Al reencuentro del cáliz

“Mujer, semilla, fruto, flor, camino”… verso del poema “Mujer” escrito por la venezolana Gloria Martín y que aparecía en un póster que tuve pegado en mi pieza en mis años de adolescencia. Se trataba de la imagen de la miliciana de Waswalito, una mujer que durante la revolución sandinista en Nicaragua fue fotografiada amamantando a […]

“Mujer, semilla, fruto, flor, camino”… verso del poema “Mujer” escrito por la venezolana Gloria Martín y que aparecía en un póster que tuve pegado en mi pieza en mis años de adolescencia. Se trataba de la imagen de la miliciana de Waswalito, una mujer que durante la revolución sandinista en Nicaragua fue fotografiada amamantando a su hijo mientras caminaba con un fusil al hombro luciendo una sonrisa amplia y luminosa. En aquellos años no entendía muy bien de qué se trataba esa imagen y el verso en ella escrito, pero definitivamente me parecía tremendamente poderoso. Pasadas varias décadas, cada vez me impregno más de estas palabras y, particularmente, en estos días de revolución social en Chile, las relaciono directamente con la posibilidad de que se genere un cambio capaz de transformar nuestra cultura y hacer de nuestra sociedad un espacio más justo y solidario. Pero, ¿cuál sería la relación entre lo que podríamos pensar como un “rol biológico” de la mujer en su capacidad de dar vida y la posibilidad de una transformación socio-cultural? La antropóloga Riane Eisler, en su libro “El Cáliz y la Espada”, se basa en múltiples evidencias científicas para plantear la existencia de una cultura pre-patriarcal, donde la facultad femenina de crear vida y de nutrir (el cáliz) era el poder supremo universal. Hace aproximadamente 9.000 años atrás habrían existido, y permanecido por varios milenios, sociedades en que los máximos poderes divinos estaban representados por una mujer, la madre que todo lo crea y que es en sí misma cíclica como la naturaleza.

Un tiempo en que no existían diferencias jerárquicas entre mujeres y hombres, en que se vivía pacíficamente (no hay evidencia de milicias ni fortificaciones) y en gran armonía con la naturaleza. Se trataba de sociedades altamente colaborativas y solidarias, donde características como la compasión, la empatía y el cariño fueron altamente valoradas. Sin embargo, existió en algún punto de la historia una transformación cultural, un quiebre marcado por el concepto del “sometimiento al poder” (la espada). Luego de este vuelco comenzó a existir una tendencia al control del otro y de la naturaleza a través de la apropiación de la verdad, se comenzaron a validar las guerras, la competencia, las jerarquías y el autoritarismo, y se comenzaron a subestimar las relaciones humanas y el respeto. En este escenario, nosotras mismas desarrollamos una desarmonía con nuestra esencia y sucumbimos ante el dominio masculino. Se desarrolló una cultura patriarcal que si bien ha tratado de ser contrapuesta a lo largo de la historia de la humanidad por algunas olas de resurgimientos femeninos, éstas han terminado siendo consumidas por la represión. En este punto es necesario aclarar que, tal como menciona Eisler en su texto, el problema no es el hombre como género, sino el sistema social donde el poder de “la espada” ha sido idealizado y donde las características femeninas han sido relegadas a un segundo plano y consideradas como una debilidad.

Así es como se ha desarrollado a lo largo de milenios y hasta nuestros días un sistema de violencia contra las mujeres que se da en distintos ámbitos, desde lo doméstico a lo público. A nivel mundial, según datos de la ONU, aproximadamente una de cada tres mujeres ha sufrido violencia física y/o sexual (esta cifra no considera el acoso), más de un tercio de las mujeres asesinadas anualmente mueren a manos de sus parejas o exparejas, un 72% de las víctimas de trata de personas son mujeres y niñas (la gran mayoría con fines de explotación sexual); aproximadamente, hoy existen 650 millones de niñas casadas antes de los 18 años (lo que se relaciona con interrupción en la escolarización y falta de oportunidades) y 200 millones de mujeres y niñas sufren de mutilación genital. Sin embargo, este sistema dominador está alcanzando sus límites; existe una especie de despertar generalizado y una representación clara de esto es el tremendo fenómeno mundial que ha significado la performance desarrollada por el colectivo feminista LasTesis.

En primer lugar, este clamor potente y profundo pone en el ámbito público lo que para muchas estaba puesto en el ámbito privado, por lo tanto, significa una liberación inmediata, una visión del abuso como un problema del sistema en que vivimos, no como un problema personal (“y la culpa no era mía…”). Por otro lado, aunque LasTesis hablan específicamente de la violación (siendo ésta junto con el femicidio los máximos actos de dominación ejercidos por el patriarcado), no solo representa a las mujeres que han sufrido abuso sexual, sino que nos representa a todas en cuanto hemos sufrido abuso de distinta índole por el simple hecho de ser mujeres (“el patriarcado es un juez, que nos juzga por nacer, y nuestro castigo, es la violencia que no ves (ya ves)…”). Cuando sufrimos discriminación laboral, cuando nos cobran más en los planes de las Instituciones de Salud Previsional (Isapres), cuando terminamos trabajando tres veces más que los hombres en labores domésticas que no son valoradas, cuando nuestras opiniones son desestimadas, cuando no podemos parir o amamantar cuándo y cómo nuestros cuerpos y nuestras crías demandan, cuando nos tratan de histéricas, cuando se nos exige socialmente cierta apariencia, cuando no recibimos pensión alimenticia para nuestras hijas e hijos, y un largo etcétera. Abuso tras abuso normalizado al que ahora decimos BASTA!!… y mujeres de todas las edades, creencias y condiciones sociales alrededor del planeta lo gritan fuerte, en una sola voz, a la vez que sueltan sus amarras. Porque la culpa no es nuestra, es del sistema patriarcal imperante.

En este sentido, y retomando lo planteado anteriormente, el despertar de muchas mujeres a nivel global podría realmente cambiar al mundo. Porque a través de nuestro grito libertario lo que buscamos finalmente no es solo la equidad de género, sino también la reivindicación de aquella diosa perdida en los anales de la historia y que representaba los ideales de una sociedad participativa y solidaria, donde las relaciones humanas, la creatividad, el respeto y el amor eran los ejes fundamentales, no el poder ni el control. La búsqueda de la reivindicación de la mujer en la sociedad, por tanto, necesariamente debe ir más allá de la lucha por la igualdad en derechos y oportunidades, el objetivo final debe ser un cambio en el sistema desde sus raíces.

El feminismo de hoy no es el feminismo de ayer, que perseguía asuntos que actualmente nos parecen tan obvios como es el derecho a voto. Ese feminismo pionero fue fundamental en cuanto evidenció la aberrante desigualdad de género y la puso en la discusión pública, pero hoy no podemos conformarnos, por ejemplo, con leyes que aseguren una mayor participación femenina en cargos públicos o que indiquen que debemos ganar lo mismo que un hombre por el mismo trabajo, porque si estos cambios se dan condicionados por el mismo sistema patriarcal no conllevarán a una equidad real y consistente en el tiempo.

©Anis Estrellada

Por supuesto que es imprescindible romper las cadenas, dejar la sumisión y exigir nuestros derechos. Evidentemente, debemos alzar fuerte la voz para que no nos sigan matando ni violando, pero si realmente queremos cambiar el sistema patriarcal por uno solidario donde la diversidad no implique inferioridad ni superioridad, entonces no tiene sentido utilizar el poder de la misma espada que nos somete. El feminismo que lucha, que combate y hasta que agrede, es una reacción casi obvia a la opresión que hemos sufrido por milenios, pero debería representar una etapa preliminar dentro de un gran proceso evolutivo en el que el objetivo final sea el encuentro del cáliz. No es necesario “abolir” la espada (la espada es control, abolir la espada sería abolir el control desde el control), el encuentro del cáliz debería naturalmente equilibrarla.

Por supuesto que los cambios socio-culturales no son fáciles ni rápidos, pero creo que estamos en un punto en que se vuelve crucial generar una revolución mayor que nos guíe a una reestructuración total en los ámbitos político, económico, científico y hasta espiritual, ya que de eso depende el logro de ideales tan importantes para la supervivencia de la humanidad, como son la paz, la justicia social y el equilibrio ecológico. Esta revolución mayor será exitosa solo si muchos de nosotros nos unimos de manera consciente y consecuente, partiendo por un cambio real en nuestras propias vidas.

Tal como plantea el filósofo y musicólogo chileno Gastón Soublette en el análisis de la contingencia social que vive nuestro país, una modificación en las estructuras (sociales) es estéril si no viene acompañado con la generación de un nuevo tipo humano, distinto al existente, un tipo humano conectado con la virtud y la sabiduría, conectado con el amor. El biólogo Humberto Maturana, desde su perspectiva científica, considera al amor como un fenómeno biológico, en cuanto a que se trataría de la emoción que, entrelazada con el lenguaje, fundamenta las actividades humanas y el desarrollo cultural. El sistema patriarcal nos ha engañado haciéndonos creer que el amor es una virtud que solo logran algunos afortunados y/o iluminados, porque lo cierto es que, tal como plantea Maturana, el amor es intrínseco al ser humano. En este sentido, la transformación del patriarcado hacia una cultura de la solidaridad que propone Eisler debería darse desde el fundamento de la biología del amor, ese amor que nos permite legitimar al otro. El valor de la espada debe derrumbarse primero en nosotros mismos, la respuesta no está en la lucha en contra del patriarcado (que sería darle valor a la espada), la respuesta está en dejar de alimentarlo a través del reordenamiento de nuestras prioridades. La reconexión con el cáliz, que no es otra cosa que el amor, representado por el respeto y la aceptación del otro como igual, debe ser en primera instancia personal. El cambio interior (individual) es fundamental para el cambio exterior (social).

En resumen, creo firmemente que nuestro futuro como humanidad depende de nuestra capacidad de conectarnos con lo femenino y de reivindicar las relaciones humanas relegadas por el patriarcado. También creo que el movimiento feminista, que en su base persigue la igualdad para todas y todos y es cada vez más fuerte a nivel global, probablemente lidere esta gran revolución necesaria para comenzar a construir un nuevo mundo. Quién sabe si esta eventual transformación cultural será suficiente para poder perpetuar nuestra especie, considerando que la naturaleza ha sido una víctima más del sometimiento patriarcal y ha sido devastada en pos del crecimiento económico y el progreso, y la debacle ambiental es tal que puede que no haya vuelta atrás… pero tenemos que intentarlo y trabajar conscientemente por la que probablemente sea nuestra única opción.

Nuestra colaboradora invitada es Silvana Andrea Collado Fabbri, bióloga de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, doctora en Oceanografía de la Universidad de Concepción, quien ha trabajado como asistente de Investigación en la Pontificia Universidad Católica de Chile (Santiago) y en la Universidad de Concepción.  Actualmente, participa activamente de la ONG Conciencia Sur, la cual agrupa a mujeres feministas con formación científica.

Las ilustraciones de este artículo fueron realizadas por Anis Estrellada, diseñadora industrial  (Universidad del Bio Bío) e ilustradora, también directora de arte de la ONG Amaranta y el Museo de las Mujeres – Chile.