Agricultura urbana: por un nuevo sistema alimentario

En la actualidad, cuando se escucha hablar de agricultura, se tiende a pensar en una zona rural con cultivos de grandes extensiones. Sin embargo, el concepto puede ser mucho más amplio. Podemos comprender la agricultura como el acto de sembrar o plantar alimento en cualquier lugar.

En la historia de la humanidad, la producción del alimento siempre fue parte importante de cualquier asentamiento humano, es más, los asentamientos humanos se hacían en torno a la producción del alimento. Sin embargo, con el transcurrir del tiempo, y especialmente con la llegada de la era industrial, este acto de conexión con la producción del sustento alimenticio comenzó a desaparecer y se fue poco a poco entregando a manos de la industria. 

En la historia de la humanidad, la producción del alimento siempre fue parte importante de cualquier asentamiento humano. ©Markus Spiske

Entonces, se modificó drásticamente la relación del ser humano con el ambiente. La mayor eficiencia en la producción de alimento generó excedentes que dieron lugar a profundos cambios demográficos, a la emergencia de clases sociales, al desarrollo de burocracias y al desarrollo de tecnologías alimentarias. El desequilibrio de la dieta en las sociedades agrarias fue inminente y nos acompaña al día de hoy con una base importante en cereales y alimentos empobrecidos desde el punto de vista nutricional. Una era crucial en nuestra historia, que si bien trajo soluciones para incrementar la producción de alimento para la población mundial que crecía cada vez más, acarreó consigo consecuencias devastadoras que se hacen aún más evidentes en la actualidad; desconexión del ser humano con la naturaleza, uso de esta con un enfoque meramente de explotación e insostenibilidad, contaminación de suelos, agua y aire, pérdida de biodiversidad, pérdida de zonas boscosas desmesurada, calentamiento global, consumo de alimentos empobrecidos desde el punto de vista nutricional y aumento en problemáticas de salud por uso y consumo de químicos en la alimentación, entre otras consecuencias. 

Hemos generado dependencia a una industria que nos está haciendo un daño incalculable. Sin embargo, una de las soluciones está en nuestras manos y es mucho más fácil de lo que podríamos llegar a imaginar: cultivar parte de nuestro alimento. Cuando hablamos de cultivar nuestro alimento, no estamos solo pensando en plantar un huerto y sembrar hortalizas, podemos crear también pequeños bosques de alimentos en plena urbe, la cría de algunos animales como gallinas y conejos; abejas para la producción de miel, práctica conocida como apicultura urbana, e incluso el cultivo de peces llamado acuaponía urbana. Se pueden considerar como espacios cultivables los patios, terrazas, azoteas, muros, antejardines, veredas, escuelas, hospitales, centros municipales, plazas o cualquier lugar que cuente con las mínimas condiciones para su desarrollo.

Hemos generado dependencia a una industria agrónoma que nos está haciendo un daño incalculable. ©No one cares
©Jonathan Kemper

El motor que impulse a las personas a practicar la agricultura urbana puede tener su origen en diferentes intereses. Por mencionar algunos: la salud y el rechazo al consumo de químicos de origen artificial; el deseo de alimentarse de productos más frescos, nutritivos y sabrosos; la conciencia del cuidado del medioambiente y del impacto que provoca en él la agricultura convencional; la voluntad de tener autonomía en la generación del alimento; la necesidad de trabajar en algún objetivo común con los vecinos cultivando huertas comunitarias; el simple hecho de querer generar una conexión con la tierra o por sentirse bajo estrés y usar la agricultura como terapia, obteniendo sus beneficios para la salud física y mental; y la utilización de la agricultura como método de aprendizaje en las escuelas y en los centros de rehabilitación. 

Si revisamos la historia, existe un ejemplo de un verdadero movimiento hacia la agricultura urbana, siendo Cuba la principal protagonista. Debido al bloqueo de Estados Unidos y la caída de la Unión Soviética, el pueblo cubano decidió comenzar con un movimiento de agricultura urbana que permitiera proveer de alimentos a toda su gente, sin necesidad de transportarlos del campo a la ciudad. Se adaptó la ley de uso de suelo, se formó una red de agentes compuesta por los miembros del barrio, se crearon “casas de semillas” y se creó una infraestructura de mercado de venta directa. Aquí se comenzó a cultivar una ciudad entera, sin necesidad de utilizar transporte y con alimentos frescos a diario. Si bien existen otros ejemplos de agricultura urbana en el mundo como Ciudad de México, Antigua y Barbuda, Managua, Rosario en Argentina, Nueva York (con sus cultivos en azoteas), Londres, Berlín, Madrid, Barcelona, Costa Rica, Bután y París, entre otros, hoy en día se hace necesario construir un movimiento mundial en este sentido. 

La practica de la agricultura urbana mejorará la calidad de nuestra alimentación y de nuestra salud. ©Paula Rosales

Los principales cambios vienen de los intereses personales que en algún punto convergen para transformarse en intereses comunitarios, nacen en cada uno de nosotros, debemos confiar en que tenemos ese poder de transformación. Sin duda, la practica de la agricultura urbana mejorará la calidad de nuestra alimentación y de nuestra salud. Comenzará a circular también una producción de excedentes y del procesado de estos, como salsas de tomate, mermeladas, conservas, deshidratados, etc. Lo que puede generar una mejora en el ingreso familiar y en las economías locales, aumentar la distribución de los recursos, ya que no van solo a un gran productor, por el contrario, comienzan a ser distribuidos en muchos pequeños productores, y en  consecuencia causar una disrupción inmediata en el sistema actual que produce alimentos de pésima calidad con un alto costo socioambiental.  

Recuerdo unos años atrás, era común ver en los patios de las casas árboles frutales como limoneros, damascos, ciruelos y naranjos, y también especias y hierbas; algunos hogares practicaban la producción de sus propias hortalizas e inclusive la cría de gallinas y otros animales para el consumo. En las veredas se plantaban manzanos y ciruelos, en los parques y plazas también se potenciaba el cultivo de algunos frutales. ¿Qué nos pasó que comenzamos a privilegiar el cemento y un paisajismo ornamental en reemplazo de nuestro alimento?, ¿qué nos pasó que empezamos a buscar las lechugas en el mercado en vez de cultivarlas en casa?

Una sociedad con alta conciencia ecológica, es aquella donde los límites entre lo urbano y rural comienzan a desaparecer. Me hace ilusión imaginar un mundo en que no sabremos si serán ciudades inmersas en lo rural o si será lo rural inmerso en las ciudades. 

No podemos olvidar que los grandes cambios, nacen de pequeñas acciones.

©Paula Rosales
©Paula Rosales

Imagen de portada: ©Paula Rosales