La vida moderna está caracterizada por el uso intensivo de tecnologías, jornadas laborales demandantes, y escasa horas de ocio, en otras palabras, la vida está marcada por un ambiente de tensión constante. A las largas horas frente a pantallas o en espacios cerrados, se suma la contaminación del aire y del agua, la presencia de pesticidas tóxicos en los alimentos y deficiencias nutricionales derivadas de la producción agrícola industrial, entre otras formas de contaminación –acústica, electromagnética, por ejemplo–. Todo este arsenal, termina llevando al cuerpo a un estado de desequilibrio y en consecuencia nuestro organismo se vuelve cada día más vulnerable y propenso a enfermedades. La crisis de salud que atravesamos no puede separarse de esta multiplicidad de tensiones, ni de la crisis ambiental que se profundiza a nivel global.

Hoy el estrés es un tema recurrente, pero rara vez se profundiza en cómo este interactúa con nuestro cuerpo. El estrés activa una serie de respuestas en el organismo que, si bien son útiles en situaciones puntuales de alerta, se vuelven dañinas cuando se prolongan en el tiempo. A nivel físico, se desencadena la liberación de hormonas como el cortisol y la adrenalina, que alteran el ritmo cardíaco, la presión sanguínea y la digestión. Cuando este estado de alerta se mantiene de forma crónica, el sistema inmunológico se debilita, las células acumulan daño, y se afecta el equilibrio de sistemas claves como el nervioso y el endocrino. En otras palabras, el estrés sostenido interrumpe la capacidad del cuerpo de autorregularse y abre la puerta a múltiples enfermedades.
Ante este panorama, resulta fundamental no solo reducir nuestra exposición a las fuentes de estrés, sino también cultivar prácticas que fortalezcan la capacidad del cuerpo de adaptarse y sostener su equilibrio. En este sentido, los adaptógenos –plantas y hongos con propiedades únicas– se presentan como aliados valiosos para acompañar al organismo en la tarea de recuperar y mantener la armonía frente a los múltiples estresores de la vida moderna.
¿Qué son los adaptógenos?
El término “adaptógeno” fue acuñado en 1957 por el investigador ruso Nikolai Lazarev, en el marco de estudios que buscaban comprender cómo proteger la salud humana en un mundo cada vez más industrializado. Sin embargo, ya desde la década de 1940 se hablaba de plantas capaces de “mejorar la resistencia general” frente a situaciones de cambio y tensión ambiental. Los adaptógenos son definidos por tres criterios fundamentales: no son tóxicos, generan beneficios amplios y no específicos relacionados al estrés y poseen una acción reguladora bidireccional que ayuda a restablecer el equilibrio del cuerpo.
Este enfoque no surgió en un vacío: culturas ancestrales ya conocían y utilizaban estas plantas y hongos en sus sistemas médicos. La Medicina Tradicional China, la herbolaria occidental y el Ayurveda integraron adaptógenos en la mayoría de sus formulaciones. Pueblos originarios de las Américas también los usaban, como los incas con la maca andina o comunidades de Norteamérica con diferentes variedades de ginseng.
Hoy en día se reconocen oficialmente unas 25 especies de plantas y hongos como adaptógenos, aunque se sospecha que el número real es mucho mayor (Winston, 2007). Para organizar este conocimiento, se han categorizado en adaptógenos primarios, aquellos ampliamente confirmados por la ciencia, y secundarios, los que aún se encuentran en estudio pero muestran un gran potencial. Lo cierto es que la riqueza de estas especies se despliega a lo largo de todos los continentes, revelando un vínculo profundo y ancestral entre la salud humana y la biodiversidad.
El interés en los adaptógenos ha crecido debido a que sus efectos alcanzan múltiples sistemas del cuerpo. Su acción principal se concentra en el sistema neuroendocrino y en el inmunológico, fundamentales para regular la comunicación interna del organismo. En particular, actúan sobre el eje HPA (hipotálamo–pituitaria–adrenales), un complejo de interacciones que vincula al sistema nervioso con la producción hormonal e influye directamente en la tiroides, el sistema cardiovascular y la función reproductiva. El equilibrio de este eje es esencial, pues coordina las respuestas del cuerpo frente al estrés. Además, investigaciones recientes señalan que los adaptógenos actúan a nivel celular, regulando proteínas que mitigan los efectos del estrés crónico y protegen a las células de daños prolongados. Entre sus beneficios destacan sus propiedades antioxidantes, la estimulación de neurotransmisores relacionados con la calma y el alivio del dolor, así como la modulación del sistema inmune, lo que puede disminuir riesgos de inmunosupresión, enfermedades cardiovasculares e incluso cáncer.
Más allá de estas propiedades compartidas, cada adaptógeno tiene características propias que lo hacen único. El ginseng y el eleuthero, por ejemplo, se utilizan para aumentar la energía y mejorar el rendimiento deportivo. El reishi y la ashwagandha se recomiendan para calmar la ansiedad o tratar el insomnio. El cordyceps se vincula a la regulación de hormonas sexuales, mientras que la schisandra se asocia con la salud de la piel. El regaliz ha sido utilizado para aliviar problemas respiratorios y la rhodiola es reconocida por su acción antidepresiva en casos moderados. Aunque algunos de estos efectos pueden sentirse a corto plazo, los beneficios más profundos de los adaptógenos requieren de un consumo sostenido en el tiempo, generalmente durante dos o tres meses.
Los adaptógenos están de moda
El creciente interés en estas sustancias adaptógenas puede derivar en la sobreexplotación de ciertas especies, sobre todo aquellas recolectadas en espacios silvestres. Por eso resulta crucial asegurarse de que los productos provengan de cultivos orgánicos, libres de pesticidas, metales pesados o residuos tóxicos. Optar por especies cultivadas, y no recolectadas indiscriminadamente, es una forma de proteger la biodiversidad y apoyar a agricultoras y agricultores que trabajan con prácticas regenerativas. Así se cuida tanto el acceso a estas plantas y hongos para las generaciones futuras como la integridad de los ecosistemas de los que forman parte.
En tiempos de crisis sanitaria y ambiental, los adaptógenos representan un puente entre el conocimiento ancestral y la investigación científica contemporánea. Incorporarlos en nuestra vida cotidiana no solo es una manera de cuidar el cuerpo frente al estrés, sino también de cultivar un vínculo más consciente con la tierra y con las especies que la habitan. Su poder radica en recordarnos que la salud no es un estado fijo, sino un proceso de adaptación constante en el que la naturaleza tiene mucho que enseñarnos.

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Referencias
Ayales, A. (2019). Adaptogens: Herbs for Longevity and Everyday Wellness. Sterling Ethos; New York.
Flora&espora. (2023). “Adaptógenos: plantas y hongos para tiempos modernos”. Flora&espora.com
Grainger, P. (2019). Adaptógenos: Descubre el poder de las superhierbas para eliminar la ansiedad, la fatiga y el estrés. Gaia.
Winston D., Maimes S. (2007). Adaptogens. Herbs for strength, stamina and stress relief. Healing Arts Press; Rochester, Vermont USA.
Imagen de portada: Ginseng americano. @noonbrew