Por un mundo con muchos mundos: diálogos plurales para el reconocimiento en tiempos de crisis

La crisis socioambiental no es un tropiezo, es la factura acumulada de la modernidad industrial. Cambiar etiquetas verdes no alcanza si pretendemos romper la inercia e iniciar el camino de la transformación. Visto desde América Latina, las periferias y el sur global, la asimetría salta a la vista: los impactos llegan primero, las soluciones tarde (Beck, 2010). Esta pequeña reflexión pretende reunir aportes de la ecología política y el ecofeminismo para desplazar el foco analítico hacia economías del cuidado, decisiones más horizontales y reciprocidades entre comunidades humanas y más que humanas. Nos guía en este camino una pregunta simple y desafiante ¿Cómo desarmamos la tradición colonial, patriarcal y productivista para habitar la Tierra de manera más justa y plural?

Un cambio epistémico para el reconocimiento de otros mundos posibles

La crisis ambiental y social que atravesamos son la consecuencia histórica de la modernidad industrial y sus promesas incumplidas. Afrontarla exige algo más que parches burocráticos, ajustes legales o la responsabilización orientada a la persona. Más bien se exige una transformación epistémica que reordene los marcos culturales, políticos y simbólicos con los que habitamos la Tierra. Es en ese cruce que la ecología política y el ecofeminismo proponen lenguajes y prácticas capaces de desplazar la mirada antropocéntrica y productivista hacia horizontes de justicia ecológica y de género (Leff, 2003; Puleo, 2011, 2013).

Por otro lado, en la llamada segunda modernidad (fase reflexiva en la que el propio progreso industrial fabrica riesgos globales que ya no controla), los riesgos climáticos, toxicológicos, ecosistémicos, entre otros se globalizan y parecen estar “democratizados” –lo que Beck llama la democratización de la miseria–, donde cualquiera puede verse afectado. Pero esa pretensión de igualdad frente al riesgo es una quimera: la exposición y la capacidad de respuesta siguen estratificadas (Beck, 2010) y su distribución es desigual. 

©Trent Haaland

Frente al ideal de estos intentos, por el consenso cosmopolita frente al riesgo, en las periferias emergen sub-políticas que defienden territorios y vidas concretas: comunidades indígenas, movimientos ecologistas, feministas y descoloniales, que operan no precisamente desde el acuerdo, sino desde el disenso, la diferenciación y la organización local (Beck, 2010) con impactos que visibilizan una asimetría cada vez más tensa entre centros que externalizan daños y periferias que los padecen sin haberlos causado. Se trata de un problema político de distribución de costes ambientales.

Desde los años 80, el desarrollo sustentable prometió reconciliar economía y naturaleza, pero en la práctica, la modernización ecológica sólo reorganizó sectores productivos y regulaciones sin alterar el corazón del capitalismo global. El resultado sería una “ecología de vitrina” en el Norte y una externalización de costos ambientales hacia el Sur mediante extractivismos intensivos, cadenas de residuos y monocultivos que sostienen la ilusión de un “desacople” entre crecimiento e impacto (Svampa, 2019). La crítica latinoamericana subraya que la crisis se gestiona en marcos hegemónicos que preservan jerarquías centro-periferia (Leff, 2003).

La ecología política analiza cómo el cambio ambiental se entreteje con economías políticas y disputas por el poder. Su apuesta desde latinoamérica cuestiona aquellos universalismos que invisibilizan saberes situados y ontologías diversas (Leff, 2003). El ecofeminismo por su parte enlaza la explotación de la naturaleza con la opresión de la mujer y otras identidades subalternizadas, mostrando cómo las jerarquías dicotómicas simbólicas –naturaleza y cultura; razón y afecto, etc.– habilitan la apropiación de cuerpos y territorios (Puleo, 2011, 2013). Estas miradas interseccionales permiten ver el entramado entre clase, raza, sexualidad y especie. Así ambas corrientes coinciden en que no bastan las innovaciones técnicas si persisten las matrices patriarcales y coloniales. Proponen nuevas economías del cuidado, decisiones colectivas más horizontales y vínculos de reciprocidad entre comunidades humanas y más-que-humanas (Leff, 2003; Puleo, 2011).

En el sur global del desarrollo de estas ideas emergen giros eco-territoriales, tramas que se vuelcan a la defensa del agua, bosques y otros modos de vida frente al avance extractivo, y ensayan alternativas como el Buen Vivir, decrecimiento y soberanía alimentaria, entre otras (Svampa, 2019) a modo de conceptos-horizontes, como formas de vida que rehúsan la homogeneización y afirman la co-dependencia entre naturaleza y cultura.

Desde aquí, la ecología política actúa como política de la diferencia: en vez de un modelo único de sustentabilidad, multiplica mundos habitables en diálogo con memorias, tradiciones y saberes locales (Leff, 2003; Svampa, 2019). Con Mignolo, Porto-Gonçalves recuerda que las diferencias no están dadas de antemano: aparecen en el contacto, por eso son contingentes y situadas (Mignolo, 2003). Hablamos de epistemologías que nacen entre mundos y no de esencialismos, abriendo prácticas emancipatorias ancladas en cada territorio, donde naturaleza y cultura se entretejen. De ahí la idea de re-existencia: no es sólo la reacción frente al daño, es afirmar lo que sostiene la vida —agua, oficios, vínculos, memoria— y, al afirmarlo, resistir. Dicho en simple: existo y, al existir, resisto (Porto-Gonçalves, 2009).

Transformar la relación con la Tierra implica algo más que “tecnología verde”: exige desarmar las matrices que la degradan –patriarcado, colonialidad, productivismo, etc.– y recomponer cuidados, economías y decisiones desde abajo y en común (Puleo, 2011; Leff, 2003). Desde los territorios latinoamericanos, la lección es clara: cuando se amplía la comunidad de lo viviente y se democratizan las decisiones sobre los bienes comunes, mejora la vida de las personas y la de los ecosistemas. No hay atajos, hay caminos plurales y situados que, paso a paso, hacen más verosímil un futuro donde quepan muchos mundos (Beck, 2010; Svampa, 2019).

«Transformar la relación con la Tierra implica algo más que “tecnología verde”: exige desarmar las matrices que la degradan –patriarcado, colonialidad, productivismo, etc.– y recomponer cuidados, economías y decisiones desde abajo y en común».

Bibliografía

Beck, U. (2010). La sociedad del riesgo: Hacia una nueva modernidad. Paidós

Gudynas, E. (2009). Diez tesis urgentes sobre el nuevo extractivismo: Contextos y demandas bajo el progresismo sudamericano actual. En J. Schuldt, A. Acosta, A. Barandiarán, A.

Bebbington, M. Folchi, H. Alimonda & E. Gudynas, Extractivismo, política y sociedad (pp. 187–225). CAAP / CLAES.

Leff, E. (2003). La ecología política en América Latina: Un campo en construcción. Sociedade e Estado, 18(1/2), 17–40.

Puleo, A. (2011). Ecofeminismo para otro mundo posible. Universidad de Valencia.

Puleo, A. (2013). Feminismo y ecología. En F. López (Ed.), Medio ambiente y desarrollo. Miradas feministas desde ambos hemisferios (pp. 25–41). Ediciones Cátedra.

Svampa, M. (2019). Las fronteras del neoextractivismo en América Latina. CALAS / Universidad de Guadalajara.

Imagen de Portada: ©Jon Tyson