Suponer que el ser humano puede desarrollarse como especie, sin perturbar el ambiente que lo contiene, resulta una propuesta imposible. Esto se basa en que todo organismo, incluido el humano, necesita de energía y materia para poder mantenerse vivo, generando con ello necesariamente cambios sobre el ambiente o impactos. Lo que sí se puede analizar es la magnitud de tales impactos, y los factores que estos ejercerán, con el fin de determinar cómo la adopción de diferentes estrategias de obtención de tal materia y energía se traduce en distintos escenarios. Sólo a través de este análisis podremos realmente tomar peso de nuestras decisiones, y así entender los compromisos que se deben realizar para avanzar hacia el mundo que visionamos.
La principal forma en la que los organismos heterótrofos (organismos que no son capaces de sintetizar su alimento por sí mismos) obtienen su energía para vivir es a través del consumo de otros individuos. Tales interacciones son esenciales dentro de la ecología, generando relaciones complejas de alimentación, conocidas como redes tróficas, vitales en el mantenimiento de la diversidad de especies en una comunidad, pues no permiten que una sola especie pueda dominar y monopolizar el ambiente. Esta es la importancia de tener estrellas de mar (Heliaster helianthu) y los locos” (Concholepas concholepas) en las costas chilenas: si no están presentes, la costa se inunda de “choritos” (Perumytilus purpuratus), pero su presencia mantiene a este herbívoro a raya y permite que otros moluscos puedan cohabitar en el espacio.
Cabe destacar que el ser humano, en su forma de cazador-recolector, vivía en sincronía con estas reglas, siendo una especie más de la red trófica y cumpliendo con las leyes ecológicas esperadas. No obstante, con el desarrollo de tecnología asociada a adquirir mayor energía para su especie, poco a poco se fue desapegando de estas reglas, hasta llegar a hoy, en donde la ecología del sistema está completamente alterada1.
Los cambios del ser humano
La población humana ha crecido otras veces de forma exponencial, aunque nunca en la magnitud que se observa en los tiempos modernos. En un principio, con el amplio desarrollo tecnológico de herramientas de caza, el humano fue capaz de convertir una mayor cantidad de recursos en su propia biomasa, desplazando hasta la extinción a sus más importantes competidores y/o presas, la megafauna perteneciente al final del periodo del Cuaternario (hace aproximadamente 100.000 años atrás)2.
Esta re-estructuración de las redes tróficas ciertamente significó cambios importantes a nivel ecosistémico, y luego, el desarrollo de la agricultura y la domesticación aceleró el crecimiento, al secuestrar la energía fotosintética y dirigirla al crecimiento de sus propios recursos humanos, como plantaciones y ganadería. Estas prácticas nuevamente introdujeron cambios significativos en las comunidades y ecosistemas ecológicos3. No obstante, no es hasta los tiempos modernos, y con la llegada de la Revolución Industrial, que se obtuvieron nuevas formas de energía aparte de la metabólica, la cual permitió sustentar diversas acciones tecnológicas humanas, entre ellas, las nuevas técnicas de alimentación de la población.
Las demandas actuales de alimento, y sus prácticas de producción, han impactado fuertemente al sistema terrestre, incluso a escala global. Lograr asegurar el acceso adecuado de nutrientes a todos los individuos humanos no es trivial, siendo la seguridad alimentaria una de las principales áreas en donde se enfoca el desarrollo tecnológico. No obstante, la producción tradicional de alimentos y nuestra dieta actual afecta de forma directa y significativa a los principales procesos que sostienen al sistema terrestre4, por lo que existe un compromiso entre nuestra dieta moderna, los mecanismos de producción y el mantenimiento del sistema terrestre y la biodiversidad. Así, si los más de siete billones de personas en el planeta basamos nuestra alimentación en productos de origen animal (como leche, huevos, carne animal y/o productos marinos), se crea un impacto mucho mayor que si tal demanda se suple con productos de origen vegetal.
El impacto de la producción moderna en la alimentación
En la actualidad, la cría de animales para la producción de productos cárnicos y lácteos constituyen el 20% de toda la biomasa de animales terrestres, lo cual implica un secuestro significativo de los recursos del planeta para su mantenimiento. Esto cobra más sentido cuando nos enteramos que la producción agropecuaria utiliza el 30% de la superficie libre de hielo5 y entre el 20-33% del agua potable del planeta6. El pastoreo de estos organismos no sólo degrada de forma significativa las tierras, sino que también provoca que los países conviertan sus ecosistemas prístinos, tales como humedales y bosques, en pastizales, desertificando el planeta. Así, el 70% de la deforestación del Amazonas es resultado de la industria agropecuaria5.
Por otro lado, la cría de estos organismos también demanda mucha mayor agua que la agrícola, requiriéndose cerca de 43.000 litros de agua para producir un kilo de vacuno (alrededor de 19.000 litros para la producción media de todos los animales de consumo humano), mientras que sólo se necesitan 1.000 litros para la producción de un kilo de cereal7.
¿Somos capaces, como individuos, de revertir el daño ecológico que nuestra alimentación tiene sobre el mundo?
La industrialización de la empresa agropecuaria no es la solución a las demandas de estos organismos, ya que la producción de un kilo de carne requiere de aproximadamente 10 kg de cereales5. Por lo tanto, el 33% de la superficie cultivada en el planeta es en verdad utilizada para la alimentación (ineficiente) del ganado. Si tales extensiones fuesen utilizadas para el consumo directo, la producción de calorías del sistema actual aumentaría en un 70%, permitiendo el acceso a un mayor número de individuos a alimentos y aún así, disminuir el territorio utilizado para la agricultura.
Más aún, la industrialización ha generado riesgos nunca antes contemplados en la historia de la humanidad, entre los que nombramos:
(1) El hacinamiento de grandes cantidades de individuos aumenta la transmisión de enfermedades, las cuales, al ser tratadas con antibióticos (y considerando que el 62% de la producción de antibióticos son utilizados en la industria agropecuaria8) han llevado a desarrollar las “super-bacterias”, las cuales crean resistencia a los antibióticos comúnmente utilizados, representando una amenaza para la salud pública.
(2) El desarrollo de variedades de cultivos (maíz y soya principalmente) resistentes a pesticidas, que amenazan la biodiversidad de las comunidades, siendo utilizadas en su mayoría para la alimentación de los animales que consumimos, y no para el consumo directo de los humanos.
(3) La gran producción de fecas animales, las cuales pueden llegar a representar más deshecho de lo producido por ciudades humanas y que, debido a que no son necesariamente tratadas, contaminan los cursos de agua, la tierra y demás ecosistemas, entre otros riesgos.
Por otro lado, la ganadería es responsable del 18% de todas las emisiones de gases invernaderos en el mundo, superando lo que produce toda la industria automotriz (13%)5. Así, la ganadería es la industria que más contribuye al cambio climático. Esto es el resultado de la producción del gas metano como producto secundario del sistema digestivo de las reses, un gas 86 veces más potente que el CO2 en su efecto invernadero. Dado que las reses son responsables del 65% de la emisión total de gases invernaderos de la industria agropecuaria, tan sólo dejando de criar a este organismo podremos contribuir de forma sustancial a la reversión del cambio climático.
Con respecto al ecosistema marino, se pensaba erradamente que este sistema era infinito y el impacto de la pesca no tenía efecto sobre el mismo; de hecho, no fue sino hasta los tiempos de la primera guerra mundial que el ser humano fue consciente de que la pesca era capaz de disminuir el número de peces de una especie de forma sustancial. En la actualidad, la pesquería se realiza de forma indiscriminada, manteniendo en situación crítica a cerca de ¾ de todas las especies de interés humano5.
Más aún, por cada kilogramo del pez de interés económico, se descartan cinco kilos de capturas incidentales de otras especies, incluyendo tortugas, tiburones y delfines. Además, dado que el consumo humano de especies marinas se basa en las especies topes (como salmón, corvina, albacora, mero y crustáceos), las redes tróficas marinas se encuentran colapsadas, ya que estas especies son claves en el mantenimiento de la biodiversidad del sistema al controlar el número poblacional de sus presas.
Nuevamente, la industrialización de las pesquerías (acuicultura o granjas marinas) no son una solución sostenible: el hacinamiento de gran número de individuos hace que esa población no pueda ser soportada a la escala local marina, por lo que se le debe suplir de alimento extra para poder mantenerla. Tal alimento proviene principalmente de organismos marinos de bajos niveles tróficos, por lo que la producción de un kilo del pez de interés económico, requiere el equivalente al doble de biomasa (dos kilos) de los organismos que componen el alimento. Esta relación puede hasta quintuplicarse, cuando la especie de interés económico resulta ser un depredador tope9.
La mercantilización de la industria de alimentos
Por último, es necesario nombrar el sistema mercantil detrás del negocio de la alimentación, tanto terrestre como marino, pues los estándares y sistemas implementados en la actualidad son el principal responsable de los impactos de esta empresa, tanto a nivel ecológico como social. Se estima que cerca del 40% de los organismos que forman parte de la captura incidental son realmente desechados por razones lucrativas, pues no corresponden a una especie de importante interés económico y/o no cumple con la forma o tamaño adecuado5.
Lo mismo ocurre con la producción agrícola, en donde un tercio de la producción es desechada, ya sea porque no cumple con los requisitos de forma y/o tamaño, o porque se pierde durante su transporte. En realidad, la producción actual de alimento es más que suficiente para alimentar a toda la población humana, pero fallas en su distribución es lo que sostiene gran parte de la desnutrición a escala global5.
¿Somos capaces, como individuos, de revertir el daño ecológico que nuestra alimentación tiene sobre el mundo? Muchas personas sostienen que cambios individuales son incapaces de generar un resultado suficiente, y que de nada valen sus acciones: si el sistema ya está instaurado, es imposible revertirlo. No obstante, los sistemas complejos pueden sufrir cambios en su configuración a partir de acciones que ocurren a nivel interno. Así, la acumulación de ciertas acciones y/o actitudes puede, de un momento a otro, pasar de un estado a otro de configuración, dando un salto en el sistema.
¿Cómo visionamos el futuro?
¿Mantendremos las funciones básicas de la naturaleza a través de la tecnología con el fin de poder mantener nuestra actual alimentación? ¿Acabaremos con nuestros ecosistemas naturales y los convertiremos en pastizales, sólo con el fin de poder mantener el cultivo ineficiente de recursos de la industria agropecuaria por un “placer”, “status” o el lucro corporativo que su producción significa? ¿O seremos capaces de limitar y/o eliminar esta costumbre, para proteger la biodiversidad, recursos y los sitios prístinos en nuestro planeta?
Quizás es de ilusos suponer que tales cambios son factibles, más aun desde la escala individual. No obstante, se observa con mayor frecuencia la adopción de dietas conscientes y veganas, y, por qué no, la transición que nos lleve a valorar al planeta por sobre el dominio de nuestra especie.
Referencias
1. Burger, J. R., Weinberger, V. P., Marquet, P. A. (2017). Extra-metabolic energy use and the rise in human hyper-density. Scientific Reports, 7, 43869.
2. Barnosky, A. D. (2008). Megafauna biomass tradeoff as a driver of Quaternary and future extinctions. Proceedings of the National Academy of Sciences, 105: 11543-11548.
3. Bar-On, Y. M., Phillips, R., Milo, R. (2018). The biomass distribution on Earth. Proceedings of the National Academy of Sciences, 201711842
4. Rockström, J., Steffen, W., Noone, K., et. al (2009). Planetary Boundaries: Exploring the Safe Operating Space for Humanity. Ecology and Society, 14(2).
5. Food Administration Organization (FAO) 2006.
6. Herrero, M., Havlík, P., Valin, H., et. al (2013). Biomass use, production, feed efficiencies, and greenhouse gas emissions from global livestock systems. Proceedings of the National Academy of Sciences, 110(52), 20888-20893.
7. Pimentel, D., Berger, B., Filiberto, D., et. al (2004). Water resources: agricultural and environmental issues. BioScience, 54(10), 909-918.
8. Food Drug Administration (FDA).
9. Goldburg, R., & Naylor, R. (2005). Future seascapes, fishing, and fish farming. Frontiers in Ecology and the Environment, 3(1), 21-28.
Imagen de portada: vía Unsplash