La localidad al servicio global: iniciativas comunitarias para y con la Tierra

Hoy es 22 de abril, Día de la Tierra. En el hemisferio sur nos encontramos en pleno otoño. Para los habitantes de las zonas más australes no es raro caminar por la calle y sentir un leve e incipiente olor a lluvia o, como lo ha llamado la ciencia, petricor. Este aroma de nombre poético […]

Hoy es 22 de abril, Día de la Tierra. En el hemisferio sur nos encontramos en pleno otoño. Para los habitantes de las zonas más australes no es raro caminar por la calle y sentir un leve e incipiente olor a lluvia o, como lo ha llamado la ciencia, petricor. Este aroma de nombre poético no es más ni menos que una acción química que ocurre no precisamente en el agua, sino en la coyuntura de la humedad y la tierra. Sería más preciso, entonces, decir que petricor es el olor a tierra húmeda. Este es un término que aúna la atmósfera y el suelo y se presenta como una elucubración: hace vislumbrar un conjunto de materias y organismos que se mezclan, diversifican y colaboran en un constante ciclo evolutivo, revelan una química creativa y continua: un panorama terrestre. 

Jornada de educación ambiental de Fundación un Alto en el Desierto año 2017. © FUAD

Este aroma que muchos sienten y asocian a sus entornos más próximos no es un suceso aislado, es algo que ocurre básicamente en todo lugar en el que existe una fuente hídrica y tierra, es decir, básicamente en todo el planeta. Seguro que muchos asocian esta fragancia a recuerdos e imágenes locales: un invierno vacacionando en el sur, un paseo otoñal en algún parque, una caminata por el bandejón central de la ciudad, un episodio de infancia en el patio, etc. El recuerdo aproxima las distancias. La tierra nos anima a despertar la conciencia vegetal que llevamos dentro. La crisis sanitaria que atravesamos a nivel global, nos enrostra  nuestra sesilidad. Como las plantas, somos seres ligados a la tierra. En este sentido, colaborar con el cuidado de nuestro sustrato se vuelve urgente y primordial. 

Como las plantas, somos seres ligados a la tierra. En este sentido, colaborar con el cuidado de nuestro sustrato se vuelve urgente y primordial. 

Es por esto que en el día de la Tierra, Revista Endémico en conjunto a Fundación Lepe organismo que fomenta el desarrollo comunitario sostenible desde las comunidades locales se han reunido para destacar algunas de las organizaciones que trabajan en conjunto con la naturaleza y reconocen la interdependencia entre seres humanos, seres vivos y medioambiente natural. Entre dichas iniciativas se encuentra la Fundación Un Alto en el desierto, Reinventaysén, Parque Urbano El Bosque, Centro Cultural la Vertiente, Fundación Mingako y Apicultores de Callaqui. Endémico web habló con quienes llevan adelante estas iniciativas y conversó sobre el trabajo local y territorial, la importancia de la colaboración y la educación en pos de una vida sustentable y más amigable con el medioambiente.

Cosechadores de Agua en el Desierto

La Fundación un Alto en el Desierto (FUAD) es la primera red de cosechadores y recicladores de agua en Chile. Esta iniciativa nace el año 2005 en la provincia de Limarí, en respuesta a la lamentable crisis hídrica que viven todos los habitantes de esta zona. En palabras de su co-fundador y director Nicolás Schneider Errázuriz “la desertificación es tan compleja que se deben realizar una serie de acciones al mismo tiempo coordinadas entre sí para lograr proyectos exitosos”. Es por esto que dentro de las iniciativas que desarrollan se encuentran: programas de educación hídrica ambiental, desarrollo de atrapanieblas, restauración de tierras semiáridas y el apoyo a otros proyectos sociales que genera la propia comunidad. 

FUAD ha creado en conjunto con la comunidad local el atrapanieblas más importante del Desierto de Atacama. La idea es hacerle frente al camión aljibe con “una respuesta efectiva para una real adaptación al cambio climático y una mayor resistencia social a las crónicas sequías” (Nicolás Schneider). © FUAD

Dentro de los logros más importantes en los que ha participado la FUAD destacan por un lado, ser los creadores del atrapanieblas más importante a nivel país. Este “produce cerca de 500.000 litros al año para diversos usos, incluida la fabricación de cerveza” nos cuenta Nicolás Schneider y continúa, “además, son cerca de 100 hectáreas las que se riegan gracias a la cosecha de agua de niebla. Este territorio es el único oasis que no solo ha protegido el ambiente, ha logrado hacer un alto al desierto”. La idea ha reemplazar al camión aljibe con “una respuesta efectiva para una real adaptación al cambio climático y una mayor resistencia social a las crónicas sequías” nos manifiesta el co-fundador y director de la FUAD. 

Cerro Grande es un oasis en medio del desierto. Es en este lugar donde nace la FUAD, cuando sus fundadores: Daniel Rojas y Nicolás Schneider junto a las niñas y niños de la Escuela Básica de Peña Blanca (comuna de Ovalle, región de Coquimbo) suben el cerro y se juran proteger el único lugar en donde existe una vegetación importante. © FUAD

Otro de las actividades importantes que funcionan a la par del desarrollo y funcionamiento de los atrapanieblas son las jornadas de educación ambiental, sobre todo en contextos escolares. “En el curriculum escolar a nivel nacional el agua no tiene la importancia que merece. Todavía se enseña un obsoleto ciclo del agua perfecto de evaporación, condensación, precipitación y escurrimiento que no ocurre en la realidad de la crisis climática y el extractivismo” dice Nicolás. En este sentido, han logrado crear una red de profesoras y profesores que apuestan por una enseñanza contextualizada al entorno real de los y las estudiantes. 

Puntos limpios en la Patagonia, una transformación del entorno 

Más de 1500 kms al sur de la provincia de Limarí existe otra iniciativa de educación ambiental llamada Reinventaysén. Esta agrupación nace hace 9 años de la mano de educadores de diferentes establecimientos escolares en Puerto Aysén. Estos se plantearon la idea de instalar puntos limpios al interior de escuelas, jardines y liceos. En palabras de Carolina Vega, parte del equipo de esta organización, “esto permitiría controlar el tipo de residuos que llegarían, educar a nuestros niños en reciclaje y ellos a sus padres, pero principalmente mostrarles que cuando las personas se unen y trabajan juntas pueden transformar su entorno”. Actualmente, este proyecto reúne a 19 unidades educativas trabajando en el reciclaje de residuos sólidos inorgánicos. Además, nos cuenta Carolina “hemos incorporado el compostaje y actualmente nos capacitamos en huertos escolares para educar a las comunidades en producción de alimentos”.

Atrás se observa el trencito ecológico de Christian Martino, un empresario con vocación de educador, que dispuso su tiempo y recursos para motivar a los niños y niñas a cuidar la Patagonia. © Reinventaysén

Uno de los principales logros de esta iniciativa ha sido instalar el tema de los residuos y de su reutilización, reducción y reciclaje en la comunidad de Puerto Aysén. Actualmente, nos cuenta Carolina “existe mayor conciencia de parte de comerciantes, grupos de vecinos interesados en tener un punto limpio en su barrio, incluso, hace un par de años la Municipalidad reconoció la importancia del tema al licitar el manejo del reciclaje de la comuna”. Sin embargo, el camino no ha sido fácil, pues tal como dice esta integrante de Reinventaysén “la educación ambiental es un trabajo lento porque tiene que ver con un cambio de hábitos y cambiar hábitos es muy difícil”. 

Jornada de reducción y reciclaje en la comunidad de Puerto Aysén. © Reinventaysén

Vecinos por la conservación del bosque valdiviano en plena ciudad

En el 2004 vecinos del Barrio El Bosque, en la comuna de Valdivia, se coordinaron para formar el Comité Ecológico Lemu Lahuen. Éste tenía como fin proteger el Parque Urbano de la zona, abrirlo a toda la comunidad y mediante un programa de educación ambiental promover el contacto y disfrute respetuoso con la naturaleza. Así el Parque Urbano el Bosque se transformó en un espacio protegido pero abierto a la ciudad, un lugar mágico en el que se puede apreciar la convivencia entre dos ecosistemas: la selva valdiviana y el humedal.

Pasarelas en Parque Urbano el Bosque. Vista hacia el humedal. © Parque Urbano el Bosque

Esta iniciativa ha hecho posible encontrarse en medio de la ciudad con altos árboles propios del bosque valdiviano como el roble, el laurel, el olivillo y el coigüe. También puedes apreciar otros arbustos como maquis, notros y arrayanes; enredaderas como el copihue; y numerosos helechos y otras hierbas nativas de la zona. Toda esta vegetación es el hogar de una rica fauna compuesta por diversas aves, anfibios e insectos. María Ema Hermosilla, presidenta del Comité Ecológico Lemu Lahuen, destaca que la importancia de esta iniciativa “radica en que siendo espacios naturales remanente no son comparables con áreas verdes artificiales, son remanentes del bosque nativo original que mantienen una alta biodiversidad y las relaciones entre las especies que la componen, proveen servicios que no pueden las “áreas verdes” artificiales. Como por ejemplo la regulación del agua, el calor, la provisión de alimento y refugio para las especies que la habitan”.

Además, María Ema Hermosilla recalca que “la convivencia de todas las especies de flora y fauna que habitan en este parque tiene cientos de años de evolución conjunta” por lo que es vital respetar las condiciones naturales y evitar las plantaciones de especies exóticas, entre otros. Para esto no solo han creado una infraestructura para visitar el lugar, sino también han desarrollado otros trabajos como talleres de educación ambiental, concursos fotográficos y hasta la publicación del libro Flora y Fauna de la selva valdiviana: En la ciudad de Valdivia

Vista hacia el bosque en Parque Urbano el Bosque. © Parque Urbano el Bosque

El buen vivir en Comunidad

En la localidad de Las Higueras, en la comuna de Talcahuano nace el Centro Cultural la Vertiente que con la junta de vecinos del mismo barrio han desarrollado diversas iniciativas con el objetivo de fortalecer el tejido social y también el entorno de esta comunidad. Todos los proyectos y espacios creados por esta iniciativa se enmarcan en dos ámbitos de trabajo: por un lado “naturaleza y comunidad” y por otro “economía local y solidaria”. En palabras de Jorge Barreda, miembro del Centro Cultural la Vertiente, estos ámbitos abarcan objetivos tales como recuperar espacios en el barrio, fortalecer relaciones vecinales retomando antiguas costumbres de nuestra comunidad, restituir el vínculo deteriorado de nuestras comunidades con la naturaleza, como también fortalecer e integrar las pequeñas iniciativas de sustento económico de nuestra gente”. 

Quizás lo más destacable de este centro cultural es su marco filosófico, en palabras de Jorge éste se enmarca “en un gran proyecto que llamamos el Buen Vivir en Comunidad. Creemos que este proyecto, en término de ideas, visión y principios, no solo lo impulsa nuestro centro cultural, sino que está presente en muchas de las organizaciones que componen el entramado social de nuestros territorios”. El Buen Vivir es una forma de habitar en el mundo, “nacida de lo más profundo de los pueblos de nuestra América, que si bien presenta diferentes comprensiones por los pueblos de un lugar u otro, coinciden en que la vida humana y la madre naturaleza están en el centro de partida de cualquier acción a realizar” nos cuenta Jorge. 

Atrás se divisa el Parque Comunitario La Vertiente, que corresponde a un sitio del cerro aledaño al sector La Vertiente. El Centro Cultural se propuso acercar a la gente a este lugar, recuperar la relación con el cerro, así como restaurar la vegetación nativa del lugar: “Cada año, hemos plantado entre 40 a 100 árboles, avanzado en mejores resultados en la supervivencia de los individuos plantados frente a las secas condiciones del verano” relata Jorge Barreda. © Centro Cultural la Vertiente

Más allá de ofrecer actividades, la Vertiente “se abre como un espacio para aprender y desarrollar iniciativas que nos encaminen al bienestar de nuestra comunidad y la naturaleza que habita en nuestro territorio” nos dice Jorge. De esta forma, se han organizado las jornadas de limpieza periódica, caminatas de identificación de plantas y recolección de semillas, plantaciones de árboles y arbustos nativos para la restauración ecológica. Además, actualmente se están organizando charlas de “Experiencias exitosas de economías locales y solidarias” y los talleres de formación en “Economías para el Bien Común” en modalidad virtual abierto a todo público. Así también, nos cuenta Jorge, inauguraron “la biblioteca comunitaria, la huerta de plantas medicinales y el vivero de propagación de plantas nativas en la sede social”. Al mismo tiempo, han pintado murales con un fuerte sentido de historia e identidad local, y han aportado al mejoramiento de la infraestructura del barrio, ya sea por acción directa o por medio de la gestión a través de la municipalidad. Todo esto en pos de aportar a la vinculación de la ciudadanía con su territorio, hacerse parte del espacio que habitan y estimular el cuidado del medio ambiente. 

El Buen Vivir es una forma de habitar en el mundo, “nacida de lo más profundo de los pueblos de nuestra América, que si bien presenta diferentes comprensiones por los pueblos de un lugar u otro, coinciden en que la vida humana y la madre naturaleza están en el centro de partida de cualquier acción a realizar” nos cuenta Jorge Barreda.

La minga de San Bernardo, en busca de una conciencia medioambiental colectiva

Otra agrupación ciudadana que apuesta por la concientización de la comunidad por el cuidado de su entorno es Mingako. Muchísimos kms más al norte de Talcahuano, en la comuna de San Bernardo, lugar sometido a diversas problemáticas socio ambientales como la gran cantidad de micro basurales, la desertificación de espacios verdes urbanos, la falta de orden territorial y la escasez de participación social, nace esta iniciativa. Su objetivo, en palabras de Víctor Farías, director ejecutivo de Mingako, es “forjar desde el trabajo comunitario, y la ecoeducación y acción una sustentabilidad participativa y ecológica”. 

Todos los proyectos que realiza Mingako son por medio de alianzas con organizaciones que mantengan un enfoque parecido al de la fundación, la cual sostiene la metodología de trabajo en comunidad para alcanzar una sustentabilidad global. © Fundación Mingako

Uno de los valores más importantes para los integrantes de Mingako a la hora de abordar el medio ambiente ha sido el trabajo comunitario. “Las personas no existimos solas en islas individuales en nuestros territorios, sino que al igual que la naturaleza, conformamos un gigante entramado de relaciones que se nutren cuando estas se multiplican, se complejizan, por lo que para enfrentar los problemas graves socio ecológicos que hoy nos acercan al borde del abismo debemos como comunidades organizar nuestra vida de una manera libre y autónoma” dice Víctor. Cuando el integrante de Mingako habla de libertad, va más allá de nuestras elecciones mercantiles, se refiere más bien a la manera de organizarnos, “a como queremos practicar nuestra economía, como queremos hermosear nuestras plazas, nuestras calles… a la libertad creativa y responsable”. Para esta organización es fundamental, dice el director de Mingako, “hacerse cargo de retomar las tareas sociales que desde la dictadura dejamos como sociedad en manos del mercado y con los años hemos visto que sus intereses van sólo ligados a la reproducción infinita del capital y de las desigualdades que produce, más que a aumentar la dignidad y el buen vivir de las comunidades y territorios”. 

El centro de ecoeducación Mingako está emplazado en lo que fue un micro basural urbano en la comuna de San Bernardo, hoy, fruto de un trabajo de más de dos años de voluntariado, la sede posee un huerto urbano de 100 m2, una zona de compostaje y lombricultura, entre otras salas y talleres. © Fundación Mingako

Durante la pandemia, esta organización ha estado más activa que nunca. Uno de los proyectos que se destacan actualmente es la “Minga popular por la resiliencia comunitaria”, que han desarrollado junto a una comunidad de más de 120 familias, en alianza con el Banco de Alimentos de Lo Valledor, la corporación Red de Alimentos y del trabajo colaborativo con campos y granjas agroecológicas de la zona sur de Santiago. Esta iniciativa tiene como objetivo la recuperación de comida para la seguridad alimentaria. Por otro lado, hace unas semanas comenzaron con la primera escuela popular socioambiental. Esta “busca que 21 vecinos y vecinas de nuestra comuna puedan compartir aprendizaje con nosotres y puedan formarse como monitores y monitoras de educación popular ambiental, reflexionando sobre el impacto de las problemáticas globales y locales, y aprendiendo un eco oficio que puede ser la práctica la agroecología, el reciclaje de plásticos y textiles o la medicina e higiene natural” relata Víctor.  

Apicultura pewenche, apicultura en familia

En la comuna de Alto Biobío, 24 familias pewenche se han planteado la idea de reaprender una práctica olvidada: la cosecha de miel tradicional pewenche. Antiguamente no era extraño que las familias que habitaban esta zona tuviesen prácticas apícolas. Con el tiempo y la llegada de la abeja trashumante, es decir con la llegada de colmenas afuerinas que se ubicaron en la zona con el fin de tener mejores condiciones de recolección, la actividad apícola tradicionales y las abejas nativas se fueron perdiendo. 

Apicultores de Callaqui impulsan el rescate tradicional pewenche en la cosecha de miel. © Marcela Melej

Es así como en el año 2017 “dentro de una asamblea comunitaria se comenzó a amasar la idea de aprovechar los recursos que nos ofrecía nuestro territorio” nos cuenta Guillermo Purrán, director de la asociación. Un año después la comunidad comenzó a autocapacitarse: los que ya tenían algo de experiencia ayudaron a los nuevos. De esta forma, no solo retomaban una actividad tradicional abandonada, sino que también “evitamos que la gente saliera a trabajar a otras zonas” nos menciona Guillermo. Esta iniciativa, finalmente, tomó el nombre de Asociación Indígena de Apicultores de Callaqui.

Para el director de esta iniciativa, la apicultura pewenche se diferencia de otras tradiciones apícolas no tanto en su técnica, sino en ser una práctica colaborativa, ligada a la familia, a la comunidad y desarrollada en entornos naturales poco intervenidos. Los apiarios en la cordillera se ven favorecidos y afectados de maneras muy distintas a los que se encuentran en los valles. Así, las plantas nativas, los ríos limpios y las medicinas naturales hacen que el trabajo de estas colmenas esté exento de contaminación. Además, “la conexión que tenemos con la naturaleza es distinta, la apicultura se vive en familia. Las abejas son parte de nosotros, convivimos y conversamos con ellas, trabajamos con ellas, no las entendemos como una simple mercancía y por lo mismo no buscamos industrializarlas” profundiza Guillermo. 

Antiguamente no era extraño que las familias que habitaban esta zona tuviesen prácticas apícolas. Con el tiempo y la llegada de la abeja trashumante la actividad apícola tradicionales y las abejas nativas se fueron perdiendo comenta Guillermo Purrán. © Marcela Melej

Todas estas iniciativas tienen en común ser proyectos sociales, comunitarios y colaborativos, pero por sobre todo son proyectos que buscan un convivir armónico con el entorno y la naturaleza que habitamos.

Comunidad y cooperación: enfrentar la parálisis de las autoridades

Todas estas iniciativas tienen en común ser proyectos sociales, comunitarios y colaborativos, pero por sobre todo son proyectos que buscan un convivir armónico con el entorno y la naturaleza que habitamos. Esta tarea es importante en estos tiempos en que “se percibe una desvinculación con los espacios donde los procesos ocurren, lo que se conoce como un aprendizaje sin territorio” dice Jorge Barreda, miembro del Centro Cultural la Vertiente, quien además agrega: “Por lo que se ha visto en otras partes del mundo, y también hemos apreciado en el trabajo realizado como Centro Cultural, trabajar en el territorio, junto a las personas que ahí habitan, es una de las mejores formas de involucrar a las personas y generar un verdadero proceso de aprendizaje, los cuales van nutriendo una conciencia ambiental más profunda”.

La comunidad que integra Apicultores de Callaqui. © Marcela Melej

Estas iniciativas no se han desarrollado exentas de dificultades. El director de Mingako, Víctor Farías nos cuenta que “una gran problemática que afecta a todas las organizaciones comunitarias que se hacen parte de la solución de los problemas locales es la escasez de recursos económicos y la falta de preocupación de las autoridades políticas”. A su vez, el co-fundador y director de FUAD Nicolás Schneider Errázuriz agrega “hemos visto los factores que desencadenaron el llamado ‘estallido social’, la bronca contenida y dirigida hacia la clase política, científica, económica y ligado también a las instituciones públicas que no dan el ancho para enfrentar, por ejemplo, la crisis hídrica que vive Chile”. 

Víctor Farías a modo resolutivo dice: “Cuando el gobierno desconoce a tal punto la realidad territorial, es la solidaridad y el trabajo de barrio lo que permite la reproducción de la vida y el triunfo de esta sobre la pandemia, la contaminación, el extractivismo, etc.” En el mismo sentido, Nicolás Schneider recalca que una de las cuestiones fundamentales para trabajar por un cuidado del medioambiente del que somos parte “es, en primer lugar, reestableciendo el tejido social, que se ha perdido por un bombardeo de 40 años de neoliberalismo”. Es decir, hacer el ejercicio de reencontrarse, pensar proyectos comunes y recobrar la cooperación para hacer frente a tanto individualismo y a la crisis climática que se nos desborda.   

Cuando el gobierno desconoce a tal punto la realidad territorial, es la solidaridad y el trabajo de barrio lo que permite la reproducción de la vida y el triunfo de esta sobre la pandemia, la contaminación, el extractivismo, etc. (Víctor Farías, Fundación Mingako).

 

Imagen de Portada: © Marcela Melej