Antártica: el universo que cautivó a Shackleton y K. Le Guin

Lejana, imposible, poderosa. Inconmensurable región del hielo que respira silenciosa lejos de la vida humana. Dueña de la materia de los sueños de múltiples aventureros a lo largo de la historia. Y también, alimento de infartantes pesadillas para osados navegantes de otros tiempos, dispuestos a penetrar en las implacables capas de hielo, motivados por anhelos aventureros, expectativas científicas, o motivados por saltar a la gloria, tras la promesa de reconocimiento mundial ante la hazaña.

El espesor de un frío blanco y seco envuelve el pensamiento cada vez que la nombramos.

Antártica.

Lejana, imposible, poderosa. Inconmensurable región del hielo que respira silenciosa lejos de la vida humana. Dueña de la materia de los sueños de múltiples aventureros a lo largo de la historia. Y también, alimento de infartantes pesadillas para osados navegantes de otros tiempos, dispuestos a penetrar en las implacables capas de hielo, motivados por anhelos aventureros, expectativas científicas, o motivados por saltar a la gloria, tras la promesa de reconocimiento mundial ante la hazaña.

«Se buscan hombres para viaje peligroso. Sueldo bajo. Frío extremo. Largos meses de completa oscuridad. Peligro constante. No se asegura retorno con vida. Honor y reconocimiento en caso de éxito», rezaba un anuncio publicado en la prensa londinense en 1914. El responsable del llamado era Sir Ernest Shackleton, afamado expedicionario que ya trazaba rutas sobre los mapas, imaginando su retorno al continente blanco, después de un primer intento fallido. Ahora, el objetivo estaba en concretar una ruta de 3.300 kilómetros, dibujando una trayectoria a pie que le permitiera posicionarse como el primer hombre en la historia de la humanidad, en atravesar el mar de Weddell hasta el mar de Ross, pasando por el Polo Sur.

La historia de Shackleton es popular, conocida ampliamente alrededor del mundo. Su travesía, una aventura. Y el clímax de la odisea, un tormento.

tártica de Shackleton, SS Endurance, atrapado en el hielo en el mar de Weddell, alrededor de enero de 1915. © Photo12/UIG/Getty Image.

La sola imagen de la embarcación Endurance elevándose sobre un mar congelado, partiéndose en dos, exponiendo fracturas irreversibles producto de la fuerza de las lenguas del hielo desprendiéndose, es perturbadora.

Sin embargo, pese a lo monumental del accidente, la tripulación completa del Endurance sobrevivió.

Después de increíbles peripecias para escapar del frío polar y sobrevivir navegando en pequeños botes, los hombres llegaron a la Isla Elefante. Sir Ernest Shackleton y un grupo pequeño de tripulantes continuaron la ruta en busca de ayuda hasta llegar a un centro ballenero de la costa meridional de Georgia del Sur. Tras varios intentos fallidos por rescatar a la tripulación, finalmente lograron obtener el apoyo del “Yelcho”, escampavía chilena que por esos días estaba en Punta Arenas, comandada por el piloto segundo Luis Pardo Villalón, quien fue el responsable de trazar una ruta y diseñar el rescate de 22 náufragos que aún seguían varados en Elefante. El plan resultó como esperaban y tras cinco días de navegación lograron llegar a la isla y devolver el alma al cuerpo de los malogrados expedicionarios.

“Dos consideraciones me hacen afrontar dichos peligros: salvar a los exploradores y darle renombre a mi patria”, escribió el piloto Pardo en ese entonces.

El hecho fue catalogado como un ejercicio de soberanía para los chilenos.

La Isla Elefante, sitio donde los sobrevivientes del SS Endurance hicieron campamento hasta ser rescatados por la Escampavía Yelcho, al mando del capitán Luis Pardo Villalón. © Matt Palmer via Unsplash.

Y la historia de supervivencia de la tripulación, que devino de la debacle en la Antártica, dotó el suceso de ciertas cualidades humanas, que transformaron el viaje fallido en una obra maestra del carácter y la resistencia de los hombres de ese entonces.

Y como si no fuera suficiente, la historia no quiso terminar ahí. Aún hay más. Hace un mes, el Endurance, que en español significa Resistencia; hizo gala de su nombre tras ser hallado a más de 3.000 metros de profundidad, 107 años más tarde del día en que fue aplastado por el hielo marino. Los miembros de la expedición que dieron con el hallazgo, no lo podían creer. El barco estaba en excelentes condiciones de conservación, más allá de las maderas quebradas, consecuencia del impacto. Es más, según relataron los investigadores a la prensa internacional, aún se lee sin complicaciones en la popa: Endurance.

Por ahí también mencionan que al interior vieron algunos vestigios, como botas y vajilla, que actualmente son propiedad de anémonas, esponjas y estrellas marinas, que han encontrado en el navío un buen lugar para habitar.

La inmersión en el universo blanco de la Antártica, vino a confirmar que, a mayor distancia de sus tierras de origen, más cerca se hallaron de su naturaleza.

Pero ¿qué es eso que ocurre cuando un suceso de esta magnitud viaja en el tiempo para ocupar las portadas del presente y desafiar al futuro?, ¿a quién remueve/conmueve/conviene este hallazgo?, ¿por qué nos ilusionamos con esta ofrenda que las aguas gélidas regalan a nuestras fantasías?

¿Que acaso hay en los naufragios un cúmulo de historias ocultas no contadas por los hombres? ¿Se trató de una epopeya, un desaire del destino o un mal plan? ¿Fue la furia del glaciar o el desconocimiento del lenguaje de los hielos? ¿Por qué un día el corazón de la Antártica demuestra su grandeza frente al ser humano congelando ese instante y hoy decide sacarlo a la luz?

La otra expedición: “Sur. Breve informe de la Expedición Yelcho al Polo Sur”

Pero antes de intentar responder a todas estas preguntas, ¿qué pasaría si nos enteráramos que el mismo Yelcho (sí, ese pequeño remolcador a vapor sin casco para navegar entre hielos) seis años antes de protagonizar el gran rescate a los náufragos del Endurance, ya había recorrido esa misma ruta, trasladando en su interior a 9 mujeres latinoamericanas hasta los hielos del Mar de Ross para iniciar su propia travesía?

Parece impensable. Pero Ursula K. Le Guin sí pudo imaginarlo y además lo escribió. La autora de numerosas novelas, poemas, cuentos y ensayos feministas de ciencia ficción y fantasía, construyó en 1982 “Sur. Breve informe de la Expedición Yelcho al Polo Sur”, un cuento protagonizado por un grupo de aventureras del cono sur que emprenden un viaje expedicionario desde Punta Arenas rumbo al Polo Sur, luego de sortear con ingenio y artimañas, todos los obstáculos de la época para desafiar al sistema imperante y embarcarse en un sueño, hasta ese entonces, reservado únicamente para los varones.

Las protagonistas arguyeron toda clase de historias absurdas para justificar la ausencia en sus hogares, incluyendo entre sus excusas una jornada de claustro en Bolivia. Voladores de luces que les permitieron levantar una expedición silenciosa y misteriosa, como la Antártica misma.

«El mapa en el desván», de la publicación original del cuento Sur, aparecido por primera vez en The New Yorker en 1982. En él se aprecia el mapa con nuevos topónimos de la que fue la primera expedición en alcanzar el Polo Sur, liderada por un grupo de mujeres latinoamericanas. © The New Yorker.

“Mi deseo era tan puro como la blancura de las nieves polares: conocer y ver, nada más, nada menos”, dice una las viajeras del relato, dejando al descubierto la incapacidad de levantar una empresa de carácter científico, producto del nulo acceso a formación especializada en esos tiempos. Pero, también, dejando de manifiesto el placer infinito de andar, de navegar, de devenir como una manera de conocer el mundo. Divagar, tal vez, como una flâneuse en las calles de París, que reivindica el derecho de las mujeres a caminar sin rumbo, ocupando un lugar en el mundo. Un vagabundeo significativo, pero en este caso, más parecido a entregarse a las derivas del océano. Y con ello, al disfrute del desapego del rol que les había sido adjudicado en la sociedad de los hombres. Una expedición sin complejos de cualquier deseo de fama o reconocimiento. Solo por el gusto y el placer de conocer el Polo Sur.

“Y es que la gloria es más pequeña de lo que los hombres creen. Inmensos son el cielo, la tierra, el mar y el espíritu”, dice más adelante el texto, mientras las protagonistas se entregan al diálogo con los seres vivos no humanos y las diversas manifestaciones de la naturaleza.

Las navegantes de esta travesía crean nuevos mapas sensibles, otros modos de explorar. Construyen esculturas bajo el hielo y comprenden el sentir de los pingüinos. No abrazan la cultura del éxito. Se regocijan en el placer de celebrar danzando y bebiendo chocolate caliente con pisco hasta elevarse por los aires. Son libres. No corren por ser las primeras, pero saben perfectamente que llegaron al Polo Sur, deseando dejar de ser las últimas.

La era de los grandes viajes a Antártica estuvo marcada por una serie de expediciones «épicas» lideradas por varones provenientes de Europa. Ursula K. Leguin hace una relectura de esta narrativa de viajes exploratorios desde la ciencia ficción feminista, con su magistral cuento Sur. © Matt Palmer via Unsplash.

Ursula K. Le Guin imaginó un viaje diferente. Exploró alternativas para un mundo convulso y violento. Dio vida a una tripulación sin jerarquías y con amplio sentido del humor. Un equipo de navegantes con espacios laxos de diálogo y de discusión, con tiempos para la reflexión, la cooperación y la construcción de vínculos afectivos. Una expedición ingeniosa, con tiempo, incluso, para la observación del estado del agua, que rápidamente se convirtió en materia prima para la creación artística. Un trayecto que lógicamente contempló un parto. Sí, un parto, porque un cuerpo femenino es capaz de parir, pese a la inclemencia del entorno.

Y es que parece, que en esta travesía sin precedentes ni secuelas (porque las mujeres se encargaron de borrar cualquier huella de su paso) la inmersión en el universo blanco de la Antártica, vino a confirmar que, a mayor distancia de sus tierras de origen, más cerca se hallaron de su naturaleza.

Ursula K. Le Guin fue pionera en cuestionar hegemonías y en proponer otras perspectivas. Abrió campo y desarmó fronteras sobre género, identidad y estilos de escritura. No utilizó la ficción para escapar, ni para alcanzar la fama, sino más bien para avanzar hacia nuevos mundos posibles. Nunca quiso ser creadora de respuestas, por eso, siempre se aventuró con las preguntas.

“Somos todas extranjeras, las mujeres como tales se ven excluidas, ajenas a las normas que los varones han declarado que rigen esta sociedad, donde los seres humanos se llaman Hombre, el único dios respetable es masculino y la única dirección es hacia arriba. Ese es su país, exploremos el nuestro”, dijo en 1983 en “A Left-Handed Commencement Address”.

Y si en vez de un cuento, la expedición Yelcho al Polo Sur, hubiese ocurrido en realidad: ¿cómo habría sido la crónica de un viaje a la Antártica escrita por mujeres latinoamericanas?

Las nuevas interrogantes podrían ser la brújula de nuestras próximas exploraciones.

(*Deriva: oportunidad para entregar el rumbo de un navío al viento, al mar o a la corriente).

Imagen de portada: Antártica © Matt Palmer, via Unsplash