El veganismo, siendo una palabra que evoca fácilmente restricciones dietarias y de vestimenta que están intrínsecamente ligadas a la cría intensiva de animales y los horrores que eso conlleva, no es necesariamente un concepto que se relacione con el humor. Sin embargo, el director y comediante inglés Simon Amstell ha logrado lo que parecía imposible: hablar del veganismo a través de un relato lleno de risas.
“Carnicería: tragando el pasado” es una película que parece ser un documental pero en realidad es una obra que no está basada totalmente en hechos sino que su estructura permite crear la ilusión de estar frente a una obra cien por ciento real. La utilización de material de archivo e información fidedigna mezclada con actuaciones ficcionadas hacen de este mockumentary una pieza dinámica que sin duda rememora a cientos de documentales serios y de alto impacto. De hecho está narrado por una voz idéntica a la de los entrañables documentales de la BBC, la casa productora del filme, lo que hace al relato más creíble y allana el paso a lo que es la verdadera información entregada. “Carnage” entonces pasa a ser una entretenida excusa para tocar temas tan sensibles como el maltrato animal, los problemas de salud y climáticos que la ganadería implica y por sobre todo, crea conciencia acerca de la ética con que tratamos a los demás animales.
La historia comienza en el año 2067 donde los jóvenes han crecido en un mundo donde nadie come animales y nuestro planeta se ha transformado en un lugar donde la prosperidad es plena y se ha alcanzado gracias al respeto y solidaridad con todos los seres vivos. Los adolescentes por lo tanto no pueden comprender que en algún momento de la historia humana las personas comían a otros mamíferos y es por esto que se prestan para, a través de equipos de alta tecnología, experienciar lo que era vivir en nuestros tiempos donde el consumo de carne y productos lácteos a gran escala es considerado ético. Las personas mayores muestran en el filme mucha vergüenza por haber sido parte de la masacre de la carne y deben participar en terapias intensivas que los libre de la culpa de haber tenido tan poca consideración con el resto de los seres vivos y el planeta, y tratan de explicar a los más jóvenes que en estos tiempos, comer carne no era considerado sólo normal, sino que saludable.
Cuando empezamos a rememorar es cuando conocemos momentos históricos claves para la crónica de nuestra alimentación, como por ejemplo, cuando en la segunda guerra mundial escaseaban los alimentos y en Inglaterra se recurrió al racionamiento. Es ahí donde se desarrollan los primeros sustitutos de la carne, los huevos y otros productos de origen animal. A medida que avanzamos en la línea de tiempo la ficción y la realidad se entremezclan constantemente para ingeniosamente demostrar cómo el gobierno, a través de políticas públicas, y la publicidad, a través de insinuaciones de glamour y bienestar, han inculcado en la población la idea de que comer animales es necesario e imperativo para el ser humano contemporáneo.
Gracias a mecanismos cinematográficos como el montaje paralelo, se hace evidente la obsesión que tenemos con algunos animales, así como también la esquizofrenia que padecemos al llorar a nuestras mascotas para después comernos sin problemas a otros tantos animales que se les asemejan (fenómeno denominado «especismo»).
También se utilizaron astutamente distintos tipos de gráficas que no solo tienen una función de acento del contenido sino que también de hacer reír a carcajadas, como cuando las identidades de antiguos consumidores de lácteos están protegidas por el usual cuadrillé digital sobre sus caras, mientras nombran todos los tipos de quesos que llegaron a consumir. Entendemos también, gracias a un contraste entre la música, el sonido y las imágenes, cómo las modas moldean nuestras decisiones, ya que conocemos a los primeros que se autodenominan veganos en los años setenta y son personas que difícilmente podrían inspirar a otros a seguir su estilo de vida, pero que con el paso de los años y la conversión de grandes estrellas de cine y la música al veganismo se hace socialmente aceptable dejar de consumir productos derivados de animales.
Ya desde los años ochenta en adelante la carne deja de parecer carne y Amstell considera éste uno de los grandes gatillantes de la indiferencia que tenemos ante el origen y consecuencias de nuestras opciones alimentarias. Paralelamente la publicidad cambia su enfoque hacia los niños, quienes crecen comiendo animales sin jamás hacer la relación de que eran seres con sentimientos ya que un chicken nugget no tiene nada que ver con un pollo, por ejemplo, y es de esperarse que al ser adulto no tenga sensibilidad ante la tortura que está detrás de ese alimento. La sexualización del consumo del yogurt también aparece como uno de los artilugios del marketing que hace olvidar que los lácteos han sido relacionados con varios tipos de cáncer, incluyendo el de mamas, y al alto impacto que generan estas industrias en el medio ambiente.
La Organización de las Naciones Unidas ha declarado el veganismo esencial para combatir el cambio climático. El costo en agua, terreno y contaminación que implica la cría de intensiva de animales tiene un precio que sencillamente no podemos pagar con la población actual mundial y menos con sus proyecciones a futuro. Son innumerables las obras audiovisuales que enumeran y constatan la directa relación que existe entre comer productos de origen animal y los efectos del calentamiento global, como son los fenómenos climáticos extremos e inusuales, las inundaciones, las olas intensas de calor y frío, los tornados, etc. Esta película es la única hasta el momento que sólo a través de la ironía logra tocar la fibra de hasta el más escéptico y expone sin lugar a dudas que alguien que se preocupa por el medio ambiente y su biodiversidad simplemente no puede comer animales.
* El documental completo está disponible en el siguiente enlace (no cuenta con subtítulos en español).