Natalia Venegas: artesana de pigmentos naturales

Natalia Venegas es artista y docente textil e impulsa desde hace seis años Pigmenta Lab, que define como “un lugar donde el color se estudia, se crea y se cultiva con las manos, desde plantas, minerales y memorias vivas”.
Natalia Venegas Monsalve, artista y docente textil e impulsa desde hace seis años Pigmenta Lab.

En los inicios de su carrera como artista textil, Natalia Venegas Monsalve (1989) recuerda una imagen: su madre tiñendo lana de oveja con fibras naturales en la cocina de la casa donde vivían, en Puerto Montt, para después venderla. Nacida en Chiloé y criada en esta ciudad, Natalia creció observando ese proceso casi como una rutina doméstica. Su madre había aprendido las técnicas de tintoreras de la zona, además de su trabajo posterior en telar. En ese entonces, a Natalia no le interesaba aprender. Era solo una escena más del cotidiano sureño que la rodeaba.

“Veía a mi mamá que juntaba cáscaras de cebolla o distintas hojas de árboles nativos de allá que tiñen, como el mañío, y después todo en una olla con lana”, cuenta.

Al terminar la enseñanza media, viajó a Santiago para iniciar sus estudios universitarios. Después de un cambio de carrera y un retorno temporal a su tierra natal, decidió estudiar Artes Visuales, formación que comenzó en la UNIACC —donde actualmente es docente de diseño de la Imagen y de Moda— y que concluyó en la Pontificia Universidad Católica. Cautivada por el mundo artístico, cursó en paralelo Licenciatura en Estética, titulándose de ambas carreras al mismo tiempo. Con ese espíritu inquieto y el impulso de seguir perfeccionándose, ingresó luego a un diplomado en Ilustración. Esa experiencia la reconectó con el imaginario de su territorio natal. Su proyecto final se basó en una figura histórica: Aurora, una testigo clave del juicio de los brujos de Chiloé, en 1880.

Para ese trabajo, Natalia dibujó con barro y carbón. Esa elección, en parte, fue una alternativa por los altos costos de los materiales tradicionales. Y, también, porque era coherente con la historia y con la idea de una bitácora de bolsillo: algo que la protagonista pudiera llevarse consigo para tomar notas.

El resultado la dejó satisfecha. Sin embargo, al transcurrir el tiempo, advirtió como sus trazos y pinceladas se habían borrado. Eso fue crucial para que Natalia comenzara a investigar sobre las propiedades de estos materiales de origen orgánico y las posibilidades de su conservación posterior. De esa manera llegó a los aglutinantes, sustancias que permiten que el pigmento y el color se adhieran a la superficie, como almidones, aceites secativos, gomas frutales, entre otros.

Pigmenta Lab, es un proyecto con el que Natalia ha construido una comunidad activa dedicada a la experimentación y enseñanza del color natural.

Aprender de las plantas y flores

Pero no fue sino hasta en 2017 cuando un nuevo trabajo le permitió adentrarse en el mundo de las plantas. Ese año comenzó a trabajar como florista en Santiago y, luego, a impartir clases sobre esta especialidad en relación al color y el diseño. Su primera exploración con los pigmentos orgánicos surgió a partir del conocimiento de las flores, como astromelias o rosas, que la llevaron a experimentar con nuevas formas de extraer y fijar el color. También fue docente de floristería por unos meses en Aysén, y aprendió específicamente sobre flores nativas y follajes de árboles. 

“Aprendí mucho sobre el comportamiento de las plantas, sus duraciones y coloraciones. Investigué y me obsesioné un poco. Empecé a pintar acuarela y, entonces, ahí se unieron las cosas: aprendí sobre pigmentos y uní los cabos sobre lo que me habían enseñado en Historia del Arte en la universidad”, cuenta. 

Natalia comenzó a estudiar de manera autodidacta sobre color y pigmento: fue con mucha prueba y error. En 2019, se aventuró a compartir sus resultados como una bitácora publicada por Instagram. Se sorprendió de la gran cantidad de personas interesadas que le pedían que les enseñara. Un año después recibió a los primeros estudiantes inscritos en sus talleres introductorios. 

Fueron los inicios de Pigmenta Lab, el proyecto con el que Natalia Venegas ha construido una comunidad activa dedicada a la experimentación y enseñanza del color natural. Hoy, el espacio integra estudiantes, docentes y artistas. Además, desarrolla contenidos educativos para instituciones, ofrece charlas y vende materiales orgánicos con fines educativos. Los materiales que prepara han sido, por un lado, a pedido de artistas que se los solicitan por un catálogo o personalizados. Por eso, Natalia se reconoce como una “artesana de materiales”.

“Es un oficio que trabaja con materias primas a nivel reducido, no industrial, sin equipos grandes, todo es hecho a mano. Después de cada taller pido retroalimentación: eso me permitió complejizar los procesos y mejorar técnicamente”, cuenta.

Pigmenta Lab trabaja con materias primas a nivel reducido, no industrial, sin equipos grandes, todo es hecho a mano.

El color: memoria y patrimonio

Comprender el color fue uno de los aspectos más fascinantes para Natalia. La investigación y la práctica la llevaron a interiorizarse en su historia, así como en la manera en que distintas culturas lo han concebido. Explica que existen pueblos que no solo desarrollaron técnicas específicas desde lo artesanal para obtener ciertos tonos, sino también ceremonias vinculadas al color. Es el caso del añil, una fuente legendaria de azul profundo ocupada para teñir algodón, seda, lana y otras fibras naturales. En algunas comunidades, como el pueblo mapuche, la ceremonia de despertar el añil se realiza de manera muy íntima, generalmente siendo un rito familiar desde los preparativos hasta la recolección. Sólo participan familiares cercanos a la tintorera.

“No da lo mismo cómo se nombra al color, incluso en acciones tan cotidianas como ir a la tienda de arte a comprar una pintura. No es lo mismo un azul índigo que un azul añil. El añil se produce de la Indigofera suffruticosa, y tras de ese color existe una carga importante a nivel simbólico cultural en la historia Latinoamericana, además de una fuerte historia de explotación colonial. Es importante entenderlo así”, recalca la artista visual.

Desde 2021, Natalia dejó de trabajar con pigmentos sintéticos.

Por eso, toma distancia de las visiones que reducen el color a un aspecto meramente estético o decorativo. Para ella, es fundamental que en sus talleres se incorpore un enfoque que rescate la memoria y el patrimonio del color. 

“En Latinoamérica siempre recibimos en las universidades una enseñanza del color que viene de la academia europea. Muchas veces olvidamos que nuestro continente tiene su propia teoría del color y su propia historia del color, que es muy rica, con impactos políticos profundos”, explica.

Esa reflexión, cuenta, la aprendió observando el trabajo de maestras como Loreto Millalén, artista textil mapuche quien ha vinculado la textilería y el color con la palabra y la memoria: el acto de nombrar el color. Comprender esas diferencias, reconoce Natalia, enriquece también su propia práctica artística.

“Es difícil que trabajando artesanalmente hagas una práctica extractivista” (Natalia Venegas).

Hasta antes de cambiarse a Santiago, Natalia recolectaba materiales orgánicos por el sector de María Pinto, una comuna cercana a Melipilla donde vive su familia. Su recolección incluía piedras, plantas, semillas, corteza de árboles, hongos y flores. Hoy, ya instalada en la ciudad, mantiene ese hábito. Incluso, cuando viaja lleva consigo pequeños frascos o papel kraft para envolver el material. En ese proceso, ha aprendido a reconocer las plantas tintóreas de distintas especies, es decir, aquellas capaces de teñir y las que no. 

Da como ejemplo la recolección de la corteza del eucalipto, que, si bien no es una especie nativa, desprende esta parte como mecanismo de defensa. Lo mismo ocurre con la vaina del nogal. Este residuo alargado del árbol, explica Natalia, lo guarda para el resto del año: lo deshidrata, lo muele y lo conserva. Con eso, por ejemplo, elabora acuarela de un tono café oscuro. En el caso de las piedras o rocas, las recoge de la orilla del mar o cerca del campo, para luego machacarlas hasta conseguir un polvillo fino.

«Cualquier persona que parte trabajando con pigmentos, tiene una curiosidad innata por probar todo», dice Natalia.

Su impresión es que cualquier persona que parte trabajando con pigmentos, tiene una curiosidad innata por probar todo. Eso, a la vez, puede ir aparejado con no saber cuánto usar, de dónde sacar o en qué momento del año. Ir indagando y repitiendo las recolecciones, le ha permitido a ella hacerlo de manera respetuosa, en el sentido de no avasallar con los ciclos de una planta, permitir que sigan sus floraciones y  la esporada de los hongos. 

“No da lo mismo el lugar desde donde extraemos la materia prima. Desde el punto de vista de la sustentabilidad existen por ejemplo espacios que tienen una importancia en cuanto a impacto medioambiental, y en otros existe un valor vinculado a lo histórico y simbólico para las distintas culturas. Es difícil que trabajando artesanalmente puedas hacer una práctica extractivista porque lo haces siempre a pequeña escala, pero nunca hay que perder de vista esas cosas”, recalca. 

Laboratorio de Pigmenta Lab.
Dentro de Pigmenta Lab, existen dos áreas de trabajo orientado a educación: para formación de docentes y para público general y especializado.

Desde 2021, Natalia dejó de trabajar con pigmentos sintéticos. Pero antes de llegar a eso, tuvo que conocerlo y manejarlos, reconocer sus diferencias y reacciones con otros elementos. También, identificar que existen pigmentos naturales que son tóxicos. 

“Tenemos antecedentes suficientes de esto por ejemplo con minerales como el cinabrio (86% mercurio), el oropimente, el rejalgar o pigmentos como en blanco de plomo. No son minerales que vayas a encontrar en todos lados tan comúnmente, pero es importante investigar siempre la zona de recolección para saber más o menos qué podrías encontrar, antes de llegar y utilizar”, explica.

En tintorería, existen sustancias químicas que están permitidas usar, como el sulfato de hierro, piedra alumbre, carbonato de calcio, siempre y cuando no sean tóxicas para quien las utilice, y, al desechar los residuos, no contaminen. Natalia aclara que es común que se utilice sulfato de cobre para teñir, aunque es una sustancia tóxica.

Eso la ha llevado a reflexionar sobre la ética del proyecto en relación a lo sustentable. Por un tiempo estuvo detenida buscando opciones para los recipientes de las pinturas. No quería trabajar con plástico. Entonces, experimentó con otros materiales e hizo colaboraciones, como con una ceramista que elaboró recipientes para acuarelas. Luego, recolectó tablas de madera de pinos, para hacerle pequeños orificios donde depositar la pintura. Finalmente, volvió a la sabiduría de los más antiguos: comenzó a depositar la pintura en las conchitas de almejas.

En su búsqueda por utilizar materiales sin tóxicos ni plásticos, decidió volver a la sabiduría de los más antiguos, depositando sus pinturas en conchitas de almeja.

Transmitir el legado de maestras textileras

Dentro de Pigmenta Lab, existen dos áreas de trabajo orientado a educación: una para formación de docentes, que Natalia lo vincula a los conocimientos sobre artes visuales, ciencias y química que enseñan en los establecimientos educacionales. Y, por otro lado, están los programas para público general y especializado.

“Si es una persona que nunca ha trabajado con pigmentos naturales, hago una experiencia introductoria, una prueba material sobre cómo funcionan. Siempre la recepción es como estar en una sala con niños: se activa la curiosidad”, comenta. 

Estos conocimientos los ha aprendido gracias a mujeres artistas que ahora también son profesoras de Pigmenta Lab, como Loreto Millalén, artista textil y fundadora de la Escuela Ad Llallin Textil y Color Mapuche. La conoció por otra artista visual también especialista en color, Sara Viloria, con quien también había tomado clases. En términos de color, de conocimiento mineral, menciona a Marcela Sepúlveda, arqueóloga especialista en pigmentos naturales, quien también es profesora del proyecto.

También destaca el trabajo de Margarita Alvarado, investigadora de textil mapuche y la cultura en general, y Paulina Olivares y su proyecto y libro Colores del Wallmapu: Universo en seis colores

Natalia sueña con que Pigmenta Lab se convierta en un lugar físico, donde pueda recibir gente para hacer clases, que actualmente son online, y ofrecer sus productos. “Enseñar color”, dice. Tener un laboratorio para trabajar estos materiales requiere de bastante espacio, distintos utensilios, sustancias que combina para conseguir los colores finales. Tiene cientos de frascos y una bodega donde guarda muchos materiales que colecciona, que deshidrata y seca.

“Si tengo que cocinar un color, lo cocino. Tengo una bodega abajo donde guardo todas las cosas. Las voy sacando, guardando. Pero a veces se convierte en un caos”, se ríe.

Imagen de Portada: ©Pigmenta Lab