntos, los científicos abogan que es clave considerar que la salud de los ecosistemas y los animales está ínsitamente ligada a la salud de los humanos, y que la ecología debe convertirse en un factor a considerar, tanto dentro de la economía como de la salud pública. Un país que lidera la incorporación de este nuevo paradigma es Australia, quien ha invertido millones en realizar los estudios que permitan comprender la ecología del virus Hendra en los murciélagos, para así prevenir nuevos brotes.
Es importante comprender que la amenaza de estas enfermedades siempre ha existido, lo que ha cambiado (aumentando nuestras posibilidades de contagio) es nuestra relación con ellas; nosotros mismos nos hemos hecho más vulnerables. Según el Dr. Richard Ostfield “Existe una mala lectura de la situación, que propone que los ecosistemas son una fuente de amenaza para nosotros, este pensamiento está errado. Es verdad que esta amenaza esta presente, pero es la actividad humana sobre la naturaleza y nuestra intervención en ella la que convierte la amenaza en un daño.“
Es preciso analizar otro impacto del ser humano sobre las especies salvajes: el tráfico, tanto para mascotas como para consumo. En este sentido es fundamental entender que los patógenos no respetan las fronteras entre especies, es más, los virus mutan naturalmente y pueden recombinarse para crear nuevos virus. Thomas Gillespie, ecólogo de enfermedades de la universidad Emory, afirma que por lo mismo, los mercados donde se transan animales traficados conforman un caldo de cultivo para la transmisión de patógenos entre especies, y dice que cuando el patógeno tiene acceso a especies nuevas, el potencial de multiplicación es aún más rápido.
Dados los claros riesgos de gatillar nuevas pandemias mundiales, la Wildlife Conservation Society (WCS) y Global Wildlife Conservation demandan una prohibición permanente del tráfico de vida silvestre y de los mercados de animales vivos. Siguiendo a la pandemia del COVID-19 han habido avances: China ha anunciado la prohibición del consumo de animales salvajes, mientras que Vietnam le ha seguido con una prohibición tanto del comercio como del consumo de vida silvestre. Chris Walzer, director ejecutivo de WCS, dice que espera ver un efecto dominó en cuanto a legislaciones y restricciones en la región, debido a que los mercados de estos países vecinos están altamente interconectados.
“Estamos en una era de emergencia crónica“ dice Brian Bird, investigador virólogo en la Universidad de California, “los riesgos hoy son grandes, siempre estuvieron presentes, pero nuestra interacción con ellos los hace hoy más peligrosos, entre otras cosas porque hoy le permitimos a las enfermedades que viajen más rápido y más lejos.“ Por su parte Eric Fevre y Cecilia Tacoli, investigadores en IIED (Instituto Internacional de Ecología y Desarrollo) hacen un llamado a repensar la estructura urbana, especialmente en lo que respecta a poblados informales y de bajos ingresos. “Los esfuerzos cortoplacistas están enfocados en contener la enfermedad, pero una mirada a largo plazo debe enfocarse en la planificación urbana y el desarrollo en sí.“
Por último, cabe mencionar en estudio realizado el 2015 por científicos de Byrd Polar and Climate Research Center asociados a Ohio State University, en conjunto con investigadores de Institute of Tibetan Plateau Research of the Chinese Academy of Science, donde recolectaron muestras de hielo del glaciar Guliya en Tibet, el glaciar más antiguo de la tierra con 15.000 años. El estudio reveló 33 grupos de virus de los cuales 28 eran desconocidos. Se suma por tanto una nueva alerta frente al cambio climático, no solo por el crecimiento del nivel de las aguas y su consecuencia para varios países, sumado a la escasez hídrica, sino también porque ahora conocemos el peligro que el derretimiento de glaciares libere a estos diversos patógenos al ambiente.
La destrucción del medio ambiente se viene produciendo a niveles cada vez peores debido a la incapacidad de los países y de los organismos internacionales para legislar categóricamente en torno a su protección efectiva. No solo están aumentando los niveles de contaminación, provocando el cambio climático y extinguiendo especies de manera masiva, también están creando hábitats donde enfermedades peligrosas para el ser humano se transmiten de manera veloz y mortal. Si fallamos en comprender y cuidar el mundo natural, la descompensación de los sistemas naturales tendrá consecuencias mucho más graves que lo que vemos hoy.
Ana Vallejos Cotter es Licenciada en Artes y Humanidades PUC y MA en Proceso Creativo NUI. En su trabajo ella busca formas de poner la creatividad al servicio de la naturaleza. Es parte del Equipo Editorial de Endémico.