Seres de grandes hábitos
Los seres que habitamos la Tierra dependemos del sol. Somos formas diversas de su energía. Gracias a las plantas, que materializan la sutileza de la luz, la vida fuera del agua es posible. Inteligentes y profundamente generosas, han creado mecanismos que les permiten avanzar sin tener que moverse, reproducirse sin necesidad de intercambiar directamente nada, acceder a todo desde la quietud que es su vida.
En meditación constante, evolucionaron gracias a la simbiosis con seres de muy diversos reinos, quienes a veces las ayudan a polinizar, otras a digerir y descomponer, también a comunicarse. Los insectos o pájaros, a los que atraen mediante los preciosos colores de sus flores, transportan su futuro en sus cuerpos, al ser convertidos en extensión de las posibilidades de la planta para intercambiar sus genes. Quien no puede llevarlas en el exterior las lleva dentro. Al comer sus frutos y luego defecar sus semillas, la naturaleza asegura que todo perdure.
La vida se fundamenta en los hábitos. Un hábito es eso que se construye a partir de algo externo, algo que se capta y se integra, se discierne provocando una reacción, un comportamiento que, a fuerza de repetirse, acaba construyendo lo que somos. De tal forma, cada ser sobre el suelo terrestre es producto de los hábitos, nuestros y de aquellas criaturas que colaboraron con nuestra evolución, empezando por las plantas. En este sentido, Eduardo Kohn en su libro Cómo piensan los bosques dice: “Pues es solo porque el mundo tiene un cierto semblante de regularidad que puede ser representado. Los signos son hábitos a propósito de hábitos. Los bosques tropicales, con sus muchas capas de formas de vida que han evolucionado en conjunto, amplifican al extremo esta tendencia hacia la adopción de hábitos”
Cíclicas y constantes, las plantas lo sostienen todo. Su mayor hábito es la reproducción y su propósito es la semilla. Cada una de estas es una planta que emprende un viaje antes de ser. Ahí adentro, con la constancia de su progenitora para seguir adecuadamente los ciclos que le darán sentido, está el futuro, está la continuidad, la promesa de la vida para todos, no sólo para ella. Aliada con la complejidad de otros seres, tiende redes, se dedica a alimentar. Una cápsula preparada para un viaje casi interestelar, por las dimensiones de su alcance.
Más allá de los confines de su antecesora, lleva consigo el alimento necesario para sostenerse mientras logra tejer alianzas: primero con el micelio, al que ofrendará azúcares; luego con los animales pequeños, las bacterias, los seres que pueblan los suelos. Tenderá sus brazos a la luz y comenzará ese proceso aprendido de las algas: transformar los rayos solares en alimento para expandirse, desarrollarse y dar continuidad a todo. En el camino, evolucionar, encontrar en los obstáculos formas de mejorarse a sí y a su descendencia, para dejar entonces su memoria de planta sabia en cada semilla, que estará ya adaptada de antemano a lo que su antecesora ha enfrentado.
Las plantas definen nuestras civilizaciones
Al cultivar, los seres humanos nos hicimos responsables de las plantas, nos aliamos con ellas y nos adjudicamos el deber de preservarlas, adaptándolas a nosotros. Las semillas son el legado ancestral de nuestras comunidades humanas más remotas, son herencias vivas que posibilitan y fundan nuestras sociedades, nuestras civilizaciones. Cada planta que comemos rememora el trabajo y la cosmovisión de los pueblos que las han resguardado y transformado. No nos pertenecen, antes bien, somos producto de su hacer, de su evolución.
Cuando pensamos en la autoría de las semillas escapa siquiera la posibilidad de adjudicarse cualquier esfuerzo que nos haga creer que son nuestras. El futuro no le pertenece a nadie, aún cuando pongamos todo nuestro empeño en controlarlo, en trabajar ahora para moldearlo, siempre habrán condiciones que se nos escaparán y evitarán que podamos siquiera creer que lo hemos delineado. Las semillas son tributos del presente para la vida de los que vienen, los que seremos el próximo año, la siguiente cosecha. Cuando conservamos una semilla guardamos esperanza, la idea de que eso que nos pasó ese año se quedará grabado en su código para que, al decodificarse en una nueva planta, esté preparada para lo que pueda venir.
El intercambio de semillas posibilita la evolución de nuestros cuerpos y de nuestras sociedades porque gracias al alimento nos construimos. Una planta adaptada a las condiciones de nuestro entorno asegura el bienestar de nuestra familia porque le aportará los nutrientes que necesite para enfrentarse precisamente a ese lugar en el que se desarrollará. No son solo las calorías, la energía necesaria para vivir, sino la salud, que proviene de todo eso a lo que la planta se ha adaptado: el clima, la humedad, el viento, la temperatura, incluso las enfermedades. Esta salud nos ayuda a enfrentar cada nuevo ciclo. Las plantas que crecen alrededor nuestro son las que necesitamos para sostener la vida que ahí llevaremos.
La Biblioteca de Semillas de Oaxaca
Una biblioteca de semillas es un espacio inigualable para tejer redes de cooperación para la vida, para el sostén comunitario. Es, al mismo tiempo, un lugar de resistencia fundado en la paz, en el principio más esencial de la libertad y el bienestar: el alimento. En Oaxaca, uno de los estados más complejos de México, ubicado al sur del país, se encuentra la Biblioteca de Semillas, un espacio inaugurado en octubre de 2021. Fue fundada por Alexis Rose en conjunto con un equipo de mujeres que administra, difunde la labor de la biblioteca y realiza distintos eventos en el espacio que hoy ocupan en el centro de Oaxaca. Desde ahí, Alexis me cuenta cómo inició el proyecto a partir de su interés por la región y también me relata su principal motivación: mantener la biodiversidad que las corporaciones multinacionales han destruido intencionalmente.
Crecí en el norte de California en los Estados Unidos. En esa región vi pequeñas bibliotecas creadas como parte de proyectos agrícolas, a veces sólo un estante en una casa o una pequeña caja en un espacio público. Empecé a venir a Oaxaca hace casi una década y me enamoré del Jardín Etnobotánico y la Feria de Agrodiversidad. Soy de Estados Unidos, donde las corporaciones multinacionales han destruido intencionalmente la biodiversidad. Nuestras semillas no pueden volver a sembrarse solas, vendimos las almas de estos hermosos hermanos y sólo el futuro pagará. México ha librado una larga batalla contra estas potencias coloniales que pretenden apropiarse de lo sagrado y lo natural. Aquí la guerra por la diversidad del maíz no ha terminado ni se ha perdido como en Estados Unidos, aquí familias, pueblos y organizaciones preservan, celebran y cuidan variedades ancestrales que han vivido muchas generaciones en manos amorosas. Quiero apoyar esta resistencia divina, ofrecer un espacio para apoyar ese intercambio, educación, culto, visibilidad; quiero hacer un espacio que la toxicidad del capitalismo no pueda tocar. (Alexis Rose)
Desde la resistencia que implica que el dinero no sea un factor de cambio para el intercambio de semillas, Alexis también me hizo entender que no buscan ser un banco donde se preserven las semillas, como lo es Svalbard en Noruega, pues a su modo de ver, se trata de “arcas que asumen futuros muertos”, espacios dedicados a conservar lo poco que se pueda en caso de un cataclismo. En cambio, la Biblioteca de Semillas quiere que circulen, que se vuelvan a sembrar, que se conviertan en seres vivos, que preserven el futuro estando vivos.
Lo que el futuro merece son bancos de semillas en todas las comunidades, que alejen a la gente de las variedades compradas en la tienda, y nos recuerden nuestro poder soberano para crear vida, medicina y alimentos; que nos permitan asombrarnos ante la belleza y variedad de estos elegantes y salvajes paquetes de vida. (Alexis Rose)
Rebecca Fraley-Gonzalez, administradora de medios, me cuenta que no buscan ganar dinero, excepto cuando otros proyectos emplean el espacio y comparten parte de sus ganancias con ellos. No creen en el capitalismo, pues confían en que sólo es posible prosperar en lo individual cuando toda la comunidad prospera. “El bienestar de cada persona depende de la salud del mundo que la rodea” dice. De acuerdo con su visión, guardar semillas es generar autosuficiencia que permita cultivar comida saludable, medicina, plantas para tejer ropa y teñirla:
Tener una biblioteca de semillas es tener un espacio comunitario donde este poder de autosuficiencia es accesible a todas y todos, una autosuficiencia que ofrece salud real y termina la dependencia frente a sistemas sociales manejados por el gobierno, que no funcionan para todos. (Rebecca Fraley-Gonzalez).
Cualquiera puede acudir por semillas, a cambio sólo debe llevar su propia ofrenda o incluso la promesa de regresar pronto con algo, si es que acaso en ese momento no le es posible dejar nada. Suelen tomar todas las semillas, pero constantemente les recuerdan a los donantes que lleven semillas de fuentes que conocen o en quienes confían, de sus propios huertos o de familiares, semillas nativas. Aceptan todas las semillas, excepto las que han sido modificadas genéticamente o que vienen de plantas cultivadas con agroquímicos. Recopilan historias, es decir, las tradiciones narrativas y prácticas culturales que rodean a las plantas y que nos ayudan a comprender sus contextos culturales y no sólo biológicos. “[Intercambiar semillas] nos ayuda a reformar las narrativas culturales que a menudo se borran en el movimiento colonial de las plantas en sus hogares nativos. No se trata de pureza o perfección, se trata de honrar las plantas que son nativas de un lugar y nativas de un pueblo”, dice Alexis.
El término “semilla nativa” guarda especial importancia para este banco. Ya que se trata de aquellas que han sido cultivadas por varias generaciones en una misma zona, que fueron seleccionadas, preservadas e incluso que han pasado de generación en generación. Oaxaca es un lugar muy propicio en ese sentido ya que guarda una gran tradición de preservación y una biodiversidad muy rica.
La biblioteca está organizada por un equipo pequeño que busca principalmente colaborar. Abigail Hernández, coordinadora comunitaria, me cuenta que el impacto que puede llegar a tener un proyecto como este en la comunidad es muy grande, empezando porque despierta la curiosidad de las personas y les recuerda cosas que han ido perdiendo debido al estilo de vida cambiante que, incluso en Oaxaca con toda su tradición, va diluyendo identidades de a poco.
“Muchas personas se sorprenden por muchas razones, desde el hecho que no cobramos por nada, conocer semillas que nunca en su vida habían visto o semillas que utilizaban sus abuelos y que después, por el cambio de vida, habían dejado de ver. Otras personas que se dedican más a la agroecología, huertos urbanos, educación ambiental o se mueven hacia esos rumbos han demostrado su alegría e interés por un espacio diferente y hasta van contentos a realizar intercambios de semillas o a compartir, simplemente por el gusto de hacerlo” (Abigail Hernández).
El poder de lo que nos rodea
Una comunidad está integrada por seres muy diversos, incluyendo los humanos. Hablar del poder de las semillas es hablar del poder de la biodiversidad, no sólo de la cultura humana. Estamos enlazados con las especies que nos rodean, desde la planta que nos alimenta, hasta los animales que nos acompañan o nos sirven de algún modo, cada uno tiene un papel importante para el sostén ecológico que posibilita nuestras vidas. El sistema capitalista, con su constante homogeneización, borra la memoria que nos sustenta, que nos indica que es gracias a lo que nos rodea que estamos vivos. Sin embargo, el sostén emocional, mental y físico que nos brinda la vida ecológica en la que nos desarrollamos y que incluye plantas, animales, hongos y otros seres, resulta esencial para mantenernos saludables en todo sentido.
“Las semillas llevan dentro de su ser el poder para propagar la vida, nuestros ancestros se han encargado de preservarlas, dispersarlas, darle continuidad a todas esas especies que son muy importantes porque nos alimentan, dan abrigo, medicina o forman parte de nuestra cultura. Tener un espacio como este ayuda mucho a esta labor, en cierta forma todas las personas detrás de esto y la comunidad que comparte las semillas podríamos considerarlos como guardianes de semillas” (Abigail Hernández).
Somos producto de los lugares que habitamos, de los seres con los que compartimos nuestro espacio. Las plantas son nuestra herencia, no sólo humana, sino biológica, evolutiva. Ahí está nuestra raíz como especie, como animales terrestres. Cualquier espacio que se dedique al intercambio y propagación de semillas es una apuesta por el futuro, un deseo de que la herencia, tradiciones, pero también la riqueza cultural y biológica de una región, se mantengan vivas. Una biblioteca, como dice Alexis, puede ser tan pequeña como una estantería o amplia como un edificio con varios pisos, lo importante es rescatar la flora que nos rodea, porque esa información es el poder más valioso de que disponemos: el de la vida.
Para más información, ingresa a www.bibliotecadesemillas.com
