Christopher Timmermann: psicodélicos para una ecología de la mente

Dentro de un laboratorio del Imperial College en Londres, un paciente está bajo la influencia del compuesto químico dimetiltriptamina (DMT), sustancia psicoactiva que se encuentra naturalmente en una gran parte de los seres vivos, incluso los seres humanos. Este compuesto se encuentra en grandes cantidades en plantas amazónicas tales como la chacruna, uno de los ingredientes principales de la ayahuasca. Christopher Timmermann, neurocientífico chileno radicado hace años en la capital inglesa, acompaña al paciente en su viaje de sanación. Junto a un interdisciplinario equipo de científicos de esta casa de estudios —uno de los pocos lugares en el mundo que investigan psicodélicos—  busca ayudar a pacientes con depresión, adicciones, estrés postraumático y otros trastornos para sanar la mente y espíritu. 
Una revelación que puede ocurrir durante esta experiencia es la noción de que estamos conectados con el universo dice Christopher Timmerman. © Thomas Angus.

Desde pequeño Timmermann se interesó en el funcionamiento de la psique humana, especialmente bajo el impacto de sustancias ajenas. Esto lo llevó a estudiar psicología, y luego —motivado por el contexto cultural latinoamericano—, decidió aproximarse a los psicodélicos y estudiar neurociencias. Inspirado en la teoría de la vida y de la mente de Humberto Maturana y Francisco Varela continuó con un doctorado enfocado en estudios de la mente bajo la perspectiva de los psicodélicos. 

Hace pocos meses, junto a un grupo de científicos chilenos, formaron la Fundación para el Estudio de la Conciencia Humana (Fundación EcoH), donde han comenzado a implementar lo que podría ser el uso de psicodélicos y prácticas no ordinarias de conciencia —como la meditación— en Chile. Conversamos con Christopher Timmermann para comprender la evolución de estos estudios y la conexión que tienen con nuestras diversas crisis planetarias.

Christopher Timmermann, neurocientífico chileno radicado hace años en la capital inglesa. © Thomas Angus, intervención por Cristian Toro.

¿Cómo te llevó tu propio contexto local a interesarte en estos temas? 

Desde siempre tuve un interés por entender la mente. Unir eso al contexto sociocultural indígena y mestizo de Latinoamérica me llevó a un interés personal por los compuestos psicodélicos. Pero no solo fueron las especies que contienen DMT, también eran especies como los hongos psilocibios, y los cactus que contienen mescalina: el San Pedro, que se encuentra en muchas partes de Chile, y el peyote, presente en todo Norteamérica. Todos ellos tienen grandes posibilidades terapéuticas.

Chile tiene una conexión particular con el DMT. Uno de los reservorios arqueológicos de este compuesto más grandes del mundo está en el desierto de Atacama. Por ejemplo, si vas al subterráneo del Museo Chileno de Arte Precolombino en Santiago encontrarás una sección acerca de las pipas del desierto de Atacama que contienen DMT. Están también las tablitas donde molían y aspiraban las semillas de Anadenanthera, que contienen esta molécula. Hay evidencia ancestral de esta práctica desde hace cuatro mil años. El tema es que el uso de esta sustancia en Chile no corresponde a linajes vivos: las prácticas han desaparecido, están escondidas. Pero el registro histórico arqueológico sigue ahí. 

¿Cómo funciona la molécula del DMT?

Lo que sabemos del DMT y otros psicodélicos como el LSD, los hongos mágicos y la mescalina (del peyote), es que actúan sobre un receptor específico en el cerebro, que es el receptor de serotonina 2A. 

La serotonina está involucrada en muchos procesos de conciencia. Eso genera una serie de efectos a nivel de redes neuronales que invitan al cerebro a desaprender sus patrones habituales para generar nuevas experiencias: una hiperconectividad cerebral que reprograma el cerebro. Esto resulta muy interesante en contextos de psiquiatría, ya que a diferencia de los tratamientos convencionales, la terapia psicodélica no requiere de medicamentos a largo plazo al tratar la depresión o las adicciones. Esto, porque obliga al paciente a enfrentarse a los procesos de una manera tan intensa que las emociones y el miedo asociados a estos trastornos se comienzan a disipar. 

La dirección que toman estas conexiones neuronales está muy determinada por el contexto donde ocurren estas experiencias, lo que se llama el set y el setting.  El set corresponde al estado mental de la persona previa a la sesión terapéutica y el setting se refiere a todas las condiciones del contexto y el terapeuta que acompañan a la sesión psicodélica. Hoy está estudiado que si el proceso es acompañado por un facilitador que ayude a la persona a llegar a buen puerto, el proceso será transformador y será posible la sanación. Esto hace que la terapia psicodélica sea muy especial, es una mezcla entre psiquiatría y psicoterapia.

La dirección que toman estas conexiones neuronales está muy determinada por el contexto donde ocurren estas experiencias. © Cristian Toro.

¿Qué otros ejemplos existen de pueblos originarios que usaron esas sustancias? 

En Chile se han encontrado pipas de cerámica (en forma de T) que se usaron por varias culturas prehispánicas hasta el 400 d. C. en el Norte Grande y hacia el 1000 d. C. en el Norte Chico y Chile Central, para aspirar sustancias psicoactivas. En la actualidad, esta práctica persiste en comunidades indígenas y mestizas en Latinoamérica y se asocia a ritos ceremoniales realizados por las machi como rituales de fertilidad de la tierra, sanación de enfermos y adivinación.

En países vecinos a Chile, culturas que clásicamente consumen Ayahuasca son las shipibo en Perú; también en Putumayo, Colombia. En Brasil hay casos como los huni kuin, que tienen otras formas de consumirla. Están también las religiones más sincréticas y modernas como el Santo Daime, que ha combinado el cristianismo y aspectos indígenas con el uso de ayahuasca. 

Luego está el uso de hongos Psilocybe —los hongos mágicos— en México y Guatemala. Existen registros históricos en los que su uso como enteogénicos presenta al menos 500 años de antigüedad. Y, si bien no existe evidencia directa, sus usos podrían ser incluso milenarios. 

Finalmente están el peyote y el San Pedro, especies de cactus encontradas en nuestro continente, donde se sabe que se consumían hace cinco mil años. Y ejemplos más recientes, como el caso de iglesias reconocidas en EE.UU. que consumen peyote de manera legal, tal como lo es el Native American Church, que también es un caso sincrético que fusiona prácticas indígenas de consumo de peyote con el cristianismo.

Existe una connotación valórica y política al llamar “drogas” a estos compuestos o plantas enteogénicas. ¿Cómo distinguir cuándo usar esa palabra tan cargada? 

Hoy vivimos un momento crucial donde estamos reconceptualizando lo que entendemos como droga. Desde un punto de vista científico, una droga es algo que altera un funcionamiento físico o mental, y no tiene una connotación valórica. Si bien no considero que todas las plantas sean drogas, sí podemos decir que hay plantas con ciertos compuestos que al administrarse en un contexto cultural occidental, logran el efecto de una droga.

Respecto al uso de las plantas en el contexto latinoamericano, las culturas chamánicas asociaron la ayahuasca a ideas cosmológicas y espirituales. En mi opinión, el uso de estas sustancias (ya sea en formato de planta o sintético), tiene una capacidad de generar efectos diversos para distintos propósitos. La palabra enteogénico—que en griego significa “manifiesta un espíritu”— se refiere a todas aquellas plantas y hongos que ancestralmente se han administrado en contextos sagrados con una finalidad de desarrollo espiritual. 

Sin embargo, no necesariamente puede buscar ese objetivo. Existen chamanes en Latinoamérica que han usado la ayahuasca para cazar o para combatir brujos que están compitiendo por el mismo territorio. Y como bien sabemos, hay muchas posibilidades recreacionales relacionadas al uso de estas plantas, y por lo tanto a mi me parece que llamar a estas sustancias como psicodélicos, es más inclusivo en relación a la diversidad de usos asociados a estos compuestos.

¿Hay algo más que hoy se esté descubriendo respecto a dolencias que estos psicodélicos puedan tratar?

Hay varias condiciones que se están examinando: depresión, adicciones, más recientemente  anorexia, trastornos de ansiedad, tratamientos de pareja y estrés post traumático. En este momento, la posibilidad de que los psicodélicos puedan ayudar para estas condiciones sigue siendo especulativa, ya que para establecer este potencial necesitamos más estudios, pero hasta el momento los resultados son muy prometedores. 

Lo que me parece más interesante es que la evidencia científica ha demostrado que cuando las personas toman psicodélicos de manera espontánea, alcanzan mayor conexión con la naturaleza. La posibilidad de reconectar con la naturaleza es otra consecuencia de consumir psicodélicos, y trae soluciones muy interesantes para enfrentar la crisis ecológica.

Hoy vivimos una resurgencia para descriminalizar estas sustancias, por ejemplo, a través del movimiento Decriminalize Nature en Estados Unidos, que busca recuperar su enorme potencial ¿Por qué se criminalizaron los psicodélicos, en primer lugar? 

Después de la invención del LSD en 1938 por Albert Hoffman (que fue accidental) los psicodélicos pasaron a ser en Estados Unidos una herramienta muy útil para el tratamiento de trastornos psiquiátricos y el estudio de la conciencia. Fue posterior a ello, durante las décadas de los años sesenta y setenta que se asociaron a la contracultura del movimiento hippie, lo que generó gran tensión entre los movimientos activistas y el gobierno. 

Al mismo tiempo, se generó una percepción más o menos errónea de los riesgos asociados a los psicodélicos: la ONU declaró que los psicodélicos son drogas sin valor médico y sustancias que conllevan un alto riesgo para la salud, dos aspectos que en la actualidad están siendo refutados.

Lo anterior les dio el estigma de que además de no poseer beneficios para la salud mental, pueden enloquecer a la población. Apareció la idea, por ejemplo, de que una persona que consume puede saltar al vacío desde lo alto de un edificio. Si bien existen casos aislados de riesgos, la evidencia científica ha mostrado los últimos 20 a 30 años, que en contextos adecuados los psicodélicos no tienen efectos de toxicidad que sean medibles. Al contrario, podrían generar un gran beneficio a nivel terapéutico. Incluso algunos hablan de más allá de un beneficio para gente con trastornos mentales y más de un desarrollo humano generalizado: de la posibilidad de potenciar nuestra creatividad y el bienestar en general.

Como mencionas, una de las fuerzas más importantes en la conversación actual sobre el uso de psicodélicos es Decriminalize Nature. Los psicodélicos, siempre que no se usen para hacer daño a las personas, refuerzan la idea de libertad cognitiva. Esto tiene que ver con la idea de que si alguien lo desea, puede, de alguna forma, transformar su conciencia y voluntad  —sin molestar a nadie— al consumir psicodélicos. Los casos más emblemáticos de descriminalización de drogas están en Oregon, Estados Unidos. Hoy, este estado es visto como un caso de estudio para ver cómo se va a implementar el uso de psilocibina en terapia de una forma legal. También hay movimientos importantes como el Compassionate Care Act en Canadá. Allí, personas con enfermedades terminales viven una experiencia psicodélica para reducir su ansiedad existencial frente al fenómeno de la muerte. Probablemente cada día veamos más de estos movimientos. 

“Latinoamérica presenta una invitación para tratar este tema con una mirada mucho más amplia, porque es de los pocos lugares del mundo con culturas vivas que desde tiempos inmemoriales han usado plantas enteogénicas” (Christopher Timmermann).

¿Cómo ha sido el contexto de descriminalización en Latinoamérica? 

El caso de América Latina es interesante, porque ha existido mucho prohibicionismo y al mismo tiempo una cultura fuerte en torno al uso de estas sustancias. La gran pregunta es, ¿cómo abres el acceso para que sea seguro, responsable y acompañado? 

Al mismo tiempo, hay comunidades mestizas o indígenas que usan estas sustancias hace siglos. Entonces hablar de procesos de legalización y descriminalización que restrinjan esos usos es complejo. Latinoamérica presenta una invitación para tratar este tema con una mirada mucho más amplia, porque es de los pocos lugares del mundo con culturas vivas que desde tiempos inmemoriales han usado plantas enteogénicas. Al mismo tiempo existen otros problemas debido a un uso desregulado de estas sustancias. Con la popularidad que están adquiriendo, es importante considerar la conservación de estas plantas frente a la sobreexplotación, para que estas prácticas originarias persistan a lo largo del tiempo.

Tal vez una de las razones más profundas de la crisis ambiental es nuestra desconexión con todos los otros seres vivos y sistemas de vida, contrario a cómo viven y vivían los pueblos originarios. Pienso que los psicodélicos ofrecen esa experiencia de reconexión ancestral. ¿Cómo has experimentado este vínculo en tu práctica? 

Hay ciertos fenómenos —o epifanías—  que se cumplen en una experiencia psicodélica. Una de ellas está en experimentar la “muerte del ego”, donde logramos replantear nuestra identidad, fuera de las limitaciones culturales del “yo”. Esto es muy potente, porque tiene el potencial de derrumbar maneras de pensar al ser humano como al centro del universo y replantear nuestro lugar en el mundo como algo fuertemente interconectado con otros seres vivos y nuestro ambiente. 

Una revelación que puede ocurrir durante esta experiencia es la noción de que estamos conectados con el universo; que cada especie, cada elemento en la naturaleza convive y es parte de una misma red de vida colaborativa. Esto puede estar muy alineado con el pensamiento científico actual: somos parte de sistemas de vida; y nosotros también somos sistemas biológicos interconectados. 

Existe temor por parte de muchas personas para probar estas plantas y hongos, sin embargo, estamos aprendiendo que pueden ser grandes herramientas al momento de pensar y reparar las múltiples crisis que vivimos en la actualidad: la ambiental, existencial, la crisis del espíritu y de la conciencia. ¿Cómo podemos sanarnos para así reparar también nuestra relación con los otros seres vivos?

Quisiera volver a esta idea de encontrarse con otras realidades para sanar el medioambiente. Mi sensación es mucho más sencilla. Creo que lo que hacen estas sustancias es presentarnos la posibilidad de vivir una  alteridad radical, de experimentar una dimensión de la mente y el espacio que de otra forma tal vez no tendríamos acceso. Si esa alteridad es verdad o no, no lo sé. Pero sí tengo la hipótesis de que a través del uso responsable de estas sustancias hay una oportunidad de renegociar una forma de encontrarnos con nosotros mismos, con la naturaleza y con las demás personas.