Cabeceras, memoria de una localidad a través de sus aguas

A diferencia de las grandes urbes en las que la población tiende a ser menos consciente de la importancia del agua, en el mundo rural se suele palpar el rol de este elemento en todo el quehacer cotidiano. Este es el caso de Cabeceras, un caserío del secano costero ubicado en la región del Libertador Bernardo O`Higgins, a unos 20 km al sureste de Pichilemu. Con la ayuda de las distintas voces de sus habitantes daremos forma al paisaje y la historia de esta localidad durante gran parte del siglo XX. A su vez, el agua será el hilo conductora de las vivencias de los habitantes con sus actividades y ciclos productivos, las relaciones de poder y otras cuestiones propias de la vida de los cabecerinos.
Vista de Cabeceras desde uno de sus cerros. © Danilo López

Este caserio debe su nombre a una característica geomorfológica. Según Lorena Leiva, Andrea Pequeño y Pablo Baeza, investigadores y escritores de “La Sal De La Vida: memorias de las antiguas salinas de la laguna de Bucalemu”, este lugar fue bautizado gracias a sus cerros y lomas, lugares escogidos por los antiguos habitantes para establecer sus viviendas. En estas “cabeceras” de cerros no existía el riesgo de inundación producto de agua dulce que bajaba por esteros y quebradas, ni del agua de mar proveniente del Océano Pacifico que, según se constata por la actividad salinera, entraba hasta las cercanías de la localidad. 

Durante todo el siglo XX este caserío se caracterizó por presentar grandes inundaciones en las partes bajas en las épocas invernales. Sin embargo, este fenómeno en la actualidad no existe. El único rastro de agua que queda son algunas lagunas que se llenan con las escasas lluvias de invierno y se secan conforme se acerca el verano. Uno de estos humedales fue, durante la última parte del siglo XIX y gran parte del s. XX, zona de salinas.

Foto de 1983 del estero de Cabeceras. Paradójicamente en la actualidad hay un puente en esa zona, sin embargo por el estero corre muy poca o nada de agua. © Patricia Cabello

Las salinas de Cabeceras

Las salinas de Cabeceras existían gracias a la entrada de agua de mar desde el estuario de Bucalemu. Este sector vecino se pobló a través de los años, de hecho según Lorena Leiva, la población de Cabeceras antiguamente superaba con creces a la de Bucalemu (hoy la segunda localidad mayormente poblada de la comuna). Este aumento poblacional provocó, entre otras cosas, una menor entrada de agua de mar producto de las construcciones en el borde costero, y también un mayor deterioro de las aguas que llegaban a las salinas de Cabeceras.

Salinas de Cáhuil, localidad cercana a Cabeceras. Hasta la actualidad existe una pequeña industria salinera en este poblado. © Constanza López

Por otro lado, el constante auge minero, trajo consigo una mayor y mejor conectividad hacia los territorios nortinos (que era donde estaban las minas). Esto derivó en un menor costo de producción de la sal de mina, que terminó por perjudicar la producción costera de sal. Además, conforme aumentaban actividades productivas en el mar (principalmente en Bucalemu), la producción costera de sal se fue encareciendo. El fin de la actividad salinera acaba finalmente con la implementación de la ley de yodado de la sal bajo el gobierno de Frei Montalva¹, que acrecentó la ventaja competitiva de la sal de mina. Las empresas mineras, además de explotar la sal de mina, tenían explotaciones de yodo que facilitaban de buena manera el proceso de yodado. Finalmente, la producción de sal en Cabeceras se terminó por completo en 1985.

Los humedales

Con el término de la actividad salinera se produjo un cambio paisajístico importante. Los antiguos yacimientos volvieron a ser humedales, similares a otros que se pueden encontrar en la parte baja de Cabeceras. El agua continuó produciendo un paisaje digno de contemplación, esta vez provocado por el termino de una actividad productiva.

Bandada de patos en el humedal de Cabeceras, a lo lejos en los cerros se puede apreciar las plantaciones de pino. © Danilo López

Luego del declive salinero, la dinámica de la localidad fue la de producir en verano, para llevar la carreta cargada, ya sea de sal o de productos agrícolas hacia el Valle Central. Aliro Martínez, vecino de la comunidad y ex salinero que ha vivido toda su vida en Cabeceras, relata : “estos cerros eran de pura siembra, de arvejas, chícharo, avena y trigo”. Todos estos cultivos eran los que luego se intercambiaban y vendían principalmente en el Valle de Colchagua. Una vez allí, los vecinos (todos hombres) iban a trabajar a las “temporadas” como llamaban ellos, en los meses de marzo hasta mayo aproximadamente. Así lo confirman varios testimonios como el de Delfina López, hija de antiguos locatarios de la zona: “mi papá en marzo se iba con la carreta a Santa Cruz, llevaba trigo, se tardaban 3, 4 días en llegar allá, y luego volvían cargados de papas, de porotos que no se daban acá en la zona. Traían de todo para pasar el invierno”.

Jornada de cosecha de trigo propias de los meses de verano. Colección de la familia Catalán Mayor, autor desconocido.

La vida en invierno tenía como elemento común el aislamiento de la localidad. Emilio Cornejo, vecino de esta comunidad, relata la dificultad que existía para el tránsito, producto de los lodazales que se formaban con el agua. Además, la crecida del estero cortaban el camino lo que transformaba en verdaderas travesías lograr llegar a pueblos como Paredones (a 11 kms aproximadamente desde Cabeceras): “esto era todo barro oiga, si para salir de aquí había que mojarse entero, Cabeceras era como una isla”.

En este sentido, los habitantes volvían de las “temporadas” con múltiples alimentos del valle central que les permitían sobrellevar el invierno. Sin embargo, estos no eran los únicos alimentos que los vecinos de Cabeceras consumían. Los humedales guardaban una cantidad enorme de especies. Según el testimonio de Delfina López, la cantidad de aves y animales antiguamente era gigantesca, se veían “perdices, patos, cisnes, gansos, conejos, liebres, torcazas” sobre todo los meses de invierno. Esta realidad significó que múltiples vecinos practicaran de la caza no solo para el alimento diario, sino también como una actividad productiva.  

El hogar y la actividad agrícola.

Rosa Catalán, quien falleció el año pasado en Cabeceras después de toda una vida en la zona, relata: “aquí mismo frente a mi casa todos estos planes eran pura agua”. Por planes ella se refiere a las partes que no están en altura y que tenían tendencia a inundarse en las temporadas invernales. Sin embargo, el agua no solo presentaba un riesgo de inundación, sino también una oportunidad gracias a las vertientes.

Vista desde la casa de Rosa Catalán. Ese plan que hoy se ve árido y seco antiguamente se inundaba completamente. © Danilo López

Toda civilización, pueblo o comunidad guarda una fuerte relación con una fuente hídrica, Cabeceras no fue la excepción. Según el testimonio de Manuel Perez C., vecino de esta comunidad: “antes no había agua potable, antes se vivía a pura noria”. El agua potable llegó recién en la década del 90, por lo que la locación de las casas estaba condicionada por la existencia de vertientes y norias cercanas que permitieran utilizar el agua para sus huertos, cosechas o animales. 

A pesar de la existencia de múltiples actividades, la agricultura y ganadería de tipo tradicional —es decir, con el fin de subsistir más que de generar excedentes eran las más importantes para los habitantes de la localidad. La evidencia de la subsistencia como objetivo de la producción se encuentra en la escasa concentración de la propiedad que existía en el territorio. La organización territorial estaba basada en familias que concentraban pequeños o medianos paños de tierra en donde cultivaban o dejaban a sus animales para vivir. Conforme pasaron los años, los jóvenes migraron a las urbes en busca de trabajo, lo que dejó estos territorios sin gente que las trabajara. Bajo este contexto aparece no sólo la actividad forestal como una alternativa de sustento, sino también la concentración de la propiedad. 

La llegada de la actividad forestal

En las urbes existían más y mejores fuentes de trabajo para los habitantes jóvenes de la localidad, así es como “la gente nueva no tuvo en que trabajar y al final la ciudad se los llevó” (Rosa Catalán). Esto trajo consigo el vaciamiento de la localidad, lo que significó la venta de muchas propiedades y facilitó a su vez la concentración de estas tierras. Este proceso, sin embargo, se desarrolló lentamente.

Totoras secas del humedal, atrás un bosque de pinos. © Danilo López

Paralelo a este proceso, a escala nacional el Estado, en plena dictadura cívico-militar, consagra el DL-701 que incentiva la plantación forestal. Esto fue una oportunidad para muchos habitantes de obtener dinero. Pequeños propietarios aprovecharon los subsidios desde la década de los 80 en adelante, para la plantación de pinos. Con el fin del milenio, la agricultura disminuyó considerablemente y para el 2010 las plantaciones forestales ya ocupaban la mayor parte del territorio de la comuna de Paredones y de la localidad de Cabeceras.

Jose Silva, vecino del sector de San Francisco de la Palma, agricultor dueño de tierras de la ‘Vallica’, relata “aquí antes del 80 cultivábamos con salitre, ahora todo el salitre se lo llevan los japoneses y nosotros nos tenemos que conformar con cultivar a pura urea, que además se encarece todos los años”, continua hablando sobre la competencia con otros mercados: “antes todo el trigo se cultivaba acá en el país, ahora en cambio, puro que traen trigo de afuera porque seguramente es más barato, a eso súmele que nadie de los jóvenes quiere trabajar aquí”.

Las causas del fin agrícola en la localidad al igual que el fin de las salinas guarda relación con la poca rentabilidad que poseía la actividad en el contexto nacional. Lo señalado por Jose Silva ilustra cómo la apertura de los mercados impulsados en dictadura y concretizados durante los gobiernos concertacionistas, trajo consecuencias importantes a los territorios rurales como Cabeceras. Previo a esta apertura, las localidades rurales dedicadas a la agricultura de poco excedente no entraban al mercado internacional. Con la llegada de las plantaciones forestales, en cambio, se les incluía, pero sin evaluar nada más que los costos de producción.

Además, los cambios generacionales, producidos en gran medida por las escasas oportunidades en la localidad se tradujeron en éxodo rural y por ende en menor mano de obra para trabajar en el sector agrícola de Cabeceras.

Parte del humedal en la actualidad. © Danilo López

Una problemática fundamental de la localidad de Cabeceras es la sequía, que se ha profundizado en la última década. Manuel Pérez, vecino de Cabeceras, relata: “antes yo dejaba los animales en el cerro oiga, hacía un hoyo a pura pala en la tierra y solita brotaba el agua”. Aliro Martínez dice que “desde que comenzaron las plantaciones de pinos se empezó a acabar el agua”. A su vez Emilio Cornejo afirma: “el agua se la llevaron los bosques”. En concreto, de una década a otra el deficit de precipitaciones promedio por año bajó 60mm (DGA, 2020). Además, actualmente las plantaciones forestales hoy representan más de la mitad del territorio de Cabeceras y de la comuna de Paredones, lo que refleja la relación entre falta de agua y aumento de pinos y eucaliptos. 

La CONAF, como una de las entidades responsable de entregar los subsidios forestales, ha justificado el monocultivo en la comuna de Paredones bajo la consigna de la aptitud del territorio para recibir este tipo de plantaciones². Una de las mayores virtudes de este territorio corresponde a la llamada “camanchaca”, una neblina espesa que cubre los cerros de la costa chilena y permite en buena medida el desarrollo de pinos y eucaliptos. El agua, de esta manera, vuelve a ser una justificación para el desarrollo de actividades productivas, pero esta vez corresponde a actividades incentivadas desde fuera de la localidad y que tienen por objetivo generar excedentes. El resultado, en términos paisajísticos es evidente: sequía. 

Es suelo seco del estero y la escasa agua otoñal que irá desapareciendo conforme llegue en verano. © Danilo López.

Aguas, producción y vida 

La historia del Cabeceras de la primera mitad del siglo XX es la de un territorio “lejano” a Chile. Su relación con el territorio nacional es paradojal: por una parte, el aislamiento en los meses de invierno implicaba una gran complicación para la salida y entrada de los habitantes. Por otra parte, el sustento de la mayoría de las familias provenía de las actividades desarrolladas por los hombres de la localidad en el valle central antes de que terminara el verano. Es decir, durante casi 100 años los cabecerinos dependieron de sus propias manos y de las bondades de la tierra. Lo anterior, hasta que el Estado ingresa de la mano de los monocultivos.

El agua que antes era un impedimento para la conexión entre la localidad y el resto del territorio nacional, hoy es la justificación que da la CONAF para realizar las plantaciones forestales. Al mismo tiempo es el incentivo forestal el que termina por unir esta localidad a los circuitos nacionales (y porque no, globales) de producción. Con esta actividad incentivada por el Estado para el beneficio de privados se hace necesario mejorar la conectividad y caminos en la zona, de forma tal que puedan soportar lluvias importantes. 

Demás está decir que la conexión “mejoró” en parte la vida de los habitantes que quedaron, en el sentido que facilitó muchas tareas como el desplazamiento, la compra de víveres y la llegada del agua potable. Sin embargo, el costo medioambiental ha sido catastrófico, al punto que actualmente incluso el sistema de agua potable que llegó con el tan anhelado “progreso” hoy escasea.

¹ Biblioteca del Congreso Nacional de Chile 

² Véase en El potencial forestal del secano costero de la sexta región (1981)

Bibliografía

Bengoa, J. (2015). Historia rural de Chile central.

Bustos, B., Prieto, M., & Barton, J. (2015). Ecología Política en Chile. Naturaleza, Propiedad, Conocimiento y Poder. Editorial Universitaria Santiago. Cap. 1 (15-69).

Leiva, L., Pequeño, A., & Baeza, P. (2016). La sal de la vida: memorias de las antiguas salinas de la laguna de Bucalemu. 

Nuñez, A. (2017). Cuando la nación queda lejos: fronteras cotidianas en el paso de Lago Verde (Aysén-Chile) – Aldea Las Pampas (Chubut- Argentina). Norte Grande, 97-116.

Todas las entrevistas fueron realizadas por Danilo López en el marco de su investigación de tesis. 

Imagen de portada: Jornada de trilla en Cabeceras. Colección de la familia Catalán Mayor, autor desconocido.